Biblia

Predicador: ¡Aprende a contar historias!

Predicador: ¡Aprende a contar historias!

por Samuel Escobar

Era una ciudad en el centro de Estados Unidos y el estadio estaba colmado y vibraba. Dieciocho mil estudiantes cantaban con entusiasmo. Afuera había medio metro de nieve, pero adentro el calor de la pasión misionera tenía cautivados a los asistentes. Mi amigo Isaac se instaló en la plataforma y a los pocos minutos las carcajadas. Isaac es mexicano de origen, pentecostal por tradición y doctor en Nuevo Testamento. Estaba exponiendo una carta paulina y lo hacía con tal vigor y entusiasmo que a cada rato tenía que secarse el sudor con un pañuelo. Tenía cautivado al auditorio: una historia tras otra en una catarata interminable de palabras. Recreaba las escenas de Pablo en la celda de una cárcel romana y le superponía escenas de pandilleros en Los Ángeles y adolescentes en Nueva York. Mi hijo y yo disfrutamos tanto del mensaje que decidimos comprar el vídeo. Al terminar el mensaje fui al frente a saludar a Isaac pero me encontré con otro amigo, un conocido profesor y predicador. «¡Qué bueno estuvo, ¿no es cierto?» —le dije con entusiasmo—. Me miró con profunda amargura y me dijo:

«¡Este es un payaso de esos que no aguanto!», y luego me dio una clase de cinco minutos sobre lo que es la buena exposición bíblica.

He tratado de entender la ira y decepción de mi amigo profesor y he vuelto a mirar el vídeo del mensaje de Isaac muchas veces. De hecho, lo he usado en mis clases de homilética práctica. Sin duda se ve un trabajo serio con el texto por detrás del mensaje y evidentemente, Isaac se había familiarizado con el contexto social y cultural de la epístola; sus historias por su parte, nos fueron comunicando con vigor los puntos principales de la agenda de Pablo para discipular y luego esos puntos se hilvanan con las verdades teológicas, las grandes líneas de fuerza de la enseñanza del apóstol. El genio de Isaac es haber aprendido a contar historias. Y a mi amigo profesor, en realidad le molestaba que en lugar de un discurso ético o teológico con introducción y tres puntos, la verdad venía encerrada dentro de una colección de historias. Y como las nuevas generaciones gustan de las historias más que de los discursos abstractos, mi amigo profesor deberá aprender de Isaac pues de lo contrario, no va a poder comunicarse con la los jóvenes pertenecientes a ese grupo.

El valor de la historia lo aprendí cuando yo era profesor de enseñanza primaria. Me di cuenta de que para hacer entender a los chicos es necesario convertir el tema por estudiar en una historia: inventar personajes y diálogos o evocar algún acontecimiento real que hayamos vivido. De hecho, los chicos venían a clase con sus historias escuchadas o vividas, y a veces eso era el punto partida para la clase del día. Sin darme cuenta de ello, cuando fui pastor seguí la misma técnica; una larga lista de palabras esdrújulas y citas de autores ilustres echa a dormir a la mejor congregación.

En cambio, una buena historia mantiene despierto hasta al oyente más reacio. Aprendí a contar historias y ello me demandaba preparación, pues una vez profundizado en el significado del pasaje y anotadas las verdades básicas que deseaba comunicar, debía encontrar en el propio pasaje, en otros textos de la Biblia o en la vida real, relatos que conectasen con estas verdades.

De hecho, Jesús fue gran contador de historias. Ahí radica el secreto de la forma en que hasta hoy, atrae a oyentes y lectores en todas las lenguas y culturas del mundo a las cuales ha llegado su nombre y su palabra. Él debía hablar al pueblo, a la gente sencilla y ruda, y los profesores oficiales le tenían envidia. Igualmente hoy, el pueblo, la gente sencilla y ruda de América constituye mayoría en todos nuestros países, y si observamos a los predicadores populares de las iglesias mayoritarias, podemos notar cómo ellos saben contar historias.

Mis alumnos pastores de iglesias negras en los Estados Unidos son maestros de ese arte y saben cautivarlo. Mis buenos alumnos pentecostales en Latinoamérica son también excelentes relatores. Poco tengo que enseñarles sobre la forma, porque ellos más bien, me aleccionan; mi labor se limita entonces a una instrucción sobre el contenido, la materia bíblica, la historia de los cristianos y los grandes temas teológicos. Y me he dado cuenta de que recuerdan mejor estos temas de fondo cuando se los ilustro con el relato de alguna historia. En realidad, aún en esta época denominada por algunos como «postmoderna», hasta las personas más preparadas -a nivel académico- están más acostumbradas a la narración como forma de comunicar. Si nos fijamos bien, los avisos atractivos de la televisión son pequeñas historias: algunas graciosas, otras ridículas y otras hasta convincentes.

Así que, quienes tenemos un mensaje para comunicar hemos de aprender el arte de contar historias. Y si deseamos comunicar la antigua y grata historia del evangelio, es menester dejar que ella nos nutra, nos cautive y nos posea. La Biblia es una gran historia compuesta de miles de pequeñas narraciones. Enseñarla es ser poseídos por ese relato y luego conectarlo con las historias de nuestros oyentes, porque hemos aprendido a conectarla con nuestra propia historia. Después de todo, son los hechos memorables de Jesús la que le da sentido a nuestra vida.

Samuel Escobar es Doctor en Teología y en Ciencias de la Educación y también, un reconocido escritor, conferencista y docente.