Biblia

Mentoreo que transforma

Mentoreo que transforma

por Esteban Irvin

En estos días de gran cosecha y de múltiples oportunidades de ministerio, cada Pablo necesita un Bernabé, y cada Timoteo necesita un Pablo. Así, animándonos mutuamente, crecemos juntos «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios… (Ef 4.13).

De todos los retos que enfrenta la iglesia del siglo XXI, el de formar una nueva generación de líderes es tal vez el más apremiante. Mientras que el número de convertidos y la cantidad de iglesias siguen aumentando en muchos países, los líderes no dan a basto para tanto crecimiento. En el ámbito local, muchos pastores se ven forzados a duplicar su trabajo ya que los líderes no son suficientes para que asuman responsabilidades en los diferentes ministerios. Esta carencia de líderes resulta en una escasez de pastores competentes y maduros espiritualmente para dirigir las nuevas obras. La necesidad produce, al final, una crisis de liderazgo cristiano a nivel regional, nacional, y aun internacional en los diferentes esfuerzos para la extensión del reino de Dios.Los líderes emergentes necesitan capacitación; necesitan buenos modelos y oportunidades que les ofrezcan experiencias en el liderazgo. Jesús ejemplificó a sus discípulos el liderazgo por excelencia Para suplir esta necesidad de liderazgo, han surgido un sinnúmero de programas, seminarios, e instituciones. Los institutos bíblicos y los seminarios teológicos, con todo su valioso trabajo, no consiguen preparar el número necesario de graduados para llenar el vacío de liderazgo en las iglesias. Sin despreciar la educación formal, urge un paradigma de desarrollo de liderazgo que esté al alcance de toda iglesia, de todo pastor, y de todo líder en la iglesia. Uno digno de imitar es el que Jesús nos modeló en su ministerio terrenal.
De las masas a los discípulos
Jesús empezó su ministerio dedicado a la proclamación pública de las Buenas Nuevas.
Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos, y creed en el evangelio!». (Mr 1.14-15)
Como evangelista itinerante, Jesús se movía entre las ciudades de Israel, y predicaba el reino de Dios, sanaba a los enfermos, liberaba a los oprimidos por Satanás, y enseñaba con autoridad. Multitudes lo seguían (Mr 3.7-8). En el Sermón del Monte enseñaba a una multitud (Mt 5.1), alimentó a los 5.000 hombres (Mt 14.21) y a los 4.000 hombres (Mt 15.38), sin contar a las mujeres y a los niños. De todos estos seguidores y simpatizantes, eligió a doce «para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios» (Mr 3.14-15).
Los líderes emergentes necesitan capacitación y enseñanza. Pero, aún más, necesitan buenos modelos y oportunidades que les ofrezcan experiencias en el liderazgo. Jesús ejemplificó a sus discípulos el liderazgo por excelencia. Lo acompañaron en su ministerio, y fueron testigos de sus profundas enseñanzas y de sus milagros estremecedores. Les dio oportunidades de ministrar, y para ello les concedió su autoridad (Mt 10.1-23). En el curso de su ministerio el Señor Jesús empezó a cambiar el énfasis; decide compartir menos tiempo con las multitudes, e invierte más y más tiempo con sus discípulos, hasta llegar aquel evento íntimo, la última cena que comparte con sus discípulos. Luego, en el huerto de Getsemaní, invita a sus más cercanos Pedro, Juan y Jacobo a que lo acompañen en la angustiante lucha que sostiene antes de su sufrimiento en la cruz (Mt 26.36-46).
Puede observarse en el enfoque ministerial de Jesucristo un cambio intencional de las masas a los discípulos. Esta decisión estratégica fructificó en la formación de los Doce, quienes no sólo extendieron Sus enseñanzas por todo el mundo conocido, sino también constituyeron el liderazgo de la iglesia naciente y fueron los formadores de los nuevos líderes. Jesús invirtió sus mejores esfuerzos en la formación de un grupo relativamente pequeño de líderes, y el resultado lo vemos todavía hoy,  en que su Iglesia sigue creciendo. Si Jesús no hubiera seguido esta estrategia de desarrollar líderes, ¿dónde estaría la Iglesia hoy en día? El Señor Jesús nos dejó un modelo sobresaliente de cómo ser un mentor.
