Mt 13, 1-23: Parábola del Sembrador (Mateo)
1 Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. 2 Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. 3 Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. 4 Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; 6 pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. 7 Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. 8 Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga».
10 Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». 11 Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. 12 Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. 13 Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. 14 Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; 15 porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. 16 Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. 17 En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. 18 Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: 19 si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; 21 pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. 22 Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. 23 Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».
Sagrada Biblia, Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2012)
Catena Aurea: comentarios de los Padres de la Iglesia por versículos
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,2-3 y 45,1-2
1. Después de haber respondido a aquel que le había anunciado la presencia de su Madre y de sus parientes, hizo lo que deseaban ellos, es decir, salió de la casa, sanando primeramente a sus parientes de la enfermedad de la vanagloria, y dando, en segundo lugar, el honor que se debe a una Madre. Por eso dice: «Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar.»
2. «Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera.»
No expresó todo esto el evangelista sin intención, pues quiso hacernos ver, al describirnos con tanta diligencia este espectáculo, que el plan del Señor era no dejar a nadie detrás de sí, sino el tenerlos a todos delante de sus ojos.
3a. «Y les habló muchas cosas en parábolas…» Aunque no lo hizo así en la montaña, donde no fue su discurso un tejido de parábolas, porque no había allí más que el pueblo bajo e ignorante, mientras que aquí estaban los escribas y los fariseos. Mas no habló sólo en parábolas por esta razón, sino para dar más claridad a sus palabras, para que las grabasen más profundamente en su memoria y las tuviesen siempre delante de su vista.
3b. Y pone por primera parábola aquella en que el auditorio había de prestar más atención. Y puesto que El había de hablar por figuras, de ahí el excitar la atención de los que lo escuchaban con la primera parábola en estos términos: «Una vez salió un sembrador a sembrar.» etc.
3b-4. «Una vez salió un sembrador a sembrar.» ¿De dónde o cómo salió el que está presente en todas partes? No salió de ningún lugar, pero por la encarnación se aproxima a nosotros revistiéndose de carne; y ha venido a nosotros porque no podíamos nosotros ir a El por impedírnoslo nuestros pecados.
Cuando oigáis las palabras: “El sembrador salió a sembrar”, no creáis que hay identidad entre las palabras de esa frase; porque el sembrador sale muchas veces a otras cosas diferentes, como son para arar la tierra, arrancar las malas hierbas, quitar las espinas, o para cualquier otra operación que exige mucho conocimiento. Pero éste salió con el objeto único de sembrar. ¿Y qué resultó de la siembra? Se perdieron tres partes, y una sola se salvó, y esto no con igualdad, sino con cierta diferencia. Por eso sigue el evangelista: «Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron.»
4-8. ¿Pero qué razón habrá para sembrar entre espinas, sobre piedras y en los caminos? No tendría esto razón de ser si atendemos a las semillas y a la tierra, que son cosas materiales; porque no tiene la piedra poder para volverse tierra, ni el camino de no ser camino, ni la espina de no ser espina; pero sí tiene una laudable aplicación en las almas y en las doctrinas. Es posible que la piedra sea hecha una tierra pingüe, que el camino no vuelva a ser pisado y que queden destruidas las espinas. No es culpable el sembrador de que se pierda la mayor parte de la siembra, sino la tierra que la recibe, es decir, el alma, porque el sembrador, al cumplir su misión, no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos, en previsión, sin embargo, de lo que había de resultar. De esta manera puede decir: “¿Qué pude yo hacer y no hice?” (Is 5,4). Por esta razón no dice que los perezosos recibieron tal parte de la semilla y la dejaron perecer; que los ricos recibieron otra parte y la ahogaron; y los voluptuosos esta otra parte y la perdieron. No quiso El tocar a nadie en particular con energía, para no engendrar la desconfianza. Enseña también el Señor por esta parábola a sus discípulos que no abandonen su misión porque haya entre sus oyentes algunos que perezcan, puesto que el Señor, que todo lo prevé, no ha dejado por ese motivo de sembrar.
10-11. Son dignos de admiración los discípulos, que teniendo deseo de saber, saben cuándo conviene preguntar al Señor, porque no le preguntan delante de todo el mundo, y esto es lo que nos manifiesta San Mateo cuando dice: «”Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?”» San Marcos expresa más claramente esta reserva, diciendo: “Que ellos se aproximaron en particular” (Mc 4).
