por Edgardo Silvoso
Sin pasar por alto que los tradicionales métodos de evangelización y edificación siguen vigentes, el autor desarrolla cómo hacer posible el discipulado mediante la descentralización de la iglesia.
El presente es el tiempo de la metodología de los grupos. Si bien los otros métodos de evangelización y edificación siguen vigentes, por todos lados se habla del fruto positivo y del gran crecimiento de congregaciones mediante la descentralización de la Iglesia. En esta presentación (resumen de una obra más extensa) el autor deja ya las consideraciones de los por qué hacerlo para entrar en el cómo hacerlo. Misión de la Iglesia, replanteos al liderazgo y delegación de actividades son algunos de los temas que aquí se abordan.
Si queremos reestructurar la congregación para que esté lista para recibir el crecimiento que Dios le va a dar, en primer lugar debemos dejar en claro la misión que Dios dio a la Iglesia. Ningún piloto de un Boeing 747 lanza su avión a volar sin haber fijado primero el destino de su vuelo. Ningún constructor respetable hormigona las columnas de su obra sin tener un plano claro y preciso de qué es lo que quiere hacer. Sin embargo, con la Iglesia a menudo ocurre lo opuesto. Ella hace de todo para todos, lo que equivale a decir que no hace nada para nadie, porque lo que es de todos no es de nadie.
Es común que en el programa anual coexistan en un plano de igualdad prioritaria objetivos tan dispares como estos: la evangelización, la construcción de una cancha de fútbol, la compra de dos mesas de ping-pong y la apertura de dos nuevas clases de Escuela Dominical. Se dice que la oración es la palanca que mueve el brazo de Dios y que sin ella nada se logra, pero año tras año la reunión de oración es la menos concurrida de todas. Se reconoce que el ganar a los perdidos es la meta principal, pero no hay mayor diferencia en el trato de un informe anual que da cuenta que se ganaron veinte nuevos o que no se ganó a nadie. Si se amplía la obra entre la niñez, ¡gloria a Dios! Si no se la amplía ¡gloria a Dios también! Si se abre un nuevo anexo ¡aleluya! Si no se abre ninguno nuevo y en cambio se cierran los únicos dos que se tenían ¡Pues gloria a Dios de nuevo! Si se avanza es la voluntad de Dios y si no sea avanza, también es la voluntad de Dios. ¿Cómo puede ser esto? ¿Donde está la falacia? Sencillamente en que falta una definición precisa de qué es la voluntad de Dios en cuanto a la misión de la Iglesia. Debe determinarse de antemano qué es la misión, el objetivo, de la Iglesia.
Alguien que sale a dar vueltas en su automóvil por el simple gusto de pasar el rato, no corre el riesgo de salirse de la ruta ni de llegar tarde.
¿Por qué? Porque no va a ningún lado. Si dobla a la derecha, está bien; y si dobla a la izquierda, también está bien. Si tarda una hora en regresar, nadie puede objetar; y si tarda dos horas es lo mismo. Es literalmente imposible evaluar su rendimiento. Eso es lo que, a veces, pasa con la Iglesia, su misión y sus programas. A menudo se parece a aquel tirador de flechas que jamás erraba el centro del blanco. ¡Jamás ! El secreto era éste: Primero disparaba la flecha contra el costado del granero. Luego iba y dibujaba el blanco alrededor de la flecha clavada. ¡De ese modo siempre daba en el centro! Eso es lo que se hace en la Iglesia cuando a fin de año se examina lo que se logró y luego de mucha (o ninguna) consideración se lo etiqueta como voluntad de Dios. De esa manera nunca se yerra tampoco, ¿verdad?
¿QUÉ ES HACER DISCÍPULOS?
Un error que data de años (y que ha contribuido a la parálisis en la que nos encontramos hoy) es la de distinguir entre hacer discípulos y evangelizar. Por años se ha dicho, o al menos se ha inferido, que estos términos son distintos el uno del otro. Que un discípulo es uno que ha tomado la cruz y sigue en pos del Maestro, y que un creyente (o evangelizado) es uno que, aunque es salvo, vive como se le da la gana. De allí que los discípuladores acusaban a los evangelistas de ser descuidados en cuanto a la profundidad de sus convertidos, y que los evangelistas menospreciaban a los discípuladores por considerarlos unos perfeccionistas estériles. Nada de esto era bíblico.
En el Nuevo Testamento no existe distinción entre un creyente y un discípulo. En el tren de la salvación no hay vagones de primera y segunda. Cuando se habla de los creyentes se los llama discípulos, y viceversa. Hay sí en la Biblia una distinción entre un discípulo carnal y uno espiritual, pero ese es otro tema. Por lo tanto, cuando en Mateo 28 se dice: ID Y HACED DISCIPULOS, significa evangelizar. Evangelizar y hacer discípulos es la misma cosa en el Nuevo Testamento.
