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Trasquilando al rebaño

Trasquilando al rebaño

por Andrés Panasiuk

El trasquilador no tiene intenciones de dañar irreversiblemente a la oveja, la mayoría de los «trasquiladores» sólo quieren venderles a las ovejitas algún producto o servicio, sacarles algún beneficio, dejarlas en paz por un tiempo y, luego, ¡trasquilarlas nuevamente!

«Pocas cosas me irritan como cristiano, pero si algo me saca de quicio son los cristianos que trasquilan a otros cristianos». Eso es lo que dice Larry Burkett, fundador y presidente de Conceptos Financieros Cristianos. Estoy totalmente de acuerdo.


Me gusta el término «trasquilar», porque el trasquilador no tiene intenciones de dañar irreversiblemente a la presa. No está allí para robarle. Al contrario, la mayoría de los «trasquiladores del rebaño» sólo quieren venderles a las ovejitas algún producto o servicio, sacarles algún beneficio, dejarlas en paz por un tiempo y, luego, ¡trasquilarlas nuevamente!


El proceso puede incluir a cristianos que invitan a otros cristianos a hacerse ricos de la noche a la mañana (en algún tipo de estratagema de niveles múltiples) o incluir simplemente la venta de artículos para el hogar. Puede ser que, inclusive, el producto sea bueno, pero como no se tiene un punto de comparación claro y específico (como cuando uno va al mercado), o porque se supone que el producto es extremadamente raro (como las botellas con agua del Jordán o las piedras de las minas del rey Salomón), dentro del ámbito de la iglesia uno termina pagando mucho más de lo que pagaría por un producto similar en la calle.


No creo que sea malo que los cristianos vendan cosas a otros cristianos. Lo que no veo bien es que algunos cristianos se aprovechen de la credulidad y de la amistad de otros cristianos para beneficio propio, para venderles algo que aquellos no necesitan o para involucrarlos en algún tipo de negocio «bomba» que mueve motivaciones incorrectas en la vida del creyente y que, generalmente, lo llevan a perder dinero.



El trasquilador vestido de oveja

Sea el caso que fuere, el argumento más importante del vendedor es que el producto o servicio es para «ayudar a las personas» o para «ayudar a la iglesia o al ministerio». Una vez que ese argumento es vendido y, consecuentemente, aceptado, no hay límites para el tipo de negocios en que el trasquilador se pueda involucrar.


Por ejemplo, están los que ofrecen servicios de consejería financiera cristiana «gratuita» con el fin de vender algún producto o servicio. Esos son lobos disfrazados de ovejas. ¡Cuidado!


Algunos harán una presentación sobre higiene y tratarán de vender productos de limpieza. Otros ofrecerán trabajo en las iglesias en países donde hay necesidad y tratarán de reclutar gente que trabaje para ellos. Algunos otros, inclusive, darán «clases» de cosmetología para vender cosméticos a las hermanas de la iglesia. Estas actividades no están mal. Pero cuando se las lleva al ambiente de la congregación y se empiezan a involucrar las relaciones interpersonales y las relaciones ministeriales, las aguas se enturbian.


Finalmente, también tenemos aquellos casos donde los mismos líderes de la congregación se convierten en «ordeñadores» de la manada. En este caso particular, los líderes han encontrado la manera de crear una empresa paralela a la iglesia para vender productos a la gente que los admira como cristianos y utilizan su «peso» y respetabilidad para obtener beneficios económicos.


La iglesia, entonces, comienza a auspiciar la venta de ciertos productos o servicios que se «espera» que el creyente adquiera. Los cristianos los compran porque se sienten presionados a hacerlo o porque piensan que les traerán una «bendición especial» o, al menos, «buena suerte». La Palabra de Dios afirma: «Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición» (1 Ti. 6:9).


No hay nada malo con que un negociante arme un negocio y venda su producto a un comprador (sea cristiano o no). El problema surge cuando las líneas límite entre el ministerio y el negocio se hacen imperceptibles. Debemos recordar que un negocio vende un producto y espera una ganancia, mientras que un ministerio existe para servir y no espera recibir nada a cambio. Si un negocio es bueno y vale la pena, no necesitará respaldo ministerial para tener éxito; pero si estos «hermanos» son insistentes y hasta le ofrecen al pastor una comisión, ¡bátase en retirada, que se viene la esquila!

La credibilidad usurpada

«Uno de los mejores métodos de mercadeo dentro de la comunidad o de los círculos cristianos», dice también Burkett en su libro Usando su dinero sabiamente (Editorial Unilit), «es la credibilidad usurpada». Esto ocurre cuando un negociante utiliza la credibilidad de un ministerio en beneficio propio.


