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Si alguno se limpia de estas cosas…

Si alguno se limpia de estas cosas…

por Rogelio Nonini

El llamado a servir en algún ministerio en la casa del Señor es, primeramente, un llamado a apartarse de todo aquello que se toma por normal y aceptable en el mundo.

Al observar la conducta de muchos líderes y congregaciones evangélicas nos asombra encontrar un relativismo moral muy similar al que rige nuestra sociedad sin Dios. Tal pareciera que, por estar insertos en ella, nosotros, los creyentes en Cristo, hemos ido perdiendo la sensibilidad para distinguir el pecado en nuestra propia vida y en la de Su Iglesia.


Con dolor percibo que en la Iglesia ya no nos escandalizamos por el pecado que nos rodea. Permanecemos indiferentes ante lo que sucede en nuestro entorno y la condición deplorable en que viven millones de personas. Pero mi dolor aumenta al advertir en nuestras iglesias los mismos pecados que se viven en nuestra sociedad, y que muchos de los que los practican son los mismos líderes. Los valores fundamentales del Reino como la santidad, la pureza, el amor, la verdad, la humildad, el respeto y el temor a Dios ya son extraños en muchas congregaciones.


Bien expresó Cipriano cuando afirmó que «los pecados de los cristianos han debilitado el poder de la Iglesia». (1)


Lamentablemente se dan centenares de casos que revelan cómo el relativismo moral y los intereses carnales de algunos ministros están entorpeciendo la tarea de la Iglesia de ser sal y luz para nuestra generación.


A modo de ilustración mencionaré dos casos tomados de testimonios recogidos en los cursos de Ética Ministerial que he dictado.


Primer caso


Un pastor de Buenos Aires se ofreció a cooperar con ocho pastores del interior del país para que ellos cobraran la asignación familiar. Los animó a firmar un poder en que lo autorizaban a cobrar por ellos. Por tres años este pastor cobró mensualmente el dinero de sus colegas a quienes jamás se los remitió. Cuando el organismo estatal le requirió la documentación correspondiente él la adulteró falsificando las firmas de sus colegas. En una ocasión dio gracias a Dios porque no había sido descubierto. Además abandonó a su familia y se fue a otro país donde se casó sin haberse divorciado de su esposa anterior. En ese país, a jóvenes que no querían cumplir con el servicio militar, les vendía por US$200 declaraciones juradas que certificaban que ellos eran seminaristas. Ese seminario fantasma estaba inscrito en una repartición pública.


Segundo caso


Un pastor se ufanaba de que los vecinos le vendían sus casas por muy bajo precio. La razón era que ya no se podía vivir en las cercanías del templo por el ruido que provenía de las reuniones. Como nadie deseaba comprar en ese vecindario, los propietarios, con tal de salir lo más pronto posible de ese barrio, vendían sus casas por un costo inferior al valor real.


El relativismo invade nuestras iglesias


Los casos mencionados nos ofrecen un panorama de cómo la inmoralidad que condenamos en el mundo está minando nuestras iglesias y moldeando la conducta de nuestros líderes.


A continuación transcribo una lista de faltas a la ética más comunes en el ministerio compiladas por mis estudiantes en un curso de Ética Ministerial.

  • Ausencia de integridad, tanto en la enseñanza, como en el trato con los demás. Existe una marcada diferencia entre lo que se dice creer y se predica con lo que se vive.
  • Falta de verdadero espíritu de servicio.
  • Marcado interés por lo material, lo que está llevando en muchos casos a que el momento de levantar la ofrenda se convierta en una vulgar «tirada de manga»(2).
  • Se escucha a predicadores que amenazan afirmando que el Señor va a castigar a quienes no entregan sus diezmos y ofrendas. Al final, diezmar se transforma en un trueque, o en una especie de seguro contra la pobreza.
  • Falta de respeto por otros ministros y ministerios.
  • Crítica despiadada contra otros consiervos.
  • Carencia de firmeza de palabra, prometen y no cumplen.
  • Impuntualidad crónica.
  • Ausencia de interés por aprender o capacitarse para ser mejores ministros.
  • Acepción de personas que se muestra en la preferencia por personas que gozan de abundancia financiera.
  • Afán por la fama. Se muestran como estrellas pero luego sencillamente no pueden ofrecerse como modelos a sus congregaciones y piden que solo miren al
  • Señor. Convierten cada culto en un espectáculo de su «poder».

