Obstáculo y bendición Josué 3:1–4:24

“Josué se levantó de mañana, y él y todos los hijos de Israel partieron de Sitim y vinieron hasta el Jordán, y reposaron allí antes de pasarlo” (Josué 3:1).

¡Qué día! Emocionado y conmovido por la meta que avistaba en el horizonte inmediato, la fuerza de la pasión y fervor de Josué debe haberse transmitido a todos, desde el más joven hasta el más viejo. “¡Allí está el río y al otro lado, la tierra que Jehová nos ha prometido!” Estaba por finalizar el viaje que había empezado unos 650 años antes, con el llamamiento hecho a Abraham. Entre el pueblo y su herencia sólo había un río. Ah, pero ¡qué río! Conviene detenernos para repasar la geografía de él.

EL RÍO JORDÁN: CARACTERÍSTICAS GENERALES

Josué 3:1

Su nombre

Viene de un término que quiere decir “descender” o “fluir”. Era y es el río más largo, importante, y en realidad el único cuerpo de agua de esa zona que merece llamarse “río”. Nace a unos 70 metros sobre el nivel del mar, en un lago que se encuentra al norte del lago de Genesaret (Galilea). Sin embargo, poco después de pasar ese lago, el Jordán desciende abruptamente cerca de 213 metros por debajo del nivel del mar. De allí, desciende todavía más hasta desembocar en el mar Muerto, cuya ribera está a unos 393 metros bajo el nivel de mar. ¡Con qué razón el nombre de ese río significa “el que desciende”!

Formación geológica

El valle del Jordán es parte de un interesante fenómeno geológico. Está en una depresión (grieta) que corre desde Asia Menor hasta el corazón del África. El Jordán desciende desde su nacimiento, que está a 70 metros sobre nivel del mar hasta su desembocadura a 393 metros debajo del nivel del mar. Casi en todo su camino fluye por un cauce relativamente angosto, profundo y sinuoso (llamado “el zor”). Dentro de éste se encuentra todavía otro cauce o lecho menos profundo y mucho más ancho (llamado, “el ghor”). En el sur, “el zor” tiene como 30 metros de ancho, mientras que el lecho más amplio, “el ghor”, mide un kilómetro de anchura.

Largo, profundidad y anchura

La distancia desde la parte más meridional del mar de Galilea hasta la parte más septentrional del mar Muerto consta de sólo 113 kilómetros. No obstante, debido a su curso serpenteante, el río recorre una distancia de 393 kilómetros. Naturalmente, en tan largo trayecto, las condiciones cambian bastante. Fluctúa entre 27 a 39 metros de ancho y de un metro a tres de profundidad. Es obvio que semejante profundidad y anchura hacen que se formen vados en diferentes lugares, cuando menos en algunas épocas del año. Durante la temporada de lluvias, el río se convierte en un torrente que abandona su relativa pereza y sale de su cauce serpenteante, desbordándose y hasta llenando partes del lecho más ancho, “el ghor”. El volumen de agua se hace más peligroso por la. velocidad que adquiere la corriente debido a su brusca caída cuesta abajo en dirección al mar Muerto.

SITUACIÓN DEL PUEBLO FRENTE AL JORDÁN

Josué 3:2–5

La pequeña lección de geografía se debe por lo menos a tres importantes razones: La primera, que el río Jordán se menciona con frecuencia en gran parte de la historia bíblica y conviene que el estudiante sepa sus características. En segundo lugar, los hijos de Israel llegaron al Jordán precisamente en la temporada en que el Jordán se hallaba desbordado en “todas sus orillas” (Josué 3:15b). Finalmente, al salir de Sitim (Josué 3:1–2), el pueblo se quedó tres días en la ribera porque por el estado en que se encontraba, el río constituía un enorme obstáculo para la realización de sus sueños.

