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Moisés y su oración de avivamiento

Moisés y su oración de avivamiento

por Richard Owen Roberts

¡Si oráramos como Moisés oró! ¡Si bregáramos como Moisés bregó! ¡Si fuéramos eficaces en la oración como lo fue Moisés! Sin duda, éste es nuestro deber. Y aunque nos asombre, es nuestro privilegio.


¿Alguna vez ha realizado un estudio cuidadoso y sistemático de todas las oraciones y de toda la enseñanza de la Biblia? Dicha tarea tiene el potencial de un beneficio eficaz y singular. Yo mismo estoy realizando ese estudio. Comencé mi tarea leyendo rápidamente toda la Biblia y marcando los pasajes relacionados con la oración. (Sencillamente hacía una marca roja en el margen derecho de cada pasaje sobre la oración, aunque por cierto no es mi intención instarlo a usted a usar el mismo método.) Esto me resultó de gran utilidad para mostrarme una vez más qué rol crucial tienen las oraciones de su pueblo en el corazón de Dios. Ahora se me presenta la agradable oportunidad de meditar en cada uno de estos pasajes marcados y, por consiguiente, de permitir que mi corazón y mi vida sean moldeados.


Es evidente que, si bien sólo una parte de los pasajes sobre la oración incluyen el tema del avivamiento, el espacio de un breve artículo no alcanza ni siquiera para comenzar a hablar de los mismos. Permítame entonces dirigir su mente y su corazón a sólo una de estas oraciones de avivamiento en tiempos de Moisés, que hallamos en Éxodo 32-34.


La escena nos resulta inquietantemente familiar. Moisés estaba en lo alto de la montaña con Dios. Abajo, el pueblo murmuraba y rodeaba a Aarón, diciendo: «Levántate, haz para nosotros dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido» (32:1). Espero que previamente usted haya tenido un shock al darse cuenta de que Aarón perdió la oportunidad de su vida al no instar al arrepentimiento a este pueblo desobediente. En vez de hacerlo, perversamente les ordenó separar el oro y llevárselo a él, y de los ornamentos hizo un becerro de oro del cual la gente decía descaradamente: «Israel, éste es tu dios que te sacó de la tierra de Egipto» (32:4). Entonces Aarón procedió a edificar un altar ante este ídolo despreciable, y al día siguiente el pueblo se dedicó al sacrificio de animales, a comer, a beber y a divertirse ante esa abominación (32:5-6).


Debemos notar las penetrantes palabras de Dios a Moisés en cuanto a la amenaza de juicio final a este pueblo vil: «Yo he visto a este pueblo, y he aquí que es un pueblo de dura cerviz. Ahora pues, deja que se encienda mi furor contra ellos y los consuma, pero yo haré de ti una gran nación» (32:9-10).


Primera parte. Súplica audaz basada en la reputación de Dios.


Es precisamente aquí que llegamos a la primera parte de una oración admirable, porque en vez de hacerse a un lado, Moisés está de pie ante el Señor rogándole de esta manera: «¿Por qué se ha de encender tu furor contra tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto con gran fuerza y tu mano poderosa?» (32:11). Recuerde, Dios y Moisés están en la montaña, y si bien Dios también estaba en el valle conciente del terrible pecado de su pueblo, Moisés —que aún no había visto lo que Dios ve— no tiene manera de sentir lo que Dios siente; y aun así, en medio de su ignorancia, Moisés pronuncia la primera parte de una de las oraciones más sabias y eficaces que se hayan registrado.


¿Se ha preguntado cómo orar para que haya un avivamiento? Aprenda la lección en las palabras que siguen: «¿Por qué han de hablar los egipcios diciendo: Los sacó por maldad, para matarlos sobre los montes y para exterminarlos sobre la faz de la tierra? Desiste del ardor de tu ira y cambia de parecer en cuanto a hacer mal a tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Israel tus siervos, a quienes juraste por ti mismo y les dijiste: Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y daré toda esta tierra de la cual he hablado. Y ellos la tomarán como posesión para siempre» (32:12-13) ¿Quién se atrevería a pedirle a Dios que perdone a las naciones de hoy por la gran rectitud que muestran o por algo bueno que hayan hecho? Por cierto que nadie acusaría a Dios de no ser justo si Él destruyera toda la tierra en este preciso momento. Pero el pedido de Moisés está fundamentado no simplemente en lo que merecemos sino en el renombre y la reputación de Dios.