Es preciso considerar aquí la rectitud de sus corazones, y lo preocupados que estaban por el bien de los que les rodeaban, y cómo su primer cuidado era el prójimo; porque no dijeron al Señor: ¿por qué no nos hablas en parábolas a nosotros?, sino: «¿Por qué les hablas en parábolas?»; y por eso el Señor les contesta: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.»
Dijo esto no para expresar una fatalidad ni una necesidad, sino para demostrar que los que no han recibido ese don son la causa de todos sus males, y para hacernos ver que es un don de Dios y una gracia que viene del cielo el conocer los misterios divinos. No se destruye por esto el libre albedrío, como se ve por lo que se ha dicho y se dirá más adelante. Porque el Señor, a fin de no desesperar a los unos ni dejar en la pereza a los que han recibido este don, nos hace ver que el principio de estos dones viene de nosotros.
12. Por eso añade: «Porque a quien tiene se le dará…» Como si dijera: a aquel que tiene deseo y celo se le dará todo lo que viene de Dios; por el contrario, a aquel que está privado de este deseo y no pusiere de su parte cuanto puede para conseguirlo, ése no recibirá los dones de Dios y lo que tiene se le quitará, no siendo Dios el que se lo quita, sino el hombre que se hace indigno de poseerlo. De aquí es que si viéremos nosotros que oía alguno con pereza la palabra de Dios, y que a pesar de nuestros esfuerzos no podíamos persuadirlo a que atendiera, no tenemos más remedio que callar, porque si insistimos, aumentaremos la pereza. Más al que desea aprender lo atraemos con facilidad y lo hacemos capaz de recibir muchas cosas. Y bien dijo según otro evangelista (variante del texto de San Marcos, 4, 25): “Al que parece tener”, porque el mismo no posee lo que tiene.
13. Y para expresar con más claridad lo que había dicho, añade: «Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden.» Si ellos no pudieran abrir los ojos, esta ceguedad sería natural, pero como es voluntaria, por eso no dijo: “No ven”, sino: “viendo, no ven”: ellos efectivamente vieron lanzar a los demonios, y dijeron: “Lanza los demonios en nombre de Beelzebub” (Mt 12,24): veían que atraía a todos a Dios, y dicen: “No viene este hombre de Dios” (Jn 9,16). Y puesto que publicaban lo contrario a lo que veían y oían, por eso se les quitó la facultad de ver y de oír. De esto no sacan utilidad alguna, sino que se precipitan a una condenación mayor. Por esta razón no les habló el Señor al principio en parábolas, sino con toda claridad, y si ahora les habla en parábolas, es porque pervierten lo que han visto y lo que han oído.
14. «En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis.» En seguida, a fin de que no pudieran decir: “Nos calumnia este enemigo nuestro”, cita el pasaje del profeta Isaías que dice lo mismo de ellos. Por eso sigue: a fin de que tenga cumplimiento la profecía de Isaías, que dice: “Oiréis con el oído y no entenderéis, y viendo veréis” (Is 6),
15a. Todo esto lo dijo el Señor porque se les quitó a los judíos, que tenían cerrados los oídos y los ojos y engrosado el corazón, la facultad de oír y de ver; y no sólo no oían, sino que oían mal. Por eso sigue: «Porque se ha embotado el corazón de este pueblo…»
15b. En todo este pasaje demuestra el Señor la profunda malicia y la aversión estudiada que le tenían los judíos; mas con el fin de atraerlos, añade: «… y se conviertan, y yo los sane.»; palabras que demuestran que si se convirtiesen serían sanados, que es como cuando dice uno: si me lo suplicaren, en seguida los perdonaré, da a entender además la voluntad de reconciliarse con ellos en las siguientes palabras: “Cuando se conviertan los sanaré”; palabras que demuestran la posibilidad de que se convirtiesen, hiciesen penitencia y se salvasen.
17. «Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.» Lo que vieron y oyeron los Apóstoles fueron su presencia, sus milagros, su voz y su doctrina. Y en esto los prefiere, no sólo a los malos, sino a los que fueron buenos, porque dice que fueron más dichosos que los justos de la antigüedad, puesto que ven no sólo lo que no vieron los judíos, sino lo que los profetas y los justos desearon ver y no vieron. Porque aquellos solamente contemplaron a Cristo con la fe, y éstos lo vieron con sus ojos y con más claridad. Ved aquí, pues, cómo se enlaza el Antiguo Testamento con el Nuevo; porque si los profetas hubieran sido servidores de un Dios extraño o contrario a Cristo, jamás hubieran deseado verlo.
