Objetivo: cambiar vidas – Parte I

por Fred Smith

El enseñar es mucho más que la especialidad particular del maestro de escuela dominical. Es un don mucho más amplio de lo que hasta ahora le hemos concedido. Por ello el autor nos provee siete señale de un maestro que tendrá éxito en transformar vidas.


PRIMERA PARTE


En verdad, nunca me había considerado un maestro hasta que un día alguien me llamó «profesor» mientras me hacía algunas preguntas. Entonces comencé a darme cuenta de que una gran parte del trabajo de un ejecutivo es enseñar.


Sabía ya, por supuesto, que siendo jefe podía dar órdenes directamente y así usar mi autoridad para cambiar el comportamiento de otros; pero resultaba mucho más lógico el enseñar, tratando de persuadir a quienes trabajaban para mí a que tuvieran un comportamiento productivo.


El mismo principio se aplica al hogar y aún a la iglesia. El enseñar es mucho más que la especialidad particular del maestro de escuela dominical. Es un don mucho más amplio de lo que hasta ahora le hemos concedido.


La predicación es algo diferente; es la proclamación de conceptos. Es un don muy limitado. Unos pocos han recibido ese don y sería maravilloso que ellos fueran los únicos dedicándose a la predicación. El don de enseñanza, sin embargo, es mucho más amplio.


SIETE CARACTERISTICAS DE UN BUEN MAESTRO


Sea que enseñemos formal o informalmente, ya sea en una clase del domingo por la mañana o en el escritorio de un compañero de trabajo el jueves por la tarde, siempre debe ser nuestra meta el ser eficaces. ¿Cuáles son las señales del éxito?


1) El buen maestro personifica su mensaje.


No basta con decir solamente la verdad, es necesario adaptarla y mostrarla aplicada. Por ejemplo, un buen maestro demuestra que el conocimiento debe usarse y no simplemente acumularse. El usa material útil, cosas que lleven al oyente a aplicar lo enseñado. Una persona puede decir cosas muy interesantes y entretenidas y no estar enseñando. El material que se use para ilustrar y enseñar debe ser útil. Esto ocurre con mayor facilidad cuando se lo personifica, cuando el maestro se mete en la enseñanza.


2) El buen maestro hace que el aprender sea excitante.


Platón solía hablar de dos clases de maestros; aquellos que simplemente transfieren conocimientos de una cabeza a otra, y aquellos otros que despiertan «al estudiante dentro del estudiante», haciendo de él un aprendiz perpetuo, en el buen sentido de los términos. El buen maestro alienta a sus oyentes a continuar aprendiendo, porque el aprendizaje hace que la vida sea mejor.


3) El buen maestro atrae a las personas, en lugar de acorralarlas.


Las constantes competencias de asistencia que veo en algunas escuelas dominicales son para mí una señal de peligro. Los constantes ruegos de romper los récords de meses anteriores o venir a escuchar a tal o cual maestro me hacen pensar que el maestro en realidad no está comunicando nada atractivo. El gran maestro va a atraer a las personas. Casi estoy dispuesto a afirmar que la necesidad de promocionar la asistencia es inversamente proporcional a la calidad de enseñanza que el maestro está dando.


Una de las formas en la que juzgo mi propia enseñanza es si la gente trae a sus amigos para que escuchen lo que enseño. SI yo asistiese a una iglesia desconocida, no estaría preguntando: «¿Dónde se reúnen las personas de mi edad?». Yo no voy a la iglesia para reunirme con los míos, voy a aprender. Por lo tanto mi pregunta sería: «¿Dónde se encuentra la clase más grande de la iglesia?» ¿Por qué? Porque aunque todas las otras clases son iguales, las clases grandes son las que contienen los buenos maestros.


No le veo sentido alguno en tomar una clase grande y dividirla simplemente para acomodarnos a la teoría de algunos acerca de la enseñanza. Yo preferiría ver una clase grande con un buen maestro, que diez pequeñas clases con nueve maestros mediocres. En ese caso, 90% de las personas tienen que soportar a aquellos que yo llamo «especiales del sábado a la noche». Maestros que huyen toda la semana de la tarea de preparar sus clases y finalmente el sábado a la noche se auto obligan a juntar alguna cosa de una revista o de los apuntes de otros. Es un hecho simple: El buen maestro atrae las multitudes.


4) El buen maestro conoce su estilo; sabe bien si es un orador de discursos o líder de una discusión.


