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Para desarrollar la unidad de la iglesia local

Para desarrollar la unidad de la iglesia local

por Larry Christenson

El área de la mayordomía provee un ejemplo llamativo de la forma en que una nueva clase de liderazgo fue capaz de llevar a la congregación a una nueva y significativa dimensión de la vida y experiencia cristiana.

Primer paso: la unidad en el consejo de ancianos y líderes

Hace dieciséis años realizamos un cambio en la estructura del liderazgo de nuestra iglesia que nos ha fortalecido en gran manera.

Antes de que esto ocurriera, el consejo de nuestra iglesia estaba formado por dos cuerpos. Por un lado, estaban los diáconos, quienes eran responsables por la vida «espiritual» de la congregación. Ellos estaban a cargo de cosas tales como los grupos de estudio bíblico, la escuela dominical, la evangelización y la alabanza.

El otro grupo era el de los administradores, quienes eran los hombres de negocio, de cabezas frías, que estaban a cargo principalmente de las finanzas. Ellos decidían si podíamos arreglar una gotera en la torre de la iglesia, cuánto debían pagar al organista, etcétera.

Los diáconos y los administradores se reunían a menudo en forma separada y debido a sus diferentes áreas, cada grupo desarrollaba una visión diferente de lo que es el ministerio en la iglesia. Con el tiempo, la gente de la iglesia comenzó a hacer una distinción no bíblica entre «espiritual» y «practica», en referencia a estos dos grupos. Cuando surgía alguna controversia en la iglesia, esta división incorporada al consejo de la iglesia actuaba en desmedro de la congregación. En vez de resolver las diferencias como un solo cuerpo de líderes, los diáconos y administradores, reunidos a menudo en forma separada, tendían a perder contacto entre ellos. Entonces en vez de resolverse, las diferencias tendían a agudizarse, creando incertidumbre y división en la congregación.

En 1962 y 1963, el Señor -por su gracia- nos dejó pasar por momentos muy difíciles, y cuando las cosas se aplacaron, nos dimos cuenta de que se necesitaban algunos cambios básicos en la estructura del liderazgo.

De acuerdo con esto, en 1965 corregimos la constitución para proporcionar un consejo de iglesia único en vez del convenio diácono-administrador. En lo sucesivo, un solo cuerpo de líderes se haría cargo de todos los asuntos relacionados con la vida de la congregación.

Los por así decir, asuntos espirituales serían vistos según sus ramificaciones practicas, y los así llamados asuntos prácticos serían evaluados desde el punto de vista de los principios espirituales.

RECONSIDERACIÓN DE LA MAYORDOMIA

Uno de los resultados más asombrosos de este cambio se dio en el área de la mayordomía. Esto había sido siempre exclusividad de los administradores. Ellos eran los responsables de planear el presupuesto y de asegurar los compromisos. A veces se persuadía a los diáconos para que organizaran algunas «charlas en el templo» para agregar un incentivo espiritual a la colecta de fondos, pero en suma era una empresa más bien comercial.

Bajo el nuevo consejo todo el enfoque de la mayordomía cambió. Consideramos que las dinámicas espirituales estaban involucradas y reconocimos que en la mayoría de los programas de mayordomía faltaba una distinción fundamental. Por un lado está la dimensión de la mayordomía personal. El devolver diezmos y ofrendas al Señor es una piedra fundamental en la vida personal de todo cristiano. Es una expresión necesaria de nuestra vida en Cristo. No es que Dios necesite el dinero, es que yo tengo la necesidad de dar, si mi vida en Cristo se va a proyectar en la forma correcta.

El dar diezmos y ofrendas no es algo que yo haga para Dios, sino algo que El me invita a hacer para que toda esta área de mi vida -el área relacionada con las posesiones materiales- pueda ser ordenada en forma adecuada, y para que toda mi existencia material esté bajo su protección y provisión divinas.

Aunque la iglesia tuviera $10 millones y pudiera manejarse sin ninguna ofrenda, aun así enseñaríamos a diezmar como una necesidad básica para el beneficio de cada miembro. La necesidad que tiene el individuo de dar no está determinada por lo que la iglesia necesita sino por la propia necesidad del creyente.

PASOS DE FE

Tradicionalmente se vincula a las necesidades de la iglesia directa y exclusivamente con las ofrendas de los miembros. En otras palabras, cuando la iglesia tiene una necesidad, buscamos a las personas, con la esperanza de que se comprometerán lo necesario como para cubrir esa necesidad. Esto es tan lógico y natural que ¿quién podría cuestionarlo?

Pero nuevamente, el nuevo consejo de la iglesia escudriñó esta práctica espiritualmente y le encontró algunas fallas.

Si la iglesia es la iglesia del Señor –si El está verdaderamente a cargo- entonces El es básicamente el responsable de mantenerla como un esposo fiel.

Supongamos que nuestra congregación se comprometa por una suma de $30.000, pero el Señor quiere que llevemos a cabo un ministerio de $50.000. Cuando surgió esta nueva idea, debo reconocer que no sabíamos muy bien cómo manejar las discusiones en el consejo de iglesia. Pero después de algunas discusiones, concluimos que en este caso presentaríamos la visión del ministerio a la congregación y luego emprenderíamos la gran tarea de orar para que el Señor lo hiciera posible.

En una palabra, cuando se tratara de las necesidades de la iglesia no buscaríamos a la gente sino a Dios. Y es así que nacieron nuestros «pasos de fe». Lo emprendimos en etapas, de manera que los miembros que estuvieran en diferentes etapas de comprensión pudieran unírsenos todos. Para empezar teníamos nuestro presupuesto regular, basado en los compromisos de la gente; el presupuesto de los «pasos en fe» era por lo que estábamos orando más allá de estos compromisos primarios. Con los años este nuevo enfoque se ha implantado gradualmente, de modo que ahora nuestro acuerdo básico es buscar a Dios para todas las necesidades de su iglesia.