LOS CINCO ELEMENTOS DEL HACER DISCÍPULOS (O EVANGELIZAR)
No se puede decir que se ha evangelizado una provincia porque se ha predicado por radio y televisión durante 24 horas por todo un mes. Ni tampoco es válido afirmar que una ciudad está evangelizada porque cada habitante ha recibido por correo una pieza de literatura cristiana. Sin duda estas actividades son parte del evangelizar, pero no son (en nuestra opinión) sinónimos del mismo. Para que haya evangelismo en el sentido bíblico deben darse 5 elementos básicos:
Presencia (Id, Yendo)
Es el estar aquí y ahora que permite un contacto real, que construye puentes sociales y establece amistades a través de las cuales se comunica el Evangelio.
Proclamación ( Predicad)
Es la declaración del Evangelio hasta que el inconverso entiende claramente el mensaje con todo lo que el mismo implica.
Persuasión (Bautizando)
Su finalidad es llevar al oyente a una decisión volicional, pública y sin reservas por medio de la que decide someterse a Jesucristo como su Señor.
Incorporación
A un núcleo de cristianos en donde se les enseña todo lo que El nos ha mandado. Este núcleo debe ser similar al descripto en Hch. 2.42.
Imagen propia
Esto también es parte del aprender todas las cosas y está basado en 2 Ti. 2.2. El captar su autoimagen de acuerdo a las Escrituras librará al nuevo de ser un estéril calientabancos y lo convertirá en un discípulo útil. Lo llevará a verse primero como agente de evangelización y como entrenador de otros después. De ese modo el resultado de la evangelización bíblica glorificará a Dios (lo cual es la meta suprema del cristiano) por medio de una vida de fruto y servicio espiritual (2 Pe. 2.10).
PERITO ARQUITECTO
El pastor-maestro es alguien responsable de que otros hagan bien su trabajo. Es el Director Técnico que dirige a su equipo, no el aguatero o el arquero. Este fue el secreto del crecimiento de la Iglesia Primitiva. Pablo perfeccionaba a un grupo de líderes locales y los capacitaba para tomar la dirección; luego podía salir a nuevas regiones. Paradójicamente, cuando somos nosotros los que ponemos el techo a la Iglesia, quedamos prisioneros de nuestra propia obra. Si nos vamos todo se viene abajo, ¿por qué? Porque somos nosotros y no los ancianos locales las columnas, y esto no es actuar como perito arquitecto.
A menudo nos quejamos de que los laicos no quieren trabajar. Examinemos las causas. Quizás no saben cómo hacerlo. Quizás nunca les enseñamos. Enseñar no es simplemente enunciar verdades desde el púlpito. ¡Si la congregación no aprende, entonces no hemos enseñado! La enseñanza es una calle de doble mano. Si la audiencia no capta la verdad expuesta, algo está mal en nuestro método.
La marca bíblica de éxito en el pastorado no es la homilética que se usa en los sermones ni la cantidad de sermones predicados semanalmente. Es la cantidad de santos perfeccionados, es decir, el número de ayudantes formados a lo largo del tiempo.
REVISIÓN
Esto demanda una revisión delante de Dios de nuestro ministerio.
Comencemos con nosotros mismos. ¿Cuál es nuestro autoconcepto? ¿Quién soy yo? ¿Un caudillo un patrón o un Director Técnico que hace producir a su equipo? ¿Si me voy seguirá la obra sin problemas o todo sucumbirá? Seamos honestos. Dios resiste a los soberbios más da gracia a los humildes.
Debemos descubrir a los ancianos que Dios ha colocado en nuestras congregaciones. Luego debemos mostrarles su función bíblica. Debemos ayudarles a captar el concepto y la expresión de su ministerio. Efesios, capítulo 4, enseña que ellos son los que deben hacer la obra del ministerio. Son nuestros compañeros de trabajo y no nuestros competidores.
PERFECCIONANDO A LOS SANTOS. EL CÓMO DEL ASUNTO
Organizaremos este capítulo en base a cuatro subtítulos: Fe, Oración, Selección y Perfeccionamiento.
FE
Sin fe es imposible agradar a Dios (He. 11.6). Es pues la fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (He. 11.1). Humanamente hablando, usted no ve líderes capaces en su congregación. Todo el peso de la obra descansa sobre usted y eso le agobia. Sin embargo, fe es ver lo que aún no es. Es ver lo que otros no ven. ¡Es importante que usted ejercite su fe! Pero fe basada en las Escrituras. Allí dice Dios que El ha colocado en cada congregación ancianos y que cada uno de ellos tiene un don y un ministerio específicos. Cuando Pablo fundaba una iglesia seleccionaba a los ancianos, o líderes, de entre los nuevos convertidos. No los mandaba a pedir al Seminario o a la sede central en Jerusalén.
