por Juan Stam
Orientaciones aplicables en todas las experiencias de la vida, aun en las más difíciles.
Existe una frase que aparece en solo tres versículos del Nuevo Testamento, que va con verbos en voz activa y modo imperativo, los cuales definen cinco mandamientos de exigencia sin excepción. La frase es «todo lo que hicieras» y las cinco mandamientos son:
1. Hacedlo todo para la gloria de Dios (1Co 10.31)
2. Hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús (Col 3.17a)
3. Hacedlo todo … dando gracias a Dios Padre por medio de él (Col 3.17b)
4. Hacedlo todo de corazón (Col 3.23a)
5. Hacedlo todo para el Señor y no para ser visto por la gente (Col 3.23b)
Todos conocemos los Diez Mandamientos del Antiguo Testamento, y son fundamentales para la orientación de nuestra vida y nuestra ética bíblica. Aunque los famosos Diez Mandamientos se formularon negativamente, cada uno conlleva un sentido positivo, como demuestra Juan Calvino en su obra clásica La Institución. Estos cinco mandamientos, en cambio, se formularon en forma positiva. Si el Decálogo antiguotestamentario nos muestra lo que no debemos hacer, este semidecálogo nos enseña lo que sí debemos hacer.
Estos cinco mandamientos, según los mismos términos en que están formulados, no permiten excepción bajo ninguna circunstancia. Podemos considerarlos como «principios absolutos» de la vida cristiana. De hecho, son orientaciones aplicables en todas las experiencias de la vida. Aun en las sitiuaciones más difíciles, es posible cumplir cada uno de estos mandamientos. Y cuando más difícil resulta su obediencia, es cuando más nos urge obedecerlos.
Los cinco mandamientos se dividen en tres segmentos, que se dirigen a tres áreas de la vida humana. El primero, en 1 Corintios 10.31, tiene que ver con los apetitos («si coméis o bebéis»; cf. 1Co 6.15–20, el sexo). Colosenses 3.17 es más amplio y cubre toda nuestra conducta, pero con énfasis en las relaciones interpersonales (todo lo que hacemos y decimos; cf. 3.12–16). El tercer segmento (Col 3.22–25) se refiere explícitamente a las relaciones laborales.
Hacedlo todo para la gloria de Dios (1Co 10.31)
El mandamiento de glorificar a Dios en todo se aplica al terreno de los apetitos. ¿Habrá algo más común y corriente en la vida humana que el comer y beber? Todos lo hacemos tres veces al día, sin pensar mucho en ello. No solo al predicar un sermón, enseñar una clase o cantar un solo glorificamos a Dios. El texto nos enseña que aun en lo más común y corriente, como comer y beber, podemos glorificar a Dios. Es más, hacerlo es nuestro deber.
En la misma epístola Pablo discute otro apetito —el deseo sexual— exactamente en el mismo sentido. Hablando de la vida sexual, exhorta a los corintios: «habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1Co 6.20). Para los cristianos, según Pablo, el sexo no es una mera función biológica; ¡es más bien una celebración doxológica!
¡Es aún más impresionante este mandamiento, porque los corintios lidiaban con terribles problemas precisamente en el área de los apetitos! En el capítulo siguiente Pablo redarguye a los corintios porque en la Santa Cena «al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga». Con ese egoísmo, en la misma Cena del Señor (¡la Santa Comunión!), ellos avergonzaban a los pobres que no tenían nada para comer (11.21–22).
Aún peor era el pecado y el escándalo del desorden sexual entre los corintios. Había un caso de incesto (cap. 5) y Pablo tiene que advertir a los hombres que dejen de visitar a las prostitutas (6.25–16; no cabría la reprimenda si no hubiera habido algunos que acostumbraran visitar la zona roja de esa ciudad portuaria, famosa por su moral relajada). Ante esa situación de pecado, Pablo no solo les exhorta a corregir su comportamiento y a huir de la fornicación (6.18) sino —¡qué contraste más grande y qué exhortación más sorprendente!— les llama a glorificar a Dios con los mismos cuerpos con que antes practicaban el pecado (6.20).
Así, este primer mandamiento nos da una enseñanza a la vez desafiante y animadora: Podemos glorificar a Dios en todas nuestras acciones, hasta en las más triviales y, sobre todo, en aquellas areas donde somos más débiles.
Hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús (Col 3.17a)
El contexto de este mandamiento describe en toda su amplitud la vida abundante que Dios desea para nosotros, con énfasis particular en las relaciones interpersonales:
Vestíos …, de entrañable misericordia….
soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros….
Y sobre todas estas cosas vestíos de amor que es el vínculo perfecto.
Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones,
a la que fuisteis llamados en un solo cuerpo.
Colosenses 3.12–15
En San Pablo, la f’órmula «en Cristo» expresa nuestra unión con él por el Espíritu Santo, en quien somos su cuerpo y él es nuestra vida. Actuar y hablar «en el nombre del Señor Jesús» significa mucho más que solo repetir esa frase, como algunos la toman con ligereza y hasta con frivolidad; significa vivir en íntima comunión con él, de tal modo que su voluntad sea la voluntad nuestra y que él pueda actuar en y por nosotros. Por lo mismo, se nos vuelve imposible llevar a cabo cualquier acción que no podamos efectuarla en el nombre de él.
En los países latinos pasa algo inaudito para otras culturas: a muchos niños y hasta niñas se les da el nombre «Jesús», de modo que muchas personas llevan ese sagrado nombre (aunque en tiempos antiguos era un nombre común). A los nuevos misioneros eso nos extrañaba y observábamos con especial atención la conducta de esas personas, para ver si correspondía a su nombre. ¡A veces la incongruencia entre su nombre y su conducta parecía escandalosa! Pero de hecho, todos los cristianos y cristianas nos llamamos «Jesús». ¿Llevamos dignamente ese nombre, honrándolo en todos nuestros hechos y palabras?
Hacedlo todo dando gracias a Dios
Nuevamente el contexto amplía el significado de la frase:
Sed agradecidos (Gr. eujaristoi, «eucarísticos»).
La palabra de Dios more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor,
con salmos, himnos y cánticos espirituales….
Y todo lo que hacéis, hacedlo dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Colosenses 3.15–16.
Bien se ha dicho que las dos palabras más importantes de la fe evangélica son «gracia» y «gratitud». En 2 Corintios 8 al 9, San Pablo, al pedir a los corintios que enviaran su aporte para los pobres de Jerusalén, nos da una profunda exposición de la gracia de Dios (járis de Cristo 8.9; manifestada en nosotros 8.1, 4, 6s, 19; 9.8, 14) y de nuestra «gratitud por la gracia» (járis 8.16; 9.15; eujaristía 9.11, 12). Esta teología de la gracia se resume en tres afirmaciones medulares: (1) «conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre» 8.9; (2) «poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia» 9.8 y (3) «gracias a Dios por su don inefable» 9.15).
En toda la historia cristiana, nadie vivía más de gracia y gratitud que Santa Teresa de Ávila. Firmaba sus cartas «Teresa, pecadora» y amaba a Jesús como su Salvador. Cuando sus enemigos la criticaban, ella expresaba: «Gracias a Dios, que mis enemigos no conocen mis peores defectos». Cuando al fin accedió a escribir su autobiografía, la tituló: El libro de las misericordias de Dios (que hoy aparece como subtítulo). Teresa veía cada día como una nueva página en el gran libro de la gracia de Dios para con ella.
Cuando Abelardo, un personaje muy diferente, escribió sus memorias, las tituló: La historia de mis calamidades. No es que Santa Teresa no sufriera, pues sufrió mucho. Más bien, se trata de dos maneras de ver la vida: El libro de las misericordias de Dios o la historia de mis calamidades.
La diferencia la hace la gratitud, el saber vivir «eucarísticamente».
Hacedlo todo de corazón (Col 3.23)
De nuevo aparece la frase clave, «todo lo que hagáis», ahora aplicado al terreno laboral, dirigida específicamente a los esclavos: (1)
Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales,
no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres,
sino con corazón sincero, temiendo a Dios.
Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como para el Señor y no para las demás personas,
sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia,
porque a Cristo el Señor servís.
Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere,
porque no hay acepción de personas.
Amos haced lo que es justo y recto con vuestros siervos,
sabiendo que vosotros tenéis un Amo en los cielos.
