Obedecer: El principio de nuestra relación con Dios
por G. Campbell Morgan
Todos sabemos que debemos obedecer a Dios, pero a veces nos resulta difícil. En este artículo se analizan algunos versículos importantes del libro de Malaquías, los cuales nos ayudan a entender demanda de Dios de obediencia en nuestra vida. Identifique las interesantes enseñanzas que el Señor expuso en su Palabra y que desea que usted ponga en práctica hoy.
«Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de Malaquías. Yo os he amado, dice Jehová» (1.1,2).
Esta fue la palabra global que Malaquías tuvo que proclamar. ¡El amor de Dios! Tal es la carga. Todas las palabras que les fueron dirigidas relacionadas con los detalles y las condiciones de su vida, surgen de este hecho. En el capítulo 3, versos 1012 encontramos el llamado divino:
«Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. Y todas las naciones os dirán bienaventurados, porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos».
El primero de estos dos pasajes declara la carga del profeta y el segundo describe el desafío de Jehová, en ambos encontramos el llamado de amor hacia el pueblo. Debemos recordar las condiciones que prevalecían pues constituyen un notable recuadro para nuestro estudio. Eran hombres y mujeres que estaban totalmente satisfechos consigo mismos, y que sin embargo, al observarlos, Dios los acusa de sacrilegio, profanación, avaricia y de muchas otras faltas. ¿Qué es lo que Dios puede decir a un pueblo en estas condiciones?
El amor de Jehová
«Yo os he amado, dice Jehová». Esta frase es infinitamente más fuerte de lo que aparenta a primera vista. El sentido es: «Os he amado, os amo y os he amado, dice Jehová». La declaración fue hecha cuando el pueblo estaba en medio de su pecado y negligencia, en el día en que tuvo que plantear su reclamo tan severo y penetrante, y sin embargo les dice: «Yo os he amado, dice Jehová». Esta es la carga de la palabra del Señor a Israel por medio de Malaquías. Vino para advertirles que se avecinaba un día, ardiente como un horno, en el cual toda la hojarasca sería quemada porque Dios les amaba. Todo mensaje ya sea de juicio venidero o de bendición, es un mensaje de amor. Sea expresado en palabras duras, hirientes y severas que revelan su condición real, o en palabras tiernas de consuelo y de afecto conmovedor.
Si consideramos el reclamo que Dios hace de honor y temor hacia él por parte del pueblo, está basado en el amor. ¿Por qué Dios desea que su pueblo le honre? ¿Por qué está deseoso de que le teman? ¿Tan sólo para glorificarse a sí mismo? No, sino más bien para el bienestar y la bendición del pueblo. Alguno podrá preguntar: «¿Acaso no es una prerrogativa divina la de buscar su gloria? ¿Dios no está buscando su gloria constantemente?» Debemos responder enfáticamente que sí, pero ¿qué queremos decir cuando afirmamos que Dios busca ser glorificado? ¿Cómo se glorifica a Dios? A veces me inclino a pensar que nuestro concepto de estar en el cielo y cantar alabanzas a Dios es que esto le va a agregar algo a Dios. ¡Jamás! Nada se le puede agregar a Dios. Ni siquiera un pequeño haz de fulgor podrá ser añadido a la hermosura de su carácter. Nada podrá sumarse a la plenitud de su amor. ¿Cómo, entonces, podemos glorificarle? Dios es glorificado en la realización perfecta de todos sus propósitos de gracia y de amor en su pueblo.
La margarita que levanta su cabeza del césped para saludar al rey del día glorifica a Dios, pero ¿acaso le agrega esplendor a la divinidad? Sin duda que no. Sólo es y hace lo que Dios quiso que hiciera y Dios es glorificado por la realización de su propósito en ella. Lo mismo acontece con nosotros. Dios quiere que le honremos y temamos porque al hacerlo estamos cumpliendo su propósito. ¿Por qué aplica a veces su vara sobre sus hijos errantes y extraviados? Nunca por el sólo hecho de hacerlo, sino por la absoluta necesidad de forjar su carácter. Las palabras y disciplinas más severas de Dios al hombre manifiestan de una manera perfecta su permanente e invariable amor. Procuremos rememorar en forma rápida la historia del pueblo de Dios, Israel. Ricardo Le Gallienne escribió el libro titulado: Si yo fuera Dios. Con frecuencia, al leer la historia del antiguo pueblo de Dios he dicho para mí mismo: «Si yo fuera Dios» los hubiera borrado del mapa. Esto prueba de manera concluyente que ni Le Gallienne, ni quien escribe, saben lo que están diciendo cuando proponen tal hipótesis. Cada vez que intentamos abordar temas relacionados con la sabiduría infinita, no hacemos más que dar un osado salto en la oscuridad. Cada vez que nos enfrentamos con un método divino que no podemos razonar o comprender lo único que cabe es reconocer el motivo, que es sencillamente nuestra finitud ante un Dios infinito.
«Cuarenta años estuve disgustado con la nación» (Sal 95.10). Si leemos la historia de los cuarenta años veremos qué clase de tratos les dio. Los alimentó; los acompañó todos los días; soportó sus murmuraciones y los esperó pacientemente. Sufrió toda su rebelión con corazón benigno. Los protegió durante las vigilias de la noche, y los esperó al amanecer para acompañarlos y guiarles todos los días de esos años. Años en los cuales estuvo disgustado con ellos. Jamás olvidemos esta carga de amor que el Señor sintió por ellos. ¿No es esta actitud de Dios la que hace aparecer más detestable la actitud del pueblo? ¿No es esta la clave del libro que caracteriza a toda la profecía de Malaquías, de tal manera que su mensaje no es un mero lamento como aparenta ser si sólo leemos la condición en que vivía y la forma en que se comportaba el pueblo sino un grito de triunfo, precisamente porque Dios dice: «Te he amado»? Esta es la clave de toda la profecía, ¡con qué hermosura y brillantez se nos presentan la ternura y el amor de Dios al oír esta palabra del profeta!
Esta no es ni más ni menos que una palabra eterna. Cada palabra, cada hecho, y cada movimiento de Dios hacia el hombre, es una acción de infinito amor. Los hombres no siempre han comprendido esto con la claridad con que lo hizo Malaquías. Los predicadores pueden olvidarlo a veces. Sin embargo, la verdad es que todo hombre llamado por Dios para ser mensajero de las noticias divinas, puede acercarse a las almas a quienes habla y decirles: «Carga de la palabra de Dios para ti: Te he amado, dice el Señor».
El desafío de Dios
Analicemos ahora la palabra clave de la profecía, y consideremos este llamado especial de Dios. Él había formulado un reclamo. Había oído sus respuestas expresadas perpetuamente en ese monótono y terrible: «¿En qué?» Ahora les dice por boca del profeta:
«Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos. Y todas las naciones os dirán bienaventurados, porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos». (3.1012).
En estos tres versículos tenemos cuatro notas resonantes:
En primer lugar, el llamado de Dios:
«Traed todos los diezmos al alfolí».
Había dos aspectos en el pacto existente entre Dios y el pueblo de Israel. Constituían obligaciones mutuas. Sus promesas se habían formulado en base a ciertas condiciones. Si ellos fracasaban en cumplir con las condiciones, el pacto se quebrantaba. Ellos habían fracasado, y sin embargo, en su gracia los llamó a una renovación por medio de la obediencia. «Traed todos los diezmos al alfolí». ¿Qué les estaba pidiendo Dios en realidad? ¿Acaso quería una décima parte de su trigo, de sus rediles, de sus posesiones, sencillamente para sí, para que él los pudiera poseer? Seguramente que no. Pide la décima parte como una prueba que reconoce su amor hacia ellos. El diezmo sólo tiene valor como reconocimiento de amor. La única fuerza que es suficientemente poderosa como para proveer el diezmo es el reconocimiento de la verdad que contiene esta primera frase de Malaquías: «Te he amado, dice Jehová». Si este pueblo se olvida que Dios les ama, pronto se olvidará de traer los diezmos, y el único servicio que Dios aprueba es el servicio de amor que responde al amor.
Él pide «el diezmo íntegro» (Biblia de Jerusalén [B.J.]), «todo el diezmo» (Versión moderna), que es una traducción mucho mejor que: «Traed todos los diezmos». Esta última es más bien una frase matemática y parece sugerir una religión mecánica o matemática. «El diezmo íntegro» no sólo significa el diezmo que produce la tierra y sus labores, no sólo la forma exterior sino también la intención interior. «Todos los diezmos» no necesariamente son «el diezmo íntegro». Suponiendo que uno de estos hombres tuviera cien siclos, ¿no habrá cumplido con el requerimiento divino cuando traiga diez y los deposite en el arca para Dios? ¿No representan matemáticamente la décima parte? ¡No! Diez siclos perfectos, tomados de los cien y colocados sobre el altar, como monedas legítimas a los ojos del hombre, no eran para Dios otra cosa que monedas falsas. No constituían el diezmo «íntegro». ¿Qué es lo que faltaba? Nada más y nada menos que el reconocimiento del amor. No existía la respuesta del amor al amor que Dios siempre solicita. «Traed el diezmo íntegro». Hay cosas que al hombre parecen sanas y santas y que, sin embargo, a los ojos de Dios no son más que un fraude. Existe una corrupción mecánica, vacía de amor esencial, que a Dios le repugna. «Traed el diezmo íntegro», y traedlo de la manera correcta, como el reconocimiento sincero de su amor. Cuando se cumple esta condición, solo entonces los diezmos se integran al alfolí.
El desafío de Dios:
«Probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos»..
Lleguen a conocerme respondiendo a mi amor con sincero amor; respondan al amor que siempre los cubre, con amor, aun cuando están en actitud de rebeldía y viviendo en el pecado. Por medio de esta correspondencia serán introducidos a una esfera de amor, conocimiento y comprensión. «Probadme ahora en esto». Este fue el desafío divino.
La promesa de Dios:
«Abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril».
La fuente de bendición es el cielo cuyas esclusas se abren. La medida de la bendición es holgada y llegará al punto de sobreabundar. Si la palabra hebrea se tradujera literalmente tendría que leerse: «bendición hasta que ya no quede» (3.10, B. J.). Es posible que los traductores y revisores de la Reina-Valera hayan captado el espíritu verdadero de la palabra, pero al mismo tiempo es un tanto ambiguo. Un expositor osado de antaño ha sugerido que se debiera traducir: «Probadme ahora en esto, dice Dios, hasta que no haya suficiencia», vale decir, continúa diciendo, que «Dios seguirá derramando bendición hasta que su propia suficiencia se agote» (1). ¿Cuándo se agota? ¡Nunca! El mismo expositor agrega que esta es la figura más sorprendente de todo el libro de Malaquías. Es una concepción magnífica aun cuando no sea posible afirmarla de manera enfática ante las posibles discrepancias en cuanto a la traducción exacta. El pensamiento dominante es el de la exuberancia del amor divino. Supera todas las medidas; va delante nuestro, nos rodea aun cuando pecamos, y nos dice: «Si tan sólo trajeran el diezmo, reconociendo el amor y mirando hacia arriba dijeran: «Amor Eterno, te amamos», yo abriría las esclusas del cielo y derramaría bendición de tal magnitud que no la podrían contener».
¿Qué más promete? «Reprenderé también por vosotros al devorador». Los insectos que arruinan sus cosechas serán eliminados. La palabra «reprenderé», es la misma que aparece en 2.3 donde se traduce: «He aquí, yo os dañaré la sementera». La palabra «dañar» contiene la idea de echar a perder, o corromper, y este es el sentido con que debiera emplearse aquí. La frase, entonces se leería: «Yo corromperé al devorador». El castigo en 3.11 es que el devorador sería corrompido y no la semilla. «Yo corromperé al devorador».
A continuación expresa esa perfecta ilustración de hermosura y de fuerza: «Ni vuestra vid en el campo será estéril».
El resultado:
«Todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos».
¿Cuál será el resultado de esta bendición? «Todas las naciones os dirán bienaventurados». Dios dice que cuando su pueblo se vuelva a él trayendo el diezmo, y él les responda con bendición, habrá un gran consenso de opinión en cuanto a su condición. Todas las naciones de la tierra tendrán que admitir algo respecto a ellos. Ninguno habrá que niegue su dicha y felicidad. «Todas las naciones os felicitarán entonces» (B. J.). El mundo aguarda este momento. Creo que aún no lo ha experimentado. La bendición plena de Dios para las naciones no se ha manifestado aún ni en la historia de Israel ni en la historia de la iglesia cristiana. Todavía no la hemos alcanzado. Creo que se manifestará cuando venga el Rey, y en su propio reino establezca las bienaventuranzas de amor que describió en su sermón del monte. Entonces todas las naciones dirán: «Dichoso el pueblo cuyo Dios es Jehová».
Además, «seréis tierra deseable, dice Jehová de los ejércitos» (3.12), perfecta en sí, con su ideal realizado como resultado de la obediencia.
El llamado de Dios
¿Qué nos sugiere este estudio de la actitud divina? En primer lugar, el pensamiento del gran amor eterno. A pesar de las variadas y cambiantes condiciones de la humanidad, el amor respalda a todo el proceder divino. El amor sigue siendo la actitud predominante de Dios hacia su pueblo, a pesar de sus fracasos, su rebelión, con frecuencia tan evidente. En nuestros días, aquellos cuyos ojos están abiertos y que en alguna medida están respondiendo al llamado de Dios tienden a considerarse superiores. Además, tienden a mirar con desprecio a las fallas de sus hermanos y hermanas que quizás aún viven en un plano formal y carente de vida. Tan pronto nos encontremos mirando con menosprecio o aire de superioridad a nuestros hermanos, podemos estar absolutamente seguros que nos estamos apartando precisamente de aquella bendición de la cual nos sentimos orgullosos.
