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¡No más al horror!

¡No más al horror!

por David Hormachea

La violencia intrafamiliar no respeta religión, clase social, nivel educacional, raza o cultura, y es utilizada por algunos miembros y líderes de la iglesia; si no la combatimos, seguirá destruyendo. Después de estudiar el tema y escuchar suficientes testimonios el autor ha sentido empatía con quienes sufren, y dispuesto aceptar su responsabilidad en la denuncia, cura y prevención de este terrible crimen, presenta diversas sugerencias para la víctima, el victimario y la iglesia.

Una propuesta pastoral a la violencia dentro del hogar cristiano

De acuerdo con las estadísticas, las empresas comerciales de los Estados Unidos pierden cada año de tres a cinco billones de dólares debido a las ausencias al trabajo relacionadas con la violencia familiar. Entre tres y cuatro millones de mujeres son golpeadas cada año en sus hogares. Las heridas que requieren atención médica por violencia doméstica son más numerosas que la suma de las producidas por violaciones, accidentes automovilísticos y robos con violencia. Treinta por ciento de las mujeres asesinadas en los Estados Unidos mueren a manos el esposo, el ex-esposo o el conviviente. La situación es igual o peor en América Latina.


Si esos datos son impresionantes, más doloroso ha sido descubrir que la violencia doméstica no respeta los hogares cristianos, de acuerdo a las evaluaciones que realizo en mis seminarios para matrimonios.


En el pasado, debido a la hermosa relación familiar con mi familia y lo saludable de mi vida conyugal me era imposible comprender la violencia doméstica. Nunca en mi vida cristiana —y nací en un hogar cristiano—, había escuchado un sermón con respecto a la violencia en la familia e ignoraba la terrible realidad. Pero después de estudiar el tema y escuchar suficientes testimonios no sólo me he indignado, sino que siento empatía con quienes sufren y he determinado aceptar mi responsabilidad en la denuncia, cura y prevención de este terrible crimen.


La violencia intrafamiliar no respeta religión, clase social, nivel educacional, raza o cultura, y es utilizada por algunos miembros y líderes de la iglesia; si no la combatimos, seguirá destruyendo.


Erika, esposa de pastor, es intimidada por alguien llamado a ser un siervo, esposo y padre. Nunca ha sido golpeada por el ministro; sin embargo, constantemente es manipulada, ignorada, y amenazada. Está sumida en el silencio. Logró compartirme su necesidad y hemos avanzado en el proceso necesario para la liberación del terrible temor que le ha consumido. Sus hijos han sido maltratados y castigados violentamente por quien constantemente proclama su mensaje de «amor». Durante muchos años ella ha sido obligada a callar y el temor la ha tenido paralizada.


Ximena vive a miles de kilómetros de Erika, pero tiene algo en común con muchas mujeres. Su esposo no reconoce su dignidad. Ximena es obligada a tener relaciones sexuales aunque no sienta deseo y en formas que ella rechaza. Hace ocho días atrás se resistió porque estaba enferma. Fue tan vilmente humillada que por primera vez en quince años huyó de su hogar. Me escribió desde la casa de su prima, donde encontró un pequeño refugio.


Debo confesarles algo. Me entristece y me indigna saber que quien juró delante de Dios amar y proteger, haya incluido la violencia en su concepto de liderazgo. Sin embargo, debo ser sincero y reconocer que todo hombre es un abusador potencial. Cuando recuerdo los errores que cometí en el pasado en mi relación matrimonial, tengo que admitir que todo hombre es capaz de actuar equivocadamente.


Cuando nos casamos mi esposa tenía diecisiete años y yo veintiuno. Por supuesto, estaba muy lejos de ser maduro. En medio de una discusión de recién casados, levanté la mano para intimidarla. Provengo de un hogar donde no existió la violencia. Mis padres fueron amorosos y respetuosos; sin embargo, me salió lo macho. En ese tiempo ambos usábamos suecos (zapatos de madera sin cordones). Nancy, mi esposa adolescente, se sacó el sueco y me dio zapatazos por todos lados. Nunca más me quedaron ganas de levantar la mano. Ella no tenía otra herramienta para darme el mensaje de que no aceptaría mi manipulación, mucho menos la violencia, pero la herramienta que tenía a su alcance le funcionó. Sin saberlo, ella estaba estableciendo los límites y comunicándome que nunca aceptaría ambos elementos como herramientas de confrontación en los conflictos.


