Psicología de la crisis
por Dr. Carlos Pinto
Las crisis son inherentes a la vida del ser humano porque en ellas se experimentan cambios, momentos de nacer, perder y renacer. Se dan porque sentimos que perdemos la estabilidad lograda por algún factor interno y externo inesperado. Nuestra lucha es restablecer esa etapa previa de equilibrio.
Las crisis son inherentes a la vida del ser humano porque en ellas se experimentan cambios, momentos de nacer, perder y renacer. Dios no nos creó como seres mecánicos. Debemos recordar que las crisis no son signos de patología ni debilidad psicológica. Se dan porque sentimos que perdemos la estabilidad lograda por algún factor interno y externo inesperado. Nuestra lucha es restablecer esa etapa previa de equilibrio.
Definición
Todas las personas, saludables o disfuncionales emocionalmente, somos susceptibles de experimentar crisis emocionales cuando enfrentamos altos niveles de estrés en situaciones conflictivas o en momentos de transición. Carl Gustav Jung eminente psicólogo afirmaba que en la crisis de la mediana edad se requiere hacer morir al «yo» que ha vivido la etapa previa, para liberar o hacer nacer al «yo» maduro que le corresponde vivir la segunda etapa. El apóstol Pablo también se refirió a este tema, la crisis de transición, cuando dijo que tuvo que dejar varias actitudes infantiles para asumir la fe cristiana en una manera madura (1 Co 13.11).
Sí, las transiciones en la vida conllevan a crisis, así como también los incidentes inesperados. Ambas situaciones provocan una reacción emocional, caracterizada por una desorganización, la cual se manifiesta por la incapacidad de la persona de enfrentar y solucionar con los recursos acostumbrados la nueva circunstancia que enfrenta. En esos momentos se siente un desánimo, una incapacidad de resolver el conflicto y una reducción de energías.
Cuando nos encontramos frente a la crisis, enfrentamos la posibilidad de focalizar nuestra vida en la dificultad presente (micro) olvidando los logros del pasado y la visión del futuro o, de lo contrario, podemos percibir la crisis en contexto, tratando de resolverla y manteniendo la perspectiva macro. Es decir, reconocemos que es una oportunidad para madurar y crecer.
Crisis inesperadas y esperadas
Como personas, familias o sociedad, tenemos la tendencia natural de vivir lo más establemente posible. Este nivel de vida es identificado en psicología como «homeóstasis». Sin embargo, en diferentes momentos de la vida nos enfrentamos a situaciones inesperadas o esperadas, las cuales interrumpen el estado de homeóstasis y provocan las llamadas «crisis».
Los sucesos no esperados pueden ser muy variados: un despido laboral, un divorcio, un embarazo no deseado, un accidente de tránsito, un terremoto, el abandono de la pareja, una enfermedad, el colapso económico en el país, la violencia social, etcétera. Se trata de eventos que nadie espera y que, al suscitarse, crean un momento de desequilibrio emocional. A su vez, situaciones esperadas o transiciones de la vida, como el embarazo de una pareja casada, el inicio de la etapa escolar o de la adolescencia en un hijo o el matrimonio de una hija, pueden provocar una crisis esperada.
En ambos casos el factor común es el cambio que la persona o familia se ve forzada a vivir. Lógicamente, los cambios provocan la interrupción del sistema de vida acostumbrado que hace necesaria la reorganización para adaptarse a la nueva situación. Las crisis por ejemplo, conllevan a realizar ciertos ajustes en la forma de trabajo, en la forma de relacionarse con las otras personas o en la forma como uno se autopercibe y proyecta. En general, los cambios suscitan nuevas forma de organización e interrelación familiar y social.
Cuando un cambio es percibido como un factor negativo, entonces provoca aun más dolor emocional, pues se siente como un evento que paraliza o interrumpe el desarrollo de la vida. En algunos casos, si el cambio se divisa de una manera extremadamente negativa, provoca sentimientos depresivos y disminución de las habilidades cognitivas, como la memoria, la concentración o la capacidad de decisión. Si el cambio o situación inesperada se considera como algo positivo que nos obligará a crecer, entonces el nivel de la crisis emocional será menor y se podrá superar en forma más rápida.
Las etapas de la reacción
En su inicio, las crisis esperadas o inesperadas nos obligan a tratar (ya sea en forma inconsciente o consciente) de recobrar el estado previo para volver a recuperar la homeóstasis. Es por esta razón que cuando una persona pierde su trabajo o es despedida repentinamente, experimenta un momento de negación: «No puedo creer que esto me haya pasado a mí, ahora cuando todo estaba tan bien.» Cuando el individuo se da cuenta de que no puede volver al estado de vida previa (antes del despido laboral), entonces sufre una crisis emocional.
Luego se pasa por una etapa de impacto, cuando se nota la imposibilidad de resolver el conflicto. En esta fase se eleva el nivel de tensión, pues la persona es consciente del evento e intenta, de una u otra manera, de resolverlo o asimilarlo. Cuando la tensión se incrementa, se tratan de movilizar todos los recursos emocionales disponibles para mitigar ese conflicto. No obstante, si no logra resolverlo, o si no se consigue asimilar el cambio o redefinirlo en forma adecuada, entonces puede desarrollar una crisis mayor.
Se puede vivir en una situación de crisis por unos días. Incluso, esa crisis puede extenderse hasta por seis semanas, pero si en ese lapso no se supera, entonces la persona estaría viviendo una crisis no resuelta en forma prolongada o permanente. Todos podemos resistir momentos de crisis pero cuando esta se torna crónica (p.e. una mujer cuyo esposo la maltrata constantemente) puede provocar desórdenes emocionales de mayor impacto, los cuales requieren de ayuda profesional.
