Biblia

Retraso en el Desierto Números 15–16

Retraso en el Desierto Números 15–16

¿Cuántos años de nuestra vida pasamos dando vueltas en lo que parece un desierto? A simple vista, vamos sin dirección definida, y nuestro caminar es infructuoso. Después de varios rodeos, regresamos al mismo lugar, sin haber progresado nada. A la vez, sentimos una sequía espiritual, una sed de Dios y de tener comunión con él que no se ha satisfecho.

Aquellos que hemos sido cristianos por varios años hemos pasado por períodos así. Esta frustración y vacuidad es uno de los instrumentos que Dios utiliza para despertarnos a la necesidad de volver a él y a la relación que teníamos con él.

Israel atravesó por una de estas etapas durante su jornada por el desierto, después de haber desobedecido al Señor en Cades-barnea. Pasaron los siguientes cuarenta años vagando sin rumbo por el desierto, mientras esperaban a que muriera toda la generación que había sido castigada. Sin embargo, aunque aparentemente no realizaban ningún progreso, tal como ocurre con nosotros, el tiempo no se desperdició. Dios lo aprovechó para enseñarles algunas lecciones importantes.

LEYES ACERCA DE LAS OFRENDAS 15:1–31

El autor del libro de Números interrumpe el relato de la experiencia en el desierto para incluir las instrucciones que Dios les dio en cuanto a las ofrendas que debían presentarle. Ni éstas ni los sacrificios les habían servido para conseguir su salvación. Israel había sido rescatado por sangre cuando se inició el éxodo en Egipto. Los que habían confiado en Jehová fueron liberados por causa de su fe y como resultado, vinieron a ser su pueblo cuando comenzaron a vivir conforme a sus normas.

Las ofrendas fueron establecidas como un medio para que conservaran su comunión con Dios. Al introducir este tema Dios trató de indicarles que no les había abandonado ni retirado su misericordia como merecían. A pesar de su incredulidad y rebelión, seguían siendo suyos, y las ofrendas servirían para que aceptaran su dependencia, confesaran sus pecados y pudieran restablecer la relación con él.

A PESAR DE SU INCREDULIDAD Y

DESOBEDIENCIA, DIOS NO HABIA

RECHAZADO A SU PUEBLO.

LAS OFRENDAS ERAN PARA RESTAURAR

LA COMUNION CON DIOS

Las ofrendas de harina y de vino 1–16

Las primeras enseñanzas en cuanto a las ofrendas se refieren a las que son de “aroma agradable al Señor”. No se presentaban como expiación del pecado, sino como un acto voluntario de gratitud al Señor o como parte de un voto (Levítico 1–3).

Al darles instrucciones sobre la manera de ofrecerlas les dijo que así deberían hacerlo cuando entraran en la tierra que él les iba a dar. Les afirmó que la herencia prometida la daría a su descendencia, los sobrevivientes que quedaran después de pasar los años determinados por él en el desierto. Además, les indicó a través de este reglamento, que seguiría aceptando las ofrendas de su pueblo.

Aquellos que quisieran mantener la comunión con Dios o agradecerle sus bendiciones, podrían hacerlo por medio de ellas, pero conforme a las normas establecidas por él.

La ofrenda de las primicias 17–21

El Señor les presentó una segunda confirmación de que su plan de llevarles a la Tierra Prometida no había cambiado, explicándoles el motivo de la ofrenda de las primicias. Cuando llegaran a ella y recibieran su porción de los frutos abundantes que les produciría, Dios debería recibir las primicias.

Esta ofrenda era un testimonio de que él era el proveedor de la cosecha y ellos debían reconocerlo así. Además, por esta ofrenda expresaban su confianza en que el mismo Dios que les había dado las primicias, sería fiel para producir una cosecha abundante, pues todo dependía de él.

La ofrenda de expiación por los pecados colectivos del pueblo 22–26

Aquellos pecados que el pueblo hubiera cometido inadvertidamente, sin conocimiento previo, al no cumplir con todo lo que Dios les había pedido, les serían perdonados, puesto que eran por ignorancia. El acto público de confesión y sacrificio de sangre ofrecido por ellos sería recibido como “aroma agradable al Señor”. A través de esta ofrenda congregacional de reconciliación, Israel sería restaurado a la comunión con Dios.

Sin embargo, la repetición deliberada de tales faltas no se consideraría como yerro por ignorancia, pues no podrían desobedecer la revelación clara del Señor y quedar sin castigo. Si el pueblo volviera a rebelarse y pecar por soberbia como hizo en Cades-barnea, esta clase de sacrificio no les sería tomado en cuenta, sino que sufrirían las consecuencias de su pecado, que en ese caso, resultaría en destrucción.

La ofrenda de expiación por los pecados individuales 27–31

La promesa de restauración dada a la congregación se aplicó también individualmente a quien pecara. Las faltas cometidas por error, serían perdonadas y la persona sería restablecida a la comunión con Dios y con el pueblo. Esta ley se atribuía tanto a judíos como a los extranjeros que vivieran entre ellos, sin distinción alguna.

