Por el camino de la paciencia
por H. Nouwen, D. McNeill y D. Morrison
Si nosotros mismos no somos capaces de sufrir, no conseguiremos sufrir con otros.
El camino de la compasión es el camino de la paciencia. La paciencia es una disciplina central para la compasión. La afirmación cobra fuerza cuando recordamos que la palabra compasión podría bien ser conpaciencia. Las palabras pasión y paciencia poseen la misma raíz en el latín, pues provienen del término pati, que significa «sufrir». Podemos describir la vida compasiva como una vida pacientemente vivida con otros. Si preguntamos, luego, acerca de la vida de compasión —acerca de la disciplina de la compasión— la paciencia es el camino. Si no conseguimos ser pacientes, no podremos ser compasivos. Si nosotros mismos no somos capaces de sufrir, no conseguiremos sufrir con otros. Si carecemos de la fortaleza para llevar la carga de nuestra propia vida, tampoco aceptaremos la carga de nuestros prójimos. La paciencia es la dura, pero fructífera, disciplina del discípulo del Señor de la compasión.
Algo más que resignación
En primeras instancias, tal afirmación puede resultar decepcionante. Pareciera que hemos optado por evadir el tema. Cada vez que escuchamos la palabra paciencia sentimos rechazo. De niños la escuchábamos tan seguido, en tantos contextos diferentes, que parecía que el término se empleaba cuando los adultos no sabían qué decir. Por lo general se refería a esperar —esperar hasta que papá regresara a casa, llegara el bus, el mesero trajera la comida, terminara el año escolar, el dolor disminuyera, dejara de llover o el auto fuera reparado—. De esta manera la palabra paciencia llegó a asociarse con la carencia de poder, la incapacidad para actuar, un estado generalizado de inacción y dependencia. Resulta comprensible, entonces, que nos sintiéramos humillados y despreciados cuando alguien con autoridad —llámese cura, padre, ministro, maestro o jefe— nos pedía: «solamente ten paciencia». Muchas veces se refería a que simplemente no nos dirían lo que sucedía, que se nos ubicaba en un lugar de servidumbre y que lo único que se pretendía de nosotros era que esperáramos pasivamente hasta que alguien con poder decidiera intervenir en la situación.
Resulta triste que una palabra tan rica y profunda como paciencia acabara con una historia tan pervertida en nuestras mentes. Con semejante trasfondo es difícil no pensar en la paciencia como una palabra de opresión, empleada por los poderosos para mantener sin poder a los indefensos. De hecho, no son pocas las personas en cargos de influencia que han aconsejado la paciencia simplemente como un medio para evitar los cambios necesarios en la Iglesia y la historia.
Una puerta a la vida
La verdadera paciencia es lo opuesto a la espera pasiva que permite que otros tomen las decisiones. La paciencia significa entrar activamente en la plenitud de la vida con la intención de vivir, en lo más profundo, el sufrimiento que hallamos en y alrededor de nosotros. La paciencia es la capacidad de ver, escuchar, tocar, gustar y sentir en plenitud los eventos interiores y exteriores de nuestra vida. Es entrar a la vida con ojos, oídos y manos abiertos para que seamos por completo conscientes de lo que sucede.
La paciencia es una disciplina extremadamente difícil porque contrarresta nuestro instintivo impulso a huir o pelear. Vemos un accidente sobre la calzada de la ruta y algo nos impulsa a apretar el acelerador. Cuando una persona saca un tema escabroso, algo en nosotros nos tienta a cambiar de tema. Cuando surge en nuestro interior un recuerdo vergonzoso, algo dentro de nosotros nos invita a suprimirlo. Y si no conseguimos huir, decidimos dar pelea. Peleamos con el que difiere con nuestra opinión, con las personas que cuestionan nuestro poder y con las circunstancias que nos obligan al cambio.
La paciencia nos invita a movernos más allá de la opción de huir o pelear. Nos invita a ir por un tercer camino, más difícil. Requiere disciplina porque va en contra de nuestros impulsos naturales. La paciencia implica permanecer, atravesar la experiencia, escuchar con atención lo que se presenta ante nosotros en este momento y en este lugar. La paciencia significa detenerse en el camino cuando nos cruzamos con alguien dolido. La paciencia significa superar el temor a los temas escabrosos. Significa prestarle atención a recuerdos que avergüenzan, para buscar el perdón sin necesidad de olvidar. Significa darle la bienvenida a la crítica sincera, a la disposición de evaluar circunstancias que cambian. En resumen, la paciencia es la osadía de dejarse influenciar aun cuando esto signifique renunciar al poder y avanzar por un terreno desconocido.
Una cuestión de tiempo
La paciencia nos abre a una nueva experiencia del tiempo. Percibimos que ser discípulos de Cristo no solamente requiere una nueva mente, sino también un nuevo concepto del tiempo. La disciplina de la paciencia es el esfuerzo deliberado de dejar que lo nuevo de Cristo modifique nuestras percepciones y decisiones. Este nuevo tiempo nos ofrece la oportunidad y el contexto para estar juntos de manera compasiva.
Para entender mejor este camino, es necesario que echemos una mirada a nuestros momentos de impaciencia. La impaciencia siempre tiene algo que ver con el tiempo. Cuando nos sentimos impacientes con alguien que habla, queremos que deje de hablar o que cambie de tema. Cuando nos mostramos impacientes con los niños, les exigimos que dejen de llorar, pedir helado o corretear por el salón. Cuando nos impacientamos con nosotros mismos, pretendemos modificar nuestros malos hábitos, terminar un proyecto o avanzar con mayor velocidad.
