por Juan L. Kachelman
Los tiempos no podían ser peores para la iglesia. El desaliento, la desesperación y la depresión abatían hasta al creyente más fuerte. Su fe había sido edificada sobre fundamentos seguros y sólidos, pero ahora aquella convicción estaba siendo sacudida. Muchos creyentes estaban al punto de abandonar su fe a cambio de ser aceptados por la sociedad y ser populares. De hecho, varios ya lo estaban haciendo.
Ante esa situación, el gran amor de Dios se movió rápidamente para asegurar a sus hijos que Jesucristo era la única esperanza para la paz y el consuelo. Y se manifestó en Patmos. A través del Apocalipsis, Dios nos ruega que no nos rindamos. Y este tema maravilloso lo precisan urgentemente los cristianos de hoy día. En Apocalipsis 2 y 3 encontramos las cartas a las siete congregaciones de Asia Menor. A pesar de que muchos pasan tiempo enfocando a las iglesias individualmente, hay una lección beneficiosa que puede ser encontrada al agruparlas. Miremos con detenimiento a cada una en especial y consideremos las formas en cómo Satanás nos induce a renunciar, invitándonos a abandonar nuestra fe en Cristo Jesús. En estos capítulos descubrimos cinco atractivos comunes que son usados para invitar a los creyentes a rendirse al enemigo.
Primero, Satanás trajo tensiones y presiones sobre ellos (2.9). La palabra tribulación fue usada en escritos clásicos. Con ella se describía al método de tortura mediante el cual se era aplastado hasta morir bajo una piedra enorme. Nuestros hermanos enfrentaron pruebas que pesaron tremendamente sobre ellos y que amenazaban con destruir su vida espiritual.
En segundo lugar, el Diablo los llevó a que enfocaran su atención en el materialismo (2.9). «La pobreza» se refiere a una falta extrema. Estos creyentes vivían en una ciudad opulenta. Sus amigos tenían de todo y seguramente habían disfrutado de la prosperidad anteriormente. Pero ahora, todo lo de valor material les había sido quitado porque creían en Jesucristo. Sus obras, casas y tesoros de mayor valor les habían sido usurpados; no tenían nada. Seguramente, el pensamiento de que las cosas volverían a ser «como en los buenos viejos tiempos» con sólo transigir un poco, les atormentaba. Ni qué pensar cuando un miembro de la familia o del mismo matrimonio estaba débil en la fe; cómo le habrá recordado al otro los tiempos pasados».
En tercer lugar, el malo hizo que se cometieran abusos injusta con ellos (2.9). Fueron falsamente acusados y difamados. Tanto ellos como sus hijos debieron enfrentar terribles mentiras, burlas y hasta el ridículo. ¡Qué tentador debe haber sido para un padre amoroso buscar algún alivio para que su hijo no tuviese que sufrir este tipo de abusos. Pero la única alternativa que le quedaba era la de entregarse al Mentiroso.
Cuarto, este cercaba la minoría de los fieles con la mayoría de los perversos infieles (2.13). Los creyentes parecían estar aislados. A dondequiera fueran o dondequiera se volvieran, veían hombres y mujeres sirviendo a Satanás. ¡Qué desanimados deben haber estado! ¡Cuántas veces les habrá pasado por la mente «¿Por qué continuar cuando todo el mundo está desobedeciendo?». Vivir una ciudad tan llena de maldad, la que fuera conocida como el «Asiento de Satanás era ya suficiente motivo para sucumbir.
Cuantos estos cinco atractivos son usados efectivamente el Diablo, habrán algunos que querrán rendirse. Esta rendición no será instantánea; es un proceso lento. En los capítulos 2 y 3, este proceso se lo describe en tres pasos.
El amor a Dios comienza a desgastarse (2.4; 3.1,2,17). Lentamente, silenciosamente, casi imperceptiblemente, la devoción y el compromiso salen de nuestra vidas. Nuestros hermanos de Efeso habían «dejado» su amor por Dios. Aquellos que dieron este primer paso, muy a menudo expresan: «Simplemente no me siento tan cerca de Dios como lo estaba antes». No pasará mucho tiempo, si esta actitud no es corregida, antes de que uno se vuelva como Efeso, Sardis o Laodicea.
La tolerancia para comprometer la voluntad de Dios es permitida, y hasta fomentada (2.14,15,20). Los creyentes comienzan a engañarse pensando que uno puede tener, al mismo tiempo, paz con Dios y con el Diablo. Buscan la manera menos difícil de vivir y enseñar.
Habrá una falsa seguridad (3.17): ¡La guerra acabó! ¡La prosperidad llegó para los hijos del Reino!
En estos dos capítulos tenemos lecciones vitales para el hombre moderno. Son cinco maneras comentes que Satanás usa para desanimamos o desviarnos del rumbo. Hace aparecer, a la claudicación, como algo muy atractivo y hasta permitida. Satanás nos lo pinta como el camino mejor y más fácil. Pero también allí se nos señala la tragedia que deriva de la entrega (3.17b). La claudicación puede comenzar lentamente, y puede que parezca fácil, pero al final acabará en la ruina eterna!
El mensaje de Dios a sus hijos en el libro de Apocalipsis es el de «¡No te rindas!».
Ya en la puesta del sol, en aquel día largo y sangriento de la batalla de Waterioo, cuando los remanentes sobrevivientes de la Antigua Guardia Imperial francesa fueron intimados a entregar sus armas, los veteranos, que llevaban cicatrices de cincuenta victorias encima, exclamaron: «¡El soldado veterano muere nunca se entrega!».
Tal debería ser el clamor de los soldados de Dios en el día de hoy. Usemos el mensaje animador del Apocalipsis: «¡Nunca cedas, nunca te rindas! ¡Siempre confía en Dios por la victoria!
«Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis 17.14).
Apuntes Pastorales
Volumen VIII número 1