¡Qué pregunta!
por Christopher Shaw
Nuestra respuesta acerca de la identidad de Jesús revela mucho acerca de nuestro corazón y del lugar que él ocupa.
Versículo: Mateo 16:13-28
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16:13 Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: __¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Le respondieron:16:14 Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.16:15 Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?16:16 Tú eres el *Cristo, el Hijo del Dios viviente afirmó Simón Pedro.16:17 *Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás le dijo Jesús , porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo. 16:18 Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. 16:19 Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.16:20 Luego les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo. 16:21 Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los *ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los *maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara. 16:22 Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo: __¡De ninguna manera, Señor! ¡Esto no te sucederá jamás!16:23 Jesús se volvió y le dijo a Pedro: __¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme *tropezar; no piensas en las cosas de Dios sino en las de los hombres.16:24 Luego dijo Jesús a sus discípulos: __Si alguien quiere ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme. 16:25 Porque el que quiera salvar su *vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará. 16:26 ¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida? 16:27 Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho. 16:28 Les aseguro que algunos de los aquí presentes no sufrirán la muerte sin antes haber visto al Hijo del hombre llegar en su reino.
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Seguro usted esta familiarizado con el evento en el cual Cristo decide confirmar a sus discípulos su identidad como el Hijo de Dios. Inicia este proceso con una pregunta inocente acerca de lo que la gente dice de él, una pregunta que pudiera expresar simplemente una curiosidad. Frente a la respuesta de ellos, sin embargo, Jesús les interroga por segunda vez, pero en un plano muy personal y comprometedor: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»La pregunta invita a los discípulos a que miren a Cristo a los ojos y le digan quien es él para ellos. Es bueno que nos detengamos por un instante para tomar conciencia del peso de esta pregunta. Ella posee un elemento de intimidad que desanima a la respuesta teológica, la clase de declaración despersonalizada que podríamos dar si estuviéramos describiendo a un tercero. La pregunta invita a los discípulos a que miren a Cristo a los ojos y le digan quien es él para ellos. La respuesta que den revelará mucho acerca de la relación que sostienen con el Mesías y el lugar que él ocupa en sus vidas. Es una respuesta que no se puede dar con liviandad ni con ligereza. ¿Si usted hubiera estado presente, qué clase de respuesta le hubiera dado al Señor? Imagine por un instante que usted está parado frente a él y lo mira a los ojos, para confesarle quién considera que es él. ¿Usaría las mismas frases que tantas veces repetimos en nuestras reuniones acerca de Cristo? ¿Se sentiría un poco avergonzado porque su respuesta habla de un Jesús a quién usted no conoce con la intimidad que desearía? El hecho es que nuestra respuesta revela mucho acerca de nuestro corazón y del lugar que él ocupa en nuestra vida. Es muy posible que existan contradicciones entre la respuesta automática, a la que estamos acostumbrados, y esta otra declaración, íntima, honesta y comprometida que habla de algunas de las incongruencias de nuestra vida espiritual. Pedro se tomó la atribución de responder por el grupo. Dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Nos resulta difícil percibir el peso que para un judío del primer siglo tenía confesarle a alguien que era el Mesías, el enviado de Dios. Significaba reconocer que la persona era la encarnación de todas las profecías y los sueños que señalaban la llegada de tan mítica figura. Un israelita no pronunciaría tal declaración con liviandad ni ligereza. Señalaba la existencia de una relación innegable entre el Jesús presente y el Dios histórico y eterno del pueblo escogido. Era una declaración que poseía implicaciones dramáticas, no solamente para la vida de los Doce sino también para Israel y las naciones de la tierra. Jesús le respondió: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Medite en esta declaración por un instante. – ¿En que consistía la bendición a la cual había accedido Pedro con esta revelación? - ¿En su opinión, por qué era necesario que Jesús le explicara a Pedro el origen de su confesión de fe?
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