Serenidad
por Christopher Shaw
Conviene a los hijos de Dios un espíritu sereno y apacible, porque no es nuestro esfuerzo el que logra los resultados.
Versículo: Marcos 9:14-29
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9:14 Cuando llegaron adonde estaban los otros discípulos, vieron que a su alrededor había mucha gente y que los *maestros de la ley discutían con ellos. 9:15 Tan pronto como la gente vio a Jesús, todos se sorprendieron y corrieron a saludarlo.9:16 ¿Qué están discutiendo con ellos? les preguntó.9:17 Maestro respondió un hombre de entre la multitud , te he traído a mi hijo, pues está poseído por un espíritu que le ha quitado el habla. 9:18 Cada vez que se apodera de él, lo derriba. Echa espumarajos, cruje los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no lo lograron.9:19 ¡Ah, generación incrédula! respondió Jesús . ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho.9:20 Así que se lo llevaron. Tan pronto como vio a Jesús, el espíritu sacudió de tal modo al muchacho que éste cayó al suelo y comenzó a revolcarse echando espumarajos.9:21 ¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto? le preguntó Jesús al padre. __Desde que era niño contestó . 9:22 Muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos.9:23 ¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible.9:24 ¡Sí creo! exclamó de inmediato el padre del muchacho . ¡Ayúdame en mi poca fe!9:25 Al ver Jesús que se agolpaba mucha gente, reprendió al *espíritu maligno. __Espíritu sordo y mudo dijo , te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él.9:26 El espíritu, dando un alarido y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Éste quedó como muerto, tanto que muchos decían: «Ya se murió.» 9:27 Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó, y el muchacho se puso de pie.9:28 Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: __¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?9:29 Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración respondió Jesús.
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La escena que encontró Jesús cuando bajó era diametralmente opuesta a la que habían vivido en el monte. «Cuando volvieron a los discípulos, vieron una gran multitud que les rodeaba, y a unos escribas que discutían con ellos. Enseguida, cuando toda la multitud vio a Jesús, quedó sorprendida, y corriendo hacia El, le saludaban. Y El les preguntó: ¿Qué discutís con ellos? Y uno de la multitud le respondió: Maestro, te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va consumiendo. Y dije a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron» (14-18).Nuestra respuesta, en situaciones en las que no discernimos con claridad, debería ser el detener toda actividad y buscar la palabra del Señor. Lo primero que nos llama la atención en esta escena de conflicto y confusión es que la multitud, cuando vio a Jesús, corrió hacia él. La reacción de ellos nos da una idea muy clara de la autoridad y el peso que tenía la figura de Cristo entre las personas que lo seguían en diferentes momentos de su vida. Por la reacción de ellos, es evidente, que creían que él podía ayudarlos a desenredar el desconcierto y la confusión generada en una situación de necesidad. La respuesta de la gente, sin que estuvieran concientes de ello, era el camino a seguir para salir del enredo en que se habían metido los discípulos. Nuestra respuesta, en situaciones en las que no discernimos con claridad los pasos pertinentes, debería ser el detener toda actividad y buscar la palabra orientadora del Señor. Solamente él sabe con certeza lo que se requiere en cada circunstancia en particular. Lastimosamente, sin embargo, nuestra reacción muchas veces revela que, buscando salir adelante, depositamos nuestra confianza en nuestras propias capacidades. Los discípulos se habían involucrado en una discusión con algunos de los presentes, incluidos aquellos infaltables expertos en asuntos espirituales, los escribas. Hemos de creer que, ante el infructuoso esfuerzo para responder a la situación del muchacho, los discípulos habían recibido algunas indicaciones o burlas por parte de los presentes, y esto seguramente despertó en ellos el afán por defender o explicar su proceder. La discusión puede parecer el camino a recorrer en esta clase de situaciones, pero no aporta nada a la solución. En el ministerio, sin embargo, pareciera que esta es una debilidad muy particular. Observe las veces, no menos de seis, que Pablo exhortó a Timoteo en sus dos cartas a no enredarse en vanas discusiones. Animó al joven líder a no permitir que algunos «enseñaran doctrinas extrañas, ni prestaran atención a mitos y genealogías interminables, lo que da lugar a discusiones inútiles en vez de hacer avanzar el plan de Dios que es por fe» (1Ti 1.4). A Tito le señala que las contiendas de palabras son «sin provecho y sin valor» (Tit 3.9). Aun cuando tengamos razón, el reino avanza por otros medios. Conviene a los hijos de Dios un espíritu sereno y apacible, porque no es nuestro esfuerzo el que logra los resultados, sino la intervención del Señor, como descubrió Moisés cuando asesinó al guardia Egipcio. ¿Cómo reaccionó Jesús? ¿Por qué se refirió a ellos como una «generación incrédula?
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