Por otro lado, ningún sacrificio sería capaz de volverlos a Dios si hubieren pecado deliberadamente, sino que serían cortados y pagarían las consecuencias de su transgresión.

Estos dos casos nos dejan una pregunta en la mente. En la actualidad, ¿cuáles son las implicaciones para nosotros cuando cometemos alguna falta intencionalmente? ¿Seremos perdonados? Tenemos que tener en cuenta dos consideraciones cuando analizamos la situación. Primero, hay que definir la clase de pecado cometido. Literalmente, el pasaje dice: “la persona que hiciere algo con soberbia” (Nota: otra traducción dice “con mano levantada”). Esto se refiere a un acto de desafío o de franca rebeldía contra Dios. Se entiende que la falta se comete a sabiendas de que se está retando al Señor y lo que él ha prohibido, o rehusando a hacer lo que él manda. Estos pecados no corresponden a la conducta de una persona que ha sido hecha “nueva criatura” (2 Corintios 5:17).

La segunda consideración importante que debemos estudiar, es que estas instrucciones equivalían a la Constitución nacional de lsrael, eran la ley por la que debían regirse. Por ser escogidos de Dios, su conducta debía ser distinta a la de los otros pueblos paganos que les rodeaban. Por lo tanto, debían castigar el homicidio con la muerte, y aplicar otras sentencias parecidas que nunca se le piden a la iglesia en el Nuevo Testamento, porque esta no es igual a un gobierno terrenal (Exodo 21:12–14).

Es por eso que, toda persona que “levantara la mano” contra él, es decir, que se rebelara abiertamente, no se le permitiría seguir siendo ciudadano activo ni gozar de sus derechos al igual que los demás, porque otros podrían seguir su ejemplo. Así que, eran separados definitivamente.

¡PENSEMOS!
Aunque la iglesia no es una nación terrenal, y las normas bíblicas no son idénticas que las dadas a lsrael, existen ciertas situaciones semejantes. Por ejemplo, la forma de aplicar la disciplina en 1 Corintios 5 presenta algunas similitudes. ¿Cómo debemos actuar en tales casos hoy? ¿Qué normas deben emplearse en la actualidad ante un caso de abierta rebelión contra Dios?

LA IMPORTANCIA DE LA OBEDIENCIA 15:32–41

Advertencias y ejemplos 32–36

Esta forma de disciplina se imprime en la mente del pueblo por medio de un ejemplo concreto en que se aplica el principio dado arriba. Se insiste en la importancia de la obediencia citando a uno que fue encontrado violando la ley del sábado. El escarmiento nos parece algo exagerado; la ofensa de no cumplir con el sábado resultó en la muerte del transgresor.

Sin embargo, en la época de la iglesia primitiva observamos un suceso semejante. En los albores de ella, Ananías y Safira cometieron un pecado aparentemente insignificante (Hechos 5:1–11). No obstante, Dios los castigó severamente como advertencia de que no se puede jugar con Dios y quedar sin castigo. La lección enseñó a los demás que el Señor exige reverencia y obediencia a su voluntad revelada así como la importancia de la sumisión a sus mandamientos.

NO PODEMOS HACER CASO OMISO

DE LA PALABRA DADA POR DIOS

Y QUEDAR SIN CASTIGO

Franjas en las vestiduras como recordatorios 37–41

Además del ejemplo del castigo al hombre rebelde, se les enseñó la importancia de no olvidar la obediencia, para lo cual se les mandó hacer franjas con cordones de color azul y colocarlas en los bordes de sus vestidos como un recordatorio de los mandamientos divinos. Al verlas, debían acordarse de lo dicho por el Señor y ponerlo por obra. En lugar de hacer lo que ellos deseaban, debían realizar la voluntad de Dios y ser santos como él.

LA AUTORIDAD DE MOISES CAP. 16

Dios había nombrado líderes para gobernar a la nación. Aquellos que reconocieran la autoridad de Dios en su vida, tenían que demostrarla sometiéndose a la establecida por él. El Señor tenía que imprimir esta verdad en ellos mientras vagaban por el desierto.

La rebelión de Coré, Datán y Abiram 1–40

El reto presentado. 1–3

La primera demostración de esta verdad se observó cuando Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra el gobierno de Moisés. Al frente de doscientos cincuenta príncipes de la congregación de lsrael, se presentaron delante de él y Aarón protestando y pidiendo que se estableciera una democracia. Haciéndose pasar por representantes legítimos, expresaron que el pueblo que era santo, los había elegido a ellos como sus líderes. Si Dios estaba en medio de ellos, Moisés y Aarón debían escucharlos y someterse a la autoridad de los auténticos dirigentes de Israel.

No se daban cuenta de la manera en que Dios había planeado mandar sobre su pueblo. En lugar de someterse a lo establecido por él, querían que fueran los hombres los que mandaran, siguiendo la voluntad de ellos.

La respuesta de Moisés 4–14

En lugar de enojarse y alegar en su defensa, Moisés cayó sobre su rostro delante de Coré, lamentando su protesta, porque sabía del gran daño que resultaría de este acto de rebelión contra el ungido de Dios. Prometió que al día siguiente, Dios se manifestaría a ellos para demostrar quién era el escogido para dirigirlos (16:4–7).

