por Harold Segura
Es verdad que los últimos años de un siglo, y sobre todo, los de un milenio, despiertan un gran entusiasmo espiritual y un renacimiento de la religiosidad en múltiples formas. Lo hemos presenciado nosotros; hemos sido testigos de una sorprendente euforia espiritual. Pero en medio de tanto entusiasmo, se hace necesario discernir los contenidos y sopesar las propuestas.
Fueron dos norteamericanos, Michael Hammmer y James Champy, quienes a comienzos de la década de los noventa presentaron al mundo de la administración el novedoso concepto de la reingeniería. La definieron como «la revisión fundamental y el rediseño radical de procesos para alcanzar mejoras espectaculares en medidas críticas y contemporáneas de rendimiento, tales como costos, calidad, servicio y rapidez». En otras palabras, la reingeniería es una propuesta administrativa que hace referencia a los cambios radicales en las estructuras y en los procedimientos de una empresa u organización para producir mejoramientos significativos.
Esta nueva teoría administrativa aparece en un momento de crisis generalizada en las organizaciones empresariales y de enormes cambios. La globalización de la economía, el avance de la tecnología y las agresivas formas de competencia internacional, crearon un clima de tensión e incertidumbre que exigía la modificación de los esquemas tradicionales de trabajo y la creación de nuevas alternativas. Entonces surge la «reingeniería», entre otras propuestas, para hacer un llamado a la creatividad, a romper con las rutinas de los procesos organizacionales y a pensar con atrevimiento en lo que nunca se había hecho antes. Es necesario, dice la teoría, correr riesgos y desafiar las tradiciones; lo que significa rediseñar el proceso en forma radical en lugar de tratar de arreglar las partes.
Está bien. La reingeniería invita al cambio estructural de los procesos dentro de las organizaciones; a intentar otros caminos, a modificar los modelos y a pensar la empresa con ojos nuevos. Pero resulta que ahora también se está hablando de la reingeniería humana. Vayamos despacio. Se afirma que «la reingeniería humana es la búsqueda e implementación del proceso de desarrollo emocional, ma-terial, mental y espiritual interno y externo del hombre, para su integración total». (Agudelo, Óscar. Administración para todos. Con un enfoque de sistemas hacia la reingeniería humana . Santiago de Cali: Librería Atenas, 1998. p. 383) y se agrega que esta reingeniería apunta hacia el cambio integral del ser humano y a que este nazca de nuevo o «renazca», como lo enseñó Jesús a Nicodemo. (Jn 3: 5). Tenemos, entonces, que de una teoría administrativa creada para ser aplicada al campo organizacional, se hace un traslape al campo de la existencia humana, con sus ampliaciones al campo psicológico, social y espiritual. También el ser humano, dicen, necesita una reingeniería en sus procesos interiores.
Para ser exactos, hay que decir que no es la primera vez que las teorías administrativas son aplicadas al ser humano. Cuando Peters y Waterman, autores del libro En busca de la excelencia (1984) pusieron en boga el tema de la excelencia empresarial, entonces, algunos, más interesados en la psicología que en la administración, hicieron una aplicación a la vida cotidiana y enseñaron que «yo soy importante y debo vivir con excelencia, en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en todas partes». Cuando Edward Deming habló de la calidad total, hubo también quienes lo aplicaron al nivel personal y explicaron los principios en términos de la «calidad total de vida». Y algo aún más llamativo: cuando los japoneses mencionaron su enfoque de la «gerencia cero defectos» (de la empresa automotriz Toyota), hubo también algunos que, sin disimular su optimismo antropológico, propusieron la búsqueda de un nuevo ser humano «cero defectos». Por eso, no es de extrañar que ahora se aplique la reingeniería de procesos organizacionales al hombre y se afirme que «en los últimos 2.000 años quien ha hecho la reingeniería humana perfecta ha sido Jesús, la expresión viviente de la divinidad misma.» (Agudelo, O. Op. Cit. P. 418.)
Lo que sí extraña y hasta inquieta son las corrientes filosófico-religiosas que sustentan algunas de esas aplicaciones. Se puede estar de acuerdo en reconocer la urgencia de reorganizar la vida humana y de procurar nuevos modelos de existencia individual y colectiva. También en creer que el ser humano necesita un rediseño radical que implique un reordenamiento de sus valores y una mayor atención a su vida espiritual. Pero en desacuerdo con el contenido de algunas de las propuestas.
