por Enrique Zapata
Todos nosotros luchamos con la tentación de distorsionar los números estadísticos. Ceder a esa tentación es querer hacer que la realidad se conforme a nuestro deseo.
Hay dos formas de distorsionar: por aumentar la realidad o por disminuiría. Las dos son tendenciosas y equivocadas. Ocurre siempre en el mundo; un grupo político hace una manifestación y según los organizadores participaron 12.000 personas. La oposición dice que sólo fueron 3.500, mientras que la policía, con experiencia en mediciones de ese tipo, dice que había 5.700. ¿Quién tiene razón?
Lamentablemente, en la iglesia ocurre lo mismo. Lo puedo entender en el mundo, aunque no sea correcto. Sin embargo, en la iglesia debemos dejar de engañarnos a nosotros mismos; debemos dejar de hablar esas mentiras «que nos hacen sentir mejor», o que sostienen nuestra tesis. Por más terapéuticas que sean, siguen siendo mentiras.
Cierto domingo a la mañana, mientras iba a la iglesia, observaba qué poca gente anda en la calle. Entonces reflexioné: «Si se dice que en este país. Argentina, hay un 10% de creyentes, ¿dónde están todos ellos en camino a la iglesia?» Tal vez tienen el culto más temprano que nosotros, o más tarde. Quizás lo tienen únicamente a la noche, o el sábado. Tal vez… Y no es que lo que ven mis ojos en la calle sea suficiente para desestimar cualquier porcentaje, pero cuando hay una buena presencia, se nota. Eso puede verse en Guatemala, por ejemplo. Allí es notoria la presencia evangélica, ya sea en la cantidad de iglesias, los carteles en los vehículos y autobuses, etc. Y la respuesta a mi dilema vino poco tiempo después: Una encuesta seria realizada secularmente demostró que la población evangélica Argentina ascendía al 43%. y eso sumando los simpatizantes, los adventistas y los «Testigos de Jehová.
Multitudes en Argentina han venido a las campanas; sin embargo, no, hay esas mismas multitudes en las iglesias. Necesitamos medir el progreso del evangelio, no por las multitudes que vienen a una reunión especial sino por los que llegan a ser miembros activos de la iglesia. Jesús tuvo multitudes que lo siguieron hasta en la entrada triunfal, sin embargo no eran ellos los que formaron la iglesia sino los 120 de Hechos 1. El, aunque las multitudes lo buscaban, nunca cambió el trabajo de discipular a sus hombres por el de proselitismo masivo. Es más, a medida que su tiempo se acercaba, desestimó casi completamente a las masas. El sabía que el futuro dependía, no de multitudes que un día lo aclaman y al día siguiente lo abandonan, sino de hombres que llegaran a conocer quién es realmente Dios y su Hijo, Jesucristo. Como El debemos trabajar. No descuidó las masas, se concentró en discipular y enseñar, sabiendo que el futuro dependía de ello. Las masas necesitan dejar de ser masa y ser individuos con el cuidado, amonestación y enseñanza necesarios para llegar a ser personas completas en Cristo.
Formar hombres no sólo es el fin sino el medio para poder ganar muchos más. Jesús lo entendía. Es trabajo lento, doloroso, pero el fruto será recogido en el camino largo.
Dejemos de engrandecemos y ¿e engañamos; delante nuestro todavía hay una gran tarea, no le escapemos. Dediquémonos a evangelizar verdaderamente, para que las personas no sólo hagan una manifestación sino que lleguen a vivir y reproducir las buenas noticias. Muchos aun gimen por conocer la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Apuntes PastoralesVolumen VI Número 2