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¡Un Dios que baila!

¡Un Dios que baila!

por Ricardo Gondim

La figura apática, distante e indiferente en quién algunos han creído no guarda relación con el Dios revelado por las Escrituras.

Nietzsche1 aseguraba que solamente creería en un Dios que supiera bailar. Las implicaciones filosóficas y existenciales de esa afirmación son enormes. Entre ellas: la eventualidad, la libertad humana, la sabiduría presente en la improvisación, el rechazo del diseño inteligente. Afirmar que Dios danza significa que la vida late con libertad. El comienzo, el transcurso y el final no están atados a la necesidad. A riesgo de ofender la espiritualidad nietzchiana, me atrevo a afirmar que el Dios que baila no está ausente del relato bíblico.

 

Sofonías describe a un Dios que celebra con júbilo, que da gritos de alegría (3.17). El Señor se deleita de la misma forma que un padre se sorprende con la pregunta creativa de su pequeño, un profesor que acepta ser superado por su alumno, o una madre que se deleita en la bailarina que nació de sus entrañas. La alegría divina y humana proviene de la deliciosa percepción de que un momento, aun esperado, podría haber nunca ocurrido. Esto libera el futuro y crea lo insólito. Solamente lo imprevisto posee la fuerza de generar alegría o decepción.

 

Los profetas no escatimaban atributos prodigiosos al hablar de Dios: Señor de los ejércitos, Todopoderoso, Rey, Santo Juez. Sin embargo, a diferencia de las divinidades griegas, que posteriormente serían descriptas a partir de los absolutos de la metafísica, lo judíos se valieron de historias, cuentos y parábolas para describir a Elohim Yavé. Careciendo de la sacralidad que poseían las antiguas divinidades, se atrevieron a afirmar que Dios silbaba —«y les silbaré para reunirlos, porque los he redimido» (Zac 10.8, Is 5.26; 7.18). Nietzsche, estoy seguro, no encontraría muchos problemas en creer en un Dios que silba.

 

Uno de los más celebrados atributos de los dioses fue su constancia. No obstante, Jehová no se siente obligado a seguir los patrones establecidos por otros dioses. Los escritores lo describen como un Creador arrepentido, luego de que comprobara el aumento de la maldad entre los hijos de los hombres: «Y al Señor le pesó haber hecho al hombre en la tierra y sintió tristeza en su corazón» (Ge 6.8). Jehová también se arrepintió de la severa manifestación que poseía el anuncio de la destrucción de una ciudad: «Cuando Dios vio sus acciones, que se habían apartado de su mal camino, entonces Dios se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (Jon 3.10).

 

Con el paso del tiempo ciertos mandamientos caducan, pierden su razón de ser y merecen ser descartados. En el período que sucede al exilio babilónico fue necesario acabar con el sacrificio lógico de inmolar animales inocentes. Quedó demostrado que los holocaustos no poseían poder para transformar a las personas. Jeremías tuvo el desparpajo de contradecir lo que se consideraba mandamiento. Para él, Jehová nunca había ordenado el derramamiento de sangre (cuando, de hecho, el Señor exigió que se inmolaran animales). «Así dice el SEÑOR de los ejércitos, el Dios de Israel: Añadid vuestros holocaustos a vuestros sacrificios y comed la carne. Porque yo no hablé a vuestros padres, ni les ordené nada en cuanto a los holocaustos y sacrificios, el día que los saqué de la tierra de Egipto. Sino que esto es lo que les ordené, diciendo: “Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo, y andaréis en todo camino que yo os envíe para que os vaya bien”» (7.21–23 – ntv)

 

Una expresión vulgar, en Brasil, se refiere al hombre al que «le metieron los cuernos». Aunque el término no tiene relación alguna con el hebreo, el profeta no sintió vergüenza de comparar su situación con la del Señor. Y utilizó su propia historia para trazar un paralelo entre la deslealtad conyugal y espiritual. Con el fin de exhibir el dolor de la infidelidad, Oseas, a quien su esposa Gomer «le metió los cuernos», declara que Israel le hacía lo mismo al Señor: «Ve y ama otra vez a tu esposa, aun cuando ella comete adulterio con un amante. Esto ilustrará que el SEÑOR aún ama a Israel, aunque se haya vuelto a otros dioses y le encante adorarlos» (3.1).

 

El conjunto de metáforas que se atribuyen a Dios son minimizadas en la teología bajo el término técnico antropomorfismo. Los exégetas que intentan construir una imagen de Dios desprovista de esas innumerables metáforas, sin embargo, acaban con un Dios apático, distante, indiferente e inaccesible. Al descartar las múltiples descripciones bíblicas, terminan con el «Motor Inmóvil»2 de Aristóteles.

 

Jesús de Nazaret se atrevió a personificar todos los disparates que los antiguos atribuían a Dios. El evangelio de Juan afirma que «nadie ha visto jamás a Dios; pero el Hijo, el Único, él mismo es Dios y está íntimamente ligado al Padre. Él nos ha revelado a Dios» (Jn 1.18). Cuando Felipe pidió ver al Padre, Jesús no dudó en afirmarle: «¡los que me han visto a mí han visto al Padre!» (14.8). La metáfora más nítida de Dios se encarnó y se manifestó en Jesús, el Cristo. En Jesús, Dios golpea la puerta y espera ser recibido para cenar. En Jesús, Dios ama sin imponerse —aunque resuenan de sus labios la escandalosa condición «si alguno me quiere seguir».

 

Creo que Nietzsche le dio la espalda a la Causa Primaria, al Relojero, al Supremo Arquitecto, al Supervisor del Perfecto Destino. El mostró desprecio por las meras caricaturas distorsionadas del Padre, que mandó preparar un banquete para una gran fiesta. No pudo imaginar a Dios sentado, observando la fiesta preparada para celebrar el retorno del hijo pródigo. En ese día, Él bailó.

 

Soli Deo Gloria

1 Friedrich W. Nietzsche (1844-1900) fue un filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo xix. Su trabajo crítico afectó profundamente a generaciones posteriores de teólogos, filósofos, sociólogos, psicólogos, poetas, novelistas y dramaturgos.

2 Aristóteles defiende la existencia de un principio («motor inmóvil») que mueve todas las cosas (pero que nadie lo mueve), esencia y actualidad pura, dotado de entendimiento y objeto o fin último de todas las cosas; la tradición filosófica llamaría a este principio Dios.

 

El autor es pastor de la Iglesia Betesda en San Pablo, Brasil. Es autor de varios libros —aún no disponibles en español— y un reconocido conferenciante. Está casado con Silvia. Dios los ha bendecido con tres hijos y tres nietos.

Se tomó de ricardogondim.com.br Se publica con permiso del autor. Todos los derechos reservados por el autor. Los derechos de la traducción al español pertenecen a Desarrollo Cristiano Internacional.