El ministerio del mentor
El término mentor no aparece en la Biblia. Es una palabra que se introduce al castellano por la literatura griega de Homero, en la que «Mentor» es el amigo confiable a quien Odiseo encomienda la responsabilidad de educar y cuidar a su hijo, Telémaco. Desde entonces, un mentor se define como una persona de experiencia que ayuda a otra de menos experiencia el mentoreado a desarrollarse, y a la vez que le ofrece consejo sabio, le sirve de modelo en su manera de vivir. Esta relación de mentoreo es común en el mundo académico y, hoy en día, también en el contexto organizacional.
En la experiencia cristiana, el mentor es conocido más como un director espiritual, un «hermano mayor», o un discipulador. Una buena definición del mentoreo es el discipulado tal como lo practicó Jesús. Hoy en día, no es de extrañar que se limite el concepto discipulado a las primeras etapas de la vida cristiana. Sin embargo, el mentoreo permanece vigente durante toda la vida del individuo. No es un modelo nuevo, pero sí requiere una visión distinta en cuanto al desarrollo del liderazgo. No es solo la búsqueda de transferir conocimientos, sino también el compartir las experiencias de vida en el Señor con el fin de apoyar al mentoreado en su crecimiento espiritual y ministerial. El que quiere mentorear como Cristo lo hizo debería buscar el reino de Dios más que su propio imperio. Muchos pastores y líderes están sumergidos en la obra del ministerio, siempre clamando por la ayuda de líderes competentes que anden en santidad, pero se olvidan del principio de formación de líderes enseñado por el apóstol Pablo a la iglesia de Éfeso (Ef 4.11–12).
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio [énfasis agregado], para la edificación del cuerpo de Cristo.
¿Cuántos ministros continúan sin entender este principio? Luchan para llevar adelante programas de ministerio, pero no se dedican a levantar nuevos líderes, formándolos para la obra del ministerio.
Cambio de valores
Con honestidad debemos confesar que muchas veces los que lideramos iglesias y ministerios valoramos más el estatus que nos brinda el éxito, que el desarrollo de otros en su propio liderazgo. El mentoreo exige un cambio radical de los valores que gobiernan nuestro enfoque ministerial.
Vivimos en una época en que la importancia del ministerio de uno está muchas veces ligada a la cantidad de resultados. Este énfasis cuantitativo provoca que muchos líderes se dediquen a edificar sus propios reinos. Sin embargo, el que quiere mentorear como Cristo lo hizo debería buscar el reino de Dios más que su propio imperio. Este cambio resulta en una postura de humildad que permite que otros crezcan para la gloria de Dios y para el bien de su pueblo.
Lamentablemente, tal postura está muy ausente entre los pastores y líderes cristianos contemporáneos. El anhelo para el protagonismo y el reconocimiento produce efectos negativos en el reino de Dios. Por ejemplo, muchos líderes se sienten amenazados por líderes más jóvenes, pues temen que les vayan a «serruchar el piso». ¿Cuántos líderes jóvenes se han visto en la necesidad de buscar oportunidades de ministerio fuera de sus propias iglesias porque sus pastores no les dieron espacio para desarrollar su liderazgo y ejercer sus dones y habilidades?
Un ejemplo de un líder sobresaliente que buscaba el desarrollo de otros líderes es el del discípulo cuyo sobrenombre era «Hijo de consolación» (Hch 4.36). Bernabé era reconocido entre los apóstoles por su compromiso y generosidad. Enviaron a Bernabé a Antioquía para que se encargara de la iglesia creciente. Era un hombre bueno, lleno del  Espíritu Santo y de fe (Hch 11.24). Fue bendecido en su liderazgo, por lo que no dudó en apoyar a un nuevo convertido que había sido enemigo férreo de los seguidores del Señor Jesucristo. De esta manera abrió las puertas para el desarrollo de Saulo, posteriormente llamado Pablo. Él mismo lo buscó para apoyarlo en la cosecha de Antioquia. Más tarde el Espíritu Santo apartó a ambos para que llevaran el evangelio fuera de Antioquía (Hch 13.2).
