Nosotras y el problema de la susceptibilidad
por Elba M. de Bachor
El amor no trata de salirse siempre con la suya, no es irritable, ni quisquilloso. (1Co. 13.5, La Biblia al día)
¿Por qué suelen molestamos tanto algunas cosas que, al final de cuentas, son pequeñeces? El ser susceptible es una característica muy generalizada entre nosotras las mujeres, y más aún cuando se está trabajando con grupos de ellas, a las cuales amamos y queremos ayudar. Ser sensible es una virtud, en cambio ser susceptible (o tal vez más correctamente, hipersusceptible) es la distorsión de la sensibilidad. La sensibilidad nos hace receptores del dolor, de las necesidades, del ser del otro, como también nos da la capacidad de escuchar y aprender lo que beneficia a nuestra propia vida. La susceptibilidad nos hace reaccionar, nos hace resentir frente a las necesidades, demandas y criticas de otros. ¡Cuánto sufrimos cuando tenemos este problema! )¡Y cuántas veces tememos estar viendo fantasmas donde no los hay! Tal vez hayamos tratado de resolverlo, pero sin mucho éxito.
La persona susceptible es alguien difícil de llevar, es la que mantiene relaciones difíciles porque todo, tanto trabajos, las acciones como los sentimientos, están siendo enjuiciados y evaluados por ella en todo momento. El diccionario dice, como segunda acepción, que el susceptible es «quisquilloso», «delicado en extremo en el trato común». Siempre decimos de ella: Todo le viene mal». Nunca sabemos qué decir o no decir, qué hacer o no hacer porque nunca estamos seguros de cómo va a reaccionar. También decimos: «es una acomplejada». ¡Qué feo mote! ¡Qué feo apodo!. Y qué triste es pensar que somos una de esas mujeres.
En primer lugar, déjame decir que buena parte de las dificultades de las relaciones humanas surgen de lo poco que conocemos de nosotras mismas. No nos vemos a nosotras mismas en forma clara y tal como somos en la realidad, sino como en un espejo oscurecido. Todos tenemos lugares donde no nos vemos con autenticidad o conforme a la realidad; no podemos ver nuestra espalda. Hay veces también en que rehusamos la ayuda de un espejo (alguna persona que nos muestra alguna faceta nuestra) sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, nuestro desconocimiento es, justamente, por lo que somos. Todas hemos vivido ocasiones en las que no nos entendemos a nosotras mismas, por qué reaccionamos como lo hicimos, o por qué nos sentimos paralizadas, bloqueadas.
La segunda dificultad con la que tropezamos, y que es muy conveniente tomar en cuenta, es que creemos conocer o pretendemos conocer acerca de los demás más de lo que ellos se conocen a sí mismos. Dice A. S. Gibb (siquiatra): «algunas proyecciones (encasillamiento que hacemos de los demás, juzgándolos según lo que somos y nos sucede) que hacemos sobre los demás son favorables y por lo tanto dan lugar a relaciones amistosas, en cambio muchas de ellas son desfavorables, provocando hostilidad y antagonismo». Para ayudamos y ayudar a otros debemos tener en cuenta, básicamente, estas dificultades primarias: a) no conocemos todo acerca de nosotras mismas y b) menos conocemos de los demás, y lo que creemos «conocer» pueden llegar a ser nuestras propias proyecciones y no la exacta realidad.
Por lo tanto, démonos tiempo, esfuerzo y honestidad para conocemos a nosotras mismas. En este auto análisis debemos saber que todos, en mayor o menor grado, somos susceptibles. Este primer paso, muy importante, nos permite estar siempre alerta. Sin embargo, no es fácil aceptar que yo tengo un «Yo susceptible». ¡Sí, yo! Siempre habrá en mí un punto sobre el cual, si hacen suficiente presión, se herirá mi sensibilidad. Sin embargo, eso no termina aquí, tiene sus consecuencias. Una sensibilidad herida, dañada o siquiera rozada, producirá en nosotras reacciones infantiles o desmedidas capaces de herir a otros. Y así comienza una reacción en cadena, difícil de parar.
Luego de aceptar que somos susceptibles, debemos encararlo. Eso significa identificar las áreas de susceptibilidad, examinarlas y hacemos preguntas para traer a la superficie, honestamente, las causas de nuestra problemática. Una pregunta importante para hacemos podría ser: «¿Qué hay por debajo de ésta, mi susceptibilidad? ¿Por qué soy tan sensible a …?». Tal vez allí, debajo de la superficie, está mi dolor no resuelto, mis necesidades, mis traumas de niñez. Al excavar comienzas a descubrir una osada telaraña. Tal vez descubras que esa telaraña está siendo formada por tu necesidad de ser valorizada como persona, tu deseo de ser amada y apreciada; tal vez el temor a no ser aceptada así, tal como eres; puede también ser tu temor al fracaso (en una tarea específica) o temor a la tarea misma, sin saber exactamente qué es lo mejor para hacer. En el caso específico de la «esposa del pastor», tal vez es el temor a jugar ese rol tan indefinido, tan delicado, tan complicado, tan exigido.