¿Puede imaginarse la frustración de esa gente? Josué los había llevado hasta el borde de un río que prácticamente se había convertido en una barrera infranqueable, un obstáculo insuperable. Históricamente, los habitantes de esa tierra habían confiado en él para su protección.

El líder del pueblo de Dios les ordenó pasar tres días contemplando el problema; tres largos días para que pudieran observar la profundidad del agua, la corriente, el lodo y la basura que acarreaba. En fin, quería que reconocieran la envergadura de la tarea que enfrentaban. El agua era demasiado profunda como para vadear el río. No había puentes, ni balsas y mucho menos se podía cruzar a nado.

En una situación semejante 40 años antes, frente al Mar Rojo, sus antepasados habían llorado y se habían quejado contra Moisés y, por ende, contra Dios. Esa generación demostró la incredulidad que a su tiempo haría que muchos murieran en el camiono. Sin embargo, era de esperarse que la nueva generación hubiera aprendido su lección. No se dice nada acerca de que se quejaran al estar frente al Jordán.

¡PENSEMOS!
Conviene estudiar la historia y aprender de ella. Los israelitas que sobrevivieron a la peregrinación contaban con varias pruebas relacionadas con lo ocurrido durante el éxodo de Egipto. Entre ellas, tenían la ley recibida en Sinaí, evidencias del pecado de sus antepasados y sus consecuencias funestas, y los años que pasaron vagando por el desierto. También habían escuchado el testimonio de quienes habían pasado por esas experiencias. Algunos fueron testigos oculares de las consecuencias que acarrea el pecado al ver morir a sus padres en el desierto. Pero, la evidencia más fuerte que tenían, la fuente más confiable, la autorizada, era la que estaba en los escritos de Moisés, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo había guiado a ese líder hasta en la selección de palabras protegiéndolo del error (2 Pedro 1:21), de modo que aquella generación tenía a su disposición (por medio de los sacerdotes) una historia verídica de la que podía aprender.

No emitieron ni un gemido cuando Josué dio una solución “espiritual” al problema material. Para vencer lo que parecía una barrera infranqueable, Josué les ofreció el arca del pacto: “He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán” (3:11). Precisamente aquí, los incrédulos de la generación anterior se hubíeran reído. Casi podemos oírlos decir entre risas: “¿Qué? ¿Un mueble? ¿Un símbolo religioso? ¡Qué locura!” Sin embargo, no se escuchó semejante protesta de parte de aquella generación.

EL ARCA DEL SEÑOR SIMBOLIZABA LA PRESENCIA

DE JEHOVÁ ENTRE SU PUEBLO

Obviamente, esos israelitas entendieron mejor la importancia del símbolo y estuvieron dispuestos a creer en el Dios que estaba detrás del símbolo. Nunca ha habido nada imposible para Dios. Ni el obstáculo más grande, ni el río más ancho son obstáculos para él. Más bien, son un reto para mostrar su misericordia.

Antes de dejar esta parte del capítulo 3 de Josué, hay dos observaciones acerca de 3:4–5. El pueblo tenía que mantenerse a cierta distancia del arca. El pasaje señala la razón: “A fin de que sepáis el camino por donde habéis de ir” (3:4a). Jehová quería que todo el pueblo viera el arca en todo momento y supiera que él mismo era quien abriría el camino.

¡PENSEMOS!
Pero hay otra razón para que el pueblo se mantuviera a distancia del arca. No se encuentra en el texto inmediato, sino en las instrucciones generales en cuanto a ese objeto sagrado y su colocación en el lugar santisimo del tabernáculo. La santidad de Dios no permitía que una persona común se acercara al area. Únicamente el sumo sacerdote podía hacerlo una vez al año, cuando llevaba la sangre de la expiación en la mano. Al pueblo no se le permitió olvidar la posición altísima de su Dios, factor que inspira el temor y la reverencia que le agradan.