  • A continuación permítame ofrecerle una breve comparación entre el relativismo moral de nuestra sociedad contemporánea y su huella en la Iglesia.


    Orgullo y ostentación


    En la sociedad. En contraste con la crisis económica que padecen millones de personas en nuestras países latinoamericanos, notamos la vida ostentosa que llevan nuestros gobernantes: viven en casas fastuosas, se visten con atuendos de reconocidas casas de moda, frecuentan lujosos restaurantes. Sus gastos son cuantiosos sin considerar la necesidad apremiante de sus pueblos.


    En la Iglesia. Algunos líderes viven y se comportan como si fueran magnates del evangelio. Sus casas, sus autos, su vestuario y la suntuosidad de sus templos (y ministerios) contrasta totalmente con el estilo sencillo de Jesús y con la pobreza de los miembros de sus congregaciones.


    La imagen triunfalista y la idea de que todo cristiano debe vivir en prosperidad no es una enseñanza bíblica. El afán por vivir en lujos, sin privación alguna, administrando abusivamente las ofrendas que con amor y sacrificio entrega el pueblo del Señor, es un pecado no solo contra el pueblo sino también contra Dios.


    Abuso de poder


    En la sociedad. Conocemos el autoritarismo de los que usan las posiciones de poder para alcanzar sus fines. En todos nuestros países latinoamericanos hemos sido testigos de casos en que en la administración pública se transgreden las leyes con impunidad, la justicia se condiciona cuando se trata de juzgar a personajes del gobierno.


    Decretos, disposiciones, negociaciones, impunidad y condicionamientos configuran el cuadro de nuestra realidad latinoamericana. La inmoralidad reina en los cargos de poder porque este no está al servicio de los intereses del pueblo sino de algunos pocos que rodean al que gobierna.


    En las iglesias. Aprovechándose de las estructuras administrativas de su denominación, han surgido líderes que sacan ventaja del poder que les confiere el pastorado, el ministerio o el cargo que ejercen dentro o fuera de la denominación en que ministran.


    Se rodean de personas que los adulan y los protegen de la gente. Muchos pastores, mediante manipulación establecen con los miembros de sus congregaciones vínculos de temor. Otros son muy severos con sus congregaciones pero convenientemente permisivos con sus colaboradores más cercanos y sus familiares.


    El poder que recibimos por nuestra posición en el ministerio nos corromperá si no servimos a la Iglesia sujetos al Señor. Diótrefes ilustra este abuso de poder, que «no contento con [criticar al apóstol Juan] no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se los prohíbe, y los expulsa de la iglesia» (3Jn 9.10).


    La mentira


    En la sociedad. Todos conocemos que la mentira es un estilo de vida y una metodología de trabajo. Se miente al prometer, al crear estadísticas, al informar sobre sucesos, al justificar hechos…


    En la iglesia. Debemos admitir que lamentablemente la mentira es un instrumento muy utilizado en el seno de nuestras congregaciones e instituciones. Se miente al ofrecer estadísticas sobre membresía, la asistencia a reuniones y eventos. Se miente cuando a la gente se le promete la solución inmediata de todos sus males y la provisión divina para todas sus necesidades. No debe extrañarnos, pues, que miles de personas se sientan estafadas por los evangélicos.


    Pecados sexuales


    En la sociedad. Muchos artistas, deportistas, gobernantes admirados, particularmente por nuestra juventud, modelan estilos de vida de promiscuidad y libertinaje. Sólo observe las campañas que buscan combatir el SIDA, comunican el mensaje engañoso de que el problema no radica en el pecado sexual sino en no prevenir el contagio. La gente es libre de elegir drogarse… fornicar… pero la clave es que se proteja.


