Recuperar lo «espiritual» en el liderazgo Una conversación con el Dr. Raymond Culpepper
por Apuntes Pastorales
Apuntes Pastorales se encontró con el Dr. Culpepper en su reciente visita a América Latina. En una rica y franca conversación, le pedimos que hablara sobre las características que distinguen al líder efectivo dentro de la iglesia.
AP: ¿Cómo definiría usted el liderazgo espiritual?
RC: A lo largo de los últimos veinte años he trabajado en crear una filosofía y una teología de liderazgo que me resulte útil para el ministerio. Tengo un amigo, Leonard Sweet, que ha escrito varios libros. En uno de ellos, un tremendo libro titulado Someone to Lead (Alguien para liderar), analiza la histórica pregunta que ha intrigado a generaciones de investigadores: ¿Los líderes nacen o se hacen? Su respuesta es que los líderes no nacen, ni tampoco se hacen.
Su respuesta no solamente me resultó llamativa, sino que, además, contenía una percepción genial. Leonard cree que determinadas circunstancias llevan a ciertas personas a asumir el rol de liderazgo. Es decir, quizás uno no nació líder, ni tampoco se ha convertido en uno. No obstante, en circunstancias particulares, una persona que no hubiera sido líder se convierte en uno.
Hacia una definición
Si consideramos esa postura, podemos echar mano de una definición que nos resultará útil. El liderazgo espiritual es el arte de seguir a Cristo con un corazón de siervo de modo que uno avance, e impulse a otros a avanzar, hacia el cumplimiento de su misión.
Seguir a Cristo
La razón por la que mi definición comienza con la frase «seguir a Cristo» es porque considero que el verdadero liderazgo no tiene que ver con ser un líder, sino con ser un seguidor. El apóstol Pablo animó a que otros los siguieran a él, mientras que él seguía a Cristo.
Por lo que he observado en muchas de las conferencias a las que he asistido y en algunos modelos, me pareciera que hemos dejado de lado el paso de seguir a Cristo. Queremos saltar a ser líderes sin siquiera jamás haber aprendido a ser seguidores. No obstante, antes de ser líder soy discípulo. Antes de hablar debo ser uno que escucha. Antes de ser maestro debo ser uno que aprende. El liderazgo, en última instancia, no se refiere tanto a nuestra persona sino a lo que él está haciendo por medio de nosotros.
Liderazgo «espiritual»
El adjetivo «espiritual» lo convierte en diferente frente a todas las otras clases de liderazgo que puedan existir. No tiene que ver con manejar con eficacia un negocio o con aprender cuáles son las fórmulas que funcionan. Se refiere a algo más que simplemente poseer la visión correcta o aprender a declarar las verdades apropiadas. Es primeramente espiritual porque, si no posee el elemento espiritual, carece de la posibilidad de conectarse con la vida.
El arte de servir con el corazón
El visualizarme como siervo me ayuda a recordar que no soy el jefe. A mi madre le impresiona la posición que he recibido en la denominación, pero ¡no soy el jefe! He sido llamado a ser el primero entre los que sirven, con tiempo, talento y pasión a la Iglesia del Señor. Observo a demasiados líderes motivados por la arrogancia. Viven pendientes más de lo que otros pueden hacer por ellos. Los mejores líderes, sin embargo, son los que poseen un perfil bajo, que no se afanan por el reconocimiento o los aplausos.
Todas estas actitudes se cultivan en el corazón del líder. Aun cuando un líder se encuentre ante la necesidad de disciplinar a alguien, su actitud debe ser siempre la de un siervo que busca lo mejor para su gente. Aun en los momentos en que ejerza su autoridad, los demás deben percibir que su deseo más profundo es servir al Señor, para la edificación del Cuerpo de Cristo.
