Sanidad de almas

por Eugene Peterson

La reforma vocaciona o de llamado de nuestros tiempos, si tal cosa llega a ocurrir, es el redescubrimiento de la cura de almas, como tarea pastoral. Este artículo nos provee una descripción de esta tarea básica y esencial del ministerio pastoral que en muchos casos lamentablemente se ha perdido.

La proclamación del Evangelio, en un tiempo fresca, personal, y directa, había llegado a ser, a través de los siglos, un gigantesco y torpe mecanismo; las poleas, las palancas y los engranajes eclesiásticos, maquinadas con tanta sofisticación, crujían estruendosamente con gran importancia, pero no lograban hacer más que lo completamente trivial. Los reformadores recobraron la pasión y la claridad personal que tanto evidencian las Escrituras. Esta revaloración del trabajo personal resultó en frescura y vigor.


La reforma vocacional de nuestros tiempos (si tal cosa llega a ocurrir) es el redescubrimiento de la cura de almas, como tarea pastoral. La frase cura de almas parece ser anticuada; y lo es. Pero no es obsoleta. Expresa y coordina, con mayor precisión que cualquier otra frase de mi conocimiento la guerra sin fin contra el pecado y la angustia, a la vez que señala el diligente cultivo de la gracia y la fe, tarea a la cual se han consagrado los mejores pastores en todas las generaciones. Puede que hasta sea ventajoso pensar en lo raro de tal frase, pues llama la atención a lo remoto de las rutinas pastorales de hoy en día.


No soy el único pastor que ha descubierto este arte perdido. Cada vez son más los que están adoptando esta forma de trabajo pastoral y encuentran que se sienten más auténticos en dicho rol. No somos muchos. De ninguna manera somos una mayoría, ni siquiera una minoría de alto perfil. Pero, uno por uno, diferentes ministros están rechazando la tarea que se les había mal señalado para volcarse a esta nueva forma; o, como parece resultar, una forma añeja que ha sido usada en la mayoría de los siglos.


Por eso no resulta ser una mera fantasía el pensar que puede llegar el día en que el número llegue a significar un grupo de la envergadura como para lograr una genuina reforma vocacional entre pastores. Aún cuando no ocurra, creo que es la cosa más creativa y de mayor significado en el ministerio hoy en día.


EL TRABAJO DE LA SEMANA


Hay una diferencia en el trabajo pastoral del domingo y lo que hace en la semana. Lo que hacemos los domingos ha cambiado muy poco a través de los siglos: proclamación del Evangelio, enseñanza de la Palabra, celebración de los sacramentos, elevación de oraciones. Pero el trabajo entre los domingos ha cambiado radicalmente, y no ha sido un desarrollo del mismo sino que ha constituido un abandono.


Hasta aproximadamente un siglo atrás, lo que los pastores hacían durante la semana no era más que una proyección de lo que hacían el domingo. El contexto era lo que variaba; en lugar de estar con la congregación reunida, el pastor se encontraba con otra persona o en pequeñas reuniones o solo, estudiando y orando. El método cambiaba: en lugar de proclamación se usaba conversación. Pero el trabajo era el mismo: descubrir el significado de las Escrituras, desarrollar una vida de oración, y llevar el crecimiento hacia la madurez.


Este es el trabajo que, históricamente, ha llevado el nombre de «la cura de almas». El significado primordial de cura en latín tiene más que ver con cuidar que lo que nosotros llamamos curar. El alma es la esencia de la personalidad humana. Por lo tanto la cura de almas es el cuidado definido por las Escrituras y apoyado por la oración que se dirige por personas individuales o en grupo, en lugares «sagrados» o «profanos». Es la determinación de trabajar en lo central, de concentrarse en lo que es esencial.


Pero el trabajo que la mayoría de pastores realizan entre domingos es el de mantener una iglesia. La primera vez que escuché esta frase fue unos días antes de ser ordenado. Eso ocurrió hacer veinticinco años y todavía recuerdo la amarga impresión que me dejó. Estaba viajando con un pastor amigo al que le tenía gran respeto. Yo esperaba con gran visión y ardor la vida pastoral; estaba por recibir confirmación pública de aquella convicción interna de un llamado al pastorado. En este momento convergerían tres cosas: lo que Dios quería que hiciera, lo que otros querían que hiciera , y lo que yo quería hacer. De las extensas lecturas sobre la vida de otros ministros había llegado a la conclusión que la vida pastoral se ocupaba primordialmente del desarrollo de una vida de oración en el pueblo de Dios. El liderar en alabanza, predicar el Evangelio y enseñar las Escrituras los domingos se convertiría en los otros seis días en representar la vida de Cristo en los acontecimientos diarios de la vida humana.


