Trabajar juntos: ¿misión imposible?
por Nancy Becker
Las diferencias entre los hombres y las mujeres no deben ser un obstáculo para un trabajo compartido.
Una película acerca de dos abogados (una mujer y un hombre) que trabajaban juntos contiene una escena llamativa. Organizan una cantidad de facturas de embarque. Uno de los abogados las ordena por el tamaño del embarque. El otro las organiza según el destino del embarque. En la película cada abogado reordena, una y otra vez, el trabajo que la otra persona ha realizado, para que el orden resulte más «lógico».
En mi experiencia, ¡esta escena es típica! Lo que resulta lógico para las mujeres es ilógico para los hombres. La manera natural y efectiva que emplean los hombres para organizarse le resulta confusa y desordenada a la mujer. En especial he observado, en el ámbito de la iglesia, que las diferencias entre hombre y mujer parecen chocar e impiden que desarrollemos la obra de Cristo. Solamente cuando comencé a reconocer y apreciar estas diferencias pude entender de qué manera los hombres y las mujeres se pueden convertir en efectivos compañeros de ministerio.
Reconozco que mis observaciones padecen las limitaciones que sufren todas las generalizaciones. Cada uno de nosotros poseemos características femeninas y masculinas, y ninguna observación es absoluta para todos. No obstante, en el ministerio he observado que las tendencias masculinas y femeninas pueden ser tanto motivo de conflicto como de cooperación.
Reuniones y decisiones
Susana llegó a la primera reunión del equipo ministerial informada de que el tema sería escoger el material para la escuela dominical. Tomó por sentado que los ancianos examinarían cada uno de los ejemplares disponibles, intentando identificar sus puntos fuertes y débiles. Suponía que, luego de este proceso, dialogarían acerca de cuál era el que mejor se ajustaba a las necesidades de la iglesia.
Susana había trabajado por unos cuantos años en la escuela dominical, por lo que se sentía con experiencia para opinar. No obstante, se tomó el tiempo necesario para examinar cuidadosamente, antes de la reunión, todo el material.
Al rato de haber comenzado la reunión Susana descubrió que muchos de los ancianos ya habían formulado sus opiniones sobre el material. De hecho, uno de los hombres presentes rápidamente propuso la moción de que se aceptara el material que él había seleccionado. La discusión que resultó de esta moción, sin embargo, mostraba para Susana más el carácter de un debate. No participó porque los demás parecían estar seguros de sus perspectivas, y ella no lo estaba. Había entendido que su decisión sería fruto del diálogo entre colegas.
Cuando los ancianos finalizaron la discusión, aprobaron la moción y pasaron a otro tema. Susana regresó a su casa, luego de la reunión, sintiéndose inepta y con falta de experiencia. Se planteó si realmente estaba en condiciones de servir en el equipo ministerial.
El problema, sin embargo, era otro. Susana estaba acostumbrada a reuniones dirigidas por mujeres. En un entorno femenino las mujeres por lo general intentan arribar a un consenso antes de votar. Muchas veces resuelven problemas y forman opiniones a medida que avanza la conversación. Para muchas el dicho «en ocasiones no sé que es lo que pienso hasta que escucho lo que digo» es real.
En un debate estructurado y formal una mujer puede sentirse tonta y desubicada. Del mismo modo, en una discusión libre que procura arribar a una decisión un hombre puede sentir que está sobre arena movediza. Cualquiera de los dos métodos pueden conducir a una buena decisión, aunque el camino que recorren sean diferentes.
Conversación y competencia
Los hombres y las mujeres con los que trabajo emplean la conversación de diferentes modos. Para los hombres una conversación puede tornarse competitiva y eso suele confundir a una mujer.
Alejandro (un paisajista), José (un electricista) y Ana (la tesorera de la congregación) se reunieron para hablar sobre un proyecto para un parque aledaño al edificio. Inmediatamente Alejandro y José modificaron el plan con nuevas propuestas. Cada vez que Alejandro sugería un nuevo arbusto José añadía un nuevo artefacto de iluminación. Cuando Alejandro añadía un nuevo cantero para flores, José añadía otro artefacto más. Cuando José sugirió que se podría utilizar una red de electricidad subterránea, Alejandro sumó la idea de irrigación subterránea. Como no le preguntaban a Ana cuál era su opinión, ella se sentía excluida de la conversación.
Tanto Alejandro como José sinceramente deseaban utilizar sus dones para la iglesia. Ambos asumían que si Ana no intervenía era porque no quería sumarle nada a la conversación. Ana, sin embargo, tomaba por sentado que en algún momento le iban a preguntar acerca de su opinión. Entre mujeres es de mucha importancia que todos participen de una conversación. Las mujeres tienden a darse cuenta cuando alguien no habla, y buscarán la forma de incluir a los más tímidos modificando su propia participación.
Cuando a una mujer que es parte de un equipo mayormente conformado por hombres no se la invita a participar, tiende a sentirse excluida. Los hombres en cambio, asumen que si la mujer quiere hablar, tomará la iniciativa y lo hará. De alguna manera muchas mujeres han incorporado la noción de que al hombre no se le debe interrumpir. Muchas veces he escogido con cuidado mis palabras y, nervios de por medio, he intentado interrumpir solamente para observar cómo se cambia de tema.