También considero que el ejercicio del liderazgo es un arte, no una ciencia. Si fuera meramente una ciencia se podría medir, reproducir, predecir. Todos hemos visto, sin embargo, que un líder puede llevar a cabo exactamente la actividad que otro líder desarrolló, en otra parte del mundo, sin cosechar los mismos resultados que el primero. El Espíritu Santo trabaja en combinación con el conjunto de habilidades y dones que posee un líder. El contexto y la cultura que le permite ser eficaz es único y, muchas veces, irreproducible.
Todo líder debe descubrir que imitar a otro no es trascendente. Cuando yo era un joven pastor intentaba muchas veces imitar a otros pastores reconocidos. Adoptaba su estilo de ministerio, las frases que empleaban. No obstante, con el paso de los años comencé a darme cuenta de que no es lo que se ve en la superficie lo que torna eficaz a un líder, sino lo que esconde en su corazón. Eso no se puede imitar, pero sí podemos cultivar la fidelidad y la pasión en nuestra propia vida.
Movilizarse a uno mismo
En mi definición, el liderazgo apunta primeramente a movilizarse a uno mismo. Un líder que no posee la capacidad de disciplinarse espiritualmente a sí mismo, de establecer metas de crecimiento para su propia vida, no tiene derecho a querer movilizar a otros. El liderazgo es, ante todo, autoliderazgo. Esto incluye elementos como la forma en que respondo al fracaso, a las tentaciones, a la crítica, o a personas difíciles de tratar. Cuando yo alcanzo el éxito en movilizar mi propia vida hacia los objetivos de Dios, también lo consigo en la vida de otros.
El autor John Maxwell nos ofrece una excelente analogía de la diferencia entre liderazgo y liderazgo espiritual. Los malos líderes se paran del otro lado de la calle y le gritan a sus seguidores: «Crucen la calle y vengan a mí». Los buenos líderes se ubican del mismo lado de la calle que los seguidores y los animan: «Intentemos cruzar juntos esta calle».
Cuando pretendo movilizar a la gente debo recordar una de las grandes historias del libro de Génesis. Cuando Jacob y Esaú lograron reconciliar sus diferencias, Esaú quiso apurarlo para que regresaran juntos a Canaán. Jacob, sin embargo, rechazó la invitación: «Traigo conmigo mujeres, niños y animales. Si nos apuramos demasiado, muchos de ellos perecerán». En ocasiones, los líderes deben aminorar la marcha para que no se pierda, por el camino, ninguno del pueblo.
El cumplimiento de una misión
Finalmente, el liderazgo tiene que ver con ayudar en el cumplimiento de la misión que Cristo nos ha confiado. No estamos en el negocio de engrandecer nuestros nombres, ni de construir monumentos a nuestros ministerios. Más bien Jesús nos ha llamado a extender su Reino hasta lo último de la tierra. Esta es una de las razones por las que yo estoy tan entusiasmado por el fuerte movimiento de plantación de iglesias que observo en América Latina y en Asia. Cada vez que abrimos una nueva congregación en un barrio, una zona, una ciudad o una región, aumentan las posibilidades de sumar nuevos discípulos a la gran familia de Dios.
AP: ¿Qué pasos debe tomar un líder temeroso de Dios para mantenerse en sintonía con el Espíritu?
RC: Jesús nos sirve de modelo en este asunto. La Palabra relata que, antes de que comenzara su ministerio público, el Espíritu lo condujo al desierto. Todo ministerio debe iniciar en el desierto. El desierto puede referir un tiempo de capacitación o de preparación. El desierto también puede referir un período de pruebas o dificultades en la vida del líder, durante el cual Dios trabaja de manera intensa en su carácter. Pero hablar del desierto también refiere esas ocasiones de soledad, quietud y oración, en los que buscamos escuchar, de manera especial, la voz del Señor.
No me refiero, con esto, a escuchar por apenas unos minutos. Hablo de esa búsqueda de Dios que perdura por días, semanas y, aun, meses. Es un tiempo de expectante espera en el Señor y estoy convencido de que toda iniciativa ministerial tiene sus orígenes en esa actitud.
