Biblia

No dejes de leer la Biblia

No dejes de leer la Biblia

por Hermano Pablo

Un día recibí una carta de una colega mía del instituto bíblico donde los dos habíamos asistido. Su carta decía: «Pablo, te escribo porque he tenido un sueño acerca de ti que me ha dejado desconcertada. Te vi como un mendigo vestido en harapos. No sé lo que quiere decir, pero el sueño me dejó hasta débil. Quiero que sepas que estoy orando por ti y que Dios te tiene en su mente y en su corazón. No te desanimes.»

CARTAS A TIMOTEONúmero 1

«Cartas a Timoteo» es el cumplimiento de un deseo que por mucho tiempo he tenido de compartir, especialmente con ministros jóvenes, algunas lecciones que a través de mi vida he aprendido. No quiero dar a entender, con el uso del nombre Timoteo, que yo pretendo creer poder emular al gran apóstol Pablo. Timoteo, en el caso mío, representa al joven ministro del día de hoy que desea de todo corazón servir al Señor con toda su fuerza, toda su mente y toda su alma. Espero que algunas de estas lecciones y algunas de las experiencias que he vivido puedan servir de dirección e inspiración en la vida de mis consiervos jóvenes en el ministerio.

Mi querido Timoteo:

Esta es la primera de una serie de cartas que deseo compartir contigo. Espero que podamos establecer una amistad cercana. Como consiervos, nos necesitamos los unos a los otros. Gracias por hacerme partícipe de tu confianza.

Quiero hoy hacer referencia a dos cosas que he sabido de ti. La primera, es darle gracias a nuestro Dios por tu dedicación al ministerio. Se me ha dicho de tu entrega total al trabajo del Señor. Si algo es de elogiarse, es la perseverancia en el llamado de Dios. Tú has perseverado como fiel siervo de Dios ministrando a cuantos han tenido necesidad de ti. No te has cansado del buen hacer. Prueba de eso son los muchos que dan buen testimonio de ti. Te alabo por esto.

Sin embargo, sí hay algo que me concierne. Permíteme expresártelo con algo que a mí me sucedió como por el año 1962, unos veinte años después de que comencé a predicar.

Una noche acababa de traer la Palabra a una de las iglesias en San Salvador, donde vivía; el mensaje había sido aceptado; iclusive, algunas almas habían venido al Señor, cuando al sentarme algo dentro de mí me dejó pasmado. Era como si me escuchara a mí mismo decir:

«Pablo, tú no crees lo que has predicado.»

El pensamiento me embargó a tal grado que me quedé confundido y asustado.

Regresé a la casa y no le dije nada a mi esposa, pero seguí escuchando con mucho temor y aprensión esa reprobacion: «Pablo, tú no crees lo que has predicado».

Pasé esa noche casi sin poder dormir. Mi mente estaba dando mil vueltas, tratando de descifrar el significado de ese mensaje. Dos cosas eran ciertas. Una, yo estaba leyendo libros que tenían que ver con el mejoramiento personal: cómo tener más confianza en mí mismo, y cómo ser un mejor comunicador. Yo ya estaba involucrado en radio y deseaba usar ese medio de la mejor manera posible. Eso en sí no representaba nada malo, pero había otra cosa.

Yo no estaba leyendo la Biblia como debía. Podían pasar días y, excepto para predicar algún mensaje, casi no la abría. Yo decía que era por estar muy ocupado en las cosas del Señor. Viajaba continuamente visitando iglesias por toda la república de E1 Salvador. Predicaba varias veces por semana. Además, daba clases en un instituto bíblico y, por supuesto, siempre tenía que estar escribiendo y grabando los programas diarios de radio.

¿Qué iba sucediendo? Poco a poco yo estaba perdiendo conciencia de Dios en mi vida y me estaba enfriando espiritualmente. Por alguna razón totalmente errónea e ilógica yo no relacionaba la lectura diaria de la Palabra con mi relación con Dios. Esto, por supuesto, era un craso error.

Fue así como, casi sin darme cuenta, fui perdiendo la fe. Gradualmente comencé a dudar de los milagros de la Biblia. ¿Cómo pudieron las aguas del Mar Rojo retroceder, apartándose de un lado y de otro para dejar paso en seco al numeroso pueblo de Israel? ¿Cómo pudo Gedeón, con trescientos hombres, ganar la batalla contra los madianitas, que eran cientos de miles? La Palabra de Dios está llena de incidentes milagrosos que van más allá de toda lógica humana. ¿Cómo pudieron suceder estas cosas?

