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Principios, Parte I

Principios, Parte I

por Warren Wiersbe

No importa cual ministerio Dios nos otorgue (Predicación, enseñanza, supervisión, etc.), nunca podremos dar a otros lo que nosotros mismos no tenemos. Ignorar el carácter es ignorar las bases del ministerio. Esto explica el por qué del tanto tiempo que Dios pasa con sus siervos. Pasó trece años preparando a José…

Al regresar de la clase llegué a mi dormitorio busqué la palabra principio en mi diccionario, encontrando que significaba: «ley, doctrina o suposición de características globales y fundamentales». Leyendo más adelante descubrí que la palabra viene del vocablo latino principium (comienzo). De esa definición aprendí algo que me ha ayudado a profundizar y dirigir mi ministerio por muchos años: «Si vuelvo a los comienzos y construyo sobre principios, siempre estaré al día y de acuerdo con lo que Dios está haciendo».


Esa convicción me llevó a una búsqueda continua de principios; esas verdades fundamentales que nunca cambian y que, sin embargo, tienen un nuevo significado y aplicación para cada nueva situación. Aprendí a no adoptar jamás un método hasta no haber comprendido el principio que tenía detrás. Comencé a evaluar a los hombres y ministerios en base a los principios que los motivaban, así como en base al fruto que producían.


Vivir de acuerdo a esta filosofía simplificó mi vida. Mi mente no estaba embotada por la excesiva cantidad de novedades que los vientos de doctrina traen al mundo cristiano. Mi biblioteca no estaba atestada de manuales populares sobre «cómo hacerlo», que eran best-seller por un mes y caducos al día siguiente.


Fue así que, cuando nuestro hijo mayor aceptó su primer pastorado, me sentí obligado a compartir con él algunos de los principios que han guiado mi ministerio. Durante las sucesivas semanas pensé en estos principios, les di diferentes formas, los refiné y traté de que fueran verdaderamente globales y fundamentales. El que usted esté o no de acuerdo con estos principios puede no ser importante, pero pueden, al menos, ayudarle a diseñar los suyos propios. Dios hace un trabajador, luego lo usa para hacer un trabajo.


Phillips Brooks tenía razón cuando se refería a la preparación para el ministerio como nada menos que «la creación de un hombre» (o la de una mujer – Brooks estaría de acuerdo con eso)


No importa qué clase de ministerio Dios nos otorgue (Predicación, enseñanza, aconsejamiento, supervisión, etc.), nunca podremos dar a otros lo que nosotros mismos no tenemos. Ignorar el carácter es ignorar las bases del ministerio. Esto explica el por qué del tanto tiempo que Dios pasa con sus siervos. Pasó trece años preparando a José a fin de que llegara a ser el segundo comandante de Egipto. Invirtió ochenta años en la preparación de Moisés. Aún el educado de Saulo de Tarso debió de pasar tres años de post-grado en Arabia antes que Dios lo lanzara como Pablo, el apóstol. Las biografías y auto biografías de los grandes hombres de Dios revelan que El construye primero el carácter y luego, a través de ellos, desarrolla un ministerio.


Sin carácter, el ministerio no es más que una actividad religiosa o, lo que es peor, un negocio religioso. Los fariseos llamaban ministerio a lo que ellos hacían, aunque Jesús lo llamaba hipocresía. El sabía que los fariseos estaban más preocupados por su reputación que por su carácter; que las alabanzas de los hombres les interesaban más que la aprobación de Dios.


«Debo aprender» –escribió Henry Martyn– «que el primer gran asunto en la tierra es la santificación de mi propia alma». ¡Amén!. Alguien le preguntó al financista J. P. Morgan cuál sería la mejor seguridad que le podía dar un cliente, a lo que Morgan respondió– «Carácter». Ello me recuerda a otro Morgan; G. Campbell Morgan estaba paseando con D. L. Moody en Northfield cuando de repente Moody preguntó: «Al final de cuentas, ¿qué es el carácter?». Campbell Morgan sabía que el evangelista deseaba responder su propia pregunta, así que esperó. «Carácter –dijo Moody– «es lo que un hombre es en la oscuridad». Cuando se le dijo a Spurgeon que alguien estaba interesado en escribir un libro sobre su vida, él contestó: «Usted puede escribir mi vida en los cielos. ¡Yo no tengo nada que ocultar»!