AP: ¿Por qué considera usted que la iglesia se ha enfocado más en ganar creyentes que en hacer discípulos?
RC: Conseguiríamos ser más eficaces en hacer discípulos si nosotros mismos fuéramos mejores discípulos. Este era uno de los desafíos permanentes que enfrenté como pastor. Podía atraer a grandes multitudes con mi ministerio. Con cultos bien organizados podíamos entretener a la gente. Hasta éramos capaces de poner en marcha ambiciosos proyectos ministeriales. Todo esto resultaba más sencillo que la tarea de formar discípulos.
Cuanto mejor discípulo sea yo, más efectivo seré en ayudar a otros a convertirse también en discípulos.
El verdadero trabajo de hacer discípulos gira en torno a las relaciones, no a los sermones. No se puede formar un discípulo en un curso de doce semanas, o leyendo un manual acerca del tema. Cuando un pastor se deja formar en su propia vida y ministerio personal, la gente percibe la realidad de su corazón y se abrirá para dejarse formar por él. No podrá disfrazar esa realidad, porque es una obra que solamente produce el Espíritu Santo.
Las múltiples distracciones que las personas experimentan hoy en día también vuelven más compleja la tarea de discipular. Se torna un verdadero desafío para el creyente encontrar esos espacios de quietud, reflexión e intimidad con el Señor.
AP: Evidentemente una de las disciplinas esenciales para esa intimidad con Dios es la oración. ¿Qué factores le han ayudado a crecer en la disciplina de la oración?
RC: Existe un concepto extraordinario que me ha servido de gran ayuda. Lo descubrí al analizar la vida de oración de Jesús. Veintinueve pasajes de los evangelios mencionan a Cristo en referencia al tema de la oración. Yo me dediqué a estudiar cada uno de estos textos para descubrir cómo orar.
Lo que logré averiguar es que Jesús no empleaba la oración como una moneda o un bien que ofrecía a Dios a cambio de alguna bendición deseada. Él entendía la oración como el eje central de una relación. El hecho de que su relación con el Padre era tan vital lo llevó a que la oración le resultara tan natural como el respirar. Ya fuera por las mañanas, a la noche, o en el curso de toda la noche, Jesús buscaba siempre conectarse con su Padre. Nunca lo vemos preocupado por la «cantidad de tiempo» que debía orar. Oraba todo el tiempo. Vivía en un perpetuo movimiento en que inhalaba y exhalaba la presencia del Padre.
Descubrir ese concepto me transformó la vida. De modo que siento que la oración debe ser parte de nuestro movimiento. No es un medio para obtener favores o lograr proyectos. La oración es el camino que recorremos para alinear nuestros corazones con el corazón de nuestro Padre. Cuando ocurre esto no solamente descubrimos la voluntad de Dios para nuestra vida, sino que también nos abrazamos a ella y disponemos nuestra voluntad para obedecerlo. Cuando la oración se vive en esta dimensión, inevitablemente nos conducirá hacia el cumplimiento de la misión de extender el Reino.
Preguntas para estudiar el texto en grupo
1. ¿Cuáles son los cinco elementos esenciales de la definición de Culpepper sobre el liderazgo espiritual?
2. De esos cinco elementos, en su opinión, ¿en cuál o en cuáles falla el liderazgo de la iglesia? ¿Por qué? ¿Qué medidas deberían aplicarse para corregir las carencias en esas áreas?
3. Según Culpepper, ¿cuál es la clave para alcanzar el éxito en discipular a otros?
4. ¿Cuál es el concepto sobre la oración que transformó la vida de Culpepper?
Raymond Culpepper es el Superintendente General para la Iglesia de Dios, con una membresía mundial de siete millones y congregaciones en 170 países. Fue el pastor fundador de una congregación, en Alabama, durante veinticinco años. Es también autor de dos libros. En la actualidad reside, junto a su esposa, en Nashville, Tennessee.