Colosenses 3.22–4.1 (cf. Ef 6.5–9)
Este versículo, en sus dos cláusulas, vuelve a tocar la motivación de la vida y conducta cristianas, complementando la gratitud mencionada en 3.17. Nos extraña encontrar esta exhortación a los siervos y siervas no solo a obedecer a sus amos sino a «hacer todo de buena gana» (3.23 Dios Habla Hoy). Es que el trabajo creativo es parte de la imagen de Dios en nosotros. (2) Bajo cualquier circunstancia, trabajar bien glorifica a Dios y la pereza menoscaba la imagen divina en nosotros.
Si San Pablo esperaba de los siervos del primer siglo que metieran ganas a su trabajo, cuánto más debemos nosotros realizar nuestros trabajos de corazón, con empeño. Si estudio, debo ser el mejor estudiante que pueda ser. Si juego fútbol, debo glorificar a Dios en la cancha. Si soy mecánico, con esa maravillosa inteligencia que Dios ha dado a algunos, mi meta será mantener en las mejores condiciones los autos de mis clientes. Si soy pastor o teólogo, haré todo por superarme constantemente para servir a Dios y al pueblo con la máxima efectividad y bendición. En cualquier caso, si vale la pena llevar a cabo un trabajo, entonces vale la pena completarlo bien, con todo el ánimo.
Hacedlo todo para el Señor y no para ser visto por la gente (3.23b)
Aquí el texto penetra a lo más profundo de nuestra motivación. La frase anterior aclara bien el sentido: «no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios». La irresponsabilidad en el trabajo es una falta de temor a Dios; el temor a Dios debe motivarnos a trabajar bien. «El amor de Cristo nos apremia», escribe San Pablo en 2 Corintios 5.14 (Biblia de Jerusalén).
Muchas veces trabajamos solo por el salario, y, en lo posible, el más alto. O trabajamos por el éxito, para ser admirados y alabados por los demás, o sentirnos orgullosos de nuestros logros. O cumplimos un mínimo de trabajo, solo para que el jefe no nos despida. Todo eso es lo que Pablo llama «sirviendo al ojo».
A. J. Cronin era un famoso novelista estadounidense que se interesó mucho en el movimiento misionero y viajó por todo el mundo buscando misioneros y visitando con ellos y ellas. Una vez, muy en el interior de la China, se encontró con una enfermera cristiana que soportaba las condicones más difíciles en su trabajo, sin las comodidades básicas de la vida. A Cronin se le ocurrió comentarle: «Señorita, yo no haría lo que usted hace, ni por un millón de dólares».
«Yo tampoco». respondió la enfermera. «Pero amo a Dios y amo a esta gente, y por eso estoy aquí muy contenta con este trabajo».
Y nosotros, ¿para qué y por qué trabajamos y vivimos?
¿Cuál es la motivación básica de nuestra existencia?
(1) Dejaremos a un lado el tema complejo del nt y la esclavitud. Este texto tiene que verse dentro de su contexto histórico. Se han dado diferentes interpretaciones de la esclavitud en la segunda mitad del primer siglo. Es significativo también que tanto aquí como en Efesios 6.9 Pablo responsabilice a los amos a ser justos.
(2) Según Génesis 2, Adán trabajaba antes de caer en el pecado. El trabajo no fue resultado del pecado, sino solo la fatiga, la pereza y el aburrimiento. El trabajo debe ser creatividad a la imagen y semejanza de Dios.
Preguntas para estudiar el texto en grupo:1. ¿Cuáles son los cinco mandamientos del Nuevo Testamento?2. ¿A qué se refieren cada uno de los tres segmentos de estos cinco mandamientos?3. ¿A qué área se aplica específicamente cada uno de los cinco mandamiento?4. ¿Por qué para Pablo era tan importante aplicar de manera especial el primer mandamiento al área de los apetitos?5. Por cada uno de los cinco mandamientos del nt, formule una pregunta que consiga desafiar su vida hacia una transformación integral.
El autor (http://www.juanstam.com), oriundo de Paterson, Nueva Jersey, es uno de los teólogos evangélicos «latinoamericanos» más pertinentes de la actualidad. Aunque es estadounidense de nacimiento, se nacionalizó costarricense como parte de un proceso de identificación con América Latina que lleva más de cincuenta años. Está casado con Doris Emanuelson, su compañera de camino, nacida en Bridgeport, Connecticut.