Quizás la palabra clave sea integridad. Jesús nos advirtió que no podemos servir a dos amos, y Santiago estuvo de acuerdo cuando escribió que «… el hombre de doble ánimo es inestable en todos sus caminos» (1:8). Lo opuesto a la integridad es duplicidad. «Las manos son las de Esaú, pero la voz es la de Jacob». Nadie puede, en forma exitosa, ministrar y disfrazarse al mismo tiempo. Al menos no por mucho tiempo. La reputación, por mucha que sea, no puede sustituir al carácter. A. T. Robertson tenía razón cuando escribía en La Gloria del Ministerio que «muchos hombres con nombres importantes son novatos en (la) gracia».


La palabra griega traducida como ministerio en el N. T. describe un cierto tipo de servicio. En la iglesia primitiva el ministro era un siervo, y no simplemente un funcionario. Este concepto era una novedad para los griegos y los romanos, quienes consideraban al siervo como alguien sin importancia, que hacía cosas para otros con mayor importancia, Jesucristo elevó y dignificó el trabajo cuando dijo «Yo estoy entre ustedes como el que sirve». (Lc. 22:27).


La sociedad actual evalúa a la persona en relación a la cantidad de personas que trabajan para él. Jesús revirtió eso: «Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último, y el siervo de todos (Mr. 9:35). La gran pregunta en el ministerio es entonces, ¿Para cuánta gente trabaja usted? Esto no significa que los ministros de Cristo sean los cadetes (el che pibe) de los miembros de la congregación. El ministerio no es una proveeduría. Pablo explicó la diferencia cuando escribió «nosotros como siervos, por amor de Jesús» (2 Co. 4:5). Primero servimos al Señor. Hay veces que el servicio va en contra de los intereses humanos. «¿Estoy tratando de ganarme la aprobación de los hombres?» (Gálatas). La persona que no desea trabajar y servir a los otros no debería permanecer en el ministerio, como así tampoco la persona que desea gozar de la atención del público en el escenario, con todos los focos sobre él. Como ministros, debemos preocuparnos por los individuos y no sólo por congregaciones, muchedumbres o una «humanidad» imprecisa. No debemos unirnos a aquel cómico que expresó «Amo a la humanidad. ¡Es a la gente a la que no soporto!».


Jesús se despojó de sí mismo y se convirtió en siervo. Vino a ayudar a los demás, y la naturaleza del ministerio es servicio. El ministerio es demasiado sagrado para ser motivado por los beneficios y demasiado difícil para ser motivado por el deber. Sólo el amor puede sustentarnos.


Sólo el amor hace que el siervo ponga a los otros primero. Sólo el amor guarda a un siervo de explotar y de usar a su gente para sus propósitos. Sólo el amor evita que un líder se convierta en un dictador. El deber es delicioso cuando está saturado con amor.


Pero este amor no debe ser fabricado. Si lo es, entonces no es verdadero amor; es un sentimiento hueco o adulación barata. Más bien, el fruto del Espíritu es amor. «Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado» (Ro. 5:5). El ministerio de Pablo estaba «impuesto» por el amor de Cristo (2 Cor. 5:14), y era esta compasión-compulsión la que lo ayudó a seguir cuando las cosas eran difíciles.


Jonás, ministro sin amor. Fue a Nínive, no porque amara la voluntad de Dios o la gente a la cual Dios lo había enviado, sino porque temía el castigo de Dios. El hermano mayor (Lucas 15:25) trabajó obedientemente en el campo, pero no tenía amor ni por su padre ni por su hermano. Ambos cumplieron su labor, pero perdieron la bendición. Terminaron críticos y divisivos, incapaces de llevarse bien con Dios o los hombres.


Sin amor, los dones y talentos son obstáculos para el ministerio. Se convierten en armas y no en herramientas. Exaltan al siervo, no edifican a la iglesia. Podremos conocer poco las complejidades de la teoría de comunicación (a pesar de que deberíamos estudiarlas), pero si amamos a nuestra gente y la servimos en amor, vamos a, de alguna manera, construir puentes en vez de paredes, y nuestro mensaje llegará.


John Henry Jowelt lo expresó muy bien: «El ministerio que no cuesta nada, no logra nada». Yo podría agregar que el ministerio que no cuesta nada no es realmente un ministerio. Jesús sentó el precedente: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr. 10:45). «Para servir… y para dar…» La convicción es clara.


Un visitante le dijo a Samuel Johnson que lamentaba no ser clérigo, ya que consideraba a esa vida, como fácil y confortable. Johnson sabía, «La vida de un clérigo concienzudo no es fácil», le dijo al visitante. «Yo siempre he considerado al clérigo como el padre de una gran familia (su iglesia) que él es capaz de mantener –¡No señor! No envidio la vida de un clérigo como vida fácil, ni envidio al clérigo que hace que sea una vida fácil».