¿Acaso es ilógico, de acuerdo al ejemplo de Moisés, orar a Dios por mi país y decirle: «Dios, perdona a esta nación. Tú has levantado a este pueblo como de un terrible desierto. Nos has dado la bendición de tu presencia, poder y protección. Nos has permitido ser una nación poderosa. Nuestros antepasados quisieron fundar una nación donde Dios fuera el Señor. Señor, en los documentos oficiales y hasta en monedas ellos declararon que nuestra confianza está en ti, y proclamaron que éramos «una nación regida por Dios». Los pueblos del mundo han conocido al menos algo de nuestra tradición cristiana y nuestro compromiso inicial para contigo. ¿Qué dirán los extranjeros si ahora nos destruyes? ¿Acaso no van a preguntar qué clase de Dios es el que da tanto de sí a un pueblo, para entonces destruirlo a los 200 años?» Y ustedes, lectores, que están en la América Latina y en tantas otras naciones de la tierra, ¿acaso no pueden suplicar al Señor, recordándole sus abundantes misericordias en el pasado, y rogar que siendo que ha invertido tanto en el país, que lo haga otra vez para gloria de su nombre?


¿Se ofendió Dios por el razonamiento de Moisés? ¡Para nada! «Entonces Jehová cambió de parecer en cuanto al mal que haría a su pueblo» (32:14).


Todos los que conocen este pasaje se dan cuenta de que tan pronto como Moisés vio con sus propios ojos lo que Dios ya había visto, sintiendo también algo del enojo y la aflicción de Dios, hizo pedazos las tablas de piedra, y ordenó la muerte de 3000 participantes en esta gran maldad.


Segunda parte. Intercesión abnegada por el pueblo de Dios.


Al día siguiente Moisés se dirigió al pueblo y dijo: «Vosotros habéis cometido un gran pecado. Pero yo subiré ahora hacia Jehová; quizás yo pueda hacer expiación por vuestro pecado» (32:30). La siguiente sección de esta notable oración inmediatamente se hace evidente cuando Moisés vuelve al Señor (32:31-32) y le dice: «¡Ay! Este pueblo ha cometido un gran pecado al haberse hecho dioses de oro. Pero ahora perdona su pecado; y si no…» ¿Reconoce usted la importancia de esta frase «y si no…»? ¿Puede imaginarse a un hombre o mujer de Dios orar descuidadamente una oración de ese tipo, «… y si no, por favor bórrame de tu libro que has escrito»? Nadie le pide a Dios que «por favor» lo borre del libro que Él ha escrito, sin pensar seriamente en el precio que está ofreciendo.


¿Se imagina estando con una carga tan grande por su pueblo que de buena gana estaría dispuesto a perder su salvación si Dios no salvara al pueblo? ¿No le recuerda esto la oración de otro fiel siervo del Señor, un apóstol del Nuevo Testamento que declaró: «… desearía yo mismo ser separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los que son mis familiares según la carne. Ellos son israelitas…» (Ro. 9:3-4). ¿No es evidente que la oración pidiendo avivamiento debe ser apasionada, en realidad, tan apasionada que ningún precio sería demasiado alto si Dios mismo lo pidiera?


Pero Dios no demandó que Moisés fuera borrado del libro. En realidad lo que dijo fue: «¡Al que haya pecado contra mí, a ése lo borraré de mi libro!» (32:33).


Entonces el Señor, luego de desistir de la amenaza del juicio final contra todo el pueblo, estableció un juicio de enmienda en el que se negó a ir delante del pueblo, como lo había hecho antes. En cambio, ofreció enviar a un ángel para que fuera delante de ellos, declarando claramente que en razón de la rebeldía y la soberbia del pueblo, Él no iría con ellos a fin de no destruirlos en el camino (32:34-33:3).


Tercera parte. Súplica insistente pidiendo la presencia de Dios.


