Sexo matrimonial: Hecho a la medida para disfrutarlo

por Daniel Rota

El sexo matrimonial ha sido influenciado de maneras extremas. Por un lado el efecto católico fundamentalista, donde este se ve hasta pecaminoso y con propósitos únicos de proceación. Por el otro, el creciente secularismo ha acompañado la creencia de que no hay una verdadera realización personal sin una práctica sexual sin límites. Por ello en este artículo, el autor enmarca las relaciones sexuales dentro del compromiso matrimonial desde la perspectiva bíblica.

El matrimonio ha sido influenciado en relación con el sexo de maneras extremas. Por un lado el efecto católico fundamentalista, donde el erotismo se vive como pecaminoso y el sexo es sólo para procrear. Por el otro, el creciente secularismo ha acompañado la creencia de que no hay una verdadera realización personal sin una práctica sexual sin límites, poniendo la satisfacción sexual por sobre cualquier otro valor. El sexo fue creado por Dios (Gn. 1.27) «…varón y hembra los creó»; es bueno y hermoso, (Gn. 1.31) «y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí era bueno en gran manera». Por supuesto, bueno y hermoso sólo dentro de los límites dados por Dios para la práctica del mismo, o sea el matrimonio, (Pr. 6.32) «Mas el que comete adulterio es falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace».

Para la práctica del sexo deben estar involucrados no sólo los órganos genitales, sino también la mente y el corazón. La unión sexual debe estar enmarcada dentro de un compromiso, el compromiso matrimonial. El mismo concepto debe aplicarse para las distintas prácticas o conductas sexuales aun dentro del matrimonio. Mucho se ha hablado de la total libertad que una pareja tiene para disfrutar de su sexo dentro del matrimonio, pero esa libertad también tiene sus límites. Hay ciertas prácticas que a veces uno de los cónyuges quiere practicar y para el otro constituye algo desagradable. Por ejemplo el sexo anal, muy estimulado por la pornografía, las publicaciones seudocientíficas, y la moda actual. En realidad esto degrada la relación sexual, evade mirar al otro cara a cara y altera el orden divino. Tanto el pene, como su equivalente femenino, el clítoris, son los órganos que están directamente involucrados en el orgasmo, por lo que el sexo anal es egoísta y, como ya dijimos, pervertidor del orden divino.

El sexo dentro del matrimonio tiene varios objetivos, a saber:

Sexo como conocimiento

«Conoció Adán a su mujer, Eva» (Gn. 4.1); «Y conoció de nuevo Adán a su mujer» (4.25). A través de la relación sexual con nuestra pareja descubrimos el cuerpo del otro, entramos en su secreto, algo reservado sólo para los esposos. El conocer es mucho más que algo instintivo; es conocer con el corazón, con nuestra mente, con todo nuestro ser. La forma más hermosa de conocimiento es la relación sexual. Aunque la pareja sea totalmente diferente el uno del otro, a través de la relación sexual se puede disfrutar de una plena comunión, de la armonía de ser complementarios. «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán una sola carne» (Gn. 2.24). Ser una sola carne expresa la entrega y el conocimiento total del uno hacia el otro, convirtiéndose en un ser único, completo.

Sexo como comunicación

Hablar es una forma de comunicarse, el medio que se usa en las relaciones interpersonales. A través del habla se trasmite información y se comunican juicios, emociones y sentimientos. Pero la forma de comunicación más profunda es el acto sexual. Es una comunicación que es comunión, que involucra toda la persona. Muchos de los trastornos sexuales se deben a que a través del acto sexual estamos comunicando enojo, agresividad o competencia a nuestra pareja.

Las situaciones de la vida diaria se reflejan y comunican, de alguna manera, durante la relación. Así como el objeto de la comunicación es entender al otro, el fin del acto sexual es poder entender al otro en su totalidad. Es necesario hablar sobre nuestras relaciones sexuales, compartir cómo nos sentimos, qué cosas nos gustan y cuáles no.

Sexo como pertenencia

Según 1 Corintios 7.4 «La mujer no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco el marido tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer». El sexo de nuestra pareja no es sólo cuestión de deseos, sino que es visto en términos de derecho, de pertenencia. La mentira o el engaño dentro del matrimonio es una violación de esos derechos; la relación sexual con otra persona que no sea su esposo/a es lisa y llanamente adulterio; es disponer de lo que no nos pertenece. Según Efesios 5.21 «Someteos el uno al otro en el temor de Dios», los derechos sexuales dentro del matrimonio son el producto de darse mutuamente el uno al otro. La fidelidad sexual caracteriza al matrimonio maduro. Mateo 12.25 dice que una casa dividida contra sí misma cae sin remedio, no permanece; no se puede amar a dos personas (He. 13.4). El límite para el amor en el matrimonio es la exclusividad. Esto es un compromiso a la unidad. Yo soy de mi esposa y mi esposa es mía. Tú eres mía y yo soy tuyo; nadie más hay entre los dos.

Sexo como placer

Estaba en el corazón de Dios que el hombre y la mujer disfrutaran de su sexo dentro del matrimonio. «Sea bendito tu manantial, y alégrate con la mujer de tu juventud. Como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo. Y en su amor recréate siempre» (Pr. 5.18, 19). Para llegar a disfrutar plenamente del sexo tienen que darse varios pasos dentro del matrimonio: compromiso, comunicación, ajuste, estabilidad, satisfacción y enriquecimiento mutuo. Es por eso que frecuentemente encontramos parejas que comentan que, a lo largo de los años, van aprendiendo a disfrutar más y más de sus relaciones sexuales. El hombre y la mujer tienen igual derecho al placer sexual.

Sexo como procreación

El instinto sexual humano no tiene ninguna semejanza con el instinto animal. El hombre puede manejar y controlar su conducta sexual. Traer hijos al mundo es un acto de responsabilidad. Salmos 127.3: «He aquí herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre». Los hijos son una herencia que hay que administrar y cuidar bien; algo de valor a lo que hay que dedicar tiempo y atención. Todo esto debe ser tenido en cuenta cuando planificamos la familia. «…No deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos» (2 Corintios 12.14), hablando de la necesidad de proveer de lo necesario a nuestros hijos. Así como alguien evalúa con qué materiales cuenta para construir una casa, debe evaluar con qué recursos dispone para traer hijos al mundo.

© Apuntes Pastorales, 1991. Los temas de Apuntes Pastorales. Volumen 1, número 2.