por Walter Kallestad
Muchas veces, el único camino para recuperar la vocación es el cambio radical.
NOTA: En el artículo «Se cierra el espectáculo» (en este mismo número) el pastor de una congregación de 12 mil relató la crisis por la que atravesó. En este artículo comparte los dramáticos cambios que implementaron para recuperar la vocación de hacer discípulos.
Operación rescate
Me di cuenta de que para lograr transformar esta congregación nuestro trabajo no consistiría en ejecutar pequeños ajustes. Nos urgía tomar pasos radicales.
En la próxima reunión de ancianos anuncié: «Soy un hombre cambiado. Quiero que sepan que aún estoy interesado en seguir pastoreando esta congregación, pero, si continúo conduciremos a la congregación de otra manera. Lo que quiero saber es ¿si aún así les interesa que yo sea su pastor?» Luego de compartirles lo que había vivido durante mi período de convalecencia, esperé su respuesta.
Uno de los ancianos confesó: «Pastor, desde hace tiempo me he dado cuenta de que algo no funciona bien en esta iglesia. No había conseguido identificar cuál era el problema, pero usted tiene razón. Necesitamos dirigirnos en otra dirección». Uno por uno del resto de los ancianos afirmaron su deseo de dejar atrás el modelo de espectáculo para construir un modelo de discipulado eficaz.
El voto fue unánime y echamos manos a la obra.
Proceso doloroso
No elegimos un cambio gradual. Actuamos de inmediato. Despedimos a todos los cantantes y comenzamos a convocar voluntarios con un corazón dedicado a Dios para dirigir la adoración. Ya no les pedíamos a los músicos que nos deslumbraran; queríamos que nos ministraran adoradores. Pero la poda siempre causa dolor.
Las multitudes, que esperaban un espectáculo, se fueron a otro lado. Antes del éxodo, 12.000 personas frecuentaban nuestros cultos. En el proceso del éxodo, perdimos un tercio de nuestra congregación. No solo la iglesia quedó destrozada, sino que también yo me sentía devastado. Observaba los asientos vacíos e intentaba contar, para evaluar el daño. Luego me perdía en la cuenta. Y cuando volvía a comenzar, escuchaba que Dios me reprendía: «Al contar los asientos me deshonras. Adórame. Entra en mi presencia. Estoy aquí. Se trata de mí. No se trata de cuántas personas asisten a la iglesia.»
Cada lunes procuraba olvidarme de la situación y disfrutar de mi día libre; pero cuando llegaba el martes a mi escritorio, me encontraba con una pila de tarjetas con comentarios de «consumidores» molestos:
«Todos se están yendo, ¿no te importa?»
«¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? Antes era tan alegre y emocionante. Ahora parece un funeral.»
«Walt, quizás sea tiempo de que renuncies y dejes que alguien más ocupe tu lugar.»
«Todos mis amigos se están yendo. Ya no es lo mismo.»
«Ya no me siento con libertad de invitar a mis amigos. La música es terrible. No me agradan los sermones. ¿No puedes ver que el barco se hunde?»
Como en la Guerra Civil, este cambio dividió familias. Algunos se quedaron y otros se marcharon. Fue desgarrador.
La poda es dolorosa. Pero también es saludable.
Al marcharse los espectadores, surgió la verdadera adoración. En uno de nuestros primeros encuentros, leí el sermón de Pedro en Pentecostés en Hechos 2. Resumí el texto y exhorté: «Cree. Bautízate. Eso es lo que pide Dios. ¿Alguno quiere bautizarse?» Esas pocas palabras fueron todo mi sermón. Ese día, más de cien personas entregaron su vida a Jesús y las bautizamos en el acto.
Un nuevo modelo
Un nuevo modelo implicaba que redefiniéramos el concepto de éxito. Si continuábamos midiendo el éxito con la misma vara, nos sentiríamos un completo fracaso, en especial si considerábamos la notable disminución de la asistencia y «calidad» de nuestro culto de adoración. Honestamente, esos temas todavía nos preocupan de alguna manera, pero no son tan importantes como la tarea de desarrollar discípulos fortalecidos. ¿De que le sirve a un hombre construir una iglesia espectacular si pierde, por el camino, a la comunidad?