Hay personas que pueden liderar perfectamente una gran discusión pero no son buenos oradores, mientras otros son exactamente lo opuesto. Una de las primeras cosas que un maestro necesita hacer es decidir cuál va a hacer su estilo y no apartarse de él. Ahora, si alguien da directamente un discurso porque tiene miedo de no poder contestar las preguntas, esto va a resultar obvio a primera vista. El buen orador debe anticiparse a las preguntas que las personas van formando en sus mentes y hasta mencionarlas oralmente. «Ahora, sé que si usted y yo estuviésemos hablando individualmente», dirá el orador, «probablemente me preguntaría cómo funciona esto. Bueno, permítame que le explique…» El oyente se relaja en ese momento y se dice a sí mismo: «Correcto, es justo lo que me estaba preguntando». Lo que ha hecho usted es mantener una discusión controlada.


Si toca el punto débil de una persona, o se aleja de una enseñanza tradicional, debe reconocerlo y darle a las personas tiempo de pensarlo. Si directamente «cierra la puerta» y continúa su discusión, la gente no va a escucharle más, pues van a estar pensando en lo que dijo. Si usted es consciente de la sorpresa o la controversia, puede darse cuenta por los rostros e incluso los cuerpos que están diciendo: «Esta bien. Ya pesqué la idea. Puede continuar ahora». Aunque sea un conferencista u orador, tendrá la obligación de mantener una conversación con sus oyentes, mencionando tanto la posible posición de ellos como la suya.


Por el otro lado, si es usted un líder de discusiones debe controlar la pregunta de tal forma que las pocas personas en el grupo que generalmente hablan no le quiten la repuesta. ¿A quién le hace falta aquel sermón sin sentido por parte de esas personas que hubieran deseado dar la enseñanza personalmente pero a quienes no se les ha ofrecido la oportunidad (por razones bastante obvias)? Los líderes de discusiones deben controlar de tal manera la discusión que se vayan logrando resultados en el camino.


5) El buen maestro trabaja con la realidad, no con la teoría. Apunta a los cambios de comportamiento.


Una de sus palabras claves es aplicable. ¿Es aplicable este material a estas personas? ¿Es bueno para ellos? ¿Tiene sentido comparándolo con sus vidas diarias?


Todos tenemos áreas en las cuales somos irreales, y debemos cuidarnos de ello. Algunos maestros, por ejemplo, expresan públicamente sus dudas acerca de cierta cosa. No creo que eso sea bueno; no tiene derecho alguno a imponer estos sentimientos sobre otros. Si no tiene conocimiento y fe para compartir, entonces no debe enseñar. Puede ser que sea bueno para la amistad, pero no es de esto que se trata la enseñanza.


A menos que cambie el comportamiento, no he enseñado. Debo hacer más que simplemente entretener; debo lograr más que el mero acumulamiento de información (aun la bíblica) en sus cabezas. ¿Qué diferencia hay entre estar reunidos para discutir la Biblia o estar reunidos para discutir acerca del Martín Fierro si no vamos a hacer nada con aquello que hemos discutido? En Santiago 1 se nos dice que somos hacedores de la Palabra y no meramente oidores. Si la enseñanza no resulta en el hacer, entonces no es enseñanza.


Durante la Segunda Guerra Mundial teníamos unos cursos de adiestramiento que se apartaban completamente de los métodos pedagógicos comunes. Muchas mujeres estaban entrando por primera vez en la industria y necesitábamos adiestrarlas rápidamente. Nuestro slogan era: «si el estudiante no aprende, el maestro no ha enseñado». Había personas que aprendían a operar las máquinas de coser en cosa de días, semanas y meses; mientras que antes el período de aprendizaje había durado cuatro años. Muchos que no eran instructores aprendieron cómo impartir su conocimiento a otros. Se nos estaba presionando para hacerlo.


Si las personas de mi clase de escuela dominical no cambian su comportamiento como resultado de mi enseñanza, simplemente no he enseñado. Pero cuando realmente cambian, desean compartirlo. Vienen a uno y dicen: «Fred, esa idea de la cuál nos habló la probé y dio resultado». Después de una discusión acerca de la vida familiar, un vice presidente de una empresa dijo un día mientras almorzábamos: «Sabes. Durante la escuela dominical me di cuenta que escuchaba a mis empleados mejor que lo hacía con mi esposa, y eso está mal. He comenzado a escuchar a mi esposa tan bien como escucho a mis empleados». Cuando ocurre esto, le pido permiso a la persona para compartir esa experiencia con el resto de la clase, promocionando así el cambio. Le digo, «¿Te importaría si cuento esto a la clase?, porque quiero constantemente enfatizar la importancia de cambiar el comportamiento».


