Biblia

Ser servicial: marca de un ministro

Ser servicial: marca de un ministro

por Hno. Pablo

Cuando sus discípulos discutían entre sí sobre quién era el más importante o el más «grande», Jesús, con palabras que son eternas y llenas de sabiduría, les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» ..


Mi querido Timoteo:


Hace algún tiempo recibí una carta de un joven, conocido mío, en quien yo tenía un interés especial. Voy a llamarlo Arturo, aunque ese no es su nombre. Yo quería que Arturo tuviera éxito en su vida. Él había tenido muchos empleos, pero nunca le habían durado. Saltaba de un trabajo a otro. Inclusive, por su talento de trabajar con los niños, varias iglesias lo habían contratado como ministro de niños. Esos empleos duraban muy corto tiempo y por una razón u otra siempre terminaban en fracaso.


En uno de estos últimos, habiendo ministrado como cinco meses, Arturo escribió una larga carta a los directivos y al pastor de la iglesia diciéndoles, más o menos, que ellos estaban equivocados en la forma en que administraban la iglesia; y que si hacían esto y aquello, comenzando con despedir a varios de los miembros del consistorio (concilio o junta directiva), la iglesia crecería.


Yo vi esa carta, y lo primero que vino a mi mente fue que él no duraría más que unos pocos meses en esa iglesia. A las dos semanas de haber recibido ellos la carta, lo despidieron.


Fue alrededor de ese tiempo que Arturo me escribió. En su carta me expresaba su frustración. Decía que nadie apreciaba su ministerio; que sus ideas eran despreciadas (y debo decir que algunas de ellas eran brillantes). Él se quejaba de sus jefes, de cómo lo desatendían tomándolo de menos. Ya no sabía qué hacer; me pedía consejo.


Yo, Timoteo, tuve esa carta en mis manos durante varias semanas, preguntándome cómo podría responderle. Sabía qué era lo que tenía que decir, pero mi lucha era cómo expresarlo sin que él lo rechazara. Por fin le contesté. Hoy comparto la carta contigo, mi querido Timoteo, no porque sepa de alguna falla en tu vida o ministerio sino porque sé cómo Satanás, por medio de ciertas personas, quiere hacernos creer que nos están maltratando, que no nos están dando lo que merecemos, que otros reciben mejor y más atención que nosotros, y que tenemos que defender nuestras posiciones. A continuación cito la carta.


Mi querido Arturo:


Yo iba saliendo de viaje cuando me llegó tu carta. Tengo un par de días de estar de regreso y salgo otra vez en una semana para Lima, Perú, pero no quería salir de nuevo sin dar respuesta a tu carta.


Antes que nada, Arturo, permíteme agradecerte la confianza de compartir conmigo tus más profundos sentimientos. Tengo que decirte que me honras con eso.


Cuando recibí tu carta sentí, muy adentro en mi corazón, la carga que tú has estado llevando, y mi alma dio un clamor a nuestro Padre Celestial pidiéndole tanto una bendición para ti y dirección divina para tu vida, como también que me iluminara a mí sobre qué compartir contigo.


Son, ahora mismo, las 21:00 horas, y mientras estoy en mi escritorio leyendo tu carta y plasmando en papel alguna respuesta, lo hago elevando al Padre celestial una oración: «¡Por favor, bendito Dios, da dirección a tu hijo Arturo y a su esposa, y dame a mí palabras que puedan ser de alguna luz y guía para estos siervos tuyos!»


Para nuestro aniversario de oro alguien hizo un video de nuestra vida y ministerio. Lo grabaron sin darnos a entender qué tenía que ver con la conmemoración de nuestro aniversario. Hicieron un par de entrevistas en video de Linda y de mí, pero nosotros no teníamos idea de cómo iban a ser usadas. Estas tomas, junto con otras obras que habían grabado, formaron parte de una presen-tación que hicieron en la celebración de nuestro aniversario, y cinco años después en una reunión de algunos de mis colegas.


Traigo esto a cuentas, Arturo, porque una de las preguntas que me hicieron en la entrevista me sorprendió por completo. Era esta: ¿Qué quiere usted, Hermano Pablo, que se diga de usted cuando pase de esta vida? Recuerdo haberme detenido un momento para pensar, y luego, muy de repente y espontánea-mente, dije: «Siervo. Quiero que me recuerden sólo como un siervo.»


