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¿Por qué los pacificadores no abundan?

¿Por qué los pacificadores no abundan?

por Federico Smith

Siendo que todos están a favor de la paz y de la unidad, ¿por qué es que hay tan pocos pacificadores? Se habla de esto en las iglesias pero ¿por qué tan pocos lo practican?

Siendo que todos están a favor de la paz y de la unidad, ¿por qué es que hay tan pocos pacificadores?


Paradójicamente, pocos temas inician tan rápidamente una pelea como el tema de la pacificación. En principio, por supuesto, todos están de acuerdo con ella, pero es asombroso lo defensiva y hostil que se vuelve la gente al tratar de hacer la paz.


Esto me recuerda cuando tuvimos una reunión referente a cómo lograr desarrollar más compañerismo amoroso en nuestra congregación. Entonces comenzamos a hablar sobre la formación de grupos chicos. En un pasaje del encuentro un hermano mencionó algunos peligros de estos grupos pequeños, con el ánimo que estuviéramos atentos a esas realidades. Algunos, después, no querían ni dirigirle la palabra.


La Biblia dice que si tú amas a los que te aman ¿qué hay con eso? Los paganos y publicanos lo hacen. Precisamente estábamos reunidos para «mejorar el amor» en nuestra congregación y no estábamos amándonos entre el grupo de líderes «que debíamos enseñar a los otros a hacerlo mejor». Ellos estaban todavía enojados con este hermano porque decían que no valoraba el ministerio de los grupos pequeños, y tal vez tenían razón, sólo que el resto no estaba haciendo «la segunda milla».


Igualmente ocurre con el tema de la pacificación. Se predican los ideales pero a menudo los pragmáticos reinan.


Una de las razones por las cuales la pacificación en las iglesias no es popular es porque algunas personas tienen intereses creados en el conflicto. Como los jefes de los sindicatos o los negociadores administrativos, el que la guerra termine equivale a que ellos pierdan su puesto. Me temo que algunos líderes religiosos necesitan también conflictos. Ejercitan su máximo poder dirigiendo la lucha «para purificar a la iglesia». Declaran estar defendiendo la fe y actúan como si estuvieran defendiendo a Dios. Personalmente no creo que Dios necesite que lo defiendan, y menos aquellos que suelen ser hostiles con los demás.


Nos han inculcado tanto la idea de que debemos luchar contra Satanás, que muchos terminan con la idea de que la fe implica «toda batalla». Pero la fe es más que eso (o si lo queremos ver en términos de lucha, pues luchemos contra nuestra carne, que es la que nos empuja a luchar contra otros). A veces pareciera que más que personificar la pureza de Cristo, tratamos de establecer nuestra «santidad».


Cada vez que estoy discutiendo con un hermano debo revisar mi actitud con cuidado. Si me está gustando más permanecer en esa actitud a salir de ella, entonces es muy probable que la guerra no esté justificada.


Parte de nuestro problema es que queremos ser vistos como exitosos. Por ejemplo, muchos evangélicos saborean la caída de los liberales y actúan como si su espiritualidad y pietismo hubiera contribuido de alguna manera a la caída de aquellos. No. Nuestra actitud debe ser la de ofrecer humildemente nuestra ayuda, dar agua al sediento, y no esperar la caída o la muerte por inanición.


Un famoso evangelista mostró recientemente este espíritu cuando planeaba una campaña en un gran anfiteatro. Había seis líderes liberales –simpatizantes de la teología de la liberación– que no consideraban que valiera la pena participar. No obstante lo invitaron, algo arrogantemente, a que defendiera su posición frente a ellos. Con un espíritu gentil, el evangelista fue. Inmediatamente ellos le dijeron:


–Lo admiramos como persona, pero su mensaje es demasiado simple para nosotros.


Él respondió suavemente:


–¿Qué sucede cuando ustedes predican? ¿Se vuelven virtuosas las prostitutas? ¿Se convierten los asesinos? ¿Se vuelven honestos los ladrones?


–No sabemos lo que ocurre después que predicamos– le dijeron.


El evangelista continuó:


–Me gustaría ser un intelectual. Toda mi vida envidié a los intelectuales, pero cuando trato de predicar así, no pasa nada. Sólo cuando he usado el mensaje simple del Evangelio han ocurrido estas cosas. Entonces, ¿piensan que yo debería cambiar mi mensaje?


Él no los condenó. Se tomó el tiempo para reunirse con una media docena de escépticos y decir: «¿Tienen hambre, muchachos? Aquí es donde yo encontré el alimento». Para mí, ese es el espíritu de pacificación. No es renunciar a la fe ni a los principios, pero sí entregarse aun cuando las motivaciones ajenas no sean lo más correctas que se puedan esperar.


