Papito, ¡venga!
por Marco A. Vega
Los momentos más tristes y amargos de nuestra historia son conocidos como pruebas. En realidad no es así, pero la gran mayoría de jóvenes, incluyéndome, lo vemos de esta manera.
Los momentos más tristes y amargos de nuestra historia son conocidos como pruebas. En realidad no es así, pero la gran mayoría de jóvenes, incluyéndome, lo vemos de esta manera. Son escasos los casos porque existen de jóvenes que en medio de las crisis pueden gritar: «¡Aleluya!, ¡dame más pruebas, Señor, que las necesito!» O «¡Dame pruebas, Dios mío, o me muero!» Por el contrario, buscamos cómo escapar de ellas.
Yo las comparo a las famosas pruebas cortas que repentinamente hace el profesor del colegio, de la escuela o de la universidad. Todos están haciendo sus trabajos tranquilos, cuando de repente sorpresivamente y como si se tratara de un atentado terrorista, el profesor anuncia con voz firme como de trombón: «¡Saquen una hoja en blanco, escriban su nombre en ella y coloquen todo lo que tengan sobre la mesa debajo del asiento!»
El momento de la prueba o de la «muerte lenta» como algunos le llaman, o del camino al sufrimiento por las calles de lo desconocido cualquier nombre resulta válido, es para muchos el momento más oscuro de sus vidas, ¡que no se quiere, que no se espera, que no se sabe! Es el momento de la verdad, en él demostrarás si sabes o no. Sin embargo, para unos pocos, según mi experiencia estudiantil, son todo un reto, un desafío y la posibilidad de fomentar su desarrollo y superación. Para eso sirven las pruebas. Para descubrir si uno está preparado o no. En algunas de las pruebas académicas sudaba acongojado porque en realidad no me acordaba de nada. En otras, por el contrario, las realizaba sonriendo y tranquilo porque conocía las respuestas.
Existe, por lo general, un par de maneras de enfrentar las situaciones críticas. Una es la queja, porque consideramos injusto lo que nos están haciendo y utilizamos ciertas frases defensivas como: «¿Por qué no nos avisaron? ¿A quién se le ocurrió semejante broma? ¡No estarán hablando en serio¡ ¡Solo eso me faltaba, precisamente hoy que no estudié! (¡como si los demás días hubiera estudiado mucho!) ¡Necesito con urgencia (repentinamente por supuesto) ir al baño! También se utilizan las expresiones fatalistas como: ¡Trágame tierra¡ ¡Se lo vamos a decir al director¡ Pues, ¡no lo hago!, ¿para qué, si me voy a sacar un cero?, y muchas otras expresiones célebres. La otra es estar siempre listos, entendiendo que son necesarios los exámenes cortos y que no son otra cosa más que la oportunidad de pasar de grado.
Una vez escuché en un programa cómico que el estudiante le reclama al profesor diciendo: ¡Qué fácil, estudiando cualquiera sabe!, porque otro de sus compañeros contestó rápido lo que el profesor preguntaba. Y creo que esa es la clave: ¡preparado cualquiera supera las pruebas!
Deuteronomio 8.2 cita: «Recordarás cómo el Señor te condujo a través del desierto durante estos cuarenta años, para afligirte, para probarte, para saber que había en tu corazón. Para saber si responderías y si realmente lo obedecerías.»
No hay mejor momento para conocer a alguna persona que el tiempo de crisis o en las circunstancias de prueba. Es allí, donde en realidad muestran lo que hay en su corazón.