Generalmente, la persona no tiene problema alguno en acceder al pedido. Esto tiene varias ventajas. La gente se da cuenta que me da gusto escuchar tales cosas. Hace que la clase repase ideas. También desafía a la persona a continuar con ese cambio que es ahora de conocimiento público. Le da una reputación que debe mantener. La gente le comienza a preguntar a la esposa si es verdad, y se comienza a construir una fortaleza de cambio. Se genera, además, mucho interés en otros.


6) El buen maestro trata con personas, no con materiales.


Había una vez un profesor que estaba tan ocupado que no podía estar para dar su lección, fue así que preparó un audiovisual para proyectar durante la clase. Cuando finalmente llegó al aula habiendo ya transcurrido más de la mitad del tiempo, encontró que el audiovisual se estaba proyectando pero que todos los alumnos habían desaparecido. En la siguiente clase dijo con cierto enojo: «Cuando la pantalla está funcionando, también yo estoy aquí». Después de un tiempo debió de usar otra vez un audiovisual, y una vez más llegó a la mitad de la clase para ver cómo iban las cosas. En cada escritorio había un grabador en funcionamiento, y sobre el pizarrón la siguiente leyenda: «¡Cuando están en funcionamiento nuestras grabadoras, también nosotros estamos presentes!».


No alcanza con simplemente convocar a una reunión o entregarle a cada maestro de la escuela dominical un folleto con los puntos principales de la lección. Es hora de que los líderes de Educación Cristiana se den cuenta que deben adiestrar a maestros, no a mensajeros, porque la presencia personal tiene tanta importancia como el contenido de la enseñanza.


Tuve oportunidad de escuchar a una persona, hace muy poco tiempo, que bien podría haber estado dando una clase a los asientos vacíos de un auditorio. Había trabajado con tanto esmero para preparar su clase y estaba tan bien organizada que estaba cumpliendo con la lección y no con su clase. Ni siquiera tomaba en cuenta a aquellas personas que le escuchaban por primera vez, o aquellas que, quizá, tenían puntos de vista diferentes a los de él y que podrían estar necesitando de una pequeña aclaración aquí o allá.


Un buen maestro piensa siempre más en la clase que en la lección. Se mantiene sensible para detectar cuándo están sus mentes abiertas y cuándo cerradas. El continuar con enseñanza cinco minutos después de que todos se han cerrado es ridículo, pues un 90% de las personas ya han cerrado sus mentes. En algunos casos he terminado en el medio de una frase cuando presentí que el público se había cerrado, pues quería que supieran cuánto me importaba cada uno de ellos. Por la misma razón creo que es bueno ser puntual cuando se comienza una clase, pues es otra forma de decir: «Lo que tengo para ustedes es importante». Si uno no comienza en horario, le está comunicando a las personas lo siguiente: «Bueno, en realidad no es tan importante esto», y está perdiendo valioso tiempo para enseñar.


7) El buen maestro es un instrumento del Espíritu Santo.


El es el maestro del estudiante, y también el Maestro del maestro. Una de las cosas que pido con frecuencia es la llegada de aquél momento sagrado en el cuál, repentinamente, sin manipuleos ni tampoco un reconocimiento consciente de lo que está ocurriendo, estoy sintonizado con el público, y Dios me está usando para decir algo que ellos están recibiendo por medio del Espíritu Santo. Llamo estos momentos «Tiempos de embarazo», pues tengo la certeza de que en ese momento están naciendo cosas en el corazón de varios de los oyentes.


No puedo desarrollar estos momentos; ni siquiera los puedo controlar. Sólo puedo ser consciente de que en ese momento ocurre la verdadera enseñanza, cuando el Espíritu Santo resulta ser el verdadero maestro. Estos han sido algunos de los momentos más hermosos en mi vida.


Mi placer de ser usado por Dios constituye el gozo más grande que un maestro puede experimentar. Y el dolor más grande se experimenta cuando, en lugar de ser usado por Dios, me doy cuenta de que he usado a Dios. He usado esa hora especial que Dios tiene para hacerse conocer y he tratado de impresionar a las personas con mi conocimiento, o mostrar qué buen cristiano soy. Esto tiene como consecuencia la depresión.


Nunca me deprimo, no importa cuan pequeñas hayan sido las muestras de resultados, si al final de mi clase tengo conocimiento de que Dios me ha usado. Pero si presiento en mi corazón que he usado a Dios, entonces la multitud y el aplauso no significan absolutamente nada. Allí sí es cuando sobreviene la depresión.


Apuntes Pastorales. Febrero – Mayo/1985. Vol. II, número 5.