Los jóvenes preguntan
¿Por qué no puedo llegar más tarde?
Vienes de una velada con tus amigos y se te ha hecho tarde. Como te has pasado de la hora que tus padres te habían fijado, tendrás que darles una explicación. Te detienes antes de entrar, deseando que ya estén dormidos. Lentamente, abres la puerta… y ahí están, mirando el reloj y esperando que les digas por qué te has tardado tanto.
¿TE SUENA familiar esta escena? ¿Has discutido con tus padres sobre la hora en que debes llegar a casa? “Vivimos en una zona bastante segura —dice Débora, de 17 años—. Pero si me paso de la medianoche, mis padres se ponen histéricos.”*
¿Por qué cuesta tanto llegar a casa a una hora fija? ¿Es malo querer más libertad? ¿Qué hacer si tus padres son muy estrictos en este asunto?
Puede que te frustre tener que volver a cierta hora, sobre todo si eso interfiere con tu vida social. “Tanta puntualidad me revienta —dice Natasha, de 17 años—. Un día estaba viendo una película en casa de unos vecinos, y mis padres lo sabían. Apenas habían pasado dos minutos de la hora límite, y ya me estaban llamando para preguntar por qué no estaba en casa. ¡Increíble, no?”
Una chica llamada Estela señala otro problema. “Tenía que volver a casa antes de que se acostaran papá y mamá —explica—. Si se quedaban despiertos esperándome, los encontraba cansados y de malas. Y claro, yo pagaba los platos rotos. Estaba hasta la coronilla: no podía entender por qué no se iban a dormir.” Es posible que tales situaciones te hagan pensar como Carla, de 18 años, quien se lamenta: “Ojalá mis padres tomaran la iniciativa en darme más libertad; así no tendría que mendigarla”.
“Creo que está bien la hora a la que debo llegar. Y es que si no duermo lo suficiente, al otro día no hay quien me aguante.” (Gabriel, de 17 años)
“Mi hora de llegada me ha salvado muchas veces. En una fiesta, unos chicos menores de edad llevaron bebidas alcohólicas. Cuando mi amiga y yo las vimos, nos marchamos poniendo la excusa de que teníamos que llegar pronto a casa.” (Carla, de 18 años)
Si te identificas con la opinión de estas jóvenes, pregúntate:
¿Por qué me gusta estar fuera de casa? (Marca una de las casillas.)
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Me siento independiente.
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Me relaja.
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Estoy con mis amigos.
Las tres opciones anteriores son totalmente normales: es natural que desees más libertad a medida que crezcas, que te relajen las diversiones sanas y que, como dice la Biblia, busques buenos amigos (Salmo 119:63; 2 Timoteo 2:22). De hecho, sería desesperante no poder salir nunca de casa.
Entonces, ¿cómo puedes disfrutar de todo esto si parece que tus padres no te dan suficiente margen de libertad? Veamos.
“Tenía que molestar a alguien para que me llevara temprano a casa. Me sentía como una niña”, recuerda Andrea, que ahora tiene 21 años.
Solución:
Imagínate que acabas de sacar la licencia de conducir. En algunos países, la ley impone restricciones en cuanto a qué velocidad circular o quién puede ser el acompañante, por lo menos hasta obtener más experiencia. ¿Preferirías quedarte sin licencia porque no tienes toda la libertad que deseas? ¿Verdad que no? Más bien, conseguir la licencia sería para ti un verdadero logro.
Así mismo, trata de ver el permiso de tus padres como una señal de progreso. No te centres en los límites que te impongan, sino en la libertad que te dan, pues ¿acaso no tienes ahora más que antes?
Ventajas:
Es probable que consigas más libertad en el futuro si aceptas las normas de tus padres y las ves como un trampolín en vez de como un obstáculo (Lucas 16:10).
A Lupita no le gustaba su hora para volver. Recuerda: “Pensaba que mi madre ponía reglas así porque sí”.
Solución:
Fíjate en lo que dice Proverbios 15:22: “Resultan frustrados los planes donde no hay habla confidencial, pero en la multitud de consejeros hay logro”. ¿Cuál es la lección? Comenta calmadamente el asunto con tus padres y piensa por qué te han fijado esa hora en particular.*
Ventajas:
Escuchar a tus padres te ayudará a entender muchas cosas. “Mi padre —comenta Esteban— me explicó que mamá no lograba dormirse hasta que yo llegaba a casa. Jamás me lo hubiera imaginado.”
