Biblia

Sed de agua viva

Sed de agua viva

por Ricardo Gondim

Vengo a ti para pedirte que no permitas que quede jadeante como el ciervo, sin hallar las aguas de plenitud.

«Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» Juan 7.37

Vengo a ti, Maestro de parábolas, con sed de poesía. Visité compendios académicos precisos, deambulé entre pensadores herméticos. Leí y volví a leer, pero en los rincones de mi alma persiste una sed insaciable. Me acuesto con la angustia del autor de Eclesiastés: «¿qué ventaja tiene el sabio sobre el necio?» (6.8). La búsqueda del conocimiento absoluto enloquece. El autor G. K. Chesterton (1874–1936) observaba: «La imaginación no es lo que produce la locura; lo que produce locura es, precisamente, la razón. Los poetas no enloquecen. La poesía es sana porque flota, sin dificultades, en un mar infinito; la razón intenta cruzar un mar infinito para convertirlo, así, en mar finito». En medio de mis carencias prometo prestar más atención a tus historias, Maestro de narrativas. Quiero escuchar lo inaudible.

 

Me rindo. Desmenuzar tus verdades no conduce hacia el misterio. Procurar entender lo inescrutable agota. Solamente la poesía llega al final del arco iris. Solamente en las palabras vestidas de alegoría se perciben los matices eternos. Anhelo meditar. Quien rumia en lo insólito vuela por encima de las nubes, contempla el mundo desde las alturas y ve santos y villanos, héroes y tímidos, damas y prostitutas como una sola humanidad. Abandono el objetivo de querer explicar paradojas. Confieso, Maestro de la imaginación, que el Reino pertenece a los pequeños. Me sentaré con los niños para intuir lo extraordinario.

 

Quiero empaparme de las palabras que emanan ternura. Solamente en la prosa sencilla es posible destapar los oídos y percibir lo esencial. Me armé de bravuconadas. Me deslumbraron los impostores. Me dejé seducir por la riqueza que la herrumbre destruye. Fui negligente con Mateo 25. No debería haber olvidado el mensaje de este capítulo: Solamente entrarán al cielo quienes vienen con una carta de recomendación de los pobres. La deshumanización no se limita a claudicar ante el salvajismo. Están deshumanizados todos los que permanecen insensibles ante la imagen de Dios en el prójimo. Frente a la miseria, aquellos que no transforman sus sensibilidades en acción tampoco poseen el Espíritu de Cristo.

 

En mi sed me abrazo al mandato de mostrar empatía ( em: en, dentro; pathos: sentimiento) con los que sufren. No puedo abrir las puertas de mi ser al cinismo. ¿Cómo puedo mirar para otro lado cuando veo los oscuros poros de los navíos que traen emigrantes africanos? Maestro de vida, ayúdame a no ser indiferente ante quienes viven en lugares donde no llueve.

 

Vengo a ti, Cristo crucificado, con hambre de humildad. Te veo vaciado y siento la invitación a renunciar al poder. No quiero exigir aquello que nunca lograré ser. Si me enamoro de la posibilidad de ser perfecto, acabaré preso de mis propias limitaciones. Voy a establecer alianza con la Gracia para profesar mayor compasión del hombre que soy. Te veo perdonador. Invito a mi corazón a comprender a los demás por lo que son y no por lo que me gustaría que fueran. Ante la maldad del hombre muchas veces dudo de cómo reaccionar. Quedo atrapado entre la violencia y el amor humilde. Quiero recorrer lo dulce y tierno, pues solo los mansos heredarán la tierra. En ti, la flaqueza del amor se volvió la fuerza más formidable del universo.  Anhelo transitar por la «no violencia» que inspiró a algunos de mis héroes. Haré de la paz la piedra fundamental de mi vocación. Recordaré que tú, Jesús de Nazaret, renunciaste a la gloria, prefiriendo la cruz. En tu muerte, la paradoja de la fragilidad de Dios hecho carne se transformó en la noticia más liberadora. Deseo desechar las vestiduras de la arrogancia para cubrirme de gentileza.

 

Vengo a ti, viajante del camino a Emaús, con sed de compañía. No pretendo encarar los caminos de la vida encerrado en mí mismo. Quiero cantar: «Poseer un amigo es algo para guardar, bajo siete llaves, en el corazón». Tú, que eres el Rey de gloria, no quisiste vasallos. ¿Quién soy yo para intimidar a mis amigos? Atesoraré el proverbio 17.17 como lema: «En todo tiempo ama el amigo, Y el hermano nace para tiempo de angustia». Más que un amigo, quiero ser un hermano. Cuando te veo en busca de la gloria del Padre recuerdo la amistad original y perfecta de la Trinidad, que convive prefiriendo, por la eternidad, al otro. Reconozco que los seres humanos fuimos creados con la eternidad en el corazón y, por esto, respetaré la capacidad de cada uno de amar mejor. 

Vengo a ti, fuente de Agua Viva, con mucha sed. Una gota de tu verdad alcanzará para que viva con menos hipocresía. Por seguirte a ti, peleo por desenmascarar al impostor que habita en los poros del inconsciente. Él intenta convertirme en extraño frente al rostro que contemplo en el espejo. Como discípulo tuyo, obstinadamente rechazaré las armaduras prestadas. Me atreveré a presentarme en el gran banquete con las mismas ropas (rociadas con tu sangre, Cordero) con las que luché y recorrí los caminos de la vida.

 

El Evangelio anuncia que tú sacias la sed de cualquiera. Ya que es así, vengo a ti para pedirte que no permitas que quede jadeante como el ciervo, sin hallar las aguas de plenitud. Antes que se rompa el hilo de plata, dame de beber, y de mi interior fluirán ríos de agua viva.

 

Soli Deo Gloria

 

 

El autor es pastor de la Iglesia Betesda en San Pablo, Brasil. Es autor de varios libros —aún no disponibles en español— y un reconocido conferenciante. Está casado con Silvia. Dios les ha bendecido con tres hijos y tres nietos.
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