¿Recuerdas a Pedro hundiéndose en el agua, cuando justo unos minutos antes estaba tranquilo acostado en la barca? José va de camino y no sabe a dónde va, cuando sólo hace unos minutos previos buscaba a sus hermanos para llevarles alimento. ¿Y qué decimos de Pablo, que por predicar tuvo que salir arrastrado de la ciudad después de que lo apedrearon? Peor aún, ¿qué me dices tú, después de estar con estabilidad económica no tener ni para una hamburguesa sin carne, que después de creer que lo del carácter era cosa del pasado, explotaste en contra de tu madre porque ella te estaba aconsejando? ¿Qué me dices de las veces que esperando recompensas por tu trabajo recibiste correcciones y un sinnúmero de regaños? Y ni hablemos de las decepciones amorosas, de las enfermedades repentinas o del desprecio que te hicieron porque no has estudiado lo suficiente. Pablo dijo en 1 Corintios 13 que «no nos ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana, pero fiel es Dios, que no nos dejará ser probados más de lo que podamos resistir, sino que dará juntamente con la prueba la salida, para que puedas soportarla.»
El punto es claro, no es si vienen o no pruebas, porque de hecho vienen, sino ¿CÓMO LAS ENFRENTO? O mejor dicho: ¿Cómo me preparo para enfrentarlas? Definitivamente entendiendo que la vida misma es una prueba y que cada situación que nos acontece es una oportunidad para pasar el examen y subir de grado, es cuestión de perspectiva, si las situaciones las veo como lo que parecen, la frustración ataca, pero por el contrario, si las veo como oportunidades, estaré preparado para enfrentarlas, superarlas y obtener el título que es el fin último de la vida. Santiago 1.12 concluye: «Dichoso el que resiste la tentación, porque al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman.»
¿Por qué «papito, ¡venga!». Es una pequeña historia que viví con mi hija. Yo la llevaba para la escuela maternal (tiene dos años) y se me ocurrió pasar primero por mi oficina. Ella con sus ojos llenos de lágrimas me dijo: «¡ai kindei pitito!» (traducción más probable: «papito mío, ¡llévame a la escuelita por favor!»). Lo que me llamó la atención fue su expresión de angustia porque pensaba que no la llevaría a la escuelita. Entonces, se me ocurrió sentarla sobre una mesa y decirle: «Hija, hoy no puedes ir a la escuelita, debes trabajar con papá.» No podrías imaginar la expresión de desastre que me hicieron sus pequeños ojitos. Fue la peor de las noticias que pudo haber recibido en su corta vida. No lo podía creer, no sabía si llorar o gritar. Era una prueba. Era su prueba.
Parece cruel, ¿no lo crees? Pero simplemente estaba probando la reacción de mi hija. Solo quería saber cuál era la solución que le iba a dar al problema. Tenía dos opciones: Llorar y gritar por la injusticia de haberla levantado a las 5 a.m. para nada o por el contrario, podía confiar en que su padre por alguna razón para ella desconocida sabía lo que estaba haciendo. Entonces me dijo la frase que en realidad yo no esperaba: «¡Papito, venga!», mientras me llamaba con su dos manitas. Para ella venga es abráceme. Entonces me extendió los brazos y, por supuesto, la abrace. Esa fue su solución ante la prueba. Ir a los brazos del único que podía solucionarle sus problemas. Y allí justo pude ver que igual sucede con el Señor. Él nos sienta sobre la mesa y nos dice; ¡Hoy no vas a ir al a la escuelita! Y se sienta en su silla a esperar que le digas: «¡Papito, venga!, abráceme, porque aunque no entiendo el por qué de las cosas sé que tienes todo bajo tu control.» Eso espera el Señor en medio de las pruebas, que aprendamos a reposar en él, a descansar en sus brazos, a confiar en su fuerza y a esperar en su sabiduría.
«Papito Dios, ven. Danos un abrazo en los tiempos difíciles y no nos sueltes tampoco en los fáciles. Ven, haznos sentir tu fuerza, tu calor, tu protección. Dinos con un abrazo que nada pasa, que nada es tan grande como lo vemos, que nada es tan preocupante como parece. Papito, ven. Abrázanos y danos consuelo, danos refugio, danos tu amor.»
Por supuesto la recompensa que le di a mi hija por la solución que le dio al problema fue llevarla a la escuelita.
Jóven Líder, un ministerio de Desarrollo Cristiano Internacional. Copyright 2004. Todos los derechos reservados.