En vez de contar miembros y ofrendas, ahora buscamos pruebas de que las personas estén emergiendo de sus vidas privadas y protegidas, para comprometerse completamente con Dios y el servicio a los demás. Queremos que se dediquen a algo más que tomar un café en el hall o encontrarse con alguna persona nueva durante los cultos de alabanza. Deseamos que profundicen las relaciones personales, que cultiven amistades, de esas en las que el tiempo pasa volando cuando están juntos, que estén dispuestos a que los demás los llamen cuando surja alguna emergencia. Los animamos a buscar un mentor y a ser mentores.
Antes, protegíamos el anonimato; ahora los insertamos en la comunidad para que vivan en comunión. Antes los invitábamos a la iglesia; ahora los invitamos a que sean la iglesia. Antes preguntaba: «¿Cómo conseguir que asista más gente a la iglesia?» Ahora pregunto: «¿Cuál es la mejor manera de equipar y fortalecer a las personas para que muestren la iglesia en el lugar en el que Dios los ha llamado a servir?» Algunas personas comenzaron a desarrollar iglesias en las casas. Mike y Kim inauguraron la Iglesia de los Tacos. Adoraban en su restaurante de tacos y luego compartían una cena todos juntos.
Levantar una iglesia en un restaurante de tacos es una excelente idea para compartir tiempo juntos, pero no resulta muy práctico para los cultos de bautismo. Cuando necesitan bautizarse, en vez de llevar a los convertidos a nuestra iglesia, Mike y Kim toman prestado el bautisterio portátil y lo llenan con agua del jacuzzi de su casa. No es precisamente la manera más eficiente de cumplir el ministerio, pero así se lleva a cabo en el mercado laboral. Invitar a miembros de nuestra congregación a que comiencen una iglesia de tacos no ayuda a incrementar la asistencia a nuestros cultos, pero extiende el Reino y logra nuestra misión de equipar a discípulos fortalecidos.
Esto no es una red social; es un ministerio. Algunos se establecerán por su cuenta y comenzarán con una iglesia, como trabajaron Mike y Kim. Aun cuando no levanten ninguna, esperamos que estén ministrando activamente a los demás en sus necesidades, aun en situaciones de vida o muerte.
«Walt, mi nieto está internado en el hospital y no creo que logre salir adelante —me comentó Lee—. ¿Podrías ir a orar por él?»
«Por supuesto, Lee, puedo ir y orar, pero tú también puedes ministrar a tu nieto. Ven conmigo —le pedí. Nos dirigimos al altar y le entregué un pequeño frasco con aceite—. Lleva esto contigo al hospital; vierte una gota de aceite en su frente y ora a Dios para que lo sane».
Antes, el equipo trabajaba en un entorno de extenso control y poca responsabilidad. Controlábamos la programación y las personas acudían si querían venir. Cada miembro ejercía muy poco control y por eso su responsabilidad era mínima. Ahora nuestro control es escaso, pero la responsabilidad es mayúscula. Nuestro control ha disminuido, pero les damos a las personas la responsabilidad de transformar a su comunidad.
No fui al hospital a ministrar al nieto de Lee; Lee oró por él. En lugar de controlar el ministerio, le di la responsabilidad a Lee para que ministre a su comunidad y le di las herramientas necesarias para que lo lograra.
Lee se presentó en el hospital para pastorear a su propia familia. «Tranquilo, hijo. voy a orar por ti» —Le advirtió. El niño vio cómo las temblorosas manos de su abuelo destapaban el frasco con aceite y lo escuchó mientras oraba.
«Te pido, en el nombre de Jesús, que sanes a mi nieto». —Oró Lee y luego vertió una gota de aceite sobre la frente del niño. Treinta y seis hora más tarde su nieto volvía a casa.
Hoy, definimos el éxito de esta manera: sumar vidas restauradas y discípulos fortalecido a la iglesia, uno por uno.
Se tomó de Showtime, No More.© Christianity Today International, 2008. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso