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Nostalgias de mamá

Nostalgias de mamá

por Marilu Navarro de Segura

Ver crecer a nuestros hijos e hijas es una experiencia gozosa, en muchos sentidos, pero desafiante a la vez. Vamos asimilando la realidad de que cada día nos necesitan menos. La incertidumbre toca a nuestra puerta —y a la de ellos—. Lo que antes era una rutina conocida …

¡Cómo ha crecido! Es lo que me digo sorprendida al verla salir, bolso en mano, ataviada como una «chica grande» para una fiesta de cumpleaños. Mi mente rápidamente retrocede a los días en que ir a una fiesta infantil era todo un desafío. Comprar un lindo juguete envuelto con esmero entre brillantes colores, esperar con paciencia a que lograra escribir su nombre en la tarjeta, librar una batalla campal para que se dejara poner las mallas que le iban bien con su hermoso vestido bordado con cintas…¡¿dónde está mi niña?!


Mi corazón grita como si un soplo de viento hubiera pasado raudo,  adelantado el tiempo sin que yo lo advirtiera.


Ver crecer a nuestros hijos e hijas es una experiencia gozosa, en muchos sentidos, pero desafiante a la vez. Vamos asimilando la realidad de que cada día nos necesitan menos y pronto serán dueños de sus proyectos y sus decisiones. La incertidumbre toca a nuestra puerta —y a la de ellos y ellas—; lo que antes era una rutina conocida de repente se convierte en un abanico de opciones, las instrucciones ya no son comprendidas con facilidad y a menudo son cuestionadas, nuestros besos y abrazos en público ya no son tan bien recibidos, a veces ni sabemos que es lo que está pasando por dentro. Es como si una puerta, antes abierta de par en par, de pronto se cerrara. Nos sentimos excluidas.


Por otra parte nos desafía el hecho de su mayor exposición a la presión externa, procedente de sus amigos, compañeros, medios de comunicación y todo  el caótico «mundo exterior» que les presenta una gran variedad de propuestas que en su día deberán ser aceptadas o rechazadas. La búsqueda de su propia identidad debe  acogerse a las percepciones transmitidas por los adultos que les han rodeado, a los valores que han asimilado, a su nueva capacidad lógica y a sus experiencias.


Ante nuestros temores sobre cómo avanzará el proceso y si hemos hecho lo correcto como padres, llegan como agua fresca las palabras de Proverbios 22.6:«instruye al niño en el camino correcto y aún en su vejez no lo abandonará». Qué alivio nos produce saber que todo lo que hemos sembrado con tanto amor por los años de la infancia pronto dará fruto y los principios de vida que han bebido de nosotros serán ahora parte de sus actuaciones y sus íntimas convicciones.


La incertidumbre del futuro no debe amedrentar, ni debilitar la confianza plena en las promesas del Señor, quien nos dice que estará con nosotros en todas las circunstancias. Aún cuando enfrentemos confusión y falta de sabiduría él nos la dará si así se lo pedimos (Santiago 1.5). 


La sabiduría que viene de Dios es diferente a la inteligencia de los argumentos técnicos. Por supuesto que es de ayuda saber sobre el proceso de desarrollo y qué cambios y características son propias de cada etapa (la investigación ha sido muy exhaustiva en ese campo del saber). Sin embargo, ante los cuestionamientos diarios y las encrucijadas personales qué bueno es saber que el trabajo no reposa total y absolutamente en nuestros humanos hombros sino que contamos con la comprensión y ayuda del Santo Espíritu que sobrelleva nuestras cargas, redarguye nuestro corazón y nos hace comprender la verdad.


Los hijos son herencia preciosa del Señor y es nuestra leal responsabilidad educarlos en la fe y el amor para que al enfrentarse a su propio destino —promisorio y colorido— y en los días de adolescencia tengan un piso firme y eterno donde apoyarse. 


Un día el Señor Jesús, alabando la sensatez de un hombre que construyó su casa sobre la roca a diferencia del necio que construyó   sobre la arena, mencionó la inevitabilidad de las lluvias y las tormentas sobre ambas construcciones. Al subir el inclemente torrente la casa endeble sobre la arena cedió y fue destruida; la casa asentada sobre la roca, en cambio, resistió el fuerte embate y permaneció en pie.


Al tratarse de una parábola (muy al estilo del Maestro) debemos recordar que Jesús mismo es la roca eterna y esmerarnos para que nuestros hijos e hijas lleguen a buscar al Señor como suficiente fundamento para sus juveniles vidas.


¿A quien iremos entonces? Respondo con las palabras de Hebreos 4.16 «acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar gracia en el momento que más la necesitamos» Así es. Sólo la divina gracia es la que nos sostiene y nos hace ver con esperanza el futuro de nuestros hijos e hijas porque en él está la fortaleza de los siglos.


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