Problemas de comprensión
por Christopher Shaw
La comprensión de la verdad en el Reino se adquiere por medio de la vivencia, no el intelecto.
Versículo: Hebreos 5:14
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5:14 En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual.
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Aunque nos encontramos al final del capítulo 5, aquí se expone por primera vez el problema puntual que ha motivado al autor de Hebreos a escribir esta carta. Recordemos que abrió la epístola declarando que Dios nos ha hablado y que lo que ha dicho merece toda nuestra atención porque es, literalmente, un asunto de vida o muerte. El autor ahora identifica la dificultad que intenta vencer, por medio de cuidadosos argumentos: sus lectores tienen problemas para entender lo que les está explicando. Confiesa que el tema que desarrolla es complejo para exponer. La complejidad, sin embargo, no radica en el tema en sí. Ya he señalado que cuando el Señor decide hablar a nuestras vidas lo hace de tal manera que podamos entender claramente lo que nos está queriendo decir. No se anda con rodeos ni apela a esquivas alusiones que solamente los más inteligentes pueden entender. La dificultad no radica en el tema, sino en los oyentes. El autor utiliza una palabra para describir su condición, que podría traducirse como «perezosos, lentos, pesados». La imagen que mejor ilustra el término es la de una persona que intenta empujar una carreta que se ha atascado en el barro. El esfuerzo para moverla es intenso y los avances son muy frustrantes. Las ruedas avanzan unos metros y vuelven a quedar atrapadas en el lodo. La condición espiritual del corazón es el que entorpece la comprensión de la verdad.Esta es la sensación que tiene el autor de Hebreos con sus lectores. La condición espiritual de sus corazones tornan complejo lo que debería ser una tarea sencilla: explicar que en Jesucristo tenemos la respuesta a todas nuestras necesidades. Pero estos oyentes cargan con la pesada y enredada tradición de sus antepasados judíos. Su frustración me recuerda a infinidad de conversaciones que he tenido, en el ámbito de la consejería pastoral, sobre diversos temas referidos a la vida espiritual. La solución a muchas de nuestras dificultades es sencilla y requiere de un solo ingrediente: la obediencia. No obstante, muchas veces nos enredamos en complejos e innecesarios análisis de la factibilidad de que el camino sugerido produzca el resultado anhelado. Frustrados, exclamamos: «pero es muy difícil!». Suelo recordarle a las personas que si esto fuera verdad Jesús jamás hubiera dicho que para entrar al Reino debíamos convertirnos en niños. Los temas no son complicados. Los que somos complicados somos nosotros y tenemos una irremediable tendencia a desconfiar de lo sencillo. Cuando la propuesta es demasiada simple nos sentimos en la obligación de sumarle ingredientes que la vuelven más complicada. El verdadero problema, no obstante, es que no existe la tierra fértil sobre la cual puede caer la Palabra fresca de Dios. Necesitamos que, por medio del arrepentimiento y la humillación, el Espíritu sintonice nuestros corazones a los principios del Reino. La actitud que espera de nosotros el Señor, es la fe. La fe no cuestiona ni argumenta. Recibe, cree y actúa.
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