Escuché una vez a un predicador pedirle a un librero cristiano «un libro barato sobre esbozos de sermones de la profunda vida cristiana»; inmediatamente me compadecí de su congregación. ¡Era un hombre sin deseos de pagar el precio de la realidad espiritual!


Jesús dijo: «El hombre que ama su vida la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo la conservará para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo estoy, allí también estará mi servidor, si alguno me sirve, el Padre le honrará» ( Jn. 12:25-26).


Desde el momento en que Satanás se declaró libre de la autoridad de Dios, han habido dos filosofías de vida: sumisión o afirmación. Best sellers modernos nos exhortan a «cuidar el número uno» y de aún usar la intimidación para lograrlo. Entre cristianos que deberían saberlo bien, el «ámate a tí mismo» ha reemplazado a «niégate a ti mismo». En nombre de la libertad estamos predicando y practicando la anarquía.


Somos primero siervos, luego dirigentes. Ninguna persona que no esté bajo autoridad tiene el derecho de ejercitar la autoridad. Nunca podremos servir afirmándonos a nosotros mismos; es únicamente sometiéndonos a nosotros mismos que lo lograremos.


Los creyentes con discernimiento pueden detectar la nota de autoridad en la vida de un trabajador que está bajo autoridad, y no temen seguirlo.


Es desafortunado que el «concepto de corporación» del liderazgo se ha apoderado de varias organizaciones cristianas, incluyendo iglesias. Jesús dijo esto acerca de este concepto: «Los reyes de los gentiles se enseñorean de ellos, y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores. Pero no es así con nosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve porque ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿no lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo soy entre vosotros como el que sirve. (Lc. 22:25-27).


Si nos sometemos a Cristo, no debemos nunca temer someternos a otros, ya que la autoridad del ministerio es sumisión.


Cada vez que visito la catedral de St. Paul, pienso en una pregunta que le formuló un turista al guía. Ese turista era mi esposa y su pregunta era válida: «¿Por qué fue construido este edificio?», nuestro guía se mostró un poco perplejo al principio, pero luego sonrió y dijo: «Pues, para la gloria de Dios» . Gloria en ellos para la gloria de Dios (2 Cor. 12:7-10).


Todo lo que Dios hace es en última instancia para su gloria. En el primer capítulo de Efesios, Pablo nos recuerda tres veces que la gran obra de salvación de Dios es «para la alabanza de su gloria» (vers. 6:12,14). Dios no salva a los pecadores para hacerlos felices, a pesar de que ese es un bendito beneficio accesorio. El los salva para que El sea eternamente glorificado en ellos.


Los ministros deben tener esta perspectiva eterna. El hombre que olvida lo final se verá atrapado por lo inmediato, y esto puede llevar únicamente a un tipo de servicio superficial que se refugia en horarios y estadísticas. El siervo miope se olvida de la gloria de Dios y comienza pronto a tomar atajos, a jugar a la política y a practicar la manipulación para poder obtener resultados. Pero eso es construir con madera, heno y paja; y el resultado serán cenizas. Un pastor amigo a menudo me recuerda que la cosecha no es el final de la reunión –es el final de los tiempos. Esta es la razón por la cual es peligroso ser demasiado dogmático al evaluar los ministerios de hoy. El único que va a sobrevivir a la prueba ardiente de ese día será, «He servido para la gloria de Dios».


No hay nada que Dios no haga por el siervo que le da a El la gloria y que no se irrita cuando otros se llevan el mérito. El siervo que vive para la gloria de Dios a su disposición.


El primer problema serio interno que enfrentó la iglesia de los primeros tiempos fue a causa de negligencia (Hch. 6:1-7). Pedro admitió que él y sus asociados estaban tan ocupados sirviendo mesas que habían descuidado la oración y el ministerio de la Palabra. Otros creyentes se hicieron cargo del bulto y los apóstoles volvieron a sus verdaderos ministerios, resolviéndose así el problema. Más aún, la Palabra de Dios se desparramó y multitudes pusieron su confianza en Cristo.


La Palabra de Dios y la oración han sido siempre las herramientas más valiosas del ministerio.


Moisés alternaba entre enseñar la Palabra a la gente e ir ante la presencia de Dios a orar por la nación. Samuel le dijo a la gente, «En cuanto a mí, que el Señor me libre de pecar contra El dejando de rogar por ustedes. Antes bien, les enseñaré a comportarse de manera buena y recta» (1 Sam. 12:23). El ministerio de Pablo se basó en un modelo similar: «Y ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificaros…» (Hch. 20:32).


