Biblia

Obedecer más que triunfar

Obedecer más que triunfar

por Jerry Bridges

Si bien es el Espíritu el que hace factible el que hagamos morir las obras malas, Pablo dice que es algo que nos compete a nosotros también. La misma obra o actividad es, desde un punto de vista obra del Espíritu, y desde otro, obra del hombre. ¿Entonces es nuestra responsabilidad?

Dios ha provisto lo necesario para nuestra santidad y al mismo tiempo nos ha dado una responsabilidad en cuanto a la misma. Lo que Dios ha provisto consiste en librarnos del dominio del pecado, unirnos con Cristo, y darnos el Espíritu Santo que, al morar en nosotros, nos revela el pecado, crea en nosotros un deseo de santidad, y nos fortalece en su búsqueda. Por medio del poder del Espíritu Santo y de conformidad con la nueva naturaleza que nos da, tenemos que hacer morir las obras malas de la carne, o sea, del cuerpo (Romanos 8:13).


Si bien es el Espíritu el que hace factible el que hagamos morir las obras malas, no obstante Pablo dice que es algo que nos compete a nosotros también. La misma obra o actividad es, desde un punto de vista obra del Espíritu, y desde otro, obra del hombre.


En el presente artículo queremos ocuparnos de nuestra responsabilidad –»hacéis morir las obras de la carne».


Resulta claro de este pasaje que Dios nos hace responsables, lisa y llanamente, de vivir una vida santa. Tenemos que hacer algo. No tenemos que «dejar de intentar y comenzar a confiar»; tenemos que hacer morir las obras de la carne. Vez tras vez en las epístolas –no sólo en las de Pablo, sino en las de los otros apóstoles también–, se nos manda asumir la responsabilidad correspondiente a un andar santo. Pablo nos exhorta diciendo: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros» (Colosenses 3.5). Esto es algo que se nos dice que debemos hacer.


El escritor de Hebreos dijo: «Por tanto… teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante» (Hebreos 12.1). Dice el escritor despojémonos del pecado y corramos con paciencia, hablando en primera persona. Se ve claramente que el escritor espera que seamos nosotros mismos los que asumamos la responsabilidad de correr la carrera cristiana. Santiago dijo: «Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Santiago 4.7). Somos nosotros los que tenemos que someternos a Dios y resistir al diablo. Esta es la responsabilidad que nos corresponde. Pedro dijo: «Procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz» (2 Pedro 3.14). La cláusula procurad con diligencia está dirigida a la voluntad. Es algo que tenemos que decidir que vamos a hacer.


Durante cierta época en mi vida cristiana llegué a pensar que cualquier esfuerzo de mi parte para vivir una vida santa era manifestación «de la carne» y que «la carne para nada aprovecha». Pensaba que Dios no bendeciría ningún esfuerzo de mi parte para hacerme cristiano mediante las buenas obras. Así como recibí a Cristo Jesús por fe, así también debía buscar la vida santa solamente por fe. Cualquier esfuerzo de mi parte no era sino impedir la obra de Dios en mi vida. Estaba aplicando mal la siguiente afirmación: «No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros» (2 Crónicas 20.17). Interpretaba este pasaje en el sentido de que lo único que debía hacer yo era entregar el mando al Señor y que él se encargaría de luchar contra el pecado en mi vida. En el margen de la Biblia que usaba en esa época escribí al lado del versículo las siguientes palabras «Ilustración de lo que significa andar en el Espíritu».


Qué necedad la mía. Interpretaba mal la dependencia del Espíritu Santo en el sentido de que yo no debía realizar ningún esfuerzo, que yo mismo no tenía ninguna responsabilidad en el asunto. Pensaba erróneamente que si le entregaba las riendas enteramente al Señor, él elegiría por mí y que naturalmente elegiría la obediencia y no la desobediencia. Todo lo que tenía que hacer era acudir a él en busca de santidad. Pero no es así como actúa Dios. Hace la provisión necesaria para nuestra santidad, pero nos entrega a nosotros la responsabilidad de hacer uso de dicha provisión.


El Espíritu Santo le ha sido dado a todos los creyentes. Dice el doctor Martyn Lloyd-Jones: «El Espíritu Santo está en nosotros; y obra en nosotros, dándonos el poder necesario, dándonos la capacidad necesaria… Esta es la enseñanza del Nuevo Testamento –‘Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor’. Tenemos que hacerlo así. Pero notemos lo que sigue –‘Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. El Espíritu Santo obra en nosotros tanto ‘el querer como el hacer’. Es por el hecho de que no se me da libertad a mí mismo; es por el hecho de que no me encuentro en una situación ‘absolutamente irremediable’, ya que el Espíritu está en mí, y me exhorta a ocuparme de mi propia salvación con temor y temblor».


Debemos confiar en el Espíritu para poder hacer morir las obras de la carne. Como lo observa Lloyd-Jones en su exposición sobre Romanos 8.13, es el Espíritu Santo el que «diferencia al cristianismo de la moralidad, del ‘legalismo’ y del falso puritanismo». Pero la confianza en el Espíritu no tiene como fin propiciar esa actitud que dice: «No puedo», sino una que dice: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». El creyente nunca debería quejarse de falta de capacidad o de poder. Si pecamos, es porque elegimos hacerlo, no porque nos falte la capacidad para decirle «no» a la tentación.


Es hora de que los creyentes tomemos conciencia de la responsabilidad que nos toca con relación a la santidad. Con harta frecuencia decimos que somos «vencidos» por tal o cual pecado. Pero no es que seamos vencidos; es que simplemente somos desobedientes. Tal vez convendría que dejásemos de emplear los términos «victoria» y «derrota» para describir la marcha hacia la santidad. Más bien deberíamos utilizar los términos «obediencia» y «desobediencia». Cuando digo que soy derrotado por algún pecado, inconscientemente me estoy escurriendo de mi responsabilidad. Estoy diciendo que algo externo a mí me ha derrotado. Pero cuando digo que soy desobediente, esta afirmación coloca el peso de la responsabilidad por el pecado lisamente sobre mis propios hombros. Es posible que seamos derrotados, naturalmente, pero la razón de que lo seamos será que hemos elegido desobedecer. Hemos elegido alentar pensamientos lujuriosos, abrigar algún resentimiento, o encubrir parcialmente la verdad.


Tenemos que prepararnos para la tarea, y comprender que somos responsables de nuestros pensamientos, actitudes y acciones. Debemos tener en cuenta el hecho de que hemos muerto al dominio del pecado y que ya no tiene poder sobre nosotros, que Dios nos ha unido con el Cristo resucitado en todo su poder, y nos ha dado al Espíritu Santo para que obre en nosotros. Sólo en la medida en que aceptemos nuestra responsabilidad y hagamos nuestras las provisiones hechas por Dios, podremos hacer algún progreso en la búsqueda de la santidad.

Tomado del libro En Pos de la Santidad, de Editorial Vida, 1980.

Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen IV, número 4. Todos los derechos reservados