En el periodo intermedio de la crisis se experimenta una confusión emocional, intelectual, relacional y afectiva. En algunos momentos la persona es invadida por diversas emociones: llanto, ira, tristeza, etcétera, las cuales son respuestas normales y naturales del ser humano frente a una situación de crisis. Lo recomendable en esos casos es expresar los sentimientos en una manera que ayude con el proceso de asimilar la pérdida o el cambio forzado que conlleva la crisis, pues si los distintos sentimientos (tristeza, enojo) no son expresados en forma apropiada puede conllevar a incurrir en interiorizar o reprimir la crisis, después puede liberarse con el desarrollo de una depresión mayor o asumiendo conductas auto-destructivas o violentas. El consumo de alcohol, el abandono de la pareja o familia, la agresión física a otras personas o a sí mismo se desencadenan cuando una persona reprime su tristeza o ira en situaciones de crisis.
En la penúltima etapa, la persona inicia un proceso de aceptación. En esta fase, el individuo integra a la vida cotidiana (en una forma sistemática, por supuesto) la experiencia de pérdida o de cambio. Es entonces cuando se recuerda la pérdida pero se la percibe de manera más objetiva y realista. La crisis vivida deja de ser vista como un evento paralizante. Ahora es percibida como una realidad ineludible a la cual corresponde adaptarse. En este punto, las personas que tienen una personalidad flexible al cambio tienden a reorganizar su vida en menos tiempo que las rígidas, pues a ellas les resulta difícil enfrentar cambios.
La crisis en esta penúltima etapa es analizada y comprendida dentro del marco de la realidad. Por ejemplo: si se ha sufrido un despido laboral se lo percibe no como una acción caprichosa en contra de la persona, sino como resultado de un problema empresarial. Es más, el sujeto podría ver, en retrospectiva, el progreso de ciertos eventos previos que vislumbraban el desencadenamiento del despido laboral. Esta mirada objetiva disminuye el enojo o tristeza y facilita un proceso de aceptación realista, el cual es requerido para superar la crisis. A su vez, la autoimagen de la persona deja de ser percibida en forma subjetiva y negativa y puede llegar a aceptar que se posee tanto valores como deficiencias. Ese reconocimiento le ayudará a reorganizar la vida y a insertar los cambios que repercutirán en forma positiva en el futuro.
La superación
La superación de la crisis se logra cuando la persona, en forma individual o con ayuda, vuelve a reorganizar su estado emocional y su vida en general. Los pasos previos son percibidos como: 1) Definir el problema y los sentimientos que acompañan este momento. 2) Utilizar estrategias antiguas o nuevas para enfrentar y superar la situación crítica que se haya presentado. 3) Resolver los problemas subyacentes o reactivos que hayan surgido en este periodo de la crisis. 4) Definir los recursos e identificar cuándo usarlos para resolver la crisis mayor. 5) Reorganizar la vida, asimilando los cambios, en lo que se denomina la etapa de la post-crisis.
Esto se logra si la persona vuelve a vivir en cierto grado en el nivel de funcionalidad y homeóstasis que se vivía en el momento previo a la crisis. Por ejemplo: una viuda vuelve a reintegrarse a la iglesia y a su trabajo y comienza a ver su futuro con dolor y pena, pero también, como una oportunidad para continuar en forma diferente la vida que tiene por delante. En el vocabulario cristiano evangélico se diría que una persona ha superado una crisis cuando comienza a operar bajo el paradigma de «todo lo puedo en Cristo que me fortalece». La idea no es negar la pérdida, el cambio o la transición. Lo saludable es aceptarlo, manifestar el sentimiento experimentado y asimilar el evento en forma realista. Esto combina tanto el dolor como la esperanza, pues vivimos bajo la promesa de que Dios es nuestro Padre sustentador en TODO momento.
Conclusión
Un incidente negativo (esperado o inesperado) puede provocar tanto una crisis en la persona que lo experimenta como en la familia a la que pertenece. La familia cristiana que enfrenta esta situación puede enfocarse en la «pérdida» o en el «pacto de Dios» y recordar que Dios ha establecido un pacto eterno de amor y protección con su pueblo (Gé 12.13) que brinda paz en medio de la crisis.
La otra posibilidad es olvidarse de esta promesa. Saber, sin embargo, que Dios se ha comprometido a ser un Padre sustentador y protector de su pueblo, provee un sentimiento de esperanza en momentos de conflicto. Lo recomendable entonces no es minimizar la crisis sino aceptarla y asimilarla en una forma real, reconociendo la pérdida o la necesidad del cambio.
Esta manera constructiva de enfrentar la crisis puede producir crecimiento o madurez, lo cual es saludable.
El autor es psicólogo clínico y familiar, y coordinador de EIRENE-Internacional, Asociación Latinoamericana de Asesoramiento y Pastoral Familiar. En la actualidad vive en Quito, Ecuador.
Ideas básicas de este artículo
- La crisis implica cambios, los cuales provocan nuevas formas de organización e interrelación familiar, social e individual.
- Si el cambio se percibe como un factor negativo, es decir, como un evento que obstaculiza el desarrollo de nuestra vida, el dolor emocional es mayor. Pero si se recibe positivamente, como un evento que nos obliga a crecer, el nivel del dolor será menor y se superará de forma rápida.
- Son cuatro las etapas de reacción ante el cambio: negación, impacto, confusión y aceptación.
- La superación de la crisis se logra cuando la persona vuelve a reorganizar su estado emocional y su vida en general. Para ello se necesita la capacidad de combinar el dolor y la esperanza.
Preguntas para pensar y dialogar
© Apuntes Pastorales, Volumen XXI Número 2