¿Cómo hacía? No cabe duda que esos nuevos convertidos no estaban totalmente maduros, y que no lo estaban lo atestiguan crudos pasajes de las Epístolas a los Corintios y a los Gálatas. ¡No obstante, Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, veía lo que otros no veían! Del mismo modo, usted puede creer que Dios tiene otros pastores en su congregación aunque aún no los vea.
¿Por qué puede estar tan seguro de ello? Porque Dios así lo dice en su Palabra. Vendrán días de prueba y desaliento. Y será entonces cuando esta fe le sostendrá. El primer paso entonces es encarar la tarea con fe basada en las Escrituras. ¡Dios no es deudor de nadie y siempre cumple sus promesas!
ORACIÓN
La noche anterior a la elección de sus discípulos, el Señor Jesús la pasó en oración. No obstante ser el Hijo de Dios, le fue necesario agonizar en oración considerando delante del Padre las vidas de aquellos que habrían de ser sus compañeros de labor. El descubrir y seleccionar sus futuros ayudantes es la decisión más importante que usted tiene que hacer. Es tan seria y tan importante que no puede tomarse ligeramente. Habilite un cuaderno de oración y dedique una página para cada candidato bajo consideración. Anote allí su nombre, sus necesidades, los nombres de su esposa e hijos. Ore incesantemente. Ore intercesoramente. ¡Ore hasta que Dios le haya confirmado claramente los nombres!
SELECCIÓN
Finalmente llegará el día cuando el Espíritu Santo le mostrará a aquellos a quienes usted debe perfeccionar. No haga un pomposo anuncio público. Por el contrario, no diga nada. Use esta estrategia, si le place:
a) Concéntrese en los candidatos que reúnen los requisitos dados en 1 Ti. 3 y 2 Ti. 2.
b) Comience a pasar tiempo con ellos. Usted se asombrará al descubrir que cada uno de ellos ya ha sido preparado por el Espíritu Santo para el paso que usted les propondrá. (¿Recuerda lo que oró por ellos?). Dios no hace las cosas improvisadamente. El le está preparando a usted aquí y a ellos allí.
c) Cultive una amistad sana y profunda. Por ejemplo, salgan las dos familias de picnic juntas. Vayan a pescar, etc.
d) Provéales medios para crecer espiritual e intelectualmente, tal como un libro comprado especialmente y dedicado con su puño y letra. Ponga a su disposición estudios bíblicos que le hayan sido de bendición o artículos de revistas cristianas.
Una vez que usted sepa a ciencia cierta que tal o cual persona es uno de los que el Señor desea que usted perfeccione, invítelo privadamente a formar parte del grupo de sus discípulos. Lo que nos lleva al cuarto paso.
PERFECCIONAMIENTO
Ya con el grupo identificado, usted tiene una doble tarea entre manos. Por un lado, debe edificar individualmente a cada discípulo. Por el otro, debe formar un grupo de discípulos que funcione como equipo. Para esto se sugiere esta estrategia: Pase un día a la semana individualmente con cada discípulo. Usted y él a solas. Visiten juntos. Oren juntos. Rían juntos, y si la ocasión lo exige lloren juntos. Esto le hará bien no sólo al discípulo sino también a usted. ¡Más de lo que se imagina ahora!
Asimismo, separe un día de la semana para reunirse con todos los discípulos como grupo. En esta sesión deberá haber edificación espiritual, exhortación de los unos a los otros y poco a poco el grupo irá asumiendo más y más responsabilidad en la dirección de la obra. De este modo se quitará de sus hombros una carga que Dios nunca puso allí: la de ser usted el único responsable por la obra.
Para evitar un drenaje de sus energías es necesario hacer dos cosas:
1. Limitar el número total de sus discípulos a un máximo de cinco. Al menos por ahora.
2. Imponerse a usted mismo y a cada uno de sus discípulos un calendario, para lo cual se sugiere el siguiente:
DOMINGO: Totalmente destinado a las actividades de la iglesia madre.
SABADO: Dedicado al estudio bíblico y preparación espiritual personal.
VIERNES: Reunión con todos los discípulos.
JUEVES: Reunión con uno de los discípulos.
MIERCOLES: Reunión con otros dos de los discípulos.
MARTES: Reunión con los dos restantes discípulos.
LUNES: Entera y exclusivamente dedicado a la familia.