La siguiente sección de la oración de Moisés comienza con una acción extraordinaria. La tienda del tabernáculo estaba armada fuera del campamento y se llamaba tabernáculo o tienda de reunión. Todo el que buscaba al Señor debía ir a la tienda de reunión (33:7). Entonces Moisés dijo al Señor: «Mira, tú me dices a mí: Saca a este pueblo. Pero tú no me has dado a conocer a quién has de enviar conmigo. Sin embargo dices: Yo te he conocido por tu nombre y también has hallado gracia delante de mis ojos. Ahora, si he hallado gracia ante tus ojos, por favor muéstrame tu camino, para que te conozca y halle gracia ante tus ojos; considera también que esta gente es tu pueblo» (33:12-13).


Cuando Dios en su gracia afirma: «Mi presencia irá contigo, y te daré descanso», Moisés inmediatamente responde: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿En qué, pues, se conocerá que he hallado gracia ante tus ojos, yo y tu pueblo? ¿No será en que tú vas con nosotros y en que yo y tu pueblo llegamos a ser diferentes de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?» (32:14-16). ¡Oh, la profundidad y el poder de razonar con Dios de tal manera!


¿Por qué miles de millones de las personas que hoy están en el mundo no creen en el cristianismo? En muchos casos, porque no creen en los cristianos. ¿Y por qué no creen en los cristianos? Porque la marca distintiva del cristianismo está ausente: la clara presencia de Dios en medio de su pueblo. No argumente que Dios está con nosotros como siempre lo ha estado. Si estuviera con nosotros de esa manera, seríamos un pueblo santo porque Él es un Dios santo. El simple hecho de que nuestra moralidad es la moralidad del mundo es evidencia abrumadora de que Dios ha quitado su presencia manifiesta de entre nosotros.


En vez de hacer de cuenta que todo está bien, cuánto más sabio es razonar como lo hizo Moisés e implorarle a Dios, diciendo: «Si tú no vas con nosotros, no podemos ir a ninguna parte. La única manera en que el mundo puede distinguirnos de ellos es cuando tu presencia se hace manifiesta entre nosotros. Cuando les decimos a ellos que eres nuestro Dios y nosotros somos tu pueblo, ellos no nos creen pues no pueden ver la evidencia de tu presencia con nosotros. Creen que somos como ellos porque la marca distintiva de tu pueblo no está entre nosotros. Te suplicamos, entonces, que vuelvas a nosotros en presencia manifiesta y en poder».


¿Y cuál es la respuesta de Dios esta vez? «También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia ante mis ojos y te he conocido por tu nombre» (33:17).


Cuarta parte. El deseo apasionado de ver la gloria de Dios.


Con todo lo obtenido, ¿está conforme Moisés? ¡No! Reconociendo que está en un terreno de oración y que Dios está oyendo y contestando, él tiene otro pedido más: «Por favor, muéstrame tu gloria» (33:18).


Entonces Dios, en la magnificencia de su misericordia, invitó a Moisés a regresar a la montaña, donde lo colocó en la hendidura de una roca, lo cubrió con su mano, y el Señor Dios omnipotente hizo que toda su gloria pasara ante Moisés (33:19-34:7). «Entonces Moisés se apresuró a bajar la cabeza hacia el suelo, y se postró, diciendo: —Oh, Señor, si he hallado gracia ante tus ojos, vaya por favor el Señor en medio de nosotros, aunque éste sea un pueblo de dura cerviz. Perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y acéptanos como tu heredad» (34:8-9). ¿Da Dios una respuesta a esta última parte de la oración de Moisés? Descúbralo por usted mismo leyendo el pacto que Dios ofreció, comenzando en el versículo 10.


¡Si oráramos como Moisés oró! ¡Si bregáramos como Moisés bregó! ¡Si fuéramos eficaces en la oración como lo fue Moisés! Sin duda, éste es nuestro deber. Y aunque nos asombre, es nuestro privilegio.


Richard Owen Roberts ha tenido durante muchos años un ministerio itinerante con énfasis en avivamiento, y ha escrito, editado y publicado numerosos libros y folletos sobre este tema. Es miembro de la junta directiva de Awakening Ministries, Inc., donde actúa como presidente.