Biblia

¡Un descuido fatal!

¡Un descuido fatal!

por Mauricio J.Roberts

Muchos líderes distinguidos han comandado ejércitos en tierra y armadas en el mar, pero no han podido resistir uno o dos pecados que los acosaban. Las batallas más feroces no son tanto las de afuera sino las que se libran dentro de nosotros. Esta es la óptica de la Biblia sobre el tema y por eso la Palabra de Dios nos dice: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón.»

Cuántas veces nos dice la Biblia que vigilemos nuestros propios corazones. Sin embargo, ¡con cuánta frecuencia los cristianos resbalan y caen por falta de diligencia en esta tarea tan básica! No es de balde que la Biblia diga: «Mejor es…el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Proverbios 16.32).


Muchos han servido a sus países como presidente o primer ministro y no han podido guardar sus propios corazones y vidas de la simple codicia o las tentaciones más comunes. Muchos líderes distinguidos han comandado ejércitos en tierra y armadas en el mar, pero no han podido resistir uno o dos pecados que los acosaban. Las batallas más feroces no son tanto las de afuera sino las que se libran dentro de nosotros. Esta es la óptica de la Biblia sobre el tema y por eso la Palabra de Dios nos dice: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón.» (Proverbios  4.23)


Tarea ingrata


Guardar el corazón no es una tarea por la que recibamos muchos halagos o reconocimientos de la gente. Es una actividad secreta del alma, que pasa desapercibida por todos menos por Dios. No nos otorgará un título honorario en teología ni nos elevará a alguna posición académica de prestigio. La tentación, entonces, es descartar este deber secreto de vigilar el alma por ser una tarea de escasa importancia que no merece nuestra atención.


Somos propensos, especialmente como creyentes nuevos, a evaluar la importancia de nuestros deberes por el grado en que nos permiten ser reconocidos públicamente. Quizá no esté del todo mal, pero es una actitud que tiene sus peligros. Las escaleras de Satanás que permiten rápido acceso a la fama e importancia, generalmente tienen algunos peldaños podridos que al principio no se perciben.


Somos todos muy inmaduros cuando se trata de evaluar nuestras prioridades espirituales. Es posible prepararnos diligentemente para cumplir con nuestros deberes externos pero dedicar poco tiempo a la preparación secreta. Nuestros sermones están listos, pero no así nuestros corazones. Nuestra vida exterior es impresionante, pero es posible que la privada esté desorganizada. Predicamos en forma bastante ortodoxa contra el pecado pero no lo lamentamos suficiente en el lugar secreto. ¿De qué otra manera podemos explicar las caídas ministeriales que conmocionan y horrorizan? ¿De qué otro modo podemos explicar los repentinos escándalos y las apostasías trágicas? El hombre interior fue olvidado en el apuro y ajetreo de prestar más atención a los deberes públicos.


Cuestión de prioridades


La Biblia corrige este enfoque desequilibrado de las prioridades espirituales. Nos enseña a mirar dentro de nuestra propia alma antes de corregir a todo el mundo. Nos manda asegurar la raíz antes de ocuparnos de la rama o los brotes. Si la raíz está sana habrá buen fruto a su tiempo, pero los frutos prematuros se secarán y morirán al poco tiempo si la raíz de nuestras almas es descuidada. «Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará» (Juan 15.2).


El alma es el tesoro más valioso que poseemos. Guardar el alma y cuidar su salud es nuestra inversión más inteligente. Sin embargo, ¡con qué poca frecuencia se hace! Si el estado de la sociedad refleja el sentir interior que los hombres tienen de la vida, ¡es evidente que se le presta muy poca atención al alma en estos días! Nuestros padres edificaron iglesias pero nosotros construimos supermercados y salones para deportes. Nuestros padres leían la Biblia y estudiaban teología, pero nosotros, si es que leemos algo, elegimos fantasía, ficción, e insensatez. Nuestros padres cuidaban las almas, las suyas y la de sus hijos, pero en nuestra época se piensa sólo en el cuerpo y sus apetitos. Podemos esperar que el mundo exterior prosiga con su enfoque pagano de la vida, pero el cristiano nunca debe perder sus prioridades bíblicas. El alma tiene que estar en primer lugar, si Dios ha de ser glorificado en nuestras vidas.