Dios nos está diciendo: «Yo os he amado». Es por eso que no cederá con respecto a ese hábito particular en nuestra vida, que aun aparentando ser inocente, es sin embargo, el punto capital en su controversia con nuestro corazón. «Yo os he amado». Esta es la prueba infinita de su amor para con nosotros, cuando nos hace reconocer y abandonar aquello que él nos está señalando como estorbo en su relación con nosotros. Es muy peligroso permitir que nuestra conciencia se adormezca y caiga en un estado de apatía. Es tan peligroso como dejar dormitar a un hombre en la intemperie en medio de una intensa ola de calor. ¿Tienes alguna controversia con Dios que se ha estado prolongando por semanas, meses o aun años, y estás en peligro de entrar en un estado de rebeldía a causa de su continua interferencia? ¡Despierta! «Yo te he amado». Si Dios no te amara te hubiera abandonado a tu propio designio y maldad. Tu mal hábito o tu indulgencia egoísta es tu enemigo, y mientras Dios te lo recuerde vez tras vez, te está demostrando el amor que tiene por tu alma. «Te he amado». Debemos vivir en la esfera de este amor divino.
La segunda lección se centra en la relación que existe entre el diezmo y la bendición. «Traed todo el diezmo y abriré las ventanas de los cielos». ¡Con cuánta frecuencia oímos decir en reuniones de oración: «¡Señor, abre las ventanas del cielo y derrama bendición sobre nosotros!» Dios responde: «Traed los diezmos». Es como si Dios nos dijera: «Las ventanas las puedes abrir tú». ¿Qué, las ventanas del cielo? ¡Sí! Las ventanas del cielo siempre giran sobre las bisagras del amor. Hay una aplicación práctica y muy radical en esta frase que somos un tanto lentos para reconocer y que debe recalcarse. No pensemos que por vivir en una dispensación espiritual ya no estamos ligados al área de las ofrendas materiales. Debemos traer los diezmos; pero no sólo los diezmos pide Dios, sino todo. Este aspecto de la vida puede definirse de una manera proporcional. Así como la dispensación cristiana es mayor que la judaica, también mis ofrendas deben ser mayores que un diezmo. Una vez que hemos aceptado esta comparación será más fácil comprender la siguiente. Cuando los hombres vengan al Señor y le digan: «Aquí estamos; nuestros intereses, nuestros negocios, nuestra vida, nuestro todo», entonces las ventanas del cielo nunca se cerrarán. ¡Nunca!
Deseo que podamos detectar la sutil diferencia que existe entre diezmo y bendición. Cuando tú y yo colocamos todo sobre el altar, el fuego desciende de inmediato. Las condiciones estipuladas por Dios están cumplidas, y sus promesas nunca fallan. Somos tú y yo los que renqueamos y nos detenemos. Dios no se detiene. «Traed los diezmos», y al momento en que son traídos, las ventanas se abren y las lluvias de bendición descienden. Esta es una ley que se aplica tanto al individuo como a la nación, a la iglesia y al mundo. Comenzamos con nosotros mismos. Cuando nuestro todo está colocado sobre el altar, las ventanas del cielo se abren y desciende la bendición. Cuando la iglesia trae los diezmos al alfolí, reconociendo y honrando al Señor, barre con todo método que le impide cumplir con su misión, y dice: «Existo solamente para glorificarte». Es entonces que la bendición se manifiesta y los diezmos humanos abren las ventanas divinas.
Pero debemos ahora avanzar más aun y tomar conciencia no sólo de la relación que existe entre el diezmo y la bendición, sino también de la relación entre el amor y el diezmo. Los diezmos nunca llegan hasta el alfolí si no son una respuesta al amor. La religión mecánica nunca permanece. Siempre se torna pesada y luego cesa. Yo puedo predicarles y emplear todos los argumentos que conozco acerca de nuestras ofrendas al Señor. Pero ustedes nunca lo pondrán verdaderamente en práctica sólo en respuesta a la elocuencia. ¿Cuándo dan realmente los hombres a Dios? Sólo cuando llegan a tener una correcta visión de su Ser. Este es el secreto de ofrendar los diezmos; y es a la vez el secreto de la apertura de las ventanas del cielo.
