Nunca olvides hacer el amor

Nunca olvides hacer el amor – Estudio Bíblico

Nuestro Dios trino, en su eterna y divina confraternidad y compañerismo sin igual con el Hijo y el Espíritu Santo, en la cual predomina la mas perfecta imbricación de intereses y objetivos, como resultado de una presencia, existencia y coexistencia plena y pletórica de Paz y Amor, de ninguna manera se agrada con la soledad, tristeza o frustración del ser humano, porque la principal característica personal de Dios, emanada de su eterno e infinito amor, es darse, entregarse, compartir sus atributos, que brindan compañía, alegría y victoria. Por eso, cuando creó a Adán a su imagen y semejanza, no tan sólo para ser adorado, sino también para hacer participe al hombre, su creación especial, de su amor, misericordia y gracia, y vio que estaba solo, decidió hacer para el una compañera que le sirviera de ayuda idónea (Gn 2: 18, 21-23).

El tema de la sexualidad debe ser estudiado y entendido a la luz de las escrituras, porque fue Dios quien estableció que todas las especies se reproduzcan por medio de la cópula sexual entre dos seres de sexos opuestos, masculino y femenino, con órganos sexuales adecuados para el proceso y función que deben realizar, excepto los organismos unicelulares, que se reproducen por bipartición.

Los seres humanos no somos una excepción en el diseño de la sexualidad y multiplicación de Dios, aunque seamos diferentes por una razón, todas las demás especies son seres vivos irracionales, que no tienen inteligencia, voluntad o sentimientos, lo que los coloca en la categoría de seres instintivos, que realizan sus funciones vitales y existenciales guiados por los sistemas naturales de los sentidos, instintos y necesidades del metabolismo biológico, pero los humanos somos seres racionales, concientes de la vida que Dios ha depositado en nosotros mismos, lo que nos da no solo existencia física en el reino animal, sino que nos otorga también la categoría de persona individual al reflejar los atributos relativos a la deidad, que son inteligencia, voluntad, sentimientos y conciencia, que adquirimos por voluntad divina en la creación cuando Dios sopló en el ser humano aliento de vida proveniente de su mismo Espíritu.

El hombre puede controlar, desarrollar y adecuar, según el orden de prioridades determinado por la cultura, costumbres, clima, creencias religiosas, cánones sociales y preferencias personales, sus necesidades físicas, sociales, económicas, políticas y también realizar y planificar una sexualidad paralela a la reproducción, enfocada en el placer personal y enriquecimiento emocional.

Sin lugar a dudas podemos afirmar que la creación tiene un fundamento sexuado intencional de parte de Dios, para facilitar la responsabilidad de poblar la tierra de toda especie animal y seres humanos. El sexo fue creado por Dios como algo bueno y necesario, que realizado dentro del plan de Dios es fuente de bendición, fortalecimiento y desarrollo personal y espiritual. El sexo es parte del plan divino y como tal tenemos que adecuarlo correctamente en la sociedad, en la iglesia y en nuestra vida personal.

Dios, en su omnisciencia, cuando establece algún propósito de su voluntad también provee las fuerzas, instrucciones y métodos para llevarlo a cabo correctamente. En el caso de la sexualidad, Dios estableció el matrimonio (Gn 2:23,24) con todo su significado y compromiso, como marco propicio para el desarrollo y funcionamiento adecuado de la misma.

El hombre y la mujer fueron creados desde un inicio destinados a ser pareja (Gn 1:27) para una existencia de dos, unidos como si fueran uno: “…Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne…” (Gn 2:23).

La condición indisoluble del matrimonio queda claramente establecida cuando Adán manifiesta delante de Dios que “el hombre –y por supuesto también la mujer- dejará a su padre y a su madre para unirse a su pareja”(Gn 2:24), porque Dios sabe que el amor paterno es suficiente en las edades tempranas de la vida, pero al llegar a la joven adultez, nuestro sistema reproductor y órganos sexuales están completamente maduros y listos para un nuevo ciclo en nuestras vidas, que demanda una relación sentimental diferente, donde podamos encausar nuestras nuevas necesidades físicas y emocionales acorde a las disposiciones de Dios al respecto, donde se manifieste y satisfaga a plenitud todas nuestras sensualidad y sexualidad con una persona del sexo opuesto, y esto no debe ser alterado por ninguna causa.

En Gn 2:25 hallamos a Adán y Eva uno frente al otro desnudos sin avergonzarse, algo muy relevante de lo cual se ha especulado mucho resaltando la ingenuidad, la inocencia y la candidez que existía antes de que entrara el pecado en el ser humano, y aunque todas estas cosas son ciertas, la verdadera razón la hallamos cuando encontramos en el texto la palabra “mujer” sustituyendo el nombre de Eva; la pareja conformada por Dios, mediante la cual había instituido el matrimonio, que ya eran esposos, no tenían ningún motivo para experimentar vergüenza al ver sus cuerpos desnudos, porque eran el uno parte del otro, “hueso de sus huesos, carne de su carne”. Nadie se avergüenza de su propia carne (Gn 2:24).

Los matrimonios cristianos bendecidos por Dios mediante los sacramentos establecidos y que vivan en santidad conyugal, no tienen que hacer oídos a los antiguos tabúes de estar cubiertos completamente el uno delante del otro en la intimidad de sus vidas, tener una sábana por medio o crear un ambiente completamente oscuro donde sea imposible ver la pareja, esto es absurdo e inadmisible.