Un deber sagrado


El cristiano debe cuidar su alma como el «campo de Dios» que está en él. Después de todo, el alma es aquello que distingue al hombre de una bestia. Es esa parte de nosotros que originalmente llevaba con fidelidad la imagen de Dios. Nuestras almas son inmortales, eternas, no mueren. Aunque el pecado ha dañado en forma trágica la imagen de Dios en el alma, sin embargo, la regeneración, en el verdadero cristiano, ha restaurado esta imagen perdida. Si fuéramos concientes del valor del alma la guardaríamos como una joya muy valiosa y pondríamos todas nuestras facultades en estado de alerta para protegerla.


Una razón por qué debemos cuidar nuestras almas es esta: que un desliz puede borrar en un momento todo el bien que hubiésemos hecho. Un hombre puede ser un fiel predicador o misionero por años, pero si por algún desliz arruina su reputación, todas las buenas obras hechas durante veinte o más años quedarán sepultadas, en la mente de la gente, bajo esta caída, que quizá duró sólo un día. Tal es la naturaleza precaria de la vida que vivimos como personas espirituales. Caminamos sobre una cuerda floja moral en todo nuestro andar hasta que arribemos al «otro lado».


La segunda razón por qué cuidar de nuestra alma es esta: la sutileza de nuestro enemigo. ¡Si sólo lo recordáramos como debiéramos…! Tenemos un adversario que no se detendrá ante nada para provocar nuestra caída, si la puede lograr. Conoce bien tanto nuestra fragilidad como nuestro gusto por la comodidad. Él ajusta su carnada a nuestro agrado. Nos puede dar, como a Pedro, un fuego donde calentarnos. Nos puede ofrecer, como a Samsón, a una Dalila que nos seduzca. Todavía puede mezclar su copa con tal astucia que quien beba no despertará hasta que su alma esté en las llamas del infierno. Quien dude de todo esto considere a Balaám, o a Saúl, o a Judas Iscariote.


Si necesitamos una tercera advertencia para no descuidar nuestras almas tengamos presente el sumo cuidado que nuestro bendito Señor tuvo de la suya. A la edad de doce años estaba más preocupado con adquirir conocimiento de la verdad que de disgustar a sus padres. Esta es una lección sobre cómo un hombre perfecto valora los medios de gracia y tiene sed de hacer la voluntad de Dios. Los seres queridos, si fuere necesario, deben sufrir algo de dolor, pero ningún obstáculo le impedirá ocuparse de «los negocios» de su Padre (Lucas 2.49). Fijémonos también en nuestro Señor cuando enfrentó las tentaciones en el desierto, cómo rechazó al enemigo en cada giro y lo derrotó en todos sus ataques. Consideremos además como puso a Simón Pedro en su lugar: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!» (Mateo 16.23). La amistad es preciosa pero no debe interponerse entre Cristo y su misión de ir a la cruz.


Proteger nuestras almas, como Cristo aquí nos muestra, significa ponerle una guardia feroz y celosa sobre nuestro sentido de obligación a Dios. Es poner la voluntad de Dios ante todo en cada acción nuestra. Es preferir el camino del deber a la senda del placer. Es odiar todas las influencias y toda sugerencia que pudieran debilitar nuestra devoción a la voluntad de Dios, o que pudieran desacomodar nuestra decisión como cristianos de colocar la gloria de Dios ante toda otra consideración.


Camino sin retorno


Es muy posible, dado que nuestros corazones son corruptos, perder nuestro «primer amor» (Apocalipsis 2.4). Ya sea por mal ejemplo, o auto decisión o sencillamente porque se debilita nuestra decisión, el cristiano puede aprender a rebajar la norma de su obediencia. Lo que comenzó en su vida como oro a lo largo de los años se ha tornado en plata, luego bronce, y finalmente es sólo hierro y óxido. Antes «vivía»; ahora sólo tiene «nombre de que vive» (Apocalipsis 3.1). Su plata es ahora basura, y su vino está mezclado con agua. En el verdadero creyente este no es el caso en forma total, pero es posible que en cierta medida llegue a serlo. ¿Qué fue lo que ocurrió? Descuidó su alma.