Si no quieres que las cosas acaben mal, recuerda que siempre es mejor conversar tranquilos que ponerse a discutir. Natasha, mencionada antes, cuenta: “Cada vez que les armo un escándalo a mis padres, salgo perdiendo; después no me dan permiso para nada”.
Los padres suelen decir que sus reglas, como la hora de llegada, son para el bien de uno. Brenda, de 20 años, se queja: “Cuando mis padres dicen que es por mi bien, siento como si no quisieran que tomara mis propias decisiones ni que expresara mi opinión”.
Solución:
Seguir el consejo de Jesús que aparece en Mateo 5:41: “Si alguien bajo autoridad te obliga a una milla de servicio, ve con él dos millas”. Fíjate en la forma práctica en que Amanda y su hermano aplican este principio. Ella dice: “Tratamos de llegar quince minutos antes de lo acordado”. ¿Qué te parece su idea?
Ventajas:
Es preferible hacer las cosas por voluntad propia que por obligación. De modo que si eliges volver a casa un poquito más temprano, serás tú quien lleve el control del tiempo. Así, “tu buen acto no [será] como obligado, sino de tu propia voluntad” (Filemón 14).
Además, si llegas a una hora prudente, te ganarás la confianza de tus padres, lo que se traducirá en mayor libertad. Paco, de 18 años, opina: “Mientras más confíen en ti tus padres, mejor”.
¿Hay algo más que te moleste del horario establecido por tus padres? Escríbelo.
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¿Cuál sería la solución?
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¿Qué ventajas habría?
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Seguramente algún día dejarás de vivir con tus padres y gozarás de mayor libertad. Mientras tanto, ten paciencia. Tiffany, de 20 años, aconseja: “Quizá durante la adolescencia no disfrutes de toda la libertad que deseas; pero si aprendes a vivir dentro de los límites, te ahorrarás malos ratos”.
Se han cambiado los nombres.
Encontrarás más sugerencias en el artículo “Los jóvenes preguntan… ¿Por qué me ponen tantas reglas?”, publicado en ¡Despertad! de diciembre de 2006.
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¿Por qué es una muestra de amor que tus padres te pongan una hora de llegada?
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¿Cómo puedes recuperar la confianza de tus padres si has llegado tarde alguna vez?
Llevo media hora esperando a mi hijo. Entonces se abre la puerta lentamente. Él cree que ya estoy en la cama, pero la verdad es que no me he movido de la entrada. Cuando por fin se asoma, me mira a los ojos. ¿Y ahora qué? ¿Qué le digo? ¿Qué hago?
Hay diversas maneras de reaccionar: pudiera minimizar el asunto pensando que todos los chicos son así, o irse a los extremos sentenciando a su hijo de por vida con un montón de restricciones. Pero en vez de actuar impulsivamente, primero escúchelo, pues quizá tenga una razón válida que justifique su demora. Además, podría utilizar esta oportunidad para enseñarle una valiosa lección. ¿Cómo?
Sugerencia: Dígale que al día siguiente hablará con él. Entonces podría buscar un momento adecuado para explicarle con calma cómo tratará el asunto. Por ejemplo, hay quienes les restan treinta minutos de permiso a sus hijos cuando llegan más tarde de lo acordado. En cambio, si los hijos siempre llegan a tiempo y demuestran ser responsables, los padres pueden contemplar la posibilidad de concederles más libertades, como la de dejarlos llegar un poco más tarde. Es importante que los jóvenes tengan clara la hora de llegada y las consecuencias de no cumplir con ella. Y los padres, por su parte, deben ser consecuentes.
Una reflexión: La Biblia indica: “Llegue a ser conocido […] lo razonables que son ustedes” (Filipenses 4:5). Antes de fijarles una hora de llegada, sería conveniente comentar el asunto con sus hijos y así dejar que ellos propongan sus alternativas y den sus razones. Al hacerlo, tome en cuenta lo que le digan. Y si ve que sus hijos son cumplidores, podría complacer sus deseos, siempre y cuando no se salgan de los límites razonables.
En la vida hay que ser puntuales. Fijar una hora de llegada a sus hijos no solo los protege contra los peligros de la calle, sino que les enseña un hábito que les beneficiará aun cuando ya no vivan con usted (Proverbios 22:6).
Fuente: ¡Despertad!