Ambos son necesarios. Si estudiamos la Palabra y nunca oramos, podríamos tener mucha luz sin calor. Si oramos pero nunca estudiamos, podríamos convertirnos en fanáticos que exhiben mucho ardor pero poco conocimiento. Si usamos la Palabra de Dios y la oración, tenemos un equilibrado y sano ministerio y haremos la obra de Dios de acuerdo a su voluntad.


El ministro que no conoce la Palabra de Dios fracasó en cuanto a su vocación. Pablo, en sus epístolas pastorales, a menudo menciona la Palabra de Dios, la doctrina y la enseñanza. Un requisito que el ministro debe tener es la habilidad para enseñar ( 1Ti. 3:2), esto sugiere la habilidad de aprender. Como dijo Matthew Henry en su comentario: «Estudie con cuidado, haga que sea especialmente la Biblia su estudio. No hay conocimiento alguno que yo desee aumentar más que ese. Los hombres adquieren sabiduría de los libros, pero la sabiduría hacia Dios debe ser extraída del libro de Dios, y esto se logra por excavación. La mayoría de los hombres caminan por la superficie, y recogen aquí y allí alguna flor, pocos se meten en ella.»


Podemos recoger madera, heno y paja en la superficie del suelo, y eso sin mucho esfuerzo. Si queremos oro, plata y piedras preciosas, debemos excavar para hallarlas.


Debemos también orar. «Oración, meditación y tentación, forman a un ministro», dijo Lutero; noten que puso a la oración primero. «El ministerio cristiano es obra de la fe», escribió Charles Bridges en su clásico «El ministerio cristiano». «Y para poder ser obra de la fe, debe ser obra de la oración. La oración obtiene fe, mientras que la fe en su reacción aviva hasta aumentar la seriedad de la oración».


Es peligroso ministrar sin oración. «En todo lo que el hombre haga sin Dios», escribió George MacDonald, «fracasará miserablemente, o triunfará aún más miserablemente». Nuestro Señor dependía de la oración cuando ministró aquí en la tierra. Pablo oraba sin cesar. Los gigantes de la fe conquistaron a sus enemigos porque ellos oraban. Honramos sus memorias y construimos sus tumbas, pero no imitamos su fe.


Algunos pastores ruegan por cada uno de sus miembros nombrándolos en el curso de una semana o de un mes, o cuando la congregación es numerosa, durante varios meses. No hay duda de que un pastor puede hacerse el tiempo para orar por los oficiales y líderes de la iglesia por el lapso de una semana. Es un privilegio compartir la Palabra de Dios con la gente; pero es un privilegio aún mayor el nutrir a la Palabra con nuestras oraciones.


El ministro que está muy ocupado para estudiar la Palabra de Dios y orar está demasiado ocupado. Puede ser que se vea a sí mismo como exitoso y también ante los ojos de sus pares, pero es un fracaso ante los ojos de Dios. Algún día todos lo sabrán. Dios no ha prometido que va a bendecir los métodos, pero sí ha prometido bendecir su Palabra y responder a la oración.


No soy atleta ni tampoco un espectador entusiasta, pero he llegado a una conclusión acerca de los deportes: la mejor manera de ganar el partido es ser la clase de persona que puede ganar. El aplauso se desvanecerá, el trofeo decaerá, pero la bendición de un cuerpo fuerte, una buena coordinación y la determinación de ganar va a enriquecer a la persona para los años venideros.


Quizás sea esta la razón por la cuál el apóstol Pablo utilizó tantos ejemplos del atletismo en sus cartas. El atleta crece al hacer todo lo mejor que puede. «Pon toda tu atención en estas cosas», le advirtió Pablo al joven Timoteo, «para que todos puedan ver como progresas» (1 Ti. 4:15). La gente a menudo se pregunta, «¿Está creciendo la iglesia?» quizás deberían preguntarse, «¿Está el ministro creciendo?».


Pero estén prevenidos, la recompensa por un ministerio fiel es ¡más ministerio! «Ya qué fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más» (Mt. 25:21). Esto ilustra mi punto : la fidelidad en el ministerio aumenta la capacidad de uno. El privilegio del ministerio es crecimiento.


Esto explica también porque el ministerio fiel es el camino a la grandeza. La mera actividad religiosa derriba a una persona; pero el verdadero ministerio la edifica, aumenta sus habilidades y enriquece su carácter. Salomé quería conseguir tronos para sus dos hijos por el camino fácil, pero Jesús rechazó su pedido. Los tronos en el Reino de Dios están preparados para aquellos que se preparan a sí mismos. El siervo fiel oirá decir algún día a su Señor: «Amigo, pásate a un lugar de más honor» (Lc. 14:10).


Leadership, 1980. Usado con permiso. Apuntes Pastorales. Junio – Julio / 1984. Vol. II, número 1. Adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.