Punto de encuentro
por J. Norberto Saracco
La misión provee el marco necesario para el diálogo entre la iglesia y la educación teológica.
En una consulta celebrada por la Fraternidad Teológica Latinoamericana en Quito, Ecuador (1985), los participantes llegaron a la conclusión de que «la educación teológica es la capacitación del pueblo de Dios para el servicio del Reino». El valor de esta definición es que aclara a quién se debe educar: «al pueblo de Dios» y para qué se realiza esta tarea: «el servicio del Reino». La educación teológica no debería limitarse a la preparación de pastores, teólogos o lo que podríamos llamar «profesionales del oficio religioso». A partir de la concepción del sacerdocio universal de los creyentes, la educación teológica debería ser un instrumento para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. La mayoría de las instituciones de educación teológica concordarían con esta definición pero, en la práctica, al observar los programas de estudios, los requisitos de admisión y el producto final que se espera formar, creo que la educación teológica contemporánea ha perdido su sentido de misión. Ahora, en América Latina, los seminarios soportan la presión de estudiantes que desean cursar carreras acreditadas oficialmente por los gobiernos Una brecha preocupante La historia de este proceso es extensa. En los últimos siglos los tres modelos más comunes de formación —facultad de teología, seminario y escuela bíblica— han focalizado cada vez más su visión en los aspectos meramente académicos a costa de lo ministerial y misionero. Empujados, quizás, por la inercia del «mundo académico» o la presión racionalista de la modernidad, sus esfuerzos se han centrado mayormente en alcanzar altos niveles de acreditación. Mientras esto ocurre la iglesia percibe que la institución teológica sigue su propia agenda, discute temas que solo a ella le interesan y ve la misión y los ministerios como una carga de segunda categoría dentro del programa de estudios. Ahora, en América Latina, los seminarios soportan la presión de estudiantes que desean cursar carreras acreditadas oficialmente por los gobiernos. En un sentido, es positivo que, al graduarse, el estudiante cuente con un título que lo habilite para desempeñar otras funciones en la sociedad. La otra cara de esta verdad es que los programas de estudio deben sujetarse a los parámetros que determina el estado, lo cual limita mucho los contenidos que la iglesia quiesiera que se aborden y la «flexibilidad» del programa. La falta de un diálogo sincero entre iglesias y seminarios en la búsqueda de una estrategia que les permita caminar juntos y enriquecerse de la contribución, recursos y experiencias de cada uno ha obstaculizado la creación de soluciones que resuelvan estas tensiones. Es imprescindible que las instituciones teológicas redefinan su visión y misión a partir de la nueva realidad de la iglesia latinoamericana y de la inserción de esta en medio de un mundo globalizado. Teología en tiempo futuro Al insistir que el norte de la educación teológica sea la missio Dei podría presuponerse, erróneamente, que dejamos de lado los contenidos teológicos y lo único que nos importa es lo referido con algún área de la práctica ministerial. No es así. El saber y la reflexión teológica son la columna vertebral de todo proceso de formación ministerial. La crisis ha surgido porque en las escuelas de teología la reflexión teológica se lleva a cabo con los ojos en la espalda. Presupone que es posible medir la calidad y profundidad teológicas según la habilidad del individo para manejar nombres, tendencias y corrientes teológicas. Es una teología arqueológica que se goza en descubrir y redescubrir elementos de la tradición. En este juego, el buen teólogo es el que conoce a la perfección el pensamiento Barth, Tillich, Calvino o Bultmann. Los educadores teológicos no se dan cuenta de que aquellos que se destacaron por su pensamiento en el pasado lo lograron porque supieron vincular sus ideas a los desafíos de su tiempo. Desde la perspectiva de una iglesia viva y contemporánea si este saber no se vincula a la misión, obtenerlo resultará en una pérdida de tiempo. Una formación ministerial teológicamente sólida tendrá sus raíces en el pasado pero sus ojos en el futuro. ¿Qué significa hacer teología en «tiempo futuro»? Es saber discernir los signos de los tiempos, mostrar el rumbo y guiar a la iglesia a entender y anticipar los desafíos. La velocidad con que ocurren los cambios sociales, tecnológicos y culturales demanda que la iglesia responda cada vez más rápido. Los seminarios deberían formar la mentalidad teológica para el mundo de mañana. Si en eso consistiera la formación, 100% de los pastores y líderes querrían estudiar allí. Contexto de vida Una formación ministerial teológicamente sólida sabrá vincular la reflexión teológica con la espiritualidad. En la medida que se intenta elevar el nivel académico disminuye la espiritualidad, como si existiera una contradicción entre ambos. Cuando la iglesia no encuentra en los seminarios un espacio para formar en devoción y espiritualidad a sus líderes, termina por crear sus propios programas, de tal manera que pueda asegurarse así misma que la educación se dé en un contexto de vida. Una formación ministerial teológicamente sólida será aquella capaz de articular la palabra de Dios, la reflexión teológica y la missio Dei. Como ocurre siempre, la solución no está en los extremos. Ambas son vitales: una espiritualidad teológicamente fundamentada y una teología espiritualmente enseñada. Educación útil Uno de los obstáculos que enfrentamos para la relación entre iglesia y educación teológica es que esta última ha cultivado una visión muy estrecha sobre a quienes debería enseñar. Uno de los pilares del protestantismo, el sacerdocio de todos los creyentes, ha estado ausente en los programas y objetivos de los seminarios. La iglesia en América Latina es una iglesia viva y creciente, que trabaja involucrando a muchos de sus miembros en los ministerios. A diferencia de lo que ocurre en los EE.UU., los ministerios latinoamericanos no son rentados. Quienes sirven no se dedican exclusivamente a esta tarea. No han recibido otra preparación ministerial más de la que pudo recibir de su propia iglesia. En el caso de los pastores, a excepción de los de las megaiglesias, cada vez son más los que encuentran otro trabajo además del ministerio. Una educación ministerialmente útil desarrollará una metodología de educación y un contenido de los cursos de acuerdo a esta realidad. No son los ministerios de la iglesia los que deben adaptarse al molde de los seminarios, sino los seminarios los que deben adaptarse a la situación de la iglesia. ¿Qué metodologías se aplicarían para que todos puedan estudiar? La respuesta que han dado las instituciones teológicas refleja su ideología, pues han creado programas de preparación ministerial paralelos mientras continúan aferrados a la idea de que su vocación principal es formar teólogos. Una educación ministerialmente útil, sin embargo, debe ser pensada para personas bivocacionales, con un contenido que abarque la complejidad y pluralidad de los ministerios de la iglesia. El currículo debería incluir bioética, ciencias sociales (política, economía, pensamiento contemporáneo, etc.), liderazgo, mundo globalizado, nuevas tecnologías, familias no tradicionales, iglesia posmoderna, nueva religiosidad, etcétera. Pero también necesitamos teólogos. La iglesia debe estar dispuesta a invertir tiempo y recursos en la formación de los doctores de la fe. Hoy sufrimos la invasión de toda clase de doctrinas y modas teológicas. No solo escasea la profundidad en el pensamiento de la iglesia sino también el discernimiento. La iglesia latinoamericana está pagando un alto precio por haber renunciado a la formación de sus teólogos y haberse contentado con un activismo superficial. Invertir en teólogos no es un lujo sino una necesidad impostergable. Al mismo tiempo las instituciones teológicas deben saber que las iglesias apoyarán la formación de teólogos cuando descubran que lo que ellos/ ellas producen se vincula con la vida y misión de la iglesia. Estos teólogos no pueden ser arqueólogos de una iglesia muerta, sino visionarios de una iglesia viva. Entender los contextos Mientras el mundo y la iglesia cambian, la educación teológica no puede permanecer invariable como si nada sucediera a su alrededor. Una educación teológica contextualmente relevante es aquella que se elabora partiendo del contexto del momento. Un tema central en la agenda de las iglesias latinoamericanas es el de la transformación de la sociedad. Vivimos la paradoja de que el crecimiento de la iglesia se ha observado junto al deterioro paulatino de la sociedad. La iglesia no es culpable de estos males, pero sí es responsable de no haber trantornado a la sociedad con los valores del reino de Dios. Muchas iglesias hoy se preguntan: «¿Cómo lograrlo?» Algunos lo intentan por caminos casi mágicos, ungiendo a las ciudades con aceite desde un avión. Otros optan por el camino de la política y la candidatura de evangélicos, que se ha vuelto cada vez más popular. ¿No deberían ser los seminarios los espacios para la discusión y propuesta de estos temas? ¿No deberían ser los seminarios los lugares en los que se prepare a los líderes que afectarán a la sociedad? Una educación teológica contextualmente relevante es la que hoy en América Latina toma en serio los desafíos de la religiosidad posmoderna, hedonista y superficial. Trabajará con el problema del poder y los poderes. No podremos seguir excluyendo de la educación tema tan crítico, como se procedió durante toda la modernidad racionalista. ¿Dejaremos este tema en manos de improvisados aprendices de brujos con título de pastor? Pero, además de los poderes espirituales está el poder concreto, histórico y la lucha por el poder. ¿Qué significa la proliferación de apóstoles si no, una lucha carnal por el poder? ¿Cómo puede un seminario preparar apóstoles siervos en lugar de monarcas megalomaníacos? Podríamos multiplicar estas preguntas al infinito, pero existen dos cuestiones clave que debería responder toda institución teológica que pretenda ser contextualmente relevante: ¿Estamos ayudando a entender lo que vive el mundo y, como consecuencia, a transformarlo? ¿Estamos ayudando a entender a la iglesia y, como consecuencia, afectar su misión y ministerio? Conclusión Quisiera humildemente proponer que los que participamos en la educación teológica, ya sea en calidad de profesores, teólogos, seminaristas, administradores o estrategas debemos transitar por el camino de la cruz. Es decir, debemos estar dispuestos a crucificar nuestras viejas estrategias, nuestras antiguas metodologías, nuestros programas irrelevantes, para dar lugar a lo que hoy cobra significado. La brecha entre la educación teológica y la iglesia no se cerrará con arreglos superficiales, ni adoptando la última metodología de moda. Tal encuentro será posible cuando humildemente reconozcamos nuestro fracaso, coloquemos todo al pie de la cruz y nos dispongamos a involucrarnos en lo nuevo que Dios quiere obrar. ¿Tendremos el valor para dar este paso?
Se adaptó de «La educación teológica en el Siglo XXI», una ponencia dada en Manila ante un grupo de educadores, en septiembre del 2005. Se usa con permiso. Todos los derechos reservados.
El autor (fiet@sion.com) es fundador y director de Instituto Teológico FIET, pastor de la
Iglesia Evangélica Buenas Nuevas, y representante del Comité de Lausana para América Latina y el Caribe. Posee un doctorado de la Universidad de Birmingham. Como conferencista y profesor invitado ha visitado más de cincuenta países. Está casado con Carmen, con quien comparte tres hijos y seis nietos.