Aun sin tener un trasfondo de violencia, todos somos abusadores potenciales, simplemente porque tenemos una naturaleza pecaminosa. Basta reaccionar sin sabiduría y permitir que la ira nos domine para cometer los actos mas erróneos. Todos en algún momento podemos reaccionar inapropiadamente, pero el rechazo enérgico a los intentos de intimidación puede frenarnos así como la aceptación del comportamiento erróneo puede perpetuar el abuso.


Por supuesto que la Biblia condena la amenaza y la violencia para intimidar o controlar el pensamiento de un miembro de la familia. Esos son actos repudiados severamente por Dios. Él desecha el abuso físico, que incluye cualquier asalto violento que cause daño corporal.


El abuso emocional forma parte también de todo abuso físico, como por ejemplo el ridiculizar e intimidar, las amenazas de violencia, los gritos e insultos, la desatención y cosas semejantes.


El abuso del cónyuge no es sólo terrible por ser una violación de los derechos de la persona, la seguridad y la dignidad que ella tiene, sino que es un foco de contaminación de la mente de los niños, que son influidos por un comportamiento erróneo, y esas fallas se convierten en pecados generacionales (Ex. 34:7; Lv. 26:39). El hecho de que los niños sean testigos es muy dañino, porque los patrones de conducta violenta son transmitidos y los hijos de cónyuges que abusan a menudo se convierten en abusadores. Lo lamentable es que no sólo se perpetúa la violencia en la familia, sino por ende en las calles y la sociedad.


El comportamiento violento no sólo daña a la esposa; también aterra a los niños, que generalmente son objeto de violencia directa o indirecta cuando intentan proteger a su madre.


Dios ama las relaciones saludables y odia la violencia. Nunca en la historia de la humanidad, sino hasta la llegada de Jesucristo a este mundo, se reconoció la dignidad de la mujer. Debido a que no existe otra religión que reconozca el valor y la igualdad de la mujer y el hombre, nosotros, los líderes cristianos, y por ende nuestras congregaciones, no sólo deberían ser el refugio de los niños, hombres y mujeres maltratados, sino también la más grande fuente de instrucción sabia para evitar la violencia intrafamiliar.


En muchas ocasiones hombres y mujeres me han preguntado cómo es posible que una mujer no sea capaz de escapar de la relación violenta. He tratado con cientos de ellas y muchas actúan así por tener un pasado traumático que les inclina a relacionarse con personas violentas. Todas tienen un nivel muy bajo de estimación propia debido a la manipulación y maltrato recibido. Pero la gran mayoría ha aceptado la violencia en sus hogares por la influencia de la mentalidad machista en nuestra sociedad y debido a las enseñanzas erróneas recibidas en la religión que profesan.


Estas mujeres han admitido su profundo amor por Dios. No he notado ninguna intención feminista y la mayoría son amantes de su fe, sumisas a sus esposos y fieles al Señor. Todas buscaron la ayuda de sus ministros. Estas son algunas de las respuestas: Ivonne es una mujer profesional, miembro de una iglesia legalista. En los 20 años de matrimonio su marido no ha tenido un trabajo estable, es alcohólico y la golpea con regularidad. Ella recibió el siguiente consejo: «El mandato de Dios para la mujer es que sea sumisa a su marido: no se describe al marido, sólo se indica que el amor y buena conducta de la esposa pueden cambiarlo». Celia me escribe: «Mi pastor ha venido a mi casa y hemos reprendido los espíritus demoníacos en la ropa de mi marido cuando él no está en casa y su consejo ha sido: Siga orando, demuestre amor y trate de ser la mejor esposa del mundo. La hermana Zoila oró por 12 años y el Señor le contestó». La suegra de Estela le aconsejó lo siguiente: «Sea más atenta con él, cocínele sus comidas favoritas, mi hijo está haciendo lo que mi esposo hizo por varios años, pero finalmente yo me lo gané». La respuesta más grabada en la mente de estas mujeres es: «Ore a Dios, Él lo cambiará; no existe nada imposible para Dios. Si es obediente, Dios la bendecirá». Estos consejos permiten la violencia.


La raíz de la violencia es la maldad del hombre. Su demostración externa, sea por medio del abuso físico, verbal o emocional, es sólo la evidencia de lo que existe en lo más profundo del corazón. Jesús dijo que el problema no era externo, sino interno (Mt. 15:18, 19; 12:35). Quien practica la violencia está sirviendo al padre de maldad y destrucción (Jn. 10:10). Como Satanás, el abusador utiliza la violencia y la destrucción como una fuerza legítima para establecer su poder y dominar. El abusador confundió la autoridad con el autoritarismo, y la mujer abusada la sumisión con la subyugación.