En el capitulo 18 del libro de Levítico, Jehová prohíbe los actos de inmoralidad dentro de la familia en el pueblo de Israel, utilizando la frase “no descubrirás su desnudez”, una expresión que aunque no implica necesariamente el acto sexual si tiene implicaciones sexuales generales, exponiendo que cualquier actividad que conlleve a descubrir la desnudez de alguna persona que no sea el cónyuge legitimo queda fuera de la pureza moral que Jehová esperaba de su pueblo. El pasaje es muy explicito y detallado, nombrando todas las personas de las cuales no se debe “descubrir la desnudez” y la lista no incluye la pareja matrimonial.

El sexo es una intención y entrega de Dios en la creación, por tanto, es imposible que lo prohíba por ser pecaminoso o maligno; lo que Dios ha hecho es poner reglas a la actividad sexual para que cumpla el objetivo con que fue creado, que es unir, consolidar, multiplicar y estrechar relaciones entre hombres y mujeres que se aman en la plenitud del Señor y no dañar, herir o destruir los sentimientos mas puros del ser humano.

Desde el Antiguo Testamento queda declarado el expreso deseo de Dios de que el hombre y la mujer vivan en unión armoniosa sentimental e intimidad sexual fructífera que haga duradera la relación matrimonial.

Gn 24:67 describe como Isaac después de tomar a Rebeca como esposa la llevó a su tienda y después de amarla (tener relaciones sexuales) recibió consuelo de la muerte de su madre. El mensaje implícito es que la satisfacción sexual alivia el dolor de las perdidas.

En proverbios 5:18 Dios dice: “alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela”, infiriendo que la mujer que escojamos como esposa desde la juventud debe ser para mantener con ella una relación emocional fresca y alegre que dure toda la vida; y continúa expresando: “sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre” dejando claro la implicación de demanda y satisfacción sexual en el marco del matrimonio, exhortado, expuesto y ordenado por Dios. El sexo y la plenitud de goce proviene de Dios.

Eclesiastés 9:9 es un himno al disfrute total de la compañía, calor y ternura que puede brindar una pareja amorosa; “goza de la vida con la mujer que amas” es una exhortación a aprovechar cada momento del matrimonio para dar y recibir amor, comprensión y placer entre la pareja.

Cantares 8:7 se crece en el esplendor de la unión sentimental de la pareja cuando canta que las muchas aguas no pueden apagar y los ríos no pueden ahogar el amor.

En el Nuevo Testamento la relación sexual dentro del matrimonio alcanza una dimensión espiritual superior al quedar íntimamente ligada a la salvación personal del creyente, adquiriendo la relación intima de la pareja una importancia vital ante el destino eterno de nuestra vida.

Para Jesús la dignidad del matrimonio es muy importante, y lo demostró durante su ministerio terrenal realizando milagros en celebraciones nupciales, incluyendo una fiesta de bodas en sus parábolas para compararla con el Reino de los Cielos y enseñando que una mirada con intenciones sexuales a personas que no sean la pareja matrimonial constituye adulterio.

Una constante doctrinal en el ministerio del apóstol Pablo es la santidad del matrimonio, en 1 Co 6: 12-20 se dirige a los corintios para reprenderlos porque en la opinión errónea de ellos las actividades físicas no afectaban la vida espiritual, y colocaban en un mismo nivel la alimentación con la sexualidad, así, cuando tenían hambre comían y cuando sentían deseo sexual lo satisfacían sin miramientos, pero el apóstol les enseña que tanto los alimentos como los procesos digestivos son funciones humanas terrenales que no tienen ninguna relevancia para las cosas eternas, sin embargo, el cuerpo santificado por la sangre de Cristo y elemento principal de la resurrección, tiene fundamental significado para la vida eterna, por otra parte, la función natural del estómago es digerir los alimentos, pero la función natural del cuerpo no es cometer inmoralidades, sino ser templo del Espíritu Santo.

Cuando el hombre miente, roba, mata o comete otro tipo de pecado, el cuerpo está involucrado sin ser el agente principal del hecho; en el acto sexual la acción, intención y actividad se consuma en y con el cuerpo, por eso, las vías y maneras de satisfacer el deseo sexual es fundamental en nuestra salvación desde el momento que somos templo del Espíritu Santo, y todo lo que hagamos debe ser para gloria, honra y adoración a Dios. Al unirnos sexualmente con otra persona estamos involucrando ese templo, que es la morada de Dios, en una relación que dentro del matrimonio es para honra, pero fuera del mismo, es fornicación.

La santidad del matrimonio no sólo es amor, respeto, comprensión y apoyo (Ef 5:21-33), también es sexualidad plena y feliz (1 Co 7:1-5), de hecho, un matrimonio sin relación sexual adecuada no agrada a Dios (1 Co 7:5), ya que el aspecto legal de la unión se cumple con la ceremonia oficial y la relación afectiva personal, pero el estatuto de continuidad para el cumplimiento del propósito divino con el genero humano se cumple por medio de la fecundación al fundir nuestros cuerpos como si fueran uno en una sola carne por medio del acto sexual.

Los miembros de la pareja deben ser comprensivos entre ellos para entenderse en las necesidades físicas de la relación (1 Co 7:3) y obedientes a Dios para satisfacerlas; “No os neguéis el uno al otro…” (1 Co 7:5).

Los matrimonios no deben permitirse el lujo de olvidar hacer el amor, porque dejarán pasar de largo la oportunidad de expresar la belleza interior que Dios nos ha dado para manifestarla a la persona amada, calmando y colmando sus ansias de realización y goce sublime que se experimenta exclusivamente en los brazos de la persona amada.

“La belleza del amor es sellada en la unión del sexo; La cúspide del sexo es el amor”.

“Hermanos amados casados en el Señor, nunca olviden hacer el amor”