San Jerónimo
2a. Es necesario no olvidar que el pueblo no podía entrar en la casa de Jesús, ni estar en donde oían los Apóstoles los misterios. Por eso el Señor misericordioso sale de su casa y se sienta en la ribera del mar, a fin de que lo puedan rodear las numerosas turbas, y oigan en la ribera lo que no merecían escuchar en el interior de la casa. Por lo que sigue: «Y se reunió tanta gente junto a él…»
2b. «… hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera.» Jesús está en medio de las olas, que por todas partes golpean; pero, El tranquilo en su Majestad, aproxima la nave a la tierra, a fin de que no teniendo el pueblo de qué temer, ni viéndose rodeado de tentaciones que no pudiera vencer, se esté quieto en la ribera y oiga sus palabras.
3a. «Y les habló muchas cosas en parábolas…» Y es de notar que no todas sino muchas cosas las habló en parábolas, porque si lo hubiera dicho todo en parábolas se hubiera retirado el pueblo sin sacar fruto alguno y mezcla las cosas que son muy claras con las oscuras, para que vengan en conocimiento por las cosas que entienden de las cosas que no entienden. Mas como el pueblo no tenía un solo modo de ver las cosas, sino que cada uno las veía a su modo, por eso les habla en muchas parábolas, a fin de que todos reciban diversas enseñanzas según sus diversos sentimientos.
3b. «Una vez salió un sembrador a sembrar.» Este sembrador es el Hijo de Dios, que ha venido a sembrar entre los pueblos la palabra de su Padre.
O también estaba adentro cuando se hallaba en la casa hablando con sus discípulos sobre los misterios. Y salió de su casa para sembrar su semilla en medio de las turbas.
4-8. Valentín se vale de esta parábola para sentar su error sobre las tres naturalezas: espiritual, natural o animal y terrenal, siendo así que aquí se habla de cuatro: La una es el camino; la otra está cubierta de piedras; la tercera de espinas, y la cuarta es la tierra buena.
Reparad que ésta es la primera parábola y que ella está puesta con su explicación, y guardaos de dar a los discursos del Señor, explicados por El mismo, otra explicación, o añadir o quitar nada de lo que el Señor ha expuesto.
9. Hemos tratado de fijar nuestra atención siempre que hemos sido amonestados con las palabras siguientes: «”El que tenga oídos, que oiga.”»
10. «”Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?”» Debemos preguntar: ¿y cómo estando Jesús en la nave se le aproximaron? Se puede contestar, diciendo que estando ellos en la nave con el Señor, le hicieron allí la pregunta sobre la explicación de la parábola.
12. «Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» A los Apóstoles, que creyeron en Cristo, les fue dado lo que les faltaba en virtudes; y a los judíos, que no creyeron en el Hijo de Dios, se les ha quitado hasta los bienes naturales que poseían, y no pueden comprender nada con sabiduría, porque carecen del principio de la sabiduría.
15. Con el objeto de que no creyéramos que este peso del corazón y sordera de los oídos eran resultado de su naturaleza y no de su voluntad, expresa el Señor el pecado hijo de su libertad, diciendo: «… han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado.»
Si no hubiéramos leído más arriba que el Señor estimulaba a sus oyentes a que lo entendiesen con las palabras: “El que tenga orejas para oír, oiga” (Mt 13,9) pudiéramos creer que estos ojos y estas orejas que perciben la felicidad son los del cuerpo; pero me parece que los ojos bienaventurados son los que pueden conocer los misterios de Cristo; y dichosas las orejas aquellas de quienes dice Isaías: “El Señor me ha dado una oreja” (Is 50,5).
17. «Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.» Parece contradecir este pasaje a lo que se dice en otra parte: “Abraham deseó ver mi día, lo vió y se alegró” (Jn 8,56).
Mas no dijo: Todos los profetas y justos, sino muchos. Porque podía acontecer que entre muchos hubiera algunos que vieron y otros que no vieron. Sin embargo, no deja de ofrecer algún peligro esta interpretación, porque parece establecer entre los santos diferentes grados de mérito (es decir, en cuanto a la fe en Cristo). Abraham, pues, vio en figura, en enigma. Pero vosotros tenéis y poseéis a vuestro Señor entre las cosas presentes. Vosotros le preguntáis cuando queréis y coméis con El.