De estas consideraciones surge otra verdad: ¿Cómo podemos amar? Sólo cuando ponemos a prueba a nuestro Dios caminando por el sendero de la obediencia. Esta es una carga que llevo perpetuamente sobre mi corazón. Amo a Dios en la proporción en que le obedezco. Es posible que tengamos que dar los primeros pasos en la oscuridad, sin razones aparentes. Pero los damos y luego comenzamos a ver la sabiduría, la ternura, la compasión y el amor de Dios. Yo amo cuando obedezco, y cuando amo, obedezco. ¿Cuál es la causa y cuál es el efecto? Existe una interrelación en el progreso del amor cristiano. Pero la obediencia es lo primordial. Busquemos primero el reino por medio de la obediencia al Rey, para así descubrir al Padre y obedecerle con más prontitud. Al obedecer con más presteza obtenemos una revelación mayor de su grandeza que a la vez nos facilita el obedecer. Somos transformados de gloria en gloria, y finalmente seremos semejantes a él y viviremos en obediencia perfecta. Tal es el orden divino.
En la mente divina, una tierra bienaventurada es aquella reconocida como dichosa por las demás naciones. ¿Por qué el mundo está tan aburrido y hasta cansado del cristianismo? ¿Por qué los hombres que están fuera de la iglesia nos miran con tanto desdén? ¿Acaso no es así? Me dirijo a ustedes, hombres de negocios y ejecutivos de empresas. ¿No existe una especie de lástima por parte de los hombres del mundo para con los creyentes? ¿A qué se debe? Se debe a una falta en la iglesia, o a los que la componen, y no al credo. Juan Wesley dijo: «Con cien hombres que aman a Dios con todo su corazón, y que sólo temen al pecado, moveré al mundo». Las personas que veían y se burlaban de los creyentes en los primeros tiempos, los llegaron a amar y a decir: «Estas personas tienen algo que nosotros no tenemos; nos uniremos a ellos pues Dios está con ellos». Vez tras vez en el curso de los siglos, Dios ha levantado un pueblo desconocido para concretar las bendiciones de su reino y gobierno, y cada vez que esto se ha hecho, el resto del mundo ha dicho: «Esta es una tierra deseable». Cuando el mundo no lo ha reconocido así es porque su pueblo se ha alejado de él.
Hermanos, si la iglesia de Jesucristo se volviera de todo corazón al reino mañana por la mañana, y todos reconocieran el señorío y la realeza de Cristo, todo el país quedaría impresionado de inmediato por el hecho, y en el plazo de menos de un año, estaría diciendo: «Este es el pueblo bienaventurado, esta es la tierra deseable, estos son hombres y mujeres dichosos». Alguien podrá cuestionar a qué me refiero cuando hago mención del reino. ¿Todas las cosas compartidas? ¿Tener todo en común? Cuando hablo de volver al reino, me refiero a una sola cosa. Volvamos al amor, al amor que es «sufrido y benigno el amor que no guarda rencor; que no se goza de la injusticia, mas se goza en la verdad; que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera». Amemos de esa manera, ¡y jamás diremos algo fuera de lugar respecto de un hermano ausente! Nunca permitiremos que se diga algo desagradable de una persona que no esté presente. Este es el lugar donde debemos comenzar y si la Iglesia de Cristo sólo revelara su voluntad en toda su magnitud y en toda la hermosura de su amor, las naciones comenzarían a decir: «Esta es una tierra codiciable; ciertamente Dios está con esta gente, vayamos también con ellos».
Este es el llamado de Dios a la iglesia en su estado somnoliento y falto de energía. Sí, debemos presentarlo de esta manera porque si la iglesia, esa gran compañía de hombres y mujeres que mencionan el nombre de Jesucristo, estuviera de hecho en el reino, actuando en virtud del amor de Dios, respondiendo a los impulsos del Espíritu Santo, se resolverían los problemas de inmediato. Dios está cobijando a su pueblo dormido, su iglesia somnolienta, y diciendo:
«Te he amado». «Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos».
«Probadme, dice Dios». Resta sólo formular una pregunta: «¿Quién escuchará el llamado divino?» ¿Y quién responderá al llamado divino?
Tomado y adaptado del libro ¡Me han defraudado! El mensaje del profeta Malaquías, G. Campbell Morgan, Editorial DCI – Hebrón.
Nota del autor:
1. Compárese con la Biblia de Jerusalén que traduce el versículo de la siguiente manera: «Ponedme así a prueba dice Yahvé Sebaot, a ver si no os abro las esclusas del cielo y no vacío sobre vosotros la bendición hasta que ya no quede».