Proceso de aprendizaje
por Christopher Shaw
La prueba y el error es una parte integral del proceso de crecimiento del discípulo
Versículo: Hebreos 5:13-14
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5:13 El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. 5:14 En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual.
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«El que se alimenta de leche sigue siendo bebé y no sabe cómo hacer lo correcto», nos dice la Nueva Traducción Viviente. Mi nieta, de nueve meses, se ha lanzando a descubrir el mundo a su alrededor. Aún no camina, pero gateando puede llegar hasta donde se le antoje. La familia celebra cada logro como si ganara una maratón, pero observo que también comienza a crecer cierta preocupación. La pequeña no distingue entre lo bueno y lo malo. Su incapacidad requiere de la supervisión de un adulto para evitar que se haga daño con algo que no le conviene, porque su corta experiencia no le ha sido suficiente como para tomar buenas decisiones en la vida. Así son los que se quedan atascados en el conocimiento teórico de la Palabra. La han escuchado e, incluso, recibido con entusiasmo. Pero esa verdad no ha sido probada en el fragor de la vida. El resultado es que no ha liberado en ellos su poder transformador. El autor de Hebreos resalta este punto. Es el ejercicio de esforzarse por vivir conforme a los principios de la Palabra el que robustece el espíritu del discípulo. A diferencia del típico proceso de estudio dentro del sistema escolástico, en el Reino la capacidad de avanzar hacia verdades más profundas se adquiere por medio de la experiencia más que por la inteligencia. Aquellos que están acostumbrados a ejercitarse en elegir entre lo bueno y lo malo obtienen una percepción espiritual que elude a aquellos que solamente analizan la Palabra con el intelecto. Ningún discípulo nace sabiendo distinguir entre lo bueno y lo malo.La NTV emplea la frase «fuerza de práctica» para describir este proceso. Esto nos indica que ningún discípulo nace sabiendo distinguir entre lo bueno y lo malo. Debe recorrer un camino en el que, por medio de reiterados intentos, aprende a discernir entre lo uno y lo otro. La historia del joven Samuel ilustra claramente este principio. Cuando primeramente escuchó una voz que lo llamaba creyó que era Elí. Una segunda vez cometió el mismo error. Pero el anciano sacerdote se dio cuenta de lo que ocurría y le dio instrucciones acerca de cómo responder. Así logró Samuel dar su primer pasito hacia la comunión con el Señor. Con los años llegó a cultivar una amistad tal que Dios le confió las intimidades de su propio corazón (ver 1 Samuel 15:10-11). Este principio nos ayuda, ahora, a entender por qué el autor de Hebreos insiste tanto en retener la fe y en permanecer firmes hasta el fin. El proceso de aprendizaje dura toda la vida y requiere de un compromiso inamovible de ser, siempre, un discípulo maleable y manso en las manos del Señor. Los errores por el camino no nos descalifican; al contrario, son una parte valiosísima del proceso. Precisamente de nuestros desaciertos aprendemos a distinguir entre lo bueno y lo malo.
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