Mientras meditaba en estos pensamientos, mi amigo y yo nos detuvimos en una estación de servicio. Este pastor, muy sociable por cierto, enseguida comenzó a charlar con el empleado. Mientras charlaban surgió la pregunta: «¿Y de qué se ocupa usted?» «Mantengo una iglesia».


Ninguna respuesta podría asombrarme más que ésta. Sabía, por supuesto, que la vida pastoral incluía responsabilidades institucionales, pero nunca se me había ocurrido que éstas serían las que le darían su definición. En el momento en que me ordenaron encontré que así me conceptuaban tanto los pastores y ejecutivos que estaban encima mío, como los mismos miembros de la congregación. Es de destacar que la primera descripción de trabajo que recibí omitía, por completo, la oración pastoral.


A mis espaldas y mientras mi identidad pastoral se iba formando con lecturas de personas como Gregory y Bernard, Lutero y Calvino, Ricardo Baxter de Kidderminster y Nicolás Ferrar de Little Gidding, Jorge Herbert y Jonathan Edwards, John Henry Neuman y Alejandro Whyte, Phillip Brooks y Jorge Macdonald, el trabajo del pastor había sido casi totalmente secularizado (con excepción de los domingos). Eso no me conformaba. Por eso decidí, después de un período de desorientación y confusión que el ser médico de almas tenía prioridad sobre el mantener una iglesia, y que me guiaría en mi vocación pastoral por sabios antecesores, en lugar de mis contemporáneos. Afortunadamente he encontrado aliados a lo largo del camino y un deseo, por parte de los miembros de mi congregación, de trabajar juntamente para cambiar la descripción de mi trabajo.


Debe mantenerse bien claro que la cura de almas no es una forma especializada de ministrar (similar, por ejemplo, al consejero pastoral o al capellán) sino en realidad, la esencia misma del trabajo pastoral. No es limitarlo a un aspecto devocional sino que es un estilo de vida, el cual se sirve de tareas semanales, encuentros y situaciones, como la materia prima para enseñar acerca de la oración, desarrollar la fe, y preparar para una buena muerte. La cura de almas es un término que deja afuera todo lo introducido por una sociedad secularizadora. Es también un término que nos identifica con nuestros antecesores y colegas en el ministerio, laicos y clérigos, quienes han estado y están convencidos de que una vida de oración es el tejido que une la proclamación en el día santo con el discipulado de la semana.


Yo hago un contraste entre la cura de almas y la tarea de mantener una iglesia, pero deseo que no se me malinterprete. No tengo en menos la tarea de mantener una iglesia ni minimizo su importancia. También estoy haciendo eso. Lo he hecho por más de 20 años; trato de hacerlo bien. Pero lo hago con el mismo espíritu con que junto a mi esposa mantengo el hogar. Hay muchas cosas esenciales que hacemos rutinariamente, a menudo (aunque no siempre) con gozo. Pero mantener un hogar no es nuestra meta. El objetivo es construir un hogar, desarrollar un matrimonio, formar a los hijos, practicar la hospitalidad, seguir vidas de trabajo y diversión. Mi objeción es hacia el limitar el trabajo pastoral a las responsabilidades institucionales, y no hacia las responsabilidades en sí, las que comparto con gozo con otros en la iglesia.


Por supuesto que no tendría mucho sentido el desafiar las expectativas de las personas para desarrollar un trabajo en forma excéntrica como un cura del siglo XVII (aún cuando el cura excéntrico tiene mucho más de sano que parte del clero de hoy). El recobrar esta tarea fundamental de entre domingos debe realizarse en tensión con las expectativas seculares de estos tiempos. Debe existir negociación, discusión, experimentación, confrontación, adaptación. Los pastores que se dedican a guiar almas deben hacerlo en medio de aquellas personas que esperan de ellos que mantengan la iglesia.


Los pastores que deciden reclamar el vasto territorio de las almas como su responsabilidad primordial, no lo podrán hacer retirándose para un nuevo período de adiestramiento. Debemos hacerlo mientras trabajamos, pues no es solamente a nosotros sino también a nuestra gente, a quienes deseamos librar de la secularización. La tarea de recobrar la vocación es tan infinita como la reforma teológica. Los detalles van a variar con cada pastor y cada congregación, pero hay tres áreas de contraste entre mantener una iglesia y curar almas, que todos tendremos en común: la iniciativa, el idioma y los problemas.