Estas fueron las cavilaciones que embargaron mi mente, y por ser situaciones más allá de la comprensión humana, yo las estaba dudando. Sencillamente, yo estaba perdiendo 1a fe. Fue así como después de ese mensaje en esa iglesia de San Salvador mi mente me dijo: «Pablo, tú no crees lo que has predicado». Linda, mi esposa, sabía que algo me estaba sucediendo, pero yo nunca le revelé a ella el fondo de mi angustia.

Un día recibí una carta de una colega mía del instituto bíblico donde los dos habíamos asistido. Su carta decía: «Pablo, te escribo porque he tenido un sueño acerca de ti que me ha dejado desconcertada. Te vi como un mendigo vestido en harapos. No sé lo que quiere decir, pero el sueño me dejó hasta débil. Quiero que sepas que estoy orando por ti y que Dios te tiene en su mente y en su corazón. No te desanimes.»

Al leer la carta yo lloré. Linda se unió a mí pidiendo la ayuda de Dios.

En esos dias algo vino a mi mente que yo, después, pude comprender que era de Dios. Fui mentalmente trasladado a una selva remota donde los habitantes no sabían nada de civilización. No sabían leer ni escribir. Ni siquiera sabían que debían vestirse. Eran totalmente salvajes, sin nunca haber tenido contacto alguno con ninguna civilización.

Lo que vi en ese lugar me dejó asombrado. Vi a personas totalmente rústicas que, aunque nunca habían oído de escuelas, ni de libros, ni de iglesias, ni de Dios, tenían ídolos. Estos eran ídolos que ellos mismos habían creado y labrado, a quienes llevaban fruta y candelas, y ante los cuales se arrodillaban y rezaban. Nadie les había enseñado nada de eso, pero tenían fe. Una fe, por cierto, distorsionada, pero fe como quiera que sea.

Muy rápidamente caí en la cuenta. Dios me estaba diciendo que el ser humano, así como llega al mundo, antes de que nadie le enseñe nada tiene, de por sí, fe. O sea, tener fe es el estado natural del ser humano. La fe en Dios no es algo que se aprende. Más bien se aprende a no tener fe. La fe en Dios, aunque muchas veces muy distorsionada, es parte natural del ser humano.

Fue así como me di cuenta de que por haberme alejado del estudio diario de la Palabra de Dios me había enfriado a tal grado, que comenzaba a dudar de los milagros del sagrado libro.

Es imposible, mi querido Timoteo, sobreenfatizar la importancia, más aún, lo indispensable de leer diariamente la Biblia. Quiero dejar contigo dos prácticas en cuanto a la lectura de la misma. No me refiero al estudio que el ministro tiene que hacer para preparar sus mensajes. Me refiero a la lectura devocional diaria. Yo he aprendido a leer la Biblia diariamente de la manera siguiente: cada día de la semana, de lunes a sábado, leo porciones consecutivas de la Biblia entre los libros que a continuación escribo. No es cuestión de leerla toda dentro de cierto tiempo, digamos un año, o de leer tantos capítulos por día. Lo importante es leer algo de la Palabra de Dios todos los días y, a través de la semana, haber leído porciones de seis diferentes lugares de la Biblia. Algunos días puede ser que uno lea diez o quince capítulos. Otros, quizá, sólo uno o aun menos de uno. Si por alguna razón uno no pudo hacer su lectura en tal o cual día, la semana siguiente uno lo recoge nuevamente. Yo no fui quien ideó este plan, pero lo he venido practicando por muchos años. Helo aquí.


  • Lunes: leer porciones consecutivas entre Génesis y Deuteronomio.
  • Martes: leer porciones consecutivas entre Josué y 2º de Crónicas.
  • Miércoles: leer porciones consecutivas entre Esdras y Cantares.
  • Jueves: leer porciones consecutivas entre Isaías y Malaquías.
  • Viernes: leer porciones consecutivas entre Mateo y Hechos.
  • Sábado: leer porciones consecutivas entre Romanos y Apocalipsis.

Al terminar la sección correspondiente a cualquiera de los días, se regresa nuevamente al principio.

La otra práctica es la de leer un capítulo de Proverbios por día. Hay 31 capítulos y, generalizando, hay 3l días en el mes. Mi esposa y yo, juntos, hacemos esto todos los días. Si desde hoy en adelante, Timoteo, lees la Palabra de Dios todos los días, y lo haces en actitud de oración, pidiendo del Señor luz, sabiduría e inspiración, estarás continuamente consciente de la presencia de Dios en tu vida. Además, nunca te faltará material para tus sermones.

Mi oración es que siempre estés cerca de Dios. Así de cerca estará Dios de ti. Serás como árbol plantado junto a arroyos de agua que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae.

Copyright Hermano Pablo. Usado con permiso.