Vimos como creció el ministerio anual de la congregación, en términos de pesos y centavos con sólo un leve aumento en los miembros. Verdaderamente Cristo es capaz de proveer abundantemente para su novia, cuando lo buscamos en fe. En efecto, su provisión ha sido tan asombrosa y abundante que creo que quizá nos hemos vuelto un poco flojos en nuestras oraciones. Casi damos por hecho que el dinero llega sin enseñar programas de mayordomía, sin compromisos. Pero no puede continuar viniendo sin la fe y oración continuas. Porque no es un método lo que hemos descubierto, sino una relación con el Dios viviente.

El área de la mayordomía provee un ejemplo llamativo de la forma en que una nueva clase de liderazgo fue capaz de llevar a la congregación a una nueva y significativa dimensión de la vida y experiencia cristiana.

MOVIÉNDONOS COMO UNO

El cambio en el consejo de la iglesia tendría un efecto significativo en la vida de la congregación. Tenía también que ver con la cuestión de la unidad.

Ernest Gleede, un pastor luterano de Alemania, nos visitó en el 65 para predicar en una serie de reuniones. El nos compartió la práctica que habían seguido en su congregación: En el consejo de iglesia, nunca comenzaban a actuar en cuestiones de sustancia a menos que estuvieran unánimemente de acuerdo.

Al año siguiente, alguien de nuestro consejo sugirió que hiciéramos lo mismo, que trabajáramos «por consenso». No fue una propuesta para ser votada ni adoptada legalmente; fue simplemente una recomendación, pero echó raíces. Se ha convertido en la presuposición tácita de todo lo que acometemos en el grupo de trabajo. Nos movemos como uno o no nos movemos para nada.

El efecto, no fue menos que milagroso. Hubo discusiones vigorosas y se expresaron fuertes opiniones, pero ha habido una casi total ausencia de actitud defensiva ya que no hay nada que defender; cada hombre sabe que su solo voto alcanza para detener cualquier acción.

Esta forma de hacer las cosas genera un profundo sentido de responsabilidad. En cuestiones importantes que involucran a la fe y a la vida de otras personas, es pasmoso saber que nuestra voz tiene ese tipo de peso. Hemos visto que ciertos asuntos llegaban a un punto donde todos menos uno estaban de acuerdo. Se ponía el asunto sobre la mesa. Se oraba por ese punto hasta la próxima reunión. (¡Cómo nos anima el Espíritu Santo a tener paciencia mientras que el diablo quiere que nos rindamos!). Al volver a reunimos veíamos cómo todo el consejo podía entender el punto de vista del único hombre que no había estado de acuerdo con ellos antes. O aparecía una nueva idea, y la junta encontraba una opinión diferente de la cual depender.

Un acuerdo como este no viene fácilmente ni en forma mecánica. Requiere una apertura radical de parte de los miembros del consejo; una apertura a Dios en primer lugar. Esto no funciona sin oración persistente. Cuando alcanzamos un «impase» o creemos haber agotado un tema sin haber podido llegar a un acuerdo, uno de nosotros generalmente sugiere que paremos y oremos. No por uno o dos minutos solamente, sino por diez o quince; una vez oramos durante media hora y experimentamos con tanta fuerza la presencia de Dios que cuando nos reunimos en los días subsiguientes no pudimos más que sacudir la cabeza y sonreír.

En segundo lugar debe haber una apertura de los unos para con los otros. Parte de la madurez espiritual es poder reconocer nuestras propias áreas de fortaleza y de debilidad. Un hombre, por ejemplo, puede tener un sentido agudo de lo que se necesita en el ministerio de enseñanza de la iglesia, pero en lo que hace a asuntos financieros, no tiene ni fe ni visión; no sabe cómo decidir en eso. Entonces, allí llega a reconocer en los demás una visión para los asuntos financieros; este reconocimiento es parte de su integración en la unidad del consejo. Si bien él puede tener opiniones sobre los asuntos financieros -las que son necesarias y deben ser tenidas en cuenta-, reconoce que estos otros hombres tienen una visión y una apertura al Espíritu en esa área que él no tiene.

Sin embargo, nada de esto es tan rígido como para que el Espíritu no pueda hablar con franqueza a través de los miembros del consejo en una forma bastante inesperada y, a la vez, claramente autentica.

Por consiguiente, la unidad del Espíritu no es un sello de goma, unidad conformista, sino una unidad de amor, una unidad de respeto mutuo, una unidad en el Señor.

LA UNIDAD DEL CONSEJO PRIMERO

En tercer lugar debe haber una apertura a todo el grupo. Cualquier miembro de la congregación debe tener acceso al consejo a través de uno o más de los miembros del consejo. Algunas de las palabras más necesarias -palabras con verdadero significado profético- llegaran al consejo a través de sus miembros.

Esto destaca principalmente el rol de siervo del consejo. Ellos deben de tomar las diversas sugerencias y preocupaciones y llevarlas delante del Señor en nombre de toda la congregación.

El resultado es unidad –no superficial ni forzada, sino substancial, profunda-, personas que son uno porque han llegado a un punto específico de acuerdo en el Señor.

Ya que esto continuó durante varios años, algo ocurrió en la congregación. La congregación ha comenzado a sentir esta unidad. Más aun, se les ha comunicado no como una información sino como una verdad viviente, una forma de vida. Esto presenta un principio básico: Aquello que el Señor le da al consejo, ellos pueden a su vez dárselo a la congregación. El secreto de la unidad en la congregación es permitir que Dios elabore primero esta unidad en el consejo.

Apuntes Pastorales. Volumen VIII Número 3