Perfección alcanzable
por Christopher Shaw
La vida normal es desordenada, llena de interrupciones, reveses y no pocos sinsabores. ¡Podríamos frustrarnos para siempre si esperamos el momento óptimo para hacer las cosas! El conflicto y las adversidades son tan parte de este mundo y tan comunes como el mismo aire que respiramos.
El descubrimiento me sacudió como si hubiera recibido un golpe físico. Estaba en una ceremonia escolar en la cual mi hija subió a la plataforma. Cuando la vi en aquel escenario, no pude contener algunas lágrimas por el orgullo que, como padre, sentía por ella. Sin embargo, inmediatamente me invadió cierta tristeza al pensar cuán rápido había crecido. Lamenté no haber pasado más tiempo con ella, a pesar de la buena relación que tenemos. La ausencia de mayores momentos de intimidad se debía, como es usual en los padres, a que estuve demasiado ocupado con otras cosas, buscando franquear la interminable sucesión de contratiempos y conflictos que son parte de la vida. De alguna manera postergué el disfrutar más de mi hija porque estaba esperando aquel momento en el que tendría resueltos la mayoría de mis problemas y podría volcarme, de todo corazón, a profundizar esta relación. Fue en ese instante de nostalgia que sentí claramente la voz del Señor: «Chris, la vida es así, tal cual la has experimentado. ¡No te demores más!, porque las circunstancias nunca se acomodarán a tu gusto».
¡Qué sencilla observación!, ¿verdad? No obstante, al menos veinte años de mi vida adulta habían pasado antes de que pude darme cuenta de que la vida normal es desordenada, llena de interrupciones, reveses y no pocos sinsabores. ¡Podríamos frustrarnos para siempre si esperamos el momento óptimo para hacer las cosas! El conflicto y las adversidades son tan parte de este mundo como el mismo aire que respiramos.
Su existencia, sin embargo, no limita nuestras posibilidades de vivir en abundancia, pues el conflicto solamente produce grandes estragos en aquellos cuyo ser interior es frágil. Cuando hemos decidido que la calidad de nuestras relaciones con los demás determina nuestro valor personal, cada comentario se convierte en un ataque, cada discrepancia en una descalificación y cada error en una ofensa. En estas circunstancias, los conflictos dejan una sensación de agobio en nuestro espíritu que nos roba la capacidad de emprender con éxito los proyectos que Dios nos ha confiado. Acabamos asumiendo el papel de víctimas, creyendo que a nadie le ha tocado una vida tan dura como a nosotros, y esta conveniente explicación justifica el hecho de que estemos siempre amargados y abatidos.
Hay personas, sin embargo, que no solamente superan exitosamente las situaciones de conflicto sino que hasta se renuevan en medio de ellas. Entre los ejemplos más preciosos de la Palabra se encuentran José y David, figuras que inspiran profundamente por la severidad de los apremios en los que se vieron envueltos. En la vida de Jesús brilla con especial intensidad la serenidad con la que transitó por una vida plagada de conflictos. Su primer discurso en Nazaret llevó a los oyentes a arrastrarlo hasta las afueras de la ciudad para arrojarlo a un despeñadero. Fue cuestionado incesantemente por los grupos religiosos de la época, los cuales, eventualmente, abandonaron el método del diálogo agresivo y optaron por tramar su muerte (Lc 22.2). El apóstol Juan afirma que «ni aun sus hermanos creían en él» (7.5) y en su hora de mayor angustia los discípulos, en quienes había invertido todo, le dieron la espalda. No obstante, no vemos nunca a Cristo en una postura derrotada ni de auto conmiseración. Su belleza interior parece intensificarse a medida que las dificultades se suman, de tal modo que Juan pudo describirlo como un hombre «lleno de gracia y de verdad» (1.14).
Resulta evidente, entonces, que la buena vida no se asegura por la ausencia de problemas y contratiempos. El reconocido autor Charles Swindoll declara: «Estoy convencido de que 10% de la vida consiste en las circunstancias que nos tocan vivir. El otro 90% lo determina la forma en que reaccionamos a estas circunstancias». Si no podemos acomodar nuestro entorno a nuestro gusto, entonces el único plano en el que podemos actuar es el de nuestro mundo interior.
Este cambio de estrategia es uno de los elementos más importantes para convivir exitosamente con las situaciones de conflicto. No obstante, no se logra sin reconocer que una de las estrategias de Satanás ha sido, precisamente, el enfocar nuestra atención en los demás, formando en nosotros una convicción de que allí radica la esencia de nuestras dificultades. Observe cuán rápidamente Adán y Eva cambiaron una actitud de amor por una que no dudó en señalar al otro como culpable de los propios males.
Debemos volver a mirar a los demás con los ojos de Dios. Pareciera que este ajuste no requiere de grandes transformaciones en nosotros. No obstante, este es el punto donde mayor resistencia encuentra el Espíritu. El reconocido autor Brennan Manning dice que el amor de Dios es, en realidad, el mayor obstáculo a una relación más profunda con él. Lo anterior, por supuesto, no se refiere al amor que él tiene por nosotros sino a la molestia que nos provoca el generoso trato del Señor hacia quienes consideramos indignos de dicha consideración. Solo debemos recordar la airada protesta de los obreros cuando el dueño del campo le dio la misma paga que a quienes habían trabajado apenas una hora (Mt 20.12) para darnos cuenta de la actitud mezquina que afecta gravemente nuestras relaciones con los demás.
Nuestro llamado, sin embargo, es a ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5.48). Su perfección radica en que él «hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos» (5.45). Del mismo modo, nosotros hemos sido llamados a abordar cada situación de conflicto con un espíritu comprensivo, tierno y bondadoso, donde genuinamente nos interese el bien de la otra persona, un camino que el apóstol calificó como «más alto». ¡De la mano de nuestro Padre podremos transitar por ella!
Publicado en Apuntes Pastorales, Volumen XXIII Número 3. © Apuntes Pastorales, un ministerio de Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.