Como resultado de esta experiencia suelo tener a mano esta frase: «¿Me pregunto si puedo comentar algo en este momento?» No intervengo en un tono agresivo o cargoso. Simplemente estoy buscando la forma de participar apropiadamente en una conversación dominada por hombres. A la misma vez animo a los hombres que son parte del equipo a que sean sensibles a las mujeres más calladas. No indico con ello que los hombres y las mujeres deben modificar la forma en que llevan adelante una conversación, sino que sean conscientes de las formas que emplea el otro sexo.
Al azar o secuencial
He observado que los hombres y las mujeres organizan su trabajo de maneras diferentes, especialmente cuando trabajan en grupos. Las mujeres tienden a pensar del trabajo como si fuera un rompecabezas. Suelen repartirse las tareas sobre la marcha, decidiendo lo que es prioritario según la etapa del proceso.
He observado, por ejemplo, a un grupo de mujeres organizando, a último momento, el envío del boletín congregacional. Varios procesos se llevaban a cabo de manera simultánea. Algunas doblaban los boletines, otras ensobraban, unas pegaban estampillas y otras más sellaban los sobres. Si la mujer que ensobraba se quedaba sin boletines se pasaba al equipo que los doblaba. Al rato, otra mujer asumía la responsabilidad de ensobrar. Eventualmente, este proceso aparentemente desorganizado logró que se completara el proyecto.
Conozco a muchos hombres a quienes este estilo de trabajo los enloquecería. Esto ocurre porque los hombres tienden a mirar un proyecto como si fuera una escalera, con escalones claramente definidos. La sensación que tienen es que no se puede comenzar con el escalón dos si el primer escalón no ha sido terminado. ¿Recuerda lo que ocurrió con el currículo de la escuela dominical? Los hombres no querían revolotear alrededor de la decisión, arribando eventualmente a una conclusión. Decidir qué material utilizar era un proyecto con claros pasos a seguir: presentar una moción, debatir y votar.
Diplomacia o desacuerdo
Los hombres y las mujeres tienden a manejar el conflicto de manera diferente. Los hombres parecen poseer un nivel inagotable de tolerancia ante reiterados conflictos de personalidad y desacuerdos en el mismo grupo. Muchas mujeres, en cambio, se vuelven sumamente incómodas cuando en un grupo existen diferencias. Con frecuencia desean resolver estas diferencias, pero sin confrontar a nadie.
Luisa y Marcos eran codirectores del equipo de educación de adultos. Luisa usualmente dirigía las reuniones, utilizando un método que permitía que todos se sintieran incluidos. Cuando asomaba una situación de conflicto por lo general lograba desviar la conversación y apaciguar los ánimos.
Una de las personas en el equipo, Carla, mujer agresiva, con una clara tendencia a ser negativa, solía desinflar las sugerencias de los demás con comentarios sarcásticos o ilustraciones de otros que habían fracasado en el mismo intento. Los demás en el equipo hallaban que era difícil relacionarse con ella. Muchas veces la discusión moría en un frustrado silencio.
Luisa intentó cambiar la actitud de Carla por diferentes caminos. Nada parecía funcionar, sin embargo. Los miembros del equipo comenzaron a faltar a las reuniones. Luisa pensó que quizás sería necesario confrontar a Carla directamente, por lo que consultó con Marcos acerca del camino por seguir.
Aunque Marcos no consideraba que el problema con Carla era serio, aceptó hablar directamente con ella. La llamó y le pidió, con cortesía y firmeza, que dejara de «apagar el espíritu» con sus comentarios negativos.
A partir de ese momento, cada vez que Carla echaba por tierra una idea, Marcos le recomendaba: «Intentemos ser más positivos, Carla. Busquemos la forma de avanzar juntos». Después de un tiempo Luisa también comenzó a animarse a confrontar, con amor, a Carla cada vez que se volvía agresiva. Carla no fue milagrosamente transformada, pero sí aprendió a trabajar mejor con el resto del grupo.
Luisa y Marcos se beneficiaron mutuamente de esta experiencia. Marcos aprendió cómo trabajar para lograr un buen espíritu en el grupo. Luisa descubrió nuevas formas de manejar situaciones de conflicto.
En busca de puentes
No desearía que mis observaciones, basadas en una limitada experiencia de ministerio, se tomen como reglas para toda situación. No obstante, me ha resultado útil identificar algunas tendencias en el comportamiento de hombres y mujeres. Como resultado, siempre que estoy en un equipo mixto intento recordar tres principios.
Mi forma de ver las cosas no es necesariamente incorrecta, ilógica o menos inteligente. Tampoco puedo dar por sentado que mi forma de ver la realidad es más inteligente, lógica o racional. Simplemente es diferente. Los hombres y las mujeres pueden aprender mucho el uno de la otra. Para lograrlo debemos estar dispuestos a aceptarnos.
Mantenga el sentido de humor. No me preocupo demasiado por las diferencias y los conflictos. Lograr manejar las diferencias y los conflictos con buen humor y flexibilidad es una de las formas en que conseguimos reducir la distancia que existe entre los sexos.
Sea usted mismo. Cristo me ha llamado a servirlo y me ha dado dones especiales para responder a ese llamado. No necesito ser como los demás, y mucho menos como un hombre. Los hombres y las mujeres han sido creados para servir juntos en la voluntad de Dios. Quizás lo sirvamos de maneras diferentes, pero nuestra vocación es la de animarnos los unos a los otros a convertirnos en mejores siervos de su voluntad, no de nuestras idiosincrasias.
Se tomó de Can Men and Women Work Together? Christianity Today, 1991. Todos los derechos reservados. Se usa con permiso.