Esto vino a mi mente, Arturo, cuando leí tu carta. Al meditar en qué consejo podría darte, y qué querría el Señor que yo te dijera, pensé que el mejor consejo que podría darte es eso mismo. La mejor contribución que cualquier ministro o cualquier persona, sea quien sea, puede dar tanto al mundo como al individuo es ser siervo. Siervo con espontaneidad, siervo con placer, siervo con gusto, siervo de voluntad.


El siervo, Arturo, no es exigente. El siervo no exige que se le reconozca. El siervo no le da importancia a sus propios deseos. El siervo no se sirve a sí mismo sino a otros. Las palabras con las que el apóstol Pablo, en el capítulo 13 de 1 Corintios, des-cribe el vocablo «amor» podrían también describir el vocablo «siervo». Permíteme citarte el pasaje en lenguaje contem-poráneo: «El siervo es paciente, es bondadoso. El siervo no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El siervo no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.»(NVI)


Yo no sé, Arturo, qué es lo que actualmente pone pan sobre tu mesa. Tampoco sé cuál es tu relación con las iglesias en tu vecindad. Doy por sentado que tú y tu esposa son miembros de alguna iglesia local.


Las cosas no suceden de un día para otro. Ninguna semilla que se siembra hoy, dará su fruto el día siguiente. Pero si con profunda humildad, como un siervo sincero, te acercas al pastor de tu iglesia y le ofreces tus servicios para cualquier cosa en que él te necesite, y esto sin pedir nada como recompensa; y si con fidelidad, perseverancia y sumisión sirves a esa iglesia y a ese pastor, esa puerta, que tú podrías considerar insignificante, trivial y hasta despreciable, te llevará, poco a poco, a otras puertas más amplias. A medida que con ese espíritu sincero de servicio te ofreces sin reservas, se te abrirán puertas más y más importantes, y el mundo descubrirá un Arturo nuevo para quien lo más importante de la vida es ser un siervo.


¿Serán aceptados tus talentos? Seguro que sí. Pero no porque tú los has blandido como una bandera para que la gente los vea y los tome en cuenta, sino porque un día de tantos surgirá alguna necesidad que requerirá tus servicios, y uno o más de tus talentos será buscado para suplir esa necesidad. Es así como las puertas se abren por sí solas.


Permíteme, Arturo, dar un salto adelante a unos veinte años de hoy. Yo puedo, en mi imaginación, verte sirviendo como un ministro orde-nado de tu denominación, siendo invitado aquí y allá, sirviendo al cuerpo de Cristo como un ministro deseado y admirado, entregando tus talentos al servicio de Cristo y siendo adecuadamente remunerado por ese servicio. Pero estas serán puertas que tú no forzaste sino que se abrieron solas ante tu espíritu humilde y servicial. Y así será siempre.


Esta es la primera vez, Arturo, que plasmo en papel estos pensamientos. Si alguna vez los usara de nuevo, podrás tener la seguridad de que fuiste tú el primero a quien los dirigí.


Te aprecio, Arturo, con todo mi corazón. Tu efusividad y opti-mismo, tus dones y talentos son preciados, y Dios los necesita. Pero Él no desea que procedan de una mentalidad facultativa y profesional nada más, sino de un corazón humilde y servicial.


Que Dios te bendiga, y recuerda: ¡Este es el primer día de toda una vida nueva para ti!


No puedo menos, mi querido Timoteo, que reiterar, con énfasis, la importancia de reconocernos siervos. Dios no necesita «sobera-nos», «reyes» ni «autónomos». Él necesita «siervos».


Las palabras de nuestro Maestro son claras: Cuando sus discípulos discutían entre sí sobre quién era el más importante, Jesús, con palabras que son eternas, les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9.35, NVI). Y añadió: «Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto. El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. Quien quiera servirme, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará mi siervo. A quien me sirva, mi Padre lo honrará» (Jn 12.24-26, NVI).


Que nuestro Señor te bendiga grandemente, Timoteo, y te use en su divino servicio.


Tu amigo y colega de siempre,


Hermano Pablo.


El Hermano Pablo Finkenbinder es un reconocido y amado conferencista, evangelista, y pastor fundador del programa Mensaje a la Conciencia y autor de múltiples libros, tiene mas de 50 años en el ministerio. También es consejero familiar y ministerial.