¡Muéstrame tu rostro!
por Christopher Shaw
La santidad, que es el resultado de una actitud de sinceridad y pureza, se impone sobre el lugar donde yace la maldad en nosotros.
Versículo: Mateo 5:1-12
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5:1 Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, 5:2 y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:5:3 «*Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece.5:4 Dichosos los que lloran, porque serán consolados.5:5 Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia.5:6 Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.5:7 Dichosos los compasivos, porque serán tratados con compasión.5:8 Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.5:9 Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.5:10 Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque el reino de los cielos les pertenece.5:11 »Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. 5:12 Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo. Así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes.
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Hemos estado considerando la progresiva restauración del ser humano cuando Dios irrumpe en su vida. En el texto de hoy, Jesús declara: «Bienaventurados los de limpio corazón pues ellos verán a Dios.» Una vez más, vemos cuán alejado está todo esto de la vida religiosa, cuyo acento siempre recae sobre los ritos y comportamientos externos del ser humano. Con una vida disciplinada podemos impresionar a los de nuestro alrededor y dar la imagen de ser personas sumamente piadosas, pero a Dios no lo podemos conmover. El no mira la parte externa, visible del ser humano, sino que pesa los corazones. Aquello que está escondido a los ojos de la mayoría es lo que mayor valor tiene en el reino. Erróneamente creemos que nuestro mucho clamor es lo que producirá la manifestación de Dios en nuestro medio. La limpieza de corazón se refiere a las motivaciones y los pensamientos que controlan gran parte de nuestro comportamiento. Es allí donde se debe cultivar la verdadera santidad. En esta ocasión Cristo iba a sorprender a las multitudes llevándolas a un plano que ningún otro maestro había logrado. Donde existía preocupación con el acto del adulterio, Jesús señaló que el origen del mal estaba en una mirada llena de deseos (Mt 5.29). Donde lo condenable parece ser el violento acto de homicidio, Jesús identificó el «inocente» pensamiento que dio origen a ese crimen (Mt 5.22). La implicación era clara: los actos externos no pueden ser divorciados de los pensamientos secretos del hombre interior. La santidad, que es el resultado de una actitud de sinceridad y pureza, se impone sobre el lugar donde yace la maldad en nosotros. La recompensa enunciada por Jesús hace eco de las palabras del salmista: «¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño» (24.4-5). Del mismo modo, el autor de Hebreos exhorta: Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (12.14). Una vida de pureza interior permite ver cosas que los impíos no pueden ver, pues el Señor es Santo y nadie que vive en un estado de impureza podrá contemplarlo a él. Las palabras de Cristo nos llaman a una seria reflexión en cuanto a nuestra actitud hacia el pecado. La iglesia está poseída de una indiferencia con respecto a este tema que solamente podemos calificar de alarmante. Erróneamente creemos que nuestro mucho clamor es lo que producirá la manifestación de Dios en nuestro medio. Necesitamos volver a escuchar las palabras del profeta Isaías: «He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios y vuestros pecados han hecho que oculte de vosotros su rostro para no oíros.» (59.2-3). Lo invito a un momento de silencio. Déle permiso a Dios para que, por medio de este texto, hable a su corazón. «¡Límpianos, Señor! Examina nuestros pensamientos y purifica nuestros corazones. ¡Líbranos de los pecados que nos son ocultos! Así se haga.»
Producido y editado por Desarrollo Cristiano para www.DesarrolloCristiano.com. © Copyright 2010, todos los derechos reservados.