INICIATIVA


Al mantener la iglesia, yo tomo la iniciativa. Yo me hago cargo. Me responsabilizo por motivar y reclutar, por mostrar el camino y por poner en marcha las cosas. Conozco la tendencia a la apatía, la susceptibilidad del ser humano a la indolencia y uso mi posición de líder para contrarrestarlo. La cura de almas, por contraste, es cultivar el conocimiento de que Dios ya ha tomado la iniciativa. La doctrina tradicional que define esta realidad es la de Previnencia: Dios en todos lados y siempre tomando la iniciativa. El pone en marcha las cosas. El ha tenido y sigue teniendo la primera palabra.


La Previnencia es la convicción de que Dios ha estado trabajando diligente, redentora y estratégicamente antes de que yo llegara, antes siquiera de que supiera que había algo que yo podía hacer.


La cura de almas no es indiferente a las realidades del estupor humano, la recalcitración de la congregación. Pero existe una convicción disciplinada e insistente de que todas las cosas (y me refiero, precisamente, a todas las cosas) que hacemos no son más que una respuesta a la primera palabra de Dios, a su obra inicial. Aprendemos a estar atentos a la acción divina que ya está en proceso para que la palabra de Dios, aún no oída, pueda ser oída; para que el acto de Dios, previamente inadvertido, pueda ahora ser notado.


Las preguntas que corresponden al mantenimiento son: ¿Qué hacemos? ¿Cómo podemos hacer para que las cosas funcionen otra vez?


Las preguntas que entienden en la cura de almas son: ¿Qué ha estado haciendo Dios aquí? ¿Qué rasgos de la gracia de Dios puedo discernir en esta vida? ¿Cuál es la historia de amor en este grupo? ¿Qué ha puesto Dios en marcha en lo cual puedo yo también participar?


No entendemos (y distorsionamos) la realidad cuando creemos que nosotros somos el punto inicial de las cosas y que nuestra situación presente es lo más importante. En lugar de enfrentar la situación embarrosa del ser humano y hacernos cargo de ella cuanto antes, buscaremos la previnencia divina y discerniremos cómo podremos llegar a ser parte de ella en el momento adecuado, en la forma correcta.


La cura de almas va a tomar tiempo para enterarse de lo ocurrido en la última reunión, en la que muy probablemente no estuve. Cuando entro en conversación, me reúno con un comité, o visito un hogar, estoy participando de algo que ya ha estado en proceso durante un tiempo. Dios ha sido (y sigue siendo) la realidad central de ese proceso. La convicción bíblica es que Dios ha estado mucho antes con mi alma. Dios ya ha tomado la iniciativa. De la misma forma que uno, cuando llega tarde a una reunión, está entrando en una situación compleja en la cual Dios ya ha pronunciado palabras decisivas y actuado en formas decisivas. Mi tarea no es necesariamente anunciar eso, sino descubrir qué es lo que está haciendo y vivir apropiadamente con ello.


IDIOMA


Cuando mantengo una iglesia, uso un lenguaje que es descriptivo y motivador. Quiero que la gente esté bien informada para evitar los malentendidos. Deseo que la congregación esté motivada para que las cosas se hagan. Pero en la cura de almas estoy mucho más interesado en quiénes son las personas y en qué se están convirtiendo en Cristo, más que en lo que saben o están haciendo como grupo. En esto pronto veo que ni el idioma descriptivo ni el lenguaje motivador son de mucha ayuda.


El lenguaje descriptivo es lenguaje acerca de algo (nombra lo que existe). Nos orienta en la realidad. Hace posible que veamos cuál es el camino en los laberintos más intrínsecos. Nuestros colegas se especializan en enseñarnos este lenguaje. El lenguaje motivador es un lenguaje para algo (utiliza palabras para que las cosas se hagan). Se dan órdenes, se hacen promesas y pedidos son formulados. Tales palabras logran que las personas hagan cosas que no harían por iniciativa propia. La industria de la propaganda es la más hábilmente practica este idioma.