    El estilo de vida permisivo característico de nuestra generación, cuyos principios transmite fielmente la televisión, ha pervertido el sentido santo del sexo y lo ha convertido en un vehículo de placer sin responsabilidad y en un recurso de enriquecimiento.


    En la iglesia. Cada vez más jóvenes de nuestras iglesias se ven enredados en relaciones sexuales antes y fuera del matrimonio. Y cada vez más líderes y pastores caen en pecados sexuales. ¿Se deberá a que el relativismo moral nos está moviendo a reemplazar los valores del Reino, que nos protegen contra el pecado?


    Algunos miembros de iglesias han recibido la impresión de que sus pastores, ministros y líderes se encubren entre sí y por eso no se aplica ningún correctivo. Se ha comunicado con sutileza el mensaje errado de que el resto de la congregación puede y debe ser amonestada y corregida, pero los pastores son intocables. Tal parece que para el liderazgo de la Iglesia se aplicara la misma impunidad que se observa en los líderes del mundo.


    La necesidad de modelos


    Resulta fundamental que los líderes y pastores evangélicos vivan la ética del Reino para que ellos modelen a sus congregaciones la conducta cristiana. Esta responsabilidad afecta dos dimensiones, la Iglesia, que le urgen esos modelos de espiritualidad; y la sociedad, que con desesperación busca alternativas a su banal estilo de vida.


    Para la gente que no conoce a Dios le resulta imperioso encontrar una forma, un poder, una posibilidad de comenzar de nuevo, de vencer la presión de esta sociedad enajenante, de vivir radicalmente de otra manera. Nosotros sabemos que el evangelio de Jesucristo es la única alternativa porque es «poder de Dios para salvar» (Ro 1.16). Pero ese poder sólo alcanzará a millones en la medida que los cristianos permitan que ese mismo poder rescate sus vidas de la frivolidad, y fortalezca la mujer y el hombre interior que hay en ellos, y así se transformarán en un ejemplo de vida plena.


    La Iglesia podrá modelar la vida plena en Cristo a sus comunidades, cuando sus líderes sean modelos que puedan seguir.


    Todo líder debiera gozar de la autoridad moral para poder exhortar a sus congregaciones así como el apóstol Pablo a la iglesia en Corinto, «sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1Co 11.1), «por cuanto os ruego que me imitéis (1Co 4.16); y a la iglesia en Filipos: «hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros» (Fil 3.17).


    Cuando Pablo le escribe a la iglesia en Tesalónica, les recuerda la conducta que él y su equipo habían seguido mientras estuvieron entre ellos, y los exhorta a imitarlos apartándose de los que vivían desordenadamente: «vosotros sois testigos, y Dios también, de cuan santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes … y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria» (1Tes 2.10–12), «pero os ordenamos, hermanos, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros (2Tes 3.6-9).Nuestra responsabilidad es mayúscula y no debemos fallarle ni al Señor, que nos llamó al ministerio, ni a su Iglesia, que necesita que nosotros la guiemos viviendo delante de ella justa e irreprochablemente, como es digno de un ministro del Señor.


    Tal como el apóstol Pablo, seremos ministros competentes con autoridad para exhortar a la Iglesia a una vida santa sólo si nuestra conducta se rige por los valores del Reino.


    No podemos menos que concluir que urge estudiar y vivir la ética ministerial, a fin de modelar a nuestras iglesias el carácter de Cristo, tal como él fue ejemplo para sus discípulos y para su generación, y el apóstol Pablo para las iglesias y líderes de su época.


    Adaptado del libro Conducta ministerial, de Rogelio Nonini, Buenos Aires, Argentina, 2002. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso. El autor pastoreó iglesias de la Alianza Cristiana y Misionera, Artentina, por más de treinta y cinco años. Actualmente es profesor y Director del Departamento de Comunicación y Desarrollo del IBBA (Instituto Bíblico Buenos Aires). Está casado con María Esther Papa, tienen un hijo, Pablo Rubén.


    Notas al pie


    (1) Alan Walker, Jesús y los conflictos humanos. Buenos Aires, Editorial La Aurora, 1969, pp. 31.(2) Tirada de manga: Es un argentinismo sinónimo de pedigüeño.