Cuando esa raíz de maldad se junta con un carácter fuerte y dominante, y el individuo creció en un medio ambiente donde fue testigo de la violencia, existe el triángulo perfecto para la formación de un abusador.


La inhabilidad de manejar la ira, la dependencia emocional de su cónyuge, la baja autoestima, la actitud rígida influida por creencias religiosas extremas, las expectativas exageradas, la dependencia económica, el temor y otros ingredientes convierten la relación matrimonial en destructiva y violenta.


Las Escrituras describen al abusador como arrogante, y a la violencia como una característica del impío. El salmista dice que «la soberbia los corona; se cubren de vestido de violencia… se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; hablan con altanería…» (Sal. 73:6-8).


Pablo nos exhorta a tener un trato respetuoso, reconociendo que delante de Dios hombre y mujer son iguales (Gá. 3:28). Nos ordena que no permitamos que la ira se transforme en destructiva, que ninguna palabra hiriente o sucia, ni mucho menos la amargura, la gritería, la maledicencia y toda malicia sean parte de la relación conyugal (Ef. 4:26-31). Además, nos dice que debemos tener sumisión mutua, amar a nuestras esposas como Cristo nos ama a nosotros, no aborrecerlas sino amarlas como nos amamos a nosotros mismos, y nunca ser ásperos con ellas (Ef. 5:21, 25, 28; Col. 3:19). Pedro nos exhorta a honrar a nuestras esposas, a no devolver mal por mal ni maldición por maldición, y a vivir con ellas sabiamente para que nuestras oraciones no sean estorbadas (1 P. 3:7-12).


Al escribir este artículo me he puesto como meta que terminen las noches de terror para muchas mujeres, niños y algunos hombres cristianos. Estoy convencido de que la gran mayoría de los casos de abuso entre cónyuges ocurre porque la víctima lo permite. Poco a poco, manipulación tras manipulación, grito tras grito, empujón tras empujón, bofetada tras bofetada, golpe tras golpe, y todo eso mezclado con la ignorancia de sus derechos, la falta de límites, el temor, la falta de protección y las enseñanzas erróneas perpetúan la violencia. Por lo tanto, si los líderes no sólo apoyamos en oración sino que instruimos a nuestras congregaciones en que la violencia es un pecado que no debe ser permitido, si les enseñamos a establecer límites saludables en las relaciones conyugales y a enfrentar los conflictos con sabiduría, si le brindamos protección espiritual, emocional y legal a la parte inocente cuando el cónyuge no cambia su conducta, no significa que terminaremos con la violencia, pero tampoco permitiremos que el abusador siga teniendo la oportunidad de maltratar impunemente. Puede que él nunca deje de ser violento; sin embargo, evitaremos que su cónyuge sea el blanco de sus agresiones.


A continuación se presentan diversas sugerencias para la víctima, el victimario y la iglesia.



SUGERENCIAS PARA LA VÍCTIMA


Un acróstico con mi nombre (DAVID) le ayudará a recordar los pasos que debe dar para salir del abuso, el maltrato o la violencia intrafamiliar:


1. Decídase a confrontar el problema.


«Quien nada hace, nada soluciona».


Note que no dije que quien nada hace, nada consigue. Haciendo nada, conseguirá que su situación empeore, pero nunca encontrará la solución.


Recuerde estos pasos:


  • Admita que la violencia es un pecado que traerá terribles consecuencias, y que usted es responsable de confrontarla. Deje de esperar que el victimario cambie.
  • Determine iniciar acciones concretas. Si usted no decide ni actúa, permite que el otro decida y actúe por usted.

2. Admita su imposibilidad de cambiar al victimario.


«Nadie puede cambiar a otro familiar. El cambio sólo puede ser personal».


Los lloros, ruegos, gritos, amenazas y todas sus restantes herramientas la han llevado a la situación angustiosa en que se encuentra actualmente.


3. Visite a un consejero competente.


«Cuando nos sentimos impotentes frente a los problemas debemos buscar ayuda competente».


Es obvio que si hasta el momento no ha podido salir de la violencia, el abuso o el maltrato, usted no está en capacidad de hacerlo. Busque la ayuda de un pastor especializado en asesoramiento familiar, un psicólogo o un consejero cristiano.