Posiblemente te hayas propuesto (o simplemente pensado) «que tienes que demostrar que… puedes, sabes, eres idónea, tienes tiempo, estás disponible». Y ese esfuerzo por demostrar que…, te hace realmente «susceptible» a la critica y al fracaso. ¿Nunca pensaste que no tienes necesidad de demostrar nada, que simplemente eres así y estás dispuesta para servir así, sencillamente, como eres? ¿Aceptaste la posibilidad concreta de aceptar y corregir errores, cambiar rumbo, modificar conductas? Hasta presiento tu deseo de vivir libre de las telarañas y sentirte capaz de descubrir, tan sincera e imparcialmente como puedas, atributos en ti y en los demás; encontrar, con buena disposición, motivaciones, potencialidades, y que puedes abstenerte de proyectar hipótesis intuitivas acerca de los caracteres y motivos de las otras personas.
Sin duda, no es fácil pensar y actuar así; es una lucha con uno mismo, pero la batalla se puede ganar. Para emerger en tan difíciles circunstancias y ser de ayuda a otros, resumimos lo antes explicitado, como elementos de invalorable ayuda:
1) Tenemos dificultades para conocernos a nosotras mismas; nos conocemos poco y menos aun a los demás. Lo que creemos conocer, no siempre coincide con la realidad.
2) Reconocer que todos somos susceptibles (hombres y mujeres): detenemos y examinar qué hay debajo de esa susceptibilidad. Estudiar lealmente, con honestidad, nuestro proceder frente a tal persona o acto o actitud, que rocen o lastimen o presionen ese aspecto difícil que es nuestra susceptibilidad. Necesitamos aprender que nuestra susceptibilidad nos ayudara a reconocerla en otros con sus intrincados mecanismos. lo que nos ayudara a amarlos y a entenderlos.
3) Aceptarte con tu susceptibilidad es saber hasta donde estás disponible para los demás. Poderte conocer y reconocer es el paso decisivo para conocer a otras personas. Revertir toda esta situación es lo inteligente, poder destruir esa telaraña que subyace debajo de tu «incómoda sensibilidad» sería lo óptimo. Como tiene que ver con lo más profundo de nuestro ser, requiere tiempo y ayuda especial.
Ahora sí, necesitamos echar mano a nuestros recursos extranaturales que son los que provienen de Dios. No debemos olvidar nunca que a ésta, nuestra vida terrena y natural, entró La Vida para permanecer y renovarla; es la vida sobrenatural, la vida de Dios. «Y Dios nos ha dado vida eterna y esta vida está en su Hijo», dice la primera carta de Juan.
Y ahí están nuestras inacabables posibilidades. No sólo un concepto teológico, predicado desde algún pulpito, sino una realidad. Vida eterna, vida de Dios, calidad de vida, en nuestra vida. Posibilidad de que esa «calidad de vida» comience a prevalecer en nuestras falencias, de la vida diaria. Posibilidad de que «el amor de Dios que está derramado en nuestros corazones», según Pablo en la epístola a los Romanos 5.5, sea «el amor que no se irrita, el que no trata de salirse siempre con la suya, que no es irritable ni quisquilloso».
Al nacer a esta nueva vida en nosotros hemos «dejado lo que queda atrás», hemos dejado de conformamos con lo que somos para aspirar a más y mejor, a otras dimensiones sobrenaturales, para alcanzar la «estatura de un varón perfecto».
«Si en verdad hemos sido por El enseñados conforme a la verdad que está en Jesús» necesitamos aprender cómo despojara el viejo hombre y renovar nuestra mente en cada una de las áreas de nuestros problemas y dificultades. En algunas de éstas deberemos aceptar situaciones, en otras cambiar nuestras expectativas o demandas. En otras, tomar nuestra cruz (con alegría) o exponer a muerte nuestra carne (orgullo y pasiones) con sus deseos. ¿Fácil? ¡No! ¿Necesario? ¡Sí!
Que sea nuestra sublime aspiración ser por El enseñadas y alcanzar alturas para las cuales nos ha hecho dignas.
Con el hermoso pensamiento de Michel Quoist concluimos: «El hombre no puede con sus propios medios permanecer en pie; su cuerpo es harto pesado, su sensibilidad demasiado osada. Necesita una fuerza que lo atraiga desde la altura, lo sostenga y lo transfigure desde adentro».
Apuntes PastoralesVolumen VI Número 5