Poco a poco Pablo se destaca frente a Bernabé como el líder de más influencia en la obra misionera. El que había sido mayor en la fe ve a su mentoreado superándolo en autoridad y en reconocimiento. Pero no hubo rivalidad en cuanto al ministerio. Sí, se separaron debido a sus diferencias de opinión en cuanto a la participación de Juan Marcos en el equipo misionero (Hch 15.37–41). Entonces Bernabé llegó a ser mentor de Juan Marcos mientras continuaban en sus labores misioneras. Considerando el Evangelio según Marcos y las epístolas de Pablo, sin mencionar el libro de los Hechos, es notable la influencia de Bernabé sobre los mismos escritos del Nuevo Testamento.
Su práctica de apoyar a otros líderes convierte a Bernabé en un gran modelo para los mentores de hoy. Bernabé no se aferró al poder. Muchos líderes actuales defienden su posición y poder a capa y espada, y hacen todo lo posible para mantener su autoridad y prestigio a toda costa. ¿Cuántas iglesias y ministerios han naufragado después de la salida del líder? Mientras que el mundo promueve un liderazgo basado en posición y en poder, el Señor nos llama a un liderazgo de servicio.
Mas Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.» (Mr 10.42-45)
Recuerdo haber visto una caricatura hace algunos años, en ella un clérigo, ante la junta de la iglesia, afirmaba: «Yo creo en la teocracia; y ¡yo me llamo Teo!» Aunque suena chistoso, con más frecuencia se está observando la inclinación a ejercer el liderazgo en la iglesia con una autoridad incuestionable. En algunos sectores, hasta se pronuncian maldiciones contra aquellas personas que se oponen a este estilo de liderazgo agobiante. El caudillismo, tan común en la esfera política, encuentra sus adeptos aun en la comunidad evangélica. Pero el Señor nos exhorta, «no será así entre vosotros».
El valor fundamental del liderazgo del mentor radica en su servicio. Primero, está para servir al Señor, pero también para servir a los demás según la voluntad de Dios. El buen mentor no se enseñorea de sus mentoreados. Al contrario, su meta debe ser manifestar la misma actitud de Jesucristo para el bien de ellos. Normalmente no consideramos la humildad como un valor en el liderazgo. Sin embargo, en el caso del mentoreo, el mentor es llamado a ejercer su influencia con la misma humildad de Jesucristo, el cual «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2.8). El mentor y el mentoreado son amigos, pero son amigos con un propósito: que los dos crezcan en santidad y en servicio al Señor. El mentoreo en la práctica
Si uno decide seguir a Jesús en su modelo de desarrollar líderes, debe entender que no es una estrategia para multiplicar el número de líderes de la noche a la mañana. Es un proceso donde uno pacientemente invierte su vida en la de sus mentoreados. Y debemos inculcar en la vida de los mentoreados esta misma visión de multiplicar intencionalmente líderes por medio de una relación personal centrada en Jesús y su Palabra. Uno necesita ser el modelo perfecto para entrar a una relación de mentoreo. Pero, también, debemos entender que es un compromiso a vivir los valores señalados anteriormente, y a invertir tiempo. No es un programa basado en materiales impresos ni en un currículo preestablecido. Tanto el mentor como el mentoreado realizan su avance sensibles a la guía del Espíritu Santo.
Primero, así como Jesús buscó al Padre en oración antes de elegir a sus discípulos (Lc 6.12), el mentor debe orar para que el Señor lo guíe hacia las personas idóneas para mentorearlas. Jesús eligió a doce. Puede ser que uno decida empezar con un solo mentoreado. Es recomendable no sobrecargarse con una cantidad de mentoreados mayor de la que podemos manejar, ya que el tiempo puede que no alcance sino para unos pocos. Es preferible realizar un buen trabajo en pocas personas que hacerlo a medias en muchas. El mentor busca multiplicarse, no simplemente sumar un nutrido número de mentoreados.