Esto es diferente a la mera tolerancia. Si tenemos diferencias, pienso que debemos definirlas claramente, pues eso es lo que nos ayudará a continuar mejor en el futuro.


Debemos aprender a estar cómodos tanto con las similitudes como con las diferencias. Nuestra tendencia es la de esconder las diferencias y concentrarnos sólo en las áreas de coincidencias y creo que es un error. La ignorancia favorece las fantasías y los desencuentros. Por otra parte, la falta de definición nos ejercita en una ambigüedad tal que nos lleva poco a poco a no saber ni lo que realmente creemos.


La desconfianza se agranda cuando desconocemos. Alguien con quien tengo diferencias de opinión es más confiable que aquel de quien no conozco su parecer. Sé cómo piensa el primero, pero desconozco la inclinación del segundo.


Se me pidió que hablara en la reunión anual de cristianos y judíos en una gran ciudad. Después de aceptar, recibí un llamado de un ministro protestante quien me dijo nerviosamente:


–Señor Smith, me agradaría que estuviera de acuerdo en no incomodar a nuestros concurrentes judíos mencionando a Cristo.


–¿Van a haber negros allí? – pregunté.


–Sí, por supuesto.


–¿Le agradaría que yo apareciese como un negro?


Hubo un momento de silencio hasta que me dijo:


–Usted no puede.


–Va a ser igualmente difícil para mí aparecer como un no cristiano. Si usted me presenta como un guatemalteco, ¿significa eso que yo no puedo mencionar a Guatemala? Si usted me va a presentar como cristiano, ¿no puedo mencionar el origen del nombre? Esto no tiene mucho sentido.


Fue así que conté esa historia en la reunión y la verdad es que ayudó a establecer comunicación entre nosotros. La gente inteligente y realista quiere entender las diferencias.


Esto es también cierto en la pacificación. No suprimimos las diferencias sino que las definimos con mucha claridad. Al mismo tiempo, tendremos también aceptación objetiva. No diremos: «Estás manchado porque tus pensamientos son diferentes a los míos».



¿CONDENAR O CONVERTIR?

La aceptación y la tolerancia objetivas son dos cosas diferentes. La tolerancia se satisface sin hacer nada; dejando las cosas como están. Al final de cuentas, no es más que un mero eufemismo para la apatía.


La aceptación objetiva, en cambio, no significa que usted no trate de cambiar los puntos de vista de las personas. A veces debería. Sin embargo usted les hace conocer, a las personas involucradas, que usted está tratando de cambiarlas. Usted no las manipula.


Conozco a un no creyente confeso, por ejemplo, que es profesor en una escuela cristiana. Yo no tendría problema en sentarme con él, alabar sus habilidades eruditas e intelectuales, pero también decirle: «En mi opinión, usted no debería estar enseñando en una escuela cristiana». Y si estuviera en la dirección de la institución y lograra suficiente consenso, no duraría en sacarlo de su puesto. No como si fuera una especie de cáncer, sino porque no creo que ese puesto debería ser ocupado por una persona así. Usted no puede llenar un departamento de ingeniería con personas que no son ingenieros.


Yo no soy un cazador de brujas, simplemente estoy diciendo que la aceptación objetiva le permite a uno lograr sus propósitos, pero en una forma honesta y justa. El proceso debe ser tan cristiano como el resultado.


Ese es el espíritu de paz, no meramente de tolerancia.



¿DEFENDER LA FE O VIVIRLA?

Es posible que la mayor tentación entre los cristianos sea defender la ley y no personificarla. Si usted hace esto, no puede pacificar. Esta tendencia de decir una cosa y ser otra es uno de los problemas de nuestra sociedad. Los maestros solían ser modelos, ahora sólo quieren ser instructores. Saben que la responsabilidad de vivir ejemplarmente es muy pesada. Como meros instructores, pueden rechazar la carga de responsabilidad por la integridad personal ejemplar.


De igual manera en el mundo cristiano, no tenemos escasez de aquellos deseosos de unirse al escuadrón de batalla, de ser soldados cristianos. La escasez se aprecia en personificar el amor de Dios. Los que personifican a Cristo se traban rara vez en luchas. Yo no veo que la Madre Teresa haga otra cosa que ayudar a los pobres; ella no busca ningún reconocimiento. Ella personifica al espíritu de Cristo y ¿quién desea iniciar una pelea con ella?


Tengo un amigo que es un alto ejecutivo y uno de los hombres más profanos que he conocido. Hace algún tiempo él estaba estudiando una adquisición y me telefoneó. «Necesito la opinión objetiva de alguien», me dijo. «¿Puedo ir y pasar el fin de semana contigo?» yo vacilé. Es un hombre brillante, ¡pero tan profano! ¿Debería dejar yo que mi familia se viera expuesta a él? Después de una rápida oración, dije: «Seguro, puedes venir».