Antes de llegar al encuentro, Moisés les advirtió de la gravedad de lo que habían hecho. No habían sido agradecidos con Dios por el encargo que les había asignado como levitas, separándolos del resto del pueblo, y dándoles el privilegio de acercarse a él y servir en el tabernáculo.

Al intentar adueñarse del mando y del sacerdocio, estaban oponiéndose a la designación que Dios había hecho. Su lucha no era contra Moisés o Aarón, sino contra el Señor mismo. Por lo tanto, él decidiría en su momento (16:8–11).

AL REBELARSE CONTRA LA AUTORIDAD

ESTABLECIDA POR DIOS,

SU REBELION ESTABA DIRIGIDA AL SEÑOR

Después mandó traer a Datán y a Abiram, pero ellos se negaron a acudir a su llamado. En lugar de eso, se quejaron contra Moisés, acusándolo de haberles sacado de una tierra de abundancia para que murieran en el desierto y de tratar de establecer su propia autoridad sobre ellos. Parece mentira que olvidaran tan pronto las circunstancias y aflicciones pasadas en Egipto. Ahora recordaban ese país como si hubiera sido la Tierra Prometida y, según ellos, Moisés era el culpable de que anduvieran vagando por el desierto. También le reclamaban que no había cumplido las promesas que les había hecho. Si les había engañado así, también era capaz de citarlos con objeto de sacarles los ojos. Por lo tanto, no accedieron a ir a verlo (16:12–14).

La confirmación de la autoridad de Moisés 15–30

Al día siguiente, y conforme a las instrucciones dadas por Moisés, Coré y toda la congregación de Israel se reunieron a la puerta del tabernáculo. Aparentemente creían que Dios haría caso a la voz de la mayoría y Coré sería confirmado como sacerdote (16:15–19). Sin embargo, Dios respondió de manera definitiva para demostrar que él nombra a los líderes como quiere. Al pueblo correspondía someterse a su autoridad sin renegar.

Dios habló a Moisés y a Aarón una vez más, diciéndoles que destruiría a todos inmediatamente (16:20–21), pero nuevamente ellos intercedieron a su favor. Le pidieron que sólo juzgara a los rebeldes (16:22). El Señor aceptó su petición y Moisés previno a toda la congregación de que se alejara de las casas de Coré, Datán y Abiram. Dios iba a acabarlos junto con sus seguidores (16:23–27).

Como una evidencia más de que Dios era quien le había puesto al frente del pueblo y que no era él quien tomaba la iniciativa para dominar sobre ellos, Moisés les anunció la forma sobrenatural y espectacular en que morirían los rebeldes. No sería de muerte natural, sino que la tierra se abriría y los tragaría vivos junto con sus familias (16:28–30).

El juicio 31–35

El castigo sucedió tal como Moisés lo había anunciado. Quienes participaron en la rebelión fueron juzgados y desaparecieron con sus familias y posesiones. Al ver esto, la gente se amedrentó y muchos huyeron gritando, temerosos de ser tragados por la tierra también. Seguramente sabían que como participantes en la sublevación, lo merecían. Sin embargo, los únicos que murieron fueron los doscientos cincuenta que apoyaron a los líderes indisciplinados y que se habían presentado con sus incensarios. A estos, Dios los consumió con fuego del cielo.

El recordatorio 36–40

Al finalizar el juicio divino, Eleazar recogió los incensarios e hizo de ellos láminas para cubrir el altar como recordatorio a toda la casa de Israel; para que supieran que desde ese día en adelante, ninguno que no fuera de la casa de Aarón podría acercarse a quemar incienso delante de Jehová. Quien se atreviera hacerlo, sería juzgado tal como había sucedido a los sublevados.

La queja del pueblo 41–50

Al día siguiente, el pueblo fue convocado a una asamblea general y todos expresaron su desacuerdo por el juicio severo contra Coré, Datán y Abiram. Acusaron a Moisés y a Aarón de haberles matado.

Dios intervino protegiendo a sus siervos y una vez más amenazó con destruir a Israel. Envió una plaga que mató a 14,700 personas antes de que Moisés interviniera con Aarón para pararla. La acción que tomó Aarón para expiar el pecado de sus compatriotas de acuerdo a las instrucciones dadas por su hermano, sirvió una vez más para salvar a los murmuradores.

A través de todo este relato, el autor demuestra que no es la voz del pueblo la que manda. Israel no era una democracia, sino que Dios gobernaba y exigía que ellos reconocieran su autoridad y se sometiera a los líderes que él había puesto.

¡PENSEMOS!
Considere este caso una vez más y haga una lista de los detalles que se pueden adaptar a la forma de gobierno en la iglesia de hoy. ¿Qué cambios se necesitarían para ponerlos en práctica en su congregación? Discuta sus conclusiones al respecto con algunos otros hermanos para considerar si son válidos.

Porter, R. (1989). Estudios Bı́blicos ELA: Fracaso en el desierto (Numeros) (41). Puebla, Pue., México: Ediciones Las Américas, A. C.