Oración para pedir hacerse como los niños
Por: Carlos Padilla Esteban
Me gustan las personas que son como niños. Me gustan esos niños con mirada sencilla. Tal vez me gusta el niño que siempre llevo dentro. El niño que se esconde y sale sólo a veces, cuando se siente en casa.
Jesús fue niño, amó a los niños, rió como un niño. Me gusta mirar a Jesús como un niño. Tenía corazón de niño. Jesús juega, mira, se deja abrazar y cuidar, aprende. Mira con inocencia. Comienza a caminar de la mano de José y María.
Aprende a comer y a asomarse al mundo en un hogar sencillo. Lleno de rutinas sagradas. Aprende a rezar. Llora. Necesita de sus padres para sobrevivir. Obedece. Recibe amor. Creo que la niñez de Jesús fue sobre todo recibir amor.
Aparentemente improductiva, demasiados años, pero en su alma echó raíces para siempre ese amor incondicional de José y María que le hablaba de su Padre.
No desconfía, no se endurece. Su alma de niño se mantiene hasta la cruz. Se fía siempre. No juzga nunca. Se abandona. Es el niño en los brazos de su padre toda su vida. María guardó la infancia de Jesús en su alma.
Una persona rezaba:
“Señor, enséñame a ser niño, a disfrutar de la vida, a jugar y reírme con las cosas pequeñas. Enséñame a confiar y a entregarme del todo sin protegerme para no ser dañada.
Enséñame a mirar con ojos inocentes, a creer en la vida, en los demás, a no hacer cálculos. A fiarme de ti. A ir de tu mano por el camino. A dejarme abrazar como los niños, a recibir amor y caricias porque los necesito.
Enséñame siempre a perder el tiempo con cosas no fundamentales, no serias ni importantes. Enséñame a disfrutar el momento como los niños. Sin temer el futuro. Sin quedarme pensando en lo pasado”.
Es importante aprender a vivir como niños. Sacar a pasear por la vida el niño que llevamos dentro, sin miedo a que me hagan daño. Necesitamos personas y lugares donde poder ser niños. Sin miedo a los gritos y al rechazo. Reír como niños. Jugar como niños.
Este domingo un niño lleva sus panes y sus peces. Siempre me he preguntado. ¿No son demasiados panes y peces para sólo un niño? A lo mejor los llevaba para alguien. A lo mejor los discípulos le pidieron lo que tenía y él lo dio todo.
No sabemos muy bien cómo ocurrió exactamente. Pero me gusta pensar en los ojos de ese niño que confía en sus panes y en sus peces. Sería suficiente. A veces perdemos la mirada de los niños.
Decía el Padre José Kentenich: “¿Qué debe hacer el niño? Sólo entregarse desvalido al Padre, sentirse pequeño. ¿Y qué hace el Padre? Cuanto más pequeño me siento tanto más me lleva hacia lo alto.
Esto no es falta de actividad propia, esto es entrega plena a Dios.
El ascensor de la santidad. Entro en él y va vertiginosamente hacia arriba. Me considero pequeño ante Dios, como vaso vacío: no soy nada, Él es el todo. ¡Qué práctico es esto! ¡Qué pequeño y desvalido soy ante Dios infinito!”[1].
El niño confía en su padre. Se abandona. Lo entrega todo. Comprende que no puede hacer nada si su padre no lo sostiene. ¡Qué difícil ser como niños cuando queremos controlarlo todo, tenerlo todo en nuestras manos!
El niño aprende a confiar y se suelta de manos. Pone todo en manos de Dios. Así de sencillo. Abandono total. El niño que ríe y también confía. El niño que cree en lo imposible. Ser como niños es la gracia para la vida que queremos seguir pidiendo.
Jesús, en el monte, después de hablar a su pueblo, decide dar de comer a todos. “Al levantar Jesús los ojos y ver que venía mucha gente, dice a Felipe: ¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos? Dijo esto para ver su reacción, pues Él sabía lo que iba a hacer”.
Levanta la mirada y