Se busca novio: la vida de Perpetua

por Keila Ochoa Harris

«No es un tonto aquel que da lo que no puede retener, con tal de ganar lo que no puede perder».

Sería ridículo organizar una boda sin novio. Las mujeres casadas tal vez hayan olvidado la angustia por conseguir pareja; las solteras quizá se pregunten dónde encontrarla. Tristemente, los medios de comunicación nos bombardean con fantasías románticas que nos dejan con un amargo sabor en la boca. Soñamos con una relación estilo Romeo y Julieta, en la que el más alto grado de amor se refleja a través del supremo sacrificio, es decir, la muerte, pero no la hallamos.

Sin embargo, muchas mujeres han muerto por amor, con un nombre en sus labios: Cristo. De acuerdo a la Biblia, Cristo es el novio perfecto del alma. ¡Y ya entregó su vida por la novia! Lo que ahora se necesitan son mujeres dispuestas a derramar su sangre por amor a él; mujeres como Perpetua, que a los veintidós años fue detenida en Cartago, Norte de África, por ser cristiana. Ella y otros nuevos creyentes, más su maestro Saturas, acabaron en prisión.

Perpetua parecía poseerlo todo: sangre azul, riquezas, una buena familia, juventud y belleza. Pero nada —ni siquiera su recién nacido hijo— le pareció suficiente para forzarla a negar su fe. No se menciona nada sobre su esposo, pero sí sobre su padre, quien en más de una ocasión le rogó que recapacitara. Ella optó por la cárcel y, durante su encarcelamiento, escribió un conmovedor diario que la convierte en la primera escritora cristiana. En dichas páginas narra sus experiencias, como la ocasión en que su padre la visitó y ella le mostró un jarrón en el suelo.

«Padre, ¿ve esta vasija?» Él contestó afirmativamente. Ella le preguntó, entonces: «¿Puede llamarse de otro modo que lo que es?» Él respondió: «No. Es una vasija». Ella añadió: «De esa misma manera, yo no puedo llamarme salvo lo que soy, una cristiana».

Cuando se le concedió permiso de que su hijo permaneciera con ella, escribió: «De inmediato me compuse y mi carga se aligeró por el cuidado de mi hijo; y súbitamente la prisión se convirtió en un palacio para mí, así que prefiero estar aquí que en cualquier otro lugar del mundo».

El día de su juicio, su padre sostenía en sus brazos al recién nacido. «Ten piedad de tu hijo», le suplicó. El juez la exhortó: «Considera los cabellos blancos de tu padre y considera los tiernos años de tu hijo. Ofrece un sacrificio por el bienestar del Emperador». Ella no quiso, por lo que se le condenó a las fieras junto con los otros, entre ellos, Felícitas, su esclava personal.

El día antes de su ejecución Dios le concedió una visión. El diácono Pomponius, con túnica blanca y extraños zapatos, le susurraba: «Perpetua, te estamos esperando. Ven». Ella redactó en su diario: «Hasta aquí escribo, ahora solo espero el día de los juegos. Sobre los juegos… alguien más deberá escribir».

Gracias a Dios hubo quién plasmara sobre el papel sus últimas horas. Los mártires salieron al anfiteatro con rostros brillantes. Un leopardo atacó a dos de los hombres; luego, un oso destrozó a otros. A Saturas le echaron un jabalí, pero salió ileso de la embestida, pero finalmente un leopardo lo mató.

Perpetua y Felícitas se enfrentaron a un toro que tumbó a Felícitas, luego lanzó a Perpetua por el aire. Su túnica se rasgó, pero ella se cubrió con modestia y se colocó de nuevo el broche de cabello, luego se dirigió al lado de su amiga para levantarla del suelo. El toro rehusó atacarlas otra vez, así que las retiraron de la arena.

Como habían quedado con vida, las reservaron para los gladiadores. A Perpetua le asignaron un joven gladiador quien la hirió varias veces entre las costillas, pero no la mató. Ella tuvo que guiar la mano vacilante de su verdugo hacia su garganta para lograr morir.

Estas dos jóvenes se convirtieron en heroínas de la cristiandad, tanto así, que San Agustín, dos siglos después, señaló la importancia de sus nombres, Perpetua y Felícitas, que significan «felicidad eterna», lo que justamente recibieron.

La fe de Perpetua se refleja en sus últimas palabras dirigidas a su familia: «No sientan vergüenza por mi muerte. Creo que es el mayor honor de mi vida, y le doy gracias a Dios por haberme llamado a morir por su nombre y por su causa».

¿Aparecerán más novias como ella? Muchas queremos ver a nuestro hombre desafiar al dragón o escalar una torre para demostrarnos su amor, pero en la historia del alma, Cristo ya se ofreció por nosotras. Y este amor perfecto se caracteriza por una expectación de reciprocidad. El Señor Jesús nos invita a mostrarle nuestra lealtad con el mismo precio: nuestra vida.

Lo increíble es que él, siendo el Todopoderoso, no nos obliga a sacrificarnos. Él busca personas dispuestas a darlo todo por amor. Él aguarda con paciencia a que nuestros corazones se despojen de la atracción por los bienes materiales, la preocupación por el qué dirán y el dominio de nuestro orgulloso «yo».

Qué gran ejemplo el de Perpetua, quien vivió en carne propia la frase de otro gran mártir, Jim Elliot, el cual afirmó: «No es un tonto aquel que da lo que no puede retener, con tal de ganar lo que no puede perder». Se buscan novias de este calibre. ¿Aún existirán?

Este artículo es parte de la serie La boda del alma.
La autora, mexicana, es escritora y maestra. Su nueva novela, Donají, por Grupo Nelson, trata de una historia de amor en Oaxaca, México. Disfruta leer, escribir y escuchar historias. http:/www.retratosdefamilia.blogspot.com

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