Es verdad que los últimos años de un siglo, y sobre todo, los de un milenio, despiertan un gran entusiasmo espiritual y un renacimiento de la religiosidad en múltiples formas. Lo hemos presenciado nosotros; hemos sido testigos de una sorprendente euforia espiritual. Pero en medio de tanto entusiasmo, se hace necesario discernir los contenidos y sopesar las propuestas.
La «reingeniería humana», por lo menos en una de sus versiones más difundidas, formula que los seres humanos no tenemos límites puesto que somos una parte de Dios («el Arquitecto del universo», «nuestro yo superior»); que como parte de la divinidad podemos lograr todo aquello que nos proponemos y que en nosotros está todo el poder que necesitamos para reiniciar una vida diferente (hacer «reingeniería humana perfecta»). En esta versión sincrética de budismo zen, gnosticismo antiguo y cristianismo relativo, Dios es una «estructura de energía y de consciencia interrelacionada», Jesucristo es el «gran avatar Divino» (la «fuerza evolutiva básica dentro de la creación»), y los seres humanos, por ser uno con Dios, poseemos toda autoridad divina.
Es llamativo el hecho de que estas afirmaciones de alto contenido religioso aparezcan en libros académicos, escritos con rigor técnico para ser usados en la cátedra universitaria de las facultades de ciencias administrativas. Estas mezclas administrativo-religiosas no siempre resultan apropiadas. Incluso autores reconocidos en el mundo empresarial, como es el caso del escritor y conferencista norteamericano Stephen R. Covey, autor del best seller Los siete hábitos de la gente eficaz y de otros libros de indiscutible valor, incluye pequeñas dosis de su pensamiento religioso (él es miembro activo de la iglesia mormona) en frases directas como: «la meta de la vida es convertirse en divino. Sólo entonces puede decirse que la verdad es nuestra nosotros somos ella, y ella es nosotros». (Covey, Stephen, Los siete hábitos de la gente eficaz. Paidos, 1994. p. 410.)
Siendo que la llamada «reingeniería humana» se presenta como una filosofía cristiana y declara que Jesús es su modelo por excelencia, está entonces más que justificada la pregunta: ¿Concuerdan las enseñanzas bíblicas con la propuesta que hacen estos «ingenieros del alma»? La verdad es que las diferencias son amplias y fundamentales. Jesús sí habló de la necesidad de «nacer de nuevo»: «De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios.» (Jn 3.5 NVI) Y el apóstol Pablo enseñó: «Si alguno está en Cristo, es una nueva creación. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo.» (2 Co 5.17) Pero tanto Jesús como Pablo comprendían que ese nuevo nacimiento es el resultado exclusivo de un encuentro personal y renovador con Dios, que implica un genuino arrepentimiento (cambio significativo en el rumbo de la vida) y un compromiso de ceñir la existencia a los valores del reino de Dios y su justicia. No es, por lo tanto, el resultado de un autodescubrimiento de la grandeza humana, sino, precisamente, todo lo contrario: el reconocimiento de nuestras limitaciones y la aceptación de la inobjetable soberanía de Dios sobre la vida.
La fe cristiana declara que Dios no es una fuerza impersonal, sino un ser personal que nos ama y con el cual es posible relacionarnos; que los seres humanos no somos una parte de la divinidad, sino una parte especial de la creación del único Dios existente; que la posibilidad de «nacer de nuevo» no depende del autodescubrimiento de nuestros ilimitados poderes personales, sino del poder de Dios que nos perdona y nos concede la gracia de iniciar una nueva vida en Cristo.
Hay, entonces, una enorme diferencia entre la «reingeniería humana» y la fe cristiana. Aunque ambas proponen la necesidad del cambio radical y la urgencia de «renacer», los caminos que postulan son divergentes. El cristianismo señala un problema: el pecado; anuncia un principio: el arrepentimiento, y propone un camino: Jesucristo. Y sólo por este camino es posible el «hombre nuevo».
Harold Segura C. es Consultor de Relaciones Eclesiásticas y Testimonio Cristiano para América Latina y el Caribe deVisión Mundial Internacional.