¿Qué se debe buscar en un mentoreado? Uno debe estar atento para identificar a personas con potencial para el ministerio. ¿El corazón de esta persona se inclina a Dios? ¿Es responsable? ¿Toma la iniciativa? ¿Está dispuesta a comprometerse con una relación de mentoreo que puede implicar reuniones semanales o, aun, más a menudo? También debe existir cierta química entre el mentoreado y el mentor. Si no existe, los resultados de la relación de mentoreo probablemente terminarán siendo pobres.
Una palabra de advertencia: ya que la relación de mentoreo se basa en la transparencia y la vulnerabilidad el uno con el otro, normalmente no resulta sano que un hombre mentoree a una mujer, ni viceversa.
Segundo, la oración y las Escrituras deben jugar un papel central en la relación de mentoreo. El mentor y el mentoreado son amigos, pero son amigos con un propósito: que los dos crezcan en santidad y en servicio al Señor. Es una relación transformadora. Un buen mentor escucha a su mentoreado para entender cuáles son sus sueños y sus necesidades. Usando la sabiduría de lo alto que Dios concede a los que la buscan, el mentor puede compartir enseñanzas de la Palabra, relatando sus propias experiencias para ilustrar las verdades bíblicas. El mentor es consejero. Pero, cuidado: el mentor sabio deja que su mentoreado tome sus propias decisiones. Un buen mentor no manda a su mentoreado, sino lo ayuda a explorar las facetas de la situación que está viviendo con preguntas y observaciones. El mentoreado es el responsable por sus propias decisiones.
Tercero, pasen tiempo juntos. Un amigo mío, cuyo ministerio ha sido caracterizado por el desarrollo de líderes, me dijo que no hace nada en soledad en el ministerio. Si visita a un enfermo, si va a una iglesia a ministrar, aun si va al banco, siempre trata de ir acompañado de alguna persona en la cual está invirtiendo tiempo y esfuerzo. Tal vez el rol más importante del mentor es el de ser modelo para el mentoreado. Cuando empezaba en el ministerio pastoral, observaba a mi mentor, el Dr. Moser, como un modelo digno de emular. En un campamento del distrito, me quedé con él todo el tiempo hasta que alguien preguntó, ¿quién es la sombra del Dr. Moser? Sin lugar a dudas este varón de Dios ha impactado significativamente mi propia vida.
Finalmente, el buen mentor abre puertas para su mentoreado. A veces insistimos en que una persona u otra no está lista para tomar responsabilidades. Pero al darles oportunidades de liderazgo, aprenden en la fragua del ministerio. No los desamparamos en el ministerio estamos a su lado para apoyarlos, pero tampoco los sobreprotegemos frente al fracaso. Muchas veces aprendemos más de nuestros «fracasos» que de nuestros «éxitos».
Todos necesitamos un mentor. Y todos podemos mentorear ya que siempre habrá personas con menos experiencia que nosotros. Cuando uno empieza a desarrollar líderes a la manera de Jesús, por medio del mentoreo, uno encuentra que no sólo el mentoreado recibe beneficios, sino también el mentor es transformado por la relación. En estos días de gran cosecha y de múltiples oportunidades de ministerio, cada Pablo necesita un Bernabé, y cada Timoteo necesita un Pablo. Así, animándonos mutuamente, crecemos juntos «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4.13).

El autor, steveirvin@mentorlink.org es PhD en Liderazgo Organizacional de Regent University. Ha servido con La Alianza Cristiana y Misionera en América Latina por veinticinco años. Actualmente es coordinador regional de Mentorlink International  (www.mentorlink.org) y, junto con su esposa Claudia, vive en Buenos Aires, Argentina. Los Irvin son padres de cuatro hijos y abuelos de una preciosa nieta. ©Copyright 2003-2009, Apuntes Pastorales XXV-1, todos los derechos reservados.