4. Infórmese de la ayuda disponible.


«Cuando la ayuda está disponible y no la utilizamos, nosotros somos los responsables».


En su ciudad existen diversos medios de ayuda. Investigue si dispone de ellos en este orden: pastor, consejero profesional o psicólogo cristiano; visitadora social; casa de ayuda para víctimas de violencia intrafamiliar; departamento de ayuda a la mujer del gobierno o de la policía.


5. Determine la estrategia a seguir para la confrontación del problema.


«Ninguna meta difícil e inteligente se logra sin planes llevados a cabo sabiamente».


Estas son algunas sugerencias:


  • Asegúrese con su consejero de que está preparada física, emocional y espiritualmente para la confrontación.
  • Haga una lista de las personas o instituciones que la ayudarán en caso de crisis el día de la confrontación o en el próximo ataque. Por ejemplo: familiares que la aman, un amigo maduro y sabio, un consejero profesional, una visitadora social, la policía, un grupo de apoyo en la iglesia, una casa de ayuda a víctimas de violencia, etcétera.
  • Estudie bien lo que le va a decir al victimario y los límites que establecerá.
  • Determine el día, lugar y hora apropiados para la confrontación.
  • Actúe con fe, conocimiento, una buena actitud, con amor que disciplina y con la firmeza y determinación necesarias.


SUGERENCIAS PARA EL VICTIMARIO


Un acróstico con la palabra AMOR le brinda una guía para enfrentar su problema.


1. Admita su problema.


«La salida de toda dependencia y el cambio de todo comportamiento se inicia con la admisión honesta del problema que tiene en el momento».


Tal como un alcohólico comienza su recuperación admitiendo: «Yo, fulano de tal, soy alcohólico», así también usted necesita admitir que es abusivo, maltratador o violento.


2. Muestre su reconocimiento del problema al admitir su imposibilidad de cambiar sin ayuda.


«Si no ha podido cambiar pese a todo su esfuerzo personal, necesita inmediatamente ayuda profesional».


Demuestre a su cónyuge que realmente desea cambiar buscando un consejero profesional y/o uniéndose a un grupo de apoyo para personas violentas.


3. Ordene sus prioridades y organice su estrategia.


«Decida que su familia es lo más importante y determine los días y horas que utilizará semanalmente para enfrentar el problema de aquí en adelante».


Para aprender a tratar a sus familiares con amor debe poner a su familia en el lugar de mayor importancia después de Dios. Tome algún curso matrimonial, de disciplina de los hijos, de manejo de la ira, etcétera. Usted no puede hacer lo que no sabe.


4. Restaure su relación familiar.


«La restauración no ocurre automáticamente. Usted debe tomar la iniciativa, actuar y mantener una relación de respeto permanente».


Parte del proceso de restauración incluye confesar su pecado, admitir el daño que ha realizado, arrepentirse, pedir perdón, y cambiar de actitud. Demuestre con sus hechos lo que ha dicho con sus palabras.



SUGERENCIAS PARA LA IGLESIA


El siguiente acróstico con la palabra IGLESIA proporciona algunas sugerencias acerca de cómo el pastor y la iglesia pueden prepararse para enfrentar la violencia intrafamiliar:


Investigue cuál es su posición teológica con respecto a la violencia doméstica.


Gestione una reunión con el cuerpo de líderes de la iglesia para compartir su visión de ministrar en esta área.


Llame a las personas que tengan carga por la vida familiar y estén dispuestas a servir de ayuda.


Evalúe cuál ha sido el involucramiento de la congregación con las víctimas de violencia intrafamiliar.


Seleccione a profesionales expertos que puedan preparar profesionalmente a quienes estarán a cargo de este ministerio y a la congregación para aprender a detectar y denunciar la violencia, el abuso y el maltrato.


Investigue y prepárese para enseñar bíblicamente como pastor la posición de la iglesia, la suya propia y la que deben adoptar los miembros con respecto a la violencia.


Actúe con gracia, disciplina y amor con las víctimas y los victimarios.

David Hormachea, chileno, se desempeña como pastor y consejero. Junto a Charles Swindoll ministra en el programa de radio «Visión para vivir». Es presidente de Regreso al hogar, que distribuye sus conferencias en cassettes, discos compactos y videos. Además, ha escrito varios libros.

Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 1 / octubre-diciembre 1999. Todos los derechos reservados