18-23. Observad las palabras: “Y ha sido continuamente escandalizado”. Hay gran diferencia entre aquel que es compelido a negar a Cristo por las tribulaciones y los castigos, y aquel que a la primera persecución se escandaliza y cae, que es de quien se habla aquí. Sigue: “La que fue sembrada entre espinas, etc.” Me parece que dicen estas palabras, tomadas literalmente, en relación a Adán: “Comerás el pan entre espinas y abrojos” (Gén 3,17-19) y en sentido místico, a todos aquellos que se entregaron a los placeres del siglo y a los cuidados de este mundo, los cuales comerán el pan del cielo y la comida de la verdad en medio de espinas.
Son admirables las palabras: «… la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto.», porque son halagüeñas las riquezas, y prometen cosas distintas de las que practican. Su posesión es pasajera, puesto que van de una a otra parte, abandonan una vez a los que las poseen, y se marchan otras con el que no las tenía. Por eso dice el Señor que es difícil a los ricos entrar en el reino de los cielos (Mt 19); porque las riquezas sofocan la palabra de Dios y disminuyen el vigor de la virtud.
Y es de notar, que así como en la tierra mala hubo tres clases (a saber, la que estaba junto al camino, la pedregosa y la llena de espinas), así también hay tres clases de tierra buena: la que produce ciento, la que produce sesenta y la que produce treinta. Y tanto en ésta como en aquélla, la sustancia es la misma y sólo varía la voluntad, y quien recibe la semilla, tanto en los incrédulos como en los que creen, es siempre el corazón; y por eso en la primera parte de esta parábola se dice: «… viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón»; y en la segunda y tercera: «… éste es el que oye la Palabra…». También en la cuestión de la tierra buena se dice lo mismo: «… éste es el que oye la Palabra…» De suerte que primeramente debemos oír, en seguida entender y después de entender, dar frutos de enseñanza y producir ese fruto, o como ciento, o como sesenta, o como treinta.
O también, la semilla que da ciento se aplica a las vírgenes, el sesenta a las viudas y a los que están en estado de continencia, y el treinta a los matrimonios castos. O de otro modo, el treinta se refiere a las bodas, porque la articulación de los dedos que los enlaza y estrecha, como con cierto ósculo tierno, nos representa la unión del hombre y de la mujer; el sesenta a las viudas, representadas por la presión del dedo pulgar, a causa de las angustias y tribulaciones en que fueron colocadas, pero que recibirán mayor premio por haber vencido los placeres, tanto más difíciles de combatir cuanto que ya tenían experiencia de ellos. Por último, el número ciento, que está expresado por la mano izquierda y por la derecha, y formando un círculo por los mismos dedos, pero de distinta mano, expresa la corona de la virginidad.
San Agustín, escritos varios
1. «Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar.» La palabra: “en aquel día” indica suficientemente que El salió inmediatamente después de lo que precede o poco tiempo después, a no ser que la palabra día se tome en el sentido que lo toma algunas veces la Escritura, es decir, como tiempo indefinido (de consensu evangelistarum, 2,41).
15. «Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane.» Cerraron sus ojos para no ver con ellos, esto es, ellos mismos dieron motivo para que Dios les cerrase los ojos; y otro evangelista dice: “Cegó sus ojos” (Jn 12,40); ¿pero acaso para que no volvieran a ver? ¿o acaso para que no vean de manera que les cause tedio su ceguera y puedan, condoliéndose humillados y conmovidos, confesar sus pecados y buscar a Dios con arrepentimiento? Porque así lo expresa San Marcos: “Por si se convierten y se les perdonan los pecados” (Mc 4,12); de donde resulta que merecieron por sus pecados el no entender, y aun en esto brilla la misericordia de Dios, porque de este modo podían conocer sus pecados, convertirse y merecer el perdón. San Juan refiere este pasaje en estos términos: “No podían ellos creer, porque Isaías dijo: Cegó los ojos de ellos, endureció su corazón, para que no vean con los ojos, ni comprendan con su corazón, no sea que se conviertan, y yo los sane” (Jn 12,39-40). Este texto parece oponerse a la interpretación anterior y nos obliga a entender las palabras: nequando videant oculis, no: ” Para que jamás vean con los ojos”, no en el sentido de que ellos puedan ver alguna vez con sus ojos, sino en el sentido de que jamás vean. San Juan efectivamente lo dice muy claro: “Para que no vean con los ojos”, y añade: “Y por esto no podían creer”. Se ve bien claro que no quedaron ciegos