La segunda observación se relaciona con la exhortación de Josué del v. 5: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas entre vosotros”. La santificación a la que hace referencia tiene que ver con la entrega completa de la gente a Dios, a su causa y a su voluntad. El Señor ya había dicho que iba a obrar a favor de su pueblo, venciendo lo aparentemente imposible con su presencia y poder. ¡Claro que sería un milagro! El otro lado de la moneda era que el pueblo tenía que consagrarse, abandonarse totalmente a él y a su voluntad. ¡El pueblo tenía que identificarse como su pueblo, y hacerlo de corazón!

LAS BENDICIONES DE DIOS LAS DISFRUTAN LOS

QUE SE IDENTIFICAN CON ÉL.

PROEZA DE DIOS EN EL JORDÁN

Josué 3:7–17

¡Y se realizó el milagro! “Las aguas que venían de arriba se detuvieron en un montón bien lejos de la ciudad de Adam, que está al lado de Saretán, y las que descendían al mar de Arabá, al mar Salado, se acabaron y fueron divididas; y el pueblo pasó en dirección de Jericó” (3:16). Efectivamente Dios hizo con su presencia y su poder lo que parecía imposible al hombre. Dio una solución “espiritual” al problema material.

Sin embargo, no sucedió el milagro hasta después de que repasaron algunos detalles del plan de Dios (Josué 3:9–10) que sin duda sirvieron para animarlos. El cruce del río sólo fue el principio de lo que iba a ser una gran campaña. Parece que el propósito de 3:9–10 era aclarar que en la misma forma milagrosa en que cruzarían el río así también conquistarían la tierra.

DIOS NO HACE LAS COSAS A MEDIAS,

VIGILA TODOS LOS DETALLES PARA

LLEVAR A CABO SU PLAN.

Se puede incluir un comentario final acerca del capítulo 3 de Josué. En 3:7, Jehová confirmó el liderazgo de Josué. No cabe duda que Dios empleó los sucesos del milagroso cruce del Jordán para confirmar el llamamiento del hombre que había escogido para guiar al pueblo, porque tenía una relación muy especial con Jehová. Al darse cuenta el pueblo de esto, su admiración y respeto por Josué aumentaron bastante. Así como Dios había autorizado y facultado a Moisés, así hizo con Josué, lo cual ilustra muy bien el factor de continuidad. Dios obra por medio de quienes él escoge, prepara y comisiona.

LAS VEINTICUATRO PIEDRAS DEL RÍO JORDÁN

Josué 4:1–24

El Creador del universo dotó al ser humano de memoria, que es la capacidad de recordar. El cerebro humano es mejor que el computador más grande y más avanzado que existe. Tiene una facultad fenomenal para buscar en la memoria y encontrar los datos y detalles pasados, así como los nombres junto con la imagen mental de la cara de las personas. Con todo y reconocer la maravillosa memoria del hombre, muchas veces es menester usar los llamados recursos mnemotécnicos, o sea, algo que facilite recordar las cosas. Precisamente esto es lo que encontramos en el capítulo 4 de Josué.

La primera docena de piedras y su propósito 4:1–8

Siguiendo la dirección de Jehová, Josué mandó a un miembro de cada una de las doce tribus para que sacara una piedra del lecho del Jordán por donde pasaron los hijos de Israel. Esas piedras fueron llevadas al lugar en donde la gente iba a pasar la noche y allí amontonadas, formaron un monumento.

Aunque otras partes del Antiguo Testamento dicen que construían altares para el sacrificio más o menos iguales, estas piedras no tenían ese propósito, sino que fueron “para que… sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron dividias delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre” (Josué 4:6–7).