Cuando una casa se derrumba, afecta todo, desde el techo hasta la base. Del mismo modo, cuando un cristiano descuida su alma, todos los aspectos de su vida espiritual sufren un visible deterioro. Antes creía en una Biblia infalible; ahora, esa fantasía de su juventud lo hace sonreír burlonamente. Antes solía levantarse  con suficiente tiempo para orar y preparar su corazón para el día que comenzaba; ahora se cae de la cama con apenas un minuto para orar o meditar. Solía ocupar su lugar en la casa de Dios y nunca llegaba tarde; ahora se arrastra hasta la iglesia y nunca es puntual. ¿Qué pasó? Descuidó su alma.


Cuando la fogata en la selva se va apagando, las bestias salvajes se acercan. Del mismo modo, cuando un cristiano descuida su alma, sus pecados intrínsecos lo amenazan aún más. Los pecados viejos vuelven a rondarlo. Apetitos juveniles, que antes consideraba muertos, se vuelven a levantar con nuevo vigor. Debido a una languidez extraña y un sopor que lo imposibilita, el creyente que había sido diligente no puede lograr vencer a sus enemigos espirituales. Su testimonio se diluye. Su adoración se enfría. Su amor por la comunión disminuye. Inventa excusas para ausentarse de compañías espirituales. No es más que un pálido reflejo de lo que había sido. ¿Qué ha pasado? Ha descuidado su alma.


El alma de predicadores y ministros está tan expuesta a estas formas de deterioro como la de otros cristianos. ¡Que nadie se engañe! Cuando en lo íntimo perdemos la batalla por mantener nuestra vida espiritual, a pesar del hecho de que se nos llame «Reverendo» o  «Pastor», o que utilicemos vestimentas clericales, no podremos prevenir nuestra caída. El alma que ha sido descuidada no mantendrá por mucho tiempo su amor por la doctrina pura o la adoración evangélica.


El ministro que comienza por descuidar su alma, al final, si no se arrepiente y recupera a tiempo, secretamente (y luego abiertamente), negará las doctrinas centrales de la fe. Ya no le da la debida importancia a la necesidad del nuevo nacimiento. Un mínimo asentimiento a algún credo es todo lo que espera de los miembros de su iglesia. Poco a poco todo el mensaje de la Biblia se le escurre. La expiación, la resurrección, el nacimiento virginal, la ira de Dios, la segunda venida, el juicio venidero, todos estos artículos de fe se escurren de su credo personal, aunque todavía no tenga el coraje, o más bien, la integridad moral, para decirlo. ¿Cómo fue que este predicador cambió de evangélico a escéptico? Descuidó su alma. 


Etapa de riesgo


Es extraño que el descuido del alma sea tan a menudo una característica de los cristianos maduros más que de los nuevos. Fue en su madurez que el buen Noé fue vencido por el vino. Fue un David maduro, no uno joven, que lamentablemente miró a Betsabé con consecuencias tan trágicas. Fue un Salomón de edad madura que buscó aumentar la cantidad de esposas y manchó su buena reputación al tolerar los ídolos que ellas adoraban. Fue un Ezequías maduro, no un adolescente, que mostró sus tesoros a los embajadores extranjeros. Estas cosas fueron escritas para nuestro aprendizaje.


Hay trampas y emboscadas tanto para el cristiano maduro como para el joven. Quizá sea porque considera que ha pasado la zona de peligro en su vida que el más maduro relaja su concentración pensando que ha quedado atrás el conflicto de su peregrinaje. Casi vislumbra la ribera dorada. Sin embargo, el peregrino veterano debe seguir luchando hasta el fin. Relajarse puede manchar su buena trayectoria y hará que pierda una porción de su gran recompensa.


La solución a cualquier descuido del alma está al alcance de todos, como cualquier otro buen consejo, en la Palabra de Dios: «Sé, pues, celoso, y arrepiéntete.» (Apocalipsis 3.19) Establece un tiempo para orar y ayunar. Aflige tu alma. Llora por tus pecados pasados. Clama poderosamente a Dios pidiendo perdón y una nueva sensación de su amor. Odia la frialdad pecaminosa que apagó tu primer ardor por Cristo. Recuerda el precio que fue pagado por tu alma en su preciosa sangre. Ruega al Todopoderoso pidiendo un nuevo bautismo de su Espíritu que vuelva a encender la llama del altar. Quizás haya personas entre nosotros que necesitan este genuino arrepentimiento más de lo que nos imaginamos.


Tomado de The Banner of Truth Magazine,  ©Septiembre 2004.  Usado con permiso. Título original del articulo «Neglecting the Soul» . Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados, ©2008.