Cualquiera que sea el origen de nuestra impaciencia deseamos salir del estado físico o mental en el que nos encontramos, para insertarnos en otro lugar, presumiblemente menos incómodo. Cuando expresamos nuestra impaciencia, revelamos el deseo de que las cosas cambien cuánto antes. La esencia de esta actitud es la sensación de que el momento que atravieso es vacío, inútil o sin sentido. Es el deseo de escapar del «aquí, ahora» lo más rápido posible.
¿En qué se basa esta impaciencia? Es vivir ajustado al tiempo que marca el reloj. El tiempo del reloj es ese tiempo lineal en el que nuestra vida se mide por las unidades abstractas que aparecen en cronómetros, relojes y calendarios. Estos instrumentos de medición nos dicen en qué mes, día, hora o minuto nos encontramos y deciden cuánto tiempo nos queda para hablar, escuchar, cantar, estudiar, orar, dormir, jugar o quedarnos. Nuestra vida se ve dominada por nuestros cronómetros y relojes. Sin percibirlo, muchas veces nuestras emociones más íntimas son influenciados por el reloj.
El tiempo del reloj es tiempo externo, tiempo que posee una característica rígida y objetiva. El tiempo del reloj nos lleva a preguntarnos cuánto tiempo de «vida» nos queda. El tiempo del reloj nos deja con sensación de que hoy no fui fructífero y a esperar que mañana, la semana que viene o el año próximo seré más productivo.
La segunda dimensión
Por fortuna, para la mayoría de nosotros ha habido momentos en nuestra vida que han gozado de otra calidad diferente, en que la cualidad de la paciencia ha prevalecido. Estos momentos nos ofrecen una característica por completo diferente de la vida. Es la experiencia de un momento pleno, fructífero y maduro. Tal experiencia nos impulsa a querer quedarnos donde estamos, para disfrutar en pleno lo que vivimos.
Estos momentos no son necesariamente felices, gozosos o de pleno éxtasis. Quizás estén cargados de tristeza y dolor, marcados por la agonía o la lucha. Lo que los convierte en valiosos es la plenitud y madurez que la experiencia posee. Lo que importa es la sensación de que, en ese momento, la vida verdadera nos ha rozado.
La paciencia desplaza el tiempo del reloj y revela el nuevo tiempo, el tiempo de la salvación. No es el tiempo que miden las unidades abstractas y fijas del tiempo del reloj, sino el tiempo que se vive en el interior y que posee verdadera plenitud de experiencia.
Esta plenitud de vida, llena de vida, puede hallarse por medio de la disciplina de la paciencia. Mientras seamos esclavos del reloj y del calendario, nuestro tiempo permanecerá vacío y nada acontecerá. En consecuencia, nos perderemos del momento de gracia y salvación. No obstante, cuando la paciencia logra frenar el impulso de correr a otro espacio, con la esperanza de encontrar allí nuestro tesoro, comenzamos a percibir que la plenitud de vida y la salvación están presentes en el momento que vivimos. En ese instante alcanzamos a descubrir que, en Cristo, todos los acontecimientos humanos pueden convertirse en acontecimientos divinos, en los que descubrimos la compasiva presencia de Dios.
Mientras seamos las víctimas del tiempo del reloj, que nos obliga a vivir en medio de rígidas divisiones horarias, estaremos condenados a ser sin compasión. Cuando vivimos gobernados por el reloj, carecemos de tiempo para los demás. Siempre estamos en camino a nuestro próximo compromiso. No vemos a la persona, al costado de la ruta, que precisa de nuestra ayuda; nos preocupa la posibilidad de perdernos algo importante y, en consecuencia, percibimos el sufrimiento de otros como una molesta interrupción a nuestros planes.
La paciencia es la disciplina de la compasión, porque por medio de ella conseguimos vivir en la plenitud del tiempo e invitar a otros a participar de nuestra experiencia. Hemos arribado a la conclusión de que no es la extensión de la vida lo que cuenta, sino su intensidad. Cuando descubrimos que Dios habita el momento con nosotros, sobra el tiempo para estar con otros y celebrar, juntos, el regalo de la vida.
Se adaptó de Compasión: Reflexión sobre la vida cristiana. Autores: D.P. McNeil, D. A. Morrison y H. M. Nouwen. Editorial: SAL TERRAE, 1985. Todos los derechos reservados.
Se publicó en Apuntes Pastorales, Vol. XXX-1, edición de septiembre – octubre de 2012.
Preguntas para estudiar el texto en grupo:
1. ¿Por qué es tan determinante el papel de la paciencia en el ejercico de la compación?
2. Según el autor, ¿cuál ha sido el significado pervertido de la paciencia y con qué propósito se ha empleado?, ¿de qué manera ha afectado a la compasión?
3. ¿Cómo se define la verdadera paciencia?, ¿por qué se la define también como una disciplina?
4. ¿A qué nos debiera impulsar la verdadera paciencia?
5. ¿Cómo lograría medir usted si la paciencia es una virtud no solo presente en usted sino también que va en crecimiento?
6. ¿Cómo se define la impaciencia?, ¿cuál es su relación con el tema del tiempo?
7. ¿Por qué se le llama a la paciencia la disciplina de la compasión?