Aún cuando el uso de este lenguaje resulta indispensable, hay otro idioma más esencial para nuestra humanidad y mucho más básico a la vida de fe. Es el lenguaje personal. Hace uso de palabras para la auto expresión, para conversar, para entablar relaciones. Este es lenguaje hacia y con. El amor es ofrecido y recibido, las ideas se desarrollan, los sentimientos se expresan, y los silencios se honran. Este es el lenguaje que hablamos espontáneamente de niños, cuando enamorados, o como poetas (y cuando oramos). También es marcada su ausencia cuando mantenemos una iglesia. Hay tantas cosas para decir y por hacer que realmente no queda tiempo para ser y, por tanto, faltan las oportunidades para usar el lenguaje de los que son.


La cura de almas es una decisión de trabajar en el corazón de las cosas, donde más somos nosotros y donde se desarrollan nuestras relaciones de fe e intimidad. El lenguaje primordial debe ser, por lo tanto, hacia y con, el lenguaje personal del amor y la oración. La vocación pastoral no se desarrolla primordialmente en colegios donde se enseña acerca de ciertos temas, ni en bases militares donde las fuerzas de asalto se preparan para combatir el mal, sino en la familia, el lugar donde el amor se aprende, donde acontecen los nacimientos, donde se profundiza la intimidad. La tarea pastoral es la de usar el lenguaje apropiado para el aspecto más básico de nuestra condición humana (no un idioma que describe, no un lenguaje que motiva, sino un lenguaje espontáneo: gritos y exclamaciones, confesiones y cumplidos, palabras que hablan al corazón).


Tenemos por supuesto mucho para decir y mucho para hacer, pero nuestra tarea primordial es la de ser. El lenguaje primordial de la cura de almas es, por lo tanto, el de conversación y oración. Ser un pastor significa aprender a usar un idioma en el cual la situación única de cada individuo es apreciada y la santidad individual reconocida y respetada. Es un lenguaje sin apuros, ni presiones –el lenguaje despreocupado de amigos y amantes que es también el lenguaje de la oración.


PROBLEMAS


Cuando mantengo una iglesia soluciono problemas. Donde hay dos o tres reunidos surgen problemas. Los egos se golpean, los procedimientos se atascan, los arreglos se vuelven confusos, los planes fallan y los temperamentos chocan. Hay problemas de normas, problemas matrimoniales, laborales, con los chicos, de comités, problemas emocionales. Alguien tiene que interpretar, explicar y desarrollar nuevos planes, mejores procedimientos, organizar y administrar. A la mayoría de pastores les gusta hacer esto. Yo sé que este es mi caso. Hay una enorme satisfacción en hacer lisos los lugares desnivelados.


La dificultad se encuentra en el hecho de que los problemas surgen con tal rapidez que el solucionarlos pasa a ser un trabajo de tiempo completo. Como resulta útil y el pastor ordinariamente lo hace bien, dejamos de ver que la vocación pastoral ha sido sustituida. Gabriel Marcel escribió que la vida no es tanto un problema que debemos solucionar, sino un misterio que debemos explorar. Por cierto esta es la posición de la Biblia: la vida no es algo que logramos construir y mantener en funcionamiento gracias a nuestra sabiduría, sino que es un regalo insondable. Nos encontramos sumergidos en misterios: increíble amor, maldito odio, la creación, la cruz, gracia, Dios.


La mente secular se ve aterrada por misterios. Por lo tanto fabrica listas, encasilla a las personas, fabrica roles, y «soluciona problemas». Pero, de esta forma, una vida solucionada es una vida reducida. Esta clase de gente que lo sabe todo, nunca toma grandes riesgos de fe o habla convincentemente en términos amorosos. Niega o ignora todo lo que sea misterioso y reduce la existencia humana a todo lo que se pueda manipular, controlar o fijar. Vivimos en medio de un culto de expertos que todo lo pueden explicar y solucionar. La vasta tecnología que nos rodea nos hace pensar que en el campo espiritual también hay herramientas para toda situación, si solamente podemos comprarlas. Pero «hay cosas» escribía Mariana Moore, «que son importantes más allá de estas preocupaciones». Esta antaña guía de almas afirmaba la prioridad del «más allá» sobre «estas preocupaciones». ¿Y quién podría dedicarse a hacer este trabajo sino los pastores? Algunos poetas, quizás; y los niños, siempre. Pero los niños no son buenos guías y la mayoría de nuestros poetas han perdido el interés en Dios. Eso deja a los pastores como guías. Como encargados de curar almas, y no solamente mantenerlas.


© Leadership, 1983. Usado con permiso. Diciembre 1984 – Enero 1985. Volumen II, número 4. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.