Vino y se comportó como un perfecto caballero. Yendo de regreso al aeropuerto, me dijo: «Fred, deseo darte las gracias. Tú no me cambiaste, pero tampoco dejaste que yo cambiara tu vida familiar. A pesar de todo, oraste y leíste la Biblia. Te agradezco que me aceptaras en esa forma».


Poco tiempo después apareció en mi clase de escuela dominical ¡y al día siguiente me dijo que quería ser cristiano! ¿Por qué? «Durante años fui a muchas iglesias buscando lo que encontré las otras noches en tu casa», dijo. «Nunca sentí tanto gozo, tanto amor. Y quiero ser parte de ello». Allí aceptó a Cristo.


Desgraciadamente le sugerí que visitara a un pastor de su ciudad, el que también era un hombre de negocios brillante. Almorzaron juntos, pero en ese tiempo había una gran tensión en la iglesia y el pastor se pasó la mayor parte del tiempo hablando mal del grupo que no pensaba como él. Hasta el día de hoy mi amigo no ha vuelto a la iglesia. Pienso que estamos perdiendo a mucha gente porque ven peleas, mientras que ellos desean gozo y paz. Por poco que sepan sobre el cristianismo, ellos miran a los cristianos riñendo y dicen: «Esto no puede ser así».



CUANDO USTED ESTÁ EN EL MEDIO

¿Qué pasa si usted ya está involucrado en disputas? La responsabilidad del cristiano es la de subir la luz y bajar el calor. Debemos mirar cada situación en forma redentora.


No podemos redimir situaciones cambiando estructuras de organización. Las redimimos introduciendo un espíritu diferente –el espíritu de Cristo– aunque ello signifique que perderemos. Por difícil que me sea esto personalmente, es, aun así, la verdad: Si yo no puedo vencer en el espíritu de Cristo, debo entonces perder. Es la voluntad de Dios que yo pierda.


Si yo tengo que maniobrar o manipular o hacer algo a espaldas de alguien, no es la voluntad de Dios. La pacificación es una acción que surge de una actitud. Tendremos diferencias, pero ellas no deberían hacernos enojar unos con otros en el cuerpo. Cuando usted está enojado con un hermano, usted sube la temperatura, y yo no creo que usted deba darle fiebre al cuerpo de Cristo. Cuando se exhibe al espíritu de Cristo verdaderamente, se puede reducir la inflamación.


Una de mis pocas experiencias directas con esta verdad tuvo lugar en una iglesia de un pueblo pequeño cuando era joven. Se me pidió que fuera líder de los jóvenes y el pastor me dijo: «¿Me harás una promesa? Estaba tan ansioso de tener ese puesto que dije que sí. «Prométeme que no dirás una sola cosa mala de nadie de esta iglesia mientras tengas el puesto». Era contrario a mi naturaleza, pero hice la promesa. Y la guardé. Nunca desde entonces he recibido el amor que recibí en aquel lugar. Años más tarde me comencé a preguntar acerca de eso y fui a ver al pastor. Le recordé la promesa y le dije qué sorprendido estaba ante los resultados.


«Es muy sencillo», me explicó. «Si nunca dices nada malo de nadie no temes jamás enfrentarte a esa persona. Si has hablado mal de alguien, algo dentro tuyo te dice que tú no le agradas a esa persona, lo cual levanta una pared espiritual. Además, si la gente nunca te escucha decir nada malo de los demás, creerán que nunca dices nada malo de ellos ¡Y te amarán por ello!»


Vi la absoluta practicidad de ello, y ¡funcionaba! Pero debo admitir que desde entonces no lo he practicado siempre, ¡porque parece tan cautivante y fácil, pero es tan divertido pelearse…!



LA FUENTE DE PODER

Es asombroso que a pesar del deseo casi universal de tener paz, muy pocas personas estén dispuestas a pagar el precio que ella requiere. Como el resto de los rasgos mencionados en las Bienaventuranzas, la pacificación es admirada como un ideal e ignorada como una realidad. Demasiados de nosotros preferimos más el poder que la paz.


Lo que debemos recordar los cristianos es que el poder no viene de derrotar a otros. El poder no viene ni siquiera de defender la causa justa o de la pureza de nuestra teología.


No, el verdadero poder –y la verdadera paz– viene a través de la humildad y la obediencia. Y ese es un precio que pocos están dispuestos a pagar.

© Leadership, 1984. Usado con permiso.

Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen II, número 5. Todos los derechos reservados