Nuevo Blog: Liderazgo Espiritual – ¿Qué autoridad tenemos?
por Mel Lawrenz
Todos los líderes en algún momento u otro serán cuestionados con la pregunta: «¿Qué derecho tienes para hacer eso?» La pregunta puede estar relacionada con algo que hayamos declarado, o con alguna decisión o medida que hayamos tomado. Por lo general, esto ocurre cuando la decisión del líder afecta a alguien más. La gran mayoría de las personas sienten dos deseos contradictorios: quieren que alguien los guíe, pero también se resisten a que les indiquen qué es lo que deben hacer.
Y entonces surge la pregunta que, en realidad, no es una pregunta injusta.
Como líderes, debemos preparar una respuesta razonable para contestar: «¿qué derecho tienes para hacer eso?»
Infortunadamente, en general, nadie plantea esa pregunta. Y aquellos que se irritan cuando el líder los dirige, permanecen callados y guardan resentimiento. Con el tiempo estos sentimientos producen relaciones disfuncionales. Esto incluso se agrava cuando el líder percibe una sumisión descontenta y entonces impone aún más su propia idea. La posición de poder en sí misma no es la respuesta a la pregunta de autoridad. La actitud: «El que posee el poder tiene la razón» funcionaba en la época de los reyes medievales. Sin embargo, no es, en lo más mínimo, una postura digna del comportamiento de los líderes espirituales.
Si hoy alguien nos preguntara: «¿qué derecho tienes para hacer eso?», ¿ofreceríamos una respuesta satisfactoria? Es en esta confrontación que el liderazgo espiritual se diferencia claramente del liderazgo en general. En una típica situación de trabajo la respuesta es simple: tenemos el derecho de tomar decisiones, de orientar y dictarles a los demás qué hacer. Si ocupamos cierta posición en la línea de mando y cuelga un letrero en la puerta de la oficina que identifica nuestro rol, podemos hacer lo que queramos. En la mayoría de los entornos esa postura no suena para nada controversial.
La Biblia deja en claro que Dios ha ordenado ciertas estructuras de autoridad para que exista un orden y no se genere caos en el mundo. Pablo advierte a los romanos que Dios ha establecido estructuras cívicas de autoridad (cap. 13). Contar con policías, tribunales, intendentes, gobernadores, jueces, y otras «autoridades», con todas sus imperfecciones, es preferible al caos. Sin embargo, esto no es suficiente. Necesitamos un liderazgo espiritual, y en el mundo de hoy mucho más que antes; necesitamos el orden de Dios.
El propósito de Dios de transformar un mundo destruido recibe muchos nombres: Shalom, reconciliación, prosperidad, salud, justicia, orden. Las cosas no son como deberían ser, por eso Dios se mueve de manera decisiva para restaurar todo en su propio orden. Dios posee la autoridad para hacerlo e imparte autoridad a los líderes en su obra.
Saber qué significa autoridad
El poder y la autoridad están estrechamente vinculados. Poder es la habilidad de hacer algo y autoridad es el derecho de hacerlo. Pero están tan entrelazados que cuando se le da autoridad a una persona, esta de inmediato adquiere poder .
«¿Con qué autoridad estás haciendo esto?» De esa manera cuestionaron a Jesús las autoridades religiosas que presenciaron su milagroso poder sanador. No les era posible negar su poder; Ellos habían visto con sus mismos ojos sus obras. Pero sí cuestionaron su derecho de ejercer ese poder. Sanar a una persona que padecía de una mano seca en día Sábado, según lo que ellos entendían, era una acción grave, porque implicaba llevar a cabo un trabajo. Pero, si examinamos Levítico, no encontraremos una ley que prohíba realizar milagros divinos en día Sábado. Resulta muy peligroso adoptar esa posición; obstaculizar la obra que Dios quiere cumplir solo por imponer su autoridad con un argumento engañoso.
El liderazgo espiritual no se define ni se limita por el cargo o puesto. Una organización necesita claridad para saber quién goza del derecho de la toma de decisiones; sin embargo, algunas de las iniciativas más creativas, transformadoras y de mayores logros se dan porque el Espíritu mueve a alguien, ya sea una persona con un «cargo» o no.
¿Quién goza de «autoridad espiritual»?
Esta pregunta se responde de manera muy simple: cualquiera a quien el Espíritu elija usar. Esto convierte al liderazgo espiritual en una práctica más apasionante y dinámica que cualquier otra experiencia de liderazgo. En las organizaciones humanas, todo se desarrolla según el organigrama existente. (Aunque las empresas más innovadoras aprenden que la libertad de crear, en cualquier nivel de la organización, puede ser mucho más importante que simplemente dirigir a los empleados).
En el liderazgo espiritual creemos que un Dios poderoso quiere sorprendernos al usar gente común como instrumentos extraordinarios. Dios no se limita a organigramas. El liderazgo espiritual se extiende más allá de las personas con títulos oficiales; y esa dinámica resulta muy favorable porque necesitamos muchas personas que guíen a las demás a someterse a la influencia transformadora de Dios.
No solo necesitamos generales; también se requieren coroneles, capitanes, tenientes, sargentos, y muchos soldados que respondan a las exigencias de las circunstancias cuando urge alguien que guíe con firmeza para que se haga lo que haga falta hacer.
Los fariseos y sus homólogos modernos tienen un problema con esa perspectiva. Siempre andan investigando quién desempeña un cargo y quién no. Dedican mucho tiempo a reprimir los esfuerzos de aquellos a los que no consideran líderes auténticos. Aún peor, consideran que las reglas son su única responsabilidad y desarrollan un sentido de superioridad y orgullo que destruye el motivo de la misión. Si los fanáticos de las reglas intentaron condenar a Jesús, más aún intentarán lograrlo con todos los demás.
Nota del Editor: Si desea leer más artículos como este, visite nuestro nuevo blog Liderazgo espiritual.