a fin de que en alguna ocasión se convirtiesen por la penitencia (cosa que no podían hacer sin preceder la fe; de suerte que con la fe debían ser convertidos, con la conversión sanados y con la salud podían comprender), sino que nos manifiesta el evangelista que quedaron ciegos para que no creyesen. Porque dice muy claramente: “Por esta razón no podían creer”. Y si esto es así, ¿quién no se levanta a defender a los judíos y dice en voz alta que ellos no son culpables si no creyeron? Si ellos no han creído es porque Dios les ha cerrado sus ojos; pero siendo imposible que Dios sea culpable, nos vemos precisados a confesar que merecieron por ciertos pecados anteriores quedar de tal manera ciegos, que quedaron incapaces de creer, porque las palabras de San Juan son éstas: “No podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos”. En vano intentamos entender que quedaron ciegos para que se convirtiesen, siendo así que sin la fe era imposible su conversión, y no podían tener fe porque estaban ciegos. No es un absurdo decir que hubo algunos judíos que podían ser sanados, pero, sin embargo, estaban en tan grande peligro por su desmedida soberbia, que no les convino creer primero. Y quedaron éstos [1] ciegos para que no comprendiesen las parábolas del Señor, y no comprendiéndolas no creyesen en El, y no creyendo en El le crucificasen en unión con los demás desesperados, para que así, después de la resurrección se convirtiesen y amasen más con la humillación y arrepentimiento de la muerte del Señor a Aquel que les había perdonado tan enorme crimen. Era tan grande su soberbia, que era preciso abatirla con esa humillación. Y si alguno cree que todo esto no está en su lugar, que reflexione sobre las palabras que se leen en los Hechos de los Apóstoles (Hch 12), conformes completamente con lo que dice San Juan: “Por eso no podían creer, porque les cegó sus ojos para que no vean”, palabras que nos dan a entender que quedaron ciegos a fin de que se convirtiesen. Esto es, quedaron ciegos para las verdades del Señor, ocultas en sus parábolas, a fin de que se arrepintiesen después de la resurrección mediante una penitencia más saludable. Porque cegados ellos por la oscuridad del discurso del Señor, no comprendieron sus palabras, y no entendiéndolas, no creyeron en El; no creyendo en El, lo crucificaron; pero después de la resurrección, asombrados de los milagros que se hacían en su nombre, se arrepintieron a la vista de su gran crimen, y abatidos hicieron penitencia. En seguida, después de aceptado el perdón, su conversión se apoyó en un amor intensísimo, pero a algunos de ellos aquella ceguera no sirvió para que se convirtiesen (quaestiones evangeliorum, 14).
Opinan algunos que es preciso entender este pasaje en el sentido de que los santos, según sus méritos, libran los unos cien almas, otros sesenta y otros treinta (añaden que esto se verificará en el día del juicio, mas no después del juicio.) Pero uno, al ver que muchas personas abusaban de esta opinión, y se prometían con toda malicia una completa impunidad, puesto que de esta manera todos podían creer que estaban libres, responde que se debe vivir bien para que cada uno se pueda encontrar entre aquellos por cuya intercesión se libran otros; no suceda que sean tan pocos que atendiendo cada uno al número que se le ha asignado, resulte que muchos queden sin ser librados de las penas por la intercesión de los santos. Por esta razón sería una gran temeridad sin fundamento el confiarse de esta manera a la intercesión de otro (de civitate Dei, 21,27).
O de otra manera, el número ciento es el fruto de los mártires, a causa de la santidad de su vida y el desprecio de su muerte; el sesenta, el de las vírgenes, por su tranquilidad interior, porque no combaten contra la costumbre de la carne; suele también concederse el descanso a los sexagenarios en la carrera militar y en otros empleos públicos; el número treinta es el de los casados, porque es la edad del combate, y ellos tienen que sostener rudos asaltos para no ser víctimas de sus pasiones. O de otra manera, tienen que luchar con el amor de los bienes temporales para no ser vencidos, y deben domarlo y sujetarlo a fin de reprimirlo con facilidad, o extinguirlo de tal manera que no pueda producir emoción alguna. De aquí proviene, el que unos afronten la muerte por la verdad con energía, otros con tranquilidad y otros con placer. A estos tres grados de virtud corresponden las tres clases de frutos que da la tierra: el treinta, el sesenta y el ciento. En alguno de estos tres grados debe encontrarse el hombre que piensa partir bien de esta vida (quaestiones evangeliorum, 1,10-11).