Las prioridades bíblicas son: primero, DIOS; segundo, LA FAMILIA; y tercero, EL MINISTERIO. La credencial para un ministerio valedero es una familia ordenada y bien cuidada (1 Ti. 3.5). A menudo, el haber colocado el ministerio antes que la familia ha creado tensiones familiares que han limitado y empobrecido al primero. En el mejor de los casos lo han debilitado, pero en el peor lo han arruinado totalmente. Una secuela de hijos rebeldes al Evangelio, de esposas amargadas y de pastores entristecidos es el resultado de no haber mantenido las prioridades bíblicas en cuanto a la familia. Es por ello muy necesario que tanto usted como sus discípulos pasen un día, pero ¡un día de verdad!, con sus familias. Si es necesario salir de la casa para lograrlo, pues váyase al campo o al lado del río, pero hágalo. Dedique un día a los suyos y los restantes seis rendirán por doce. No sólo porque su familia lo estará apoyando, sino también porque se habrán eliminado tensiones destructivas.
RENOVACIÓN DESDE ADENTRO
Atajos peligrosos
A veces cuando una iglesia está dormida espiritualmente, la tentación es renovarla por medio de una división. Erróneamente se piensa que si los malos se van y los buenos se quedan, las cosas andarán mejor. Cuando esto ha sido llevado a la práctica, quienquiera que gestó la división y formó su propio grupo, al cabo de un tiempo se da cuenta (para su desmayo) que tiene los mismos problemas de antes. Lo único diferente es el grupo. Este es un atajo que no acorta camino.
Consideremos una iglesia que tiene:
5 miembros muy consagrados.
35 miembros neutrales. Ni fríos ni calientes.
10 miembros carnales. Muertos espiritualmente.
Seguramente que esta iglesia no podría ser renovada por medio de una asamblea, ¿no? ¿Qué se puede hacer para renovar sin dividir?
Fórmula
1. Dé prioridad al tiempo que pasa con los cinco miembros con potencial. Relegue toda otra actividad a un plano secundario. Haga cambios en la agenda y en el programa. No vacile, ya que se trata de cirugía mayor. Dios lo llamó a usted a formar y no a disertar.
2. Ayúdelos a descubrir su don o dones espirituales. Llévelos con usted a visitar, planeen juntos los sermones, el programa, etc. Hágase un plan que le permita a usted dedicarles tiempo como individuos y como grupo. Esto es la clave.
3. Ayúdelos a reconstruir sus vidas familiares de acuerdo al modelo bíblico (1 Ti. 3 y 2 Ti. 2). Un hombre que tiene una sólida situación familiar por detrás, tiene un sólido ministerio por delante. Recuerde las prioridades: Dios, Familia y luego, Ministerio.
4. De acuerdo con el don de cada uno, anímelo a abrir un lugar nuevo de predicación, siguiendo esta progresión:
a) Célula de oración en una casa de familia.
b) Hora feliz o club infantil.
c) Reunión casera.
d) Anexo evangelístico.
e) Iglesia fértil que se reproduce siguiendo esta misma progresión.
5. Asegúrese que los convertidos de estos cinco nuevos lugares se reúnan en los anexos durante los días de semana, pero que el domingo vayan a la iglesia madre (la que usted pastorea). De esta manera usted dará autoridad a sus discípulos delante de la congregación y el ingreso de nuevos comenzará a renovar a los neutrales o fríos.
Ahora bien, si en cada uno de esos lugares se ha convertido un promedio de veinte personas, al cabo de un año, el cuadro compositivo de la Iglesia cambia así:
105 miembros muy consagrados (20 nuevos por cinco anexos mas los cinco consagrados originalmente).
10 miembros más consagrados (de los 35 neutrales se estima que puede haber ganado 10).
25 neutrales.
10 que permanecen carnales.
Resultado
La iglesia del ejemplo ha sido renovada. Los discípulos han hecho experiencia práctica. El pastor ha encontrado compañeros de milicia. La nación ha comenzado a ser discipulada.
LOS REQUISITOS DE UNA IGLESIA-CASERA
LUGAR FIJO: Debe tener un lugar determinado de reunión. No debe ser una reunión ambulante.
HORARIO FIJO: El mismo día de la semana y a la misma hora siempre.
VIDA PROPIA: Sus concurrentes deben ser gente de la iglesia y del lugar. No debe tratarse del caso de una iglesia que se divide en cuatro grupos y concurre a cuatro anexos. Debe haber gente del lugar que justifique la apertura del anexo o iglesia-casera.
LIDERAZGO PROPIO: Debe tener por lo menos dos laicos como líderes y el pastor debe delegarles autoridad. Esto no quita que, al principio y hasta que la obra camine, el pastor los asista. Sin embargo es clave que los laicos, y no el pastor, lideren la obra lo antes posible.
HECHOS 2.42: Las cuatro características allí mencionadas deben darse en estas iglesias caseras, a saber:
1. Perseverar en la doctrina apostólica.
2. En la comunión unos con otros.
3. En el partimiento del pan, y
4. En las oraciones.
Apuntes Pastorales
Marzo Mayo / 1986
Vol. III, N° 5 y 6
Edición especial