Cuando trabajaba como administrador de una radio cristiana, por ejemplo, solíamos tener en el aire a entrevistados que eran vendedores de bienes raíces y explicaban a nuestros oyentes cómo comprar una casa. Sin embargo, antes de salir al aire nos asegurábamos de varias cosas:


  • que el público supiera que ellos trabajaban para una empresa inmobiliaria como vendedores, no como consejeros;
  • que los consejos en el aire fueran totalmente neutrales y desinteresados;
  • que los entrevistados nos prometieran que en el caso de que algún oyente les preguntara, le recomendarían una empresa inmobiliaria cerca de la casa del oyente;
  • que en el caso de que algún oyente quisiera hacer negocio con ellos, lo tratarían con la más absoluta integridad, y
  • que no usarían nuestro nombre como recomendación para sus servicios.

Entonces, no está mal brindar información a los miembros de nuestras iglesias. El asunto es con qué fin lo hacemos. ¿Es realmente para beneficiarlos a ellos o hay algún otro motivo escondido? ¿Es para informarles sobre cómo comprar una casa o para obtener una comisión por las ventas que se generen en el programa radial?


Recuerdo que en mi vida ministerial he recibido numerosos llamados telefónicos de compañías que prometían «beneficiar» al ministerio si estábamos dispuestos a recomendar tal o cual marca de producto, tal o cual servicio financiero, o tal o cual viaje al Caribe. Algunos ofrecían dinero en efectivo para mi iglesia, para mi cuenta de cheques y, en el caso de agencias de viajes, hasta pasajes gratis para mi esposa y para mí.


No está mal recomendar a otros cristianos productos o servicios que sabemos son de confianza. En Conceptos Financieros lo hacemos con los servicios de cuya integridad estamos absolutamente seguros, bajo normas muy estrictas y, por supuesto, ¡jamás aceptamos ninguna retribución por ello!


Cuando hay algún dinero o beneficio de por medio, es difícil ser neutral. Supóngase que el hermano X viene y le dice: «Pastor, tenemos una oferta especial de un viaje a Israel. Si usted acepta y convence a otras nueve personas para ir con nuestra empresa, usted y su esposa pueden ir en forma gratuita o nosotros podemos hacer una donación especial para su congregación».


Si el pastor acepta el arreglo y luego se da cuenta de que la gente terminará pagando varios cientos de dólares más de lo normal por ir con esta compañía, costará trabajo decidir entre la tentación de un viaje gratis a Israel y decirle la verdad a sus feligreses. Su congregación ha sido trasquilada.



La Palabra nos confronta

En Marcos 11 el Señor Jesucristo purifica el templo atacando a los cambistas y vendedores de animales. Este es un pasaje interesante porque el arreglo que tenían estos «proveedores de servicios» con las autoridades del templo seguramente pasaría el escrutinio de muchas congregaciones latinoamericanas de nuestros días.


En primer lugar, los cambistas y vendedores no estaban «técnicamente» dentro del propio templo. Muchos estudiosos de las Escrituras los ubican en una sección del templo de Herodes que fue rellenada durante la construcción del mismo y que no pertenecía a la estructura original.


En segundo lugar, la práctica de vender animales a aquellos que venían desde lejos estaba protegida por la Ley.


En tercer lugar, esa práctica era para beneficio de los adoradores. Si alguien tenía que viajar desde tierras lejanas, con sólo llevar algo de dinero se evitaba tener que cargar un animal hasta Jerusalén. Había una «necesidad» y los mercaderes la satisfacían ofreciendo un «servicio».


En cuarto lugar, los cambistas, los vendedores y los sacerdotes estaban contentos porque todos recibían su respectiva porción del negocio. Los vendedores dependían de los sacerdotes para conseguir animales a bajo precio y un puestito en el templo; los sacerdotes dependían de los vendedores para recibir su respectiva «porción» de las ventas. Los adoradores, por su parte, debían comprar los animales «bendecidos» por los sacerdotes que vendían los mercaderes.


La pregunta es, entonces: ¿por qué, si todos estaban contentos y el sistema funcionaba tan bien, es que Jesús hace un desparramo en el templo? Probablemente porque Jesucristo vio que los mercaderes compraban barato y vendían caro, que los cambistas se aprovechaban de la necesidad del pueblo y que el servicio y el ministerio a ese millón de personas que llegaban a Jerusalén se había transformado en una empresa multimillonaria que tenía una sola misión: trasquilar a los feligreses.


No crea que hay mucha distancia entre el templo de Jerusalén y el de su iglesia. Es cierto: el campo es grande y la mies es mucha. Sin embargo, cuidado con los trabajadores que están aquí sólo por «la lana».

Andrés F. Panasiuk, argentino, es director para América Latina de Conceptos Financieros Cristianos. © Conceptos Financieros Cristianos. Usado con permiso. Apuntes Pastorales Volumen XVII, número 1. Todos los derechos reservados.