¡PENSEMOS!
Mirando hacia atrás, los creyentes podemos repasar todo lo que Dios ha hecho a nuestro favor. Dicho ejercicio no sólo nos llena de gratitud por las bendiciones pasadas, sino que nos anima a enfrentar lo que está delante. Precisamente eso es lo que Dios tenía en mente en Josué 4 para los hijos de Israel. Las generaciones futuras contemplarían el monumento y recibirían la explicación: “Milagrosamente Dios nos hizo pasar el río”. Frente a un problema de proporciones gigantescas, Dios les ayudó a vencer. Lo mismo sucedió frente a Jericó, Hai, los gigantes, la cultura pagana y todos los demás problemas igualmente aterradores. Dios les daría la victoria. Ellos podían decir: “¡Si Dios lo hizo en el pasado, Dios lo hará!” Para eso era aquel monumento.
El creyente actual también tiene algún “monumento” que le sirve de recordatorio. Si uno conoce a Cristo como su Salvador, ya ha puesto una de esas piedras monumentales. La salvación del alma es la obra máxima de Dios a favor de uno. Al recordar ese “monumento” de la gracia divina, ¿cómo puede ser que no confiemos a ese Dios tan bondadoso todo lo demás? (Romanos 8:31).

La segunda docena de piedras y su propósito 4:9–18

“Josué también levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar donde estuvieron los pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto; y han estado allí hasta hoy” (4:9). Este segundo monumento, con piedras tomadas del lecho del Jordán, fue colocado en medio del río; en el mismo lugar donde obtuvieron la victoria. Por la manera en que termina el versículo, quizá se trataba de piedras grandes, porque las aguas no pudieron removerlas: “y han estado allí hasta hoy” (v. 9b). Por supuesto, que “hoy” se refiere al tiempo en que Josué escribió el libro.

El propósito del segundo montículo era igual al primero, sólo que se especifica el lugar en que se llevó a cabo el milagro, en el lecho del río. Ese monumento era para manifestar que “Aquí obró Dios a nuestro favor. ¿Cómo no seguiría haciéndolo? Puesto que había épocas en que el agua no estaba tan profunda, es probable que ese monumento también estuviera visible por mucho tiempo.

Un propósito más amplio 4:19–24

Como se ha notado, los monumentos servían de recordatorio especialmente a los hijos de Israel. Sin embargo, la última sección del capítulo 4 indica que hubo otro propósito mucho más amplio: “para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días” (4:24).

El propósito de Dios siempre ha sido que su nombre sea glorificado. Como todas su obras tenían y tienen ese objetivo, no debe extrañarnos que Josué 4:24 haga referencia a un testimonio visible para el mundo entero.

Aquí hay dos ideas que debemos considerar. Primero, el propósito principal de Dios es que su nombre sea glorificado. El Dios creador hizo al hombre con ese fin, es decir, para que le glorifique. Cabe decir aquí que lo que glorifica a Dios es estar de acuerdo con él y demostrar conformidad con sus palabras. Se equivoca la persona que piensa que la meta principal de Dios es la felicidad o bienestar del hombre.

Por supuesto que en Cristo encontramos grandísimas bendiciones y aun la felicidad, pero la salvación del hombre no es el fin principal que Dios busca, sino que su nombre sea glorificado. Entonces, el propósito del creyente también debe ser procurar la “alabanza de su gloria” (Efesios 1:12–14).

La segunda idea que brota de Josué 4:24 es que Dios quiere que su nombre y por ende, su gloria, sean conocidos en todo el mundo. Así empezó en el huerto con los primeros padres, pero desde la entrada del pecado y debido a la exagerada multiplicación de la población mundial, siempre ha habido rebeldes que no han reconocido a Dios como creador, como el Dios de la Biblia, el creador glorioso. Las obras de ese gran Dios están diseñadas para demostrar al mundo su gloria.

Observaciones finales

  1. Dios tiene un plan perfecto así como poder y control de las cosas como para poner su plan en acción, él hace proezas.
  2. El propósito de sus proezas es proclamar y elevar su nombre ante todo el mundo.
  3. Precisamente por eso, Dios escogió al creyente en Cristo Jesús, que de por sí es una magna obra de Dios, con el fin de glorificar su nombre.

Platt, A. T. (1999). Estudios Bı́blicos ELA: Promesas y proezas de Dios (Josué) (35). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.