Persigamos la meta correcta de la forma correcta: Formar a Cristo en cada uno

por Enrique Zapata

En una ocasión un piloto de una línea aérea anunció a los pasajeros que estaban perdidos, sin poder encontrar su destino, pero aseguró que no debían preocuparse pues vuelo iba muy veloz gracias a un fuerte viento a su favor.

Si los líderes de muchas iglesias fueran honestos tendrían que hacer un anuncio similar en su iglesia: «No sabemos a dónde llegaremos con todo nuestro activismo, pero que somos activos como nunca antes, ni por un minuto lo ponemos en tela de duda… estamos muy bien.» Las gentes de muchas iglesias se sienten muy contentas porque realizan muchas actividades pero… ¿qué estamos logrando realmente con todo eso?, ¿cuáles son los resultados concretos las personas?, ¿para qué se hace toda esa labor?, ¿es la mejor forma de hacerla? Estas y otras preguntas requieren de una respuesta honesta a la luz de la vida de Jesús.

Lo trascendental para Jesús en su misión en la tierra fueron las personas. Ellas eran su visión y su metodología. Su meta era conducirlos hasta la salvación eterna y formarlos a Su propia imagen, con su particular método de involucrarse personalmente en sus vidas, discipulados para ser como Él y después, enviarlos a hacer a otros lo que Él hizo con ellos.

El ministerio de Jesús fue sencillo y profundo, mas para algunos no resultó muy eficaz: «No» tuvo resultados perfectos (tuvo un traidor -Judas-, multitudes que le guían pero demandantes y cambiantes, discípulos que le abandonaron en su hora las difícil). Sin embargo con todos estos multados «imperfectos», Jesús no cambió su estrategia. ¿Por qué, entonces, la cambiamos nosotros? Jesús dijo: «Como me envió el Padre, así también yo os envío.»

Todo ministerio debe ser medido por la forma como se involucra con las personas. Un día, cuando iba camino a su oficina, un ejecutivo de una organización cristiana de servicio social, al ver a un niño mal nutrido, tuvo conciencia de que estaba trabajando con personas y no con cantidad de kilos distribuidos a los necesitados. Esta misma conciencia debe despertarse en nuestras iglesias para que los líderes no busquen números de asistencia y presupuesto sino mujeres, hombres, niños, ancianos con nombres, rostros y realidades muy particulares. La formación de discípulos nunca debe o puede institucionalizarse a fin de no perder la esencia del proceso.

Además, recuérdese que la prioridad en la vida de Jesús fue su comunión y obediencia a su Padre; gracias a esto, pudo concentrar sus energías en relacionarse con personas e interactuar con ellas para darles a conocer todo lo relacionado con el reino de los cielos y las implicaciones para la vida de ellos. Si se observan detenidamente los relatos de los evangelios, puede observársele habitando entre las personas y compartiendo la vida diaria con ellas. Su ministerio se desarrolló en la cotidianidad, en la interacción por caminar con ellos y fue de esta manera como les manifestó la gracia y la verdad de Dios, porque no sólo se involucró en la vida de ellos, sino que también permitió que ellos se acercaran lo suficientemente a él como para conocer Su corazón y así moldear el de ellos (1 Jn 1.1-3). No formó ninguna comisión de relaciones públicas ni comités de finanzas; tampoco construyó edificios ni creó una organización, ni un seminario. Lo extraño de nuestros días es que estos medios han reemplazado la interacción personal.

Sin duda es más placentero desarrollar programas y actividades que involucrarnos profundamente con los demás, pues generalmente nos cuesta lidiar con quienes tienen sus propias ideas, pecaminosidad y espíritus independientes. Además, cuanto menos nos involucramos en la realidad de sus vidas interiores, menos problemas tendremos. Un pastor con bastantes años de trabajo en el ministerio me aconsejó en una ocasión: «Si no desea problemas, no se meta con la gente.» Así, resulta más fácil lograr que muchos asistan a un culto antes que ayudarlos a manifestar la gracia de Dios en su vida diaria. No obstante, Jesús invirtió su vida en las personas y se involucró en la vida de ellos.

Hoy, la mayoría de iglesias se concentran en formular programas, estrategias, reuniones y actividades que al final, resultan más importantes que las personas mismas, y no se dan cuenta de que con este método no llegarán a la meta de moldear a las personas a la semejanza de Cristo. La pertinencia de un programa se determina cuando este propicia que las personas se involucren, es el resultado de haberse involucrado y contribuyen a alcanzar la meta.

Al observar a Jesús, es obvio que el proceso de producir discípulos y santos es lento y requiere sobre todo, perseverancia y paciencia. Día tras día cuando Jesús caminaba con sus discípulos en la realidad de la vida, los confrontaba con la necesidad de tener valores diferentes y relaciones basadas en el amor y la misericordia, y los motivaba a ser instrumentos y mensajeros de Dios.

Por tanto, el trabajo diario con personas implica ayudarlas a que Cristo sea formado en ellas, y esto requiere de perseverancia, paciencia y ante todo, conciencia de que Dios les dio libre albedrío. La perseverancia es indispensable para seguir trabajando con individuos y la paciencia es básica, para evitar caer en desesperación y deserción cuando se ven los pocos resultados y la resistencia de los otros a crecer.

De hecho, el proceso es tan complejo y difícil en el sentido humano, que muchas iglesias terminan sustituyéndolo por opciones humanas y carnales. Unas optan por sistemas legalistas para controlar el comportamiento, otras escogen espiritualizar la vida cristiana y valorizar las expresiones emotivas como manifestaciones espirituales trascendentales. Empero, el primer caso nos hace recordar la crítica de Jesús a los fariseos cuando señalaba que el problema procedía del interior de la persona: «lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre» y por tanto, para Él las leyes externas no tienen ningún valor al modificar el interior de otros (Marcos 7) y el segundo asunto resulta en religiosidad sin transformación.

Las personas ya han sufrido suficiente con los legalismos impuestos y con la falsa religiosidad producida por las expresiones emotivas. Por eso es tiempo de andar en la dirección correcta -la que Jesucristo mismo tomó- y de perseguir la misma meta que Él: formar a Cristo en cada persona que ministremos. ¡Involucrémonos en la vida de ellos! ¿Dónde están sus «Juanes», sus «Martas» y sus «Pedros»? Ellos, una vez ya formados y enviados, son la esperanza, estrategia y cumplimiento del deseo de nuestro Dios. En el tiempo oportuno ellos darán el fruto deseado en el reino eterno de nuestro Padre.

¡Adelante!