Nacidos de la angustia
por David Wilkerson
Un ministerio de impacto es fruto del quebrantamiento de aquel que lo desarrolla.
En una prédica en la Iglesia de Times Square, en Manhattan, Nueva York, el pastor Wilkerson habló sobre el llamado de Nehemías. Apuntes Pastorales reproduce aquí un segmento de ese mensaje:
Miro el panorama religioso de nuestros tiempos y todo lo que veo son las invenciones y los ministerios de hombres, de la carne. No ejercen ningún impacto sobre el mundo. Observo que es mayor el impacto del mundo que ha penetrado a la iglesia, que lo que la iglesia ha penetrado al mundo para impactarlo. La música del mundo ha invadido la casa de Dios. La mentalidad de entretenimiento ha invadido la casa de Dios. Estamos obsesionados con entretener a las personas en la casa de Dios. Se ha instalado un profundo rechazo hacia la corrección y la reprensión. No existe interés en escuchar la Palabra que corrige.
¿Qué ha pasado con la angustia en la casa de Dios? ¿A dónde se ha ido la angustia en el ministerio? Esta es una palabra que ya no se escucha en esta generación consentida.
La angustia se refiere a un estado extremo de dolor y aflicción. Las emociones han sido afectadas de tal manera por la realidad de nuestra vida o de la vida de otros que produce en nuestro interior un enorme quebranto. Angustia, aflicción, profundo dolor que refleja la agonía del corazón de Dios. Seguimos aferrados a nuestra retórica religiosa, a nuestras pláticas sobre el avivamiento, pero nos hemos vuelto pasivos.
Toda genuina pasión nace de la angustia. Toda verdadera pasión por Cristo se origina en un bautismo de angustia.
Si escudriñamos las Escrituras descubriremos que cada vez que Dios se propuso restaurar una situación de ruina compartió con alguien su propia angustia. Esta angustia nacía por lo que él observaba en su pueblo, en su Iglesia. Procuraba, entonces, un hombre que oraba y lo tomaba para, literalmente, bautizarlo en angustia.
Lo observamos en la vida de Nehemías. Jerusalén se encontraba en ruinas. ¿Qué haría Dios al respecto? ¿Cómo restauraría estas ruinas? Nehemías no era un predicador. Era un hombre de oficio, pero era también un hombre de oración. Dios encontró en él un hombre que no se entregaría a una momentánea emoción, ni se entusiasmaría por unos días con un proyecto, para luego dejar que muriera.
Más bien las Escrituras nos presentan así a Nehemías: «Cuando oí estas palabras, me senté y lloré; hice duelo algunos días, y estuve ayunando y orando delante del Dios del cielo» (Neh 1.4). ¿Por qué los hombres que trajeron el reporte no respondieron igual? ¿Por qué no los usó Dios a ellos en la tarea de restaurar? ¿Por qué no traían ellos una palabra para corregir esta situación? Porque en ellos no había nacido la angustia. No habían llorado. No eran hombres de oración.
¿Le importa a usted que hoy la Jerusalén espiritual de Dios, la Iglesia, se haya casado con el mundo? ¿Lo aflige que un manto de frialdad haya cubierto la tierra? Y más allá de esa situación, ¿lo desespera el estado de «la Jerusalén» de su propio corazón? ¿Le pesa que la ruina lentamente le robe el poder y la pasión para la vida? ¿Se ha vuelto usted ciego a la tibieza, a las impurezas que lentamente se van infiltrando en su vida?
Eso es precisamente lo que el diablo busca. Quiere que usted deje de pelear, porque lo quiere destruir. Desea que usted deje de luchar en oración, que no llore más en la presencia del Señor. En lugar de esto, anhela que a usted se le vaya la vida mirando televisión, mientras su familia se va al infierno.
¿Traen convicción a su corazón estas palabras? Existe una gran diferencia entra la angustia y la inquietud. Una inquietud se refiere a algo que le comienza a interesar. Puede que usted sienta una inquietud por un proyecto, una causa o una necesidad. Sin embargo, lo que he observado a lo largo de cincuenta años de ministerio es que, si un proyecto no nace de la angustia, no nace del Espíritu Santo, entonces… no prosperará.
Se requiere que lo que usted vea y escuche acerca de la ruina lo lleve a caer sobre sus rodillas, que lo introduzca en un bautismo de angustia que lo mueva a clamar y a golpear las puertas del cielo. Estoy convencido, hoy, de que si no conocemos la angustia, si no agonizamos por algo, nuestros ministerios y proyectos no perdurarán en el tiempo. ¿Dónde están los maestros de escuela dominical que lloran por los niños que no escuchan la Palabra, que acabarán en el infierno?
La verdadera vida de oración comienza ahí, donde crece la angustia. Si dispone su corazón a orar, Dios lo visitará y comenzará a compartir su corazón con usted. Su corazón comenzará a clamar: «Oh Dios, tu nombre es blasfemado, tu Espíritu es ridiculizado. El enemigo intenta destruir el testimonio de tu fidelidad. Oh Dios, ¡algo tenemos que hacer para corregir esta situación!»
No habrá renovación, no habrá avivamiento, no habrá visitación hasta que estemos dispuestos a que él nos quebrante una vez más. Amados, la hora es avanzada, la situación es seria. Por favor, no me diga que a usted lo preocupa cuando pasa horas navegando en la Internet o mirando televisión. Es hora de que nos acerquemos al altar de Dios y confesemos: «Señor, no soy lo que alguna vez fui. No estoy donde debo estar. Dios, no poseo tu corazón ni llevo tus cargas. Quería una vida fácil. Solamente aspiraba a ser feliz. Pero, Señor, el verdadero gozo procede de la angustia».
No existe nada en la carne que le pueda dar verdadero gozo. No me importa cuánto dinero posea, o cuán grande sea la casa en que habite. No existe nada en el mundo físico que consiga darle a usted gozo. El gozo lo recibe del Espíritu cuando usted obedece al Señor y se apropia del corazón de Dios.
Es tiempo de construir los muros alrededor de su familia. Construya los muros alrededor de su corazón. Haga de ellos una fortaleza impugnable contra el enemigo. Clame a Dios para que él le conceda ser una persona conforme a su corazón.