Notas
[1] Los que podían ser sanados.
Rábano
1. «Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar.» No sólo las palabras y las acciones del Señor, sino hasta los caminos y los lugares que recorrió, están llenos de enseñanzas divinas. Porque después del discurso que tuvo en la casa donde se pronunció la horrible blasfemia de que tenía el demonio, se salió de allí, y enseñó en las riberas del mar, para manifestar que abandonando la Judea a causa de su perfidia, pasaría a otras naciones para salvarlas, porque los corazones de los gentiles, por mucho tiempo soberbios e incrédulos, se parecen a las soberbias y amargas olas del mar. ¿Quién ignora que la casa del Señor era la Judea consagrada a El por la fe?
2b. «… hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera.» Al entrar en la nave y sentarse en el mar, significa que Cristo subiría por la fe hasta las almas de los gentiles y que colocaría la Iglesia en el mar, es decir, en medio de las naciones perseguidoras. La turba que se quedaba en la ribera, y no estaba ni en la nave ni en el mar, figura a los que reciben la palabra de Dios y por la fe están separados del mar, esto es, de los réprobos, pero que aún no están imbuidos en los misterios celestiales.
3b. «Una vez salió un sembrador a sembrar.» O también salió cuando, después de abandonar la Judea, pasó a otras naciones.
4-8. Debemos recorrer ligeramente el camino que el Señor dejó a nuestra inteligencia. El camino es el alma llena de celo, pisoteada y desecada por el miedo de los malos pensamientos; la piedra, la dureza del alma procaz; la tierra, la facilidad del alma obediente; y el sol, el ardor de la persecución que se ensaña; la profundidad de la tierra es la probidad del alma formada según las enseñanzas divinas. Ya hemos dicho que unas mismas cosas no siempre tienen un mismo sentido en las interpretaciones alegóricas.
Rábano
15. «Porque se ha embotado el corazón de este pueblo…»El corazón de los judíos ha sido engrosado por el peso de la malicia, y por la multitud de sus pecados comprendieron mal las palabras del Señor y las reciben con ingratitud.
También Isaías (Is 6) y Miqueas (Miq 7), y otros muchos profetas vieron la gloria del Señor y por eso fueron llamados los que ven (1Sam 9).
22. Con razón se llaman espinas, porque hieren el alma con las punzadas de sus pensamientos y oprimiéndola, no la dejan llevar los frutos espirituales de la virtud.
Remigio
9. «”El que tenga oídos, que oiga.”» Las orejas para oír son las orejas del alma, que deben servir para comprender y practicar los mandamientos de Dios.
10. «”Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?”» Dice el evangelista: “Y llegándose”, para manifestar que efectivamente le preguntaron y se pudieron acercar a El, aunque fuese corta la distancia que los separaba.
11. «El les respondió: “Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.”» A vosotros, digo, que me seguís y creéis en mí. Llama misterios del reino de los cielos a la doctrina del Evangelio, que no es dado conocer a aquellos, esto es, a los que están fuera, y no quieren creer en El, es decir, a los escribas, a los fariseos, y a todos los demás que continúan en la incredulidad. Acerquémonos, pues, al Señor con un corazón puro, en compañía de los discípulos, para que se digne interpretarnos la doctrina evangélica, según aquello: “Los que se acercan a los pies de El, reciben su doctrina” (Dt 33,3).
12. «Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» El que tiene deseo de leer, recibirá la facultad de entender, y al que no tiene deseo de leer, le serán quitados los dones que recibió de la naturaleza. O al que tiene caridad, se le darán las demás virtudes, y al que no la tiene, se le quitarán las otras virtudes, porque sin caridad no puede haber bien alguno.
13. «Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden.» Es de notar que no sólo eran parábolas sus palabras, sino hasta sus mismas acciones, es decir, que eran símbolos de cosas espirituales, lo que se ve claramente cuando dice: “A fin de que los que ven, no vean”; y las palabras no se ven, sino que se oyen.
15. «Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane.» También puede entenderse este pasaje de esta manera: sobreentiéndese en cada miembro la partícula no; esto es, a fin de que no vean con los ojos, y que no oigan con los oídos, y de que no entiendan con el corazón, y de que no se conviertan, y de que no los sane.
18-23. El Señor expone con estas palabras lo que es la semilla, es decir, la palabra del reino (esto es, de la doctrina del Evangelio). Porque hay algunos que no reciben la palabra de Dios con devoción, y por eso los demonios arrebatan la semilla de la palabra divina que ha caído en sus corazones como si fuera semilla sembrada en un camino traqueteado. Sigue: “La que ha sido sembrada sobre piedra”, es aquel que oye la palabra mas no tiene raíces, etc. Porque la semilla o la palabra de Dios que se siembra en la piedra, esto es, en el corazón duro e indómito, no puede llevar fruto; porque es grande su dureza y nulo el deseo por las cosas celestiales, y por esa demasiada dureza no tiene raíz en sí.
Y es de saber que en estas tres clases de tierra mala están comprendidos todos los que pueden oír la palabra de Dios, pero sin embargo no pueden alcanzar la salud. Exceptúanse los gentiles, que ni aun oír merecieron. Sigue: «Pero el que fue sembrado en tierra buena…». La tierra buena es la conciencia fiel de los elegidos, o el alma de los santos que reciben con gozo, con deseo y con devoción del corazón la palabra de Dios, y la conservan varonilmente en la prosperidad y en la adversidad, y producen frutos. Y por eso se dice: «… da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.».
El que da fruto como treinta, es el que enseña la fe en la Santísima Trinidad; como sesenta, el que recomienda la perfección de las buenas obras, porque el número seis es el tiempo que Dios empleó en hacer el mundo (Gén 2); como ciento, el que promete la vida eterna; porque el número ciento pasa de la izquierda a la derecha, entendiéndose por izquierda la vida presente, y por derecha la futura. En otro sentido: la semilla de la Palabra de Dios da fruto como treinta, cuando produce el buen pensamiento, como sesenta, cuando engendra la buena palabra, y como ciento, cuando conduce a la buena obra.
San Hilario, in Matthaeum, 13
3a. «Y les habló muchas cosas en parábolas…» Se ve por el contexto que el Señor se sentó en una nave y que las turbas se quedaron en la ribera. Les habló con parábolas para darnos a entender que los que están fuera de la Iglesia no pueden comprender las conversaciones divinas. La nave representa la Iglesia, dentro de la cual es depositada y predicada la palabra de vida, palabra que no pueden comprender quienes están fuera de la Iglesia, como si fueran arena estéril.
12. «Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará.» Los judíos, que no tienen fe, perdieron hasta la ley que habían tenido. Y por eso la fe en el Evangelio tiene la plenitud de los dones, porque una vez recibida nos enriquece con nuevos frutos, mientras que si se rechaza nos quita los dones que hemos recibido en el primer estado de naturaleza.
16-17. «¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» Habla aquí de la dicha del tiempo de los Apóstoles, cuyos ojos y oídos tuvieron la felicidad de ver y comprender la salud de Dios, cosa que los profetas y los justos desearon ver y comprender, y que estaba reservada para la plenitud de los tiempos. Por eso sigue: «Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.»
Glosa
18-23. De aquí es que cuando exponiendo la parábola añade: “Todo el que oye la palabra del reino, y no la entiende”; debe construirse de esta manera: Todo el que oye la palabra (esto es, mi predicación, que le hace apto para alcanzar el reino de los cielos) y no la entiende (y añade por qué no la entiende: “Porque viene el malo, esto es, el diablo, y arrebata lo que se sembró en el corazón de aquel”), éste tal es aquél que fue sembrado cerca del camino. Es de notar que la palabra sembrar se toma en distintos sentidos. Así se dice que una semilla está sembrada y que un campo está sembrado. Estas dos maneras de tomar dicha palabra, las vemos empleadas en este pasaje. Pero cuando dice: “Arrebata lo que ha sido sembrado”, aquí se entiende: arrebata la semilla. Pero cuando dice: “Cayó cerca del camino”, no debe entenderse de la semilla, sino del lugar en que cayó la semilla; esto es, en el hombre, que es como el campo sembrado con la semilla de la palabra de Dios.
Uso litúrgico de este texto (Homilías)
- Domingo XV Tiempo Ordinario (A)
- Miércoles XVI Tiempo Ordinario (Mt 13, 1-9)
- Jueves XVI Tiempo Ordinario (Mt 13, 10-17)
- Viernes XVI Tiempo Ordinario (Mt 13, 18-23)