¿Qué ha pasado con la buena exégesis?
por Enrique Zapata
¿Cuántas veces la Palabra de Dios no ha sido modificada para poder sostener el criterio del exegeta? Nadie que estudia e interpreta las Escrituras debe olvidar que sus afirmaciones pueden afectar dramáticamente la vida de quienes tienen una relación con Dios, de tal forma que produzca, inclusive, daños con consecuencias eternas.
Una sola palabra puede hacer una gran diferencia. Hace un tiempo, una publicación cristiana me pidió que escribiera un comentario sobre un tema de matices controvertidos. Cuando mi artículo fue publicado, causó sorpresa entre mis amigos y me ganó no pocos enemigos. ¡Yo también quedé sorprendido! Yo había comenzado mi artículo diciendo: «En mi opinión, existe justificación bíblica para creer ». Los editores de la revista, sin embargo, habían insertado a mi comentario solamente una pequeña palabra, la palabra «no». Con esta modificación la frase ahora decía: «En mi opinión, no existe justificación bíblica para creer ». La palabra añadida cambió radicalmente el sentido de lo que yo quise decir.
Cuando revisé el original quedó claro de que no existía un error, sino que ellos deliberadamente habían insertado la modificación. Me puse en contacto con ellos para pedir que me dieran una explicación. Me contestaron que habían realizado esta modificación porque no estaban de acuerdo con mi afirmación. Les hice notar entonces que hubiera sido más honesto no publicar mis palabras que usarlas para decir lo que ellos querían decir.
Debo confesar que me molestó mucho su postura. Me sentía indignado, no solamente porque ahora mi artículo hacía afirmaciones que yo no creía, sino porque habían también dañado mi testimonio. A raíz de ese incidente, he pensado muchas veces en la reacción que Dios puede tener cuando nosotros hacemos lo mismo con su Palabra, usándola para decir lo que Él nunca quiso o modificándola para revelar a un dios diferente a lo que él es.
Es necesario entender que hay una gran diferencia entre ser un maestro de historia y ser un maestro de la Biblia. Como maestro de historia, puedo expresar mi opinión acerca de Bolívar o San Martín sin ofenderles, pues ellos están muertos. Por la misma razón, mis opiniones tampoco afectarán la relación que ellos pudieran tener con otros. Pero no sucede así con la enseñanza de la Biblia. Dios está vivo y él sí escucha mis palabras. Mis afirmaciones pueden resultarle agradables u ofensivas, y además, pueden afectar dramáticamente la vida de quienes tienen una relación con Él, de tal forma que produzca, inclusive, daños con consecuencias eternas.
Saber que Dios está vivo y escucha cada una de mis palabras debe llevarme a una profunda preocupación por la correcta exégesis del texto bíblico. Todo cristiano necesita aprender cómo hacer buena exégesis. Debemos acercarnos al texto con la convicción de que es Palabra de Dios, que el Espíritu Santo la inspiró y que Dios nos sigue hablando por ella. Creemos que Dios ha hablado con un propósito y que lo que escogió registrar en las Sagradas Escrituras revela, de su parte, una clara intención (2Tim 3:16,17).
El significado verdadero de un mensaje está relacionado con la intención del autor, es decir con lo que quiso decir y sus razones para decirlo. La exégesis es, por definición, la búsqueda de esa intención, el sentido original del autor. Por medio de esta podemos discernir el propósito de cada declaración hecha. Esta intención es la que necesitamos entender. Solamente cuando procuramos comprender este elemento en las Sagradas Escrituras lograremos captar claramente Su mensaje para nosotros y para otros.
No obstante, si intentamos una exégesis desprovista de una verdadera pasión por Dios, podremos fácilmente caer en un intelectualismo y profesionalismo que nos lleve a hablar mucho de Dios pero poco con Dios. Cuando hago la exégesis para los demás y deja de arder mi corazón porque el texto no me está hablando a mí de mi Dios, estoy en gran peligro. Si el texto no logra tocar mi propia alma, es probable que no hablará a otros a través de mí
La meta final de la exégesis es conocer y agradar a Dios, para construir una genuina espiritualidad. La falta de preocupación por la buena exégesis refleja, en últimas instancias, un desinterés por conocer a Dios y escucharlo. Recordemos que la espiritualidad en el Nuevo Testamento está relacionada con vivir y caminar en el Espíritu. Para vivir en el Espíritu y tener comunión con el Dios verdadero, necesitamos un conocimiento auténtico y fiel de Dios, es decir, saber lo que a él le agrada. precisamente, el proceso de exégesis es el que me permite acercarme al conocimiento de Dios y de sus intenciones.
Por otro lado, para entender lo que él «quiso decir» en las Escrituras, necesitamos realizar una análisis histórico y gramatical del texto. Esta es la primera tarea necesaria y, aunque ha perdido importancia en estos tiempos, es fundamental para la correcta interpretación de la Palabra. Gracias a Dios, hoy existen muchas herramientas valiosas (diccionarios bíblicos, comentarios, léxicos y otros) para ayudarnos en este proceso. No debemos olvidar, sin embargo, que la herramienta nunca puede realizar la tarea por nosotros. Somos nosotros los que necesitamos tomar las herramientas para hacer este trabajo.
El propósito final de esta labor es espiritual: lograr que nuestras vidas se conformen a la verdad de Dios, transformándonos en verdaderos adoradores de Su persona. Esto presupone la grandeza de reconocer nuestras debilidades y limitaciones, reconociendo como fundamental la obra redentora de Dios en nuestro corazón. Tal actitud me conducirá hacia una postura de mayor humildad frente a las Escrituras. Esto, a su vez, producirá también una disposición de someter mis observaciones e interpretaciones al cuerpo de Cristo, para ser verificadas y enriquecidas por aquellos que caminan por el mismo camino que yo.
Si escuchamos correctamente a Dios, podremos crecer en su conocimiento y se nos concederá el privilegio de ser sus voceros a las multitudes.
